El “Altar de la Patria” y el nacionalismo católico puertorriqueño
Reflexiones sobre la demagogia religiosa, el oportunismo político y la falsedad histórica
“Ciertamente, una y otra cosa podemos y debemos:
tener amor a la patria y a la autoridad que la gobierna…
…pero más entrañable amor debemos a la Iglesia,
de la cual recibimos la vida del alma, que ha de durar eternamente…”
-León XIII (Sapientiae christianae)
“…ilícito quebrantar las leyes de Jesucristo por obedecer a los magistrados,
o bajo color de conservar un derecho civil, infringir los derechos de la Iglesia…:
Conviene obedecer a Dios antes que a los hombres”
-León XIII (Sapientiae christianae)
Este sector del nacionalismo puertorriqueño parece estimar sin miramientos sensibles la cruenta historia de la evangelización cristiana en la Isla; y parece ignorar u olvidar que, hasta el último cuarto del siglo XIX, estuvo prohibida y castigada severamente la existencia de cualquier otra institución religiosa, incluyendo las variantes de la cristiandad no católica. Ignora u olvida, además, que el exterminio de la población y la cultura indígena en la Isla estuvo arraigado en el proyecto imperial de “cristianización”2 (principal objetivo estratégico del poderío colonizador); que la instauración y sostenimiento del macabro negocio de la esclavitud, de caribeños y africanos, contó siempre con el aval explícito e interés confeso de la Iglesia católica-romana;3 y que los inmigrantes/colonizadores europeos y sus descendencias nativas estuvieron, en todo momento, sujetos al adoctrinamiento forzado en los dogmas de la fe católica y sus evangelios, bajo protectorado del gobierno colonial español hasta fines del siglo XIX.
Durante cuatro siglos, la Iglesia Católica retuvo bajo su dominio absoluto el monopolio de las supersticiones religiosas en la Isla y se impuso violentamente para lograr su objetivo. Apoyada en decretos reales y códigos penales del reino español, ajustados a los primitivos valores “morales” de la Iglesia y su Biblia -valederos en todas las posesiones coloniales en las Américas y el Caribe-, persiguió, encerró, atormentó, torturó, quemó y desmembró a infieles, apóstatas y demás estigmatizados como herejes, criminales y traidores a la supuesta voluntad de Dios, del Rey y la Patria. Ser católico, hasta poco antes de la ocupación estadounidense, no era una opción espiritual para los puertorriqueños, sino el efecto de una imposición brutal, reforzada durante siglos por sendos castigos legales y tormentos, chantajes morales, hostigamientos psicológicos y torturas físicas a detractores, pecadores y demás desobedientes de la cristiandad católica y sus mandamientos.4
El encubrimiento de la historia isleña y la manipulación de los símbolos patrios evidencian, no solo el inmenso poderío de subyugación ideológica que todavía ejerce el discurso de la Iglesia católica-romana sobre la feligresía insular, sino, además, la ignorancia histórica de los fieles nacionales. Esta realidad, que caracteriza el actual escenario de época, se revela en una gran paradoja: una parte sustancial del independentismo, igual que las demás variantes del nacionalismo insular (pos)moderno (autonomistas, estadolibristas y anexionistas), celebra el catolicismo como rasgo distintivo de la puertorriqueñidad y exalta sus valores como signos característicos de la cultura e identidad nacional. Esta creencia generalizada es, sin embargo, el efecto ideológico de una práctica calculada de falseamiento y encubrimiento de la historia nacional en función de una imagen positiva y sublime de la Iglesia y sus negocios de fe. Los nacionalistas católicos isleños la celan en abierta complicidad, sin saberse o quererse reconocer como víctimas de un esquema centenario de fraude ideológico…
Recientemente han sido publicados en los medios locales varios artículos concernientes a la exaltación y defensa del “Altar de la Patria”. Sus retóricas revelan, más que el orden imaginario de la fe católica, la voluntad política que la sostiene y la mueve a falsear la historia nacional a conveniencia. Por ejemplo, según Fray Mario A. Rodríguez León, la catedral metropolitana de San Juan Bautista de Puerto Rico -sede episcopal del primer obispo de América, Alonso Manso (1511-1539)- “…constituye sin lugar a dudas, por historia y tradición, la Casa Matriz de la puertorriqueñidad.”5 Omite el fraile que el obispo Manso fue un poderoso e influyente esclavista y que, bajo su jurisdicción, como inquisidor del reino católico-español, persiguió y quemó vivas a personas de su desagrado (herejes, brujas, sodomitas, etc.) -con base en las “sagradas escrituras” y las leyes del reino-.
En la misma edición de prensa, el reverendo Heriberto Martínez Rivera exalta la “contribución” de la Iglesia Católica en “el origen histórico de nuestra identidad puertorriqueña” e, irónicamente, condena “el desconocimiento e ignorancia de nuestra historia”. Acto seguido, ilustra su “origen histórico”, con referencia a un suceso trivial de inicios del siglo XIX: la designación de Ramón Power Giralt como delegado a las Cortes de Cádiz. Durante los pasados meses, por intereses oportunistas entre la clase política regente y la Iglesia católica insular -más que por relevancia histórica y pertinencia política y social- se interesaron en relocalizar la osamenta de Power en el “Altar de la Patria”. A tales efectos, montaron un costoso espectáculo conmemorativo y fúnebre. La disputa con la reacción opositora de algunos anexionistas les sirvió de base para dramatizar sus alegadas motivaciones patrióticas y sacar de proporción un chisme de época disfrazándolo de interés nacional.6 La realidad histórica de referencia, sin embargo, es muy diferente a la publicitada por los propagandistas actuales de la Iglesia Católica isleña y sus promotores locales (incluidos los historiadores oficiales de Puerto Rico).
A principios del siglo XIX, al calor de una crisis de gobernabilidad generalizada en España7 y la creciente desestabilización del control político en las colonias continentales americanas, a la par con la progresiva pérdida de territorios isleños en el Caribe, la metrópoli imperial española ordenó la elección de representantes de todas sus posesiones coloniales para consagrar sus dominios en todas las extensiones del reino, y refinar ajustes administrativos pertinentes y en función de sus intereses gerenciales (estratégico-políticos, militares y económicos). Para esos efectos, en 1809, fue electo el militar español Ramón Power y Giralt -hijo de una poderosa familia de hacendados esclavistas en Puerto Rico- como delegado a las Cortes en representación de los intereses de las clases privilegiadas en la Isla (gobernante, militar, eclesiástica y mercantil). Como era costumbre formal, toda gestión gubernamental estaba acompañada de un ritual religioso. Power fue investido como diputado oficial y bendecido por el obispo Alejo de Arizmendi. Como los demás delegados del resto de las posesiones coloniales en las Cortes de Cádiz, abogó a favor de la Corona española por recurso del mejoramiento de las condiciones mercantiles de las colonias, mayor inversión en la defensa militar y policial, y garantías de seguridad a los intereses del señorío capitalista/esclavista “puertorriqueño”. El acto, dos siglos después, sería descontextualizado y manipulado por los historiadores católicos, eclesiásticos y seculares afines, como matriz del sentimiento patriótico y la identidad nacional puertorriqueña.
El Gobierno de Puerto Rico8 y sus historiadores oficiales9 acogen sin reparos el valor simbólico (ideológico/político) adjudicado por la alta jerarquía católica en la Isla y aplauden que los “restos mortales” de Power sean relocalizados dentro de la catedral de San Juan. El Arzobispo Roberto González protagonizó la iniciativa a favor de su sepultura en el “Altar de la Patria”, y el nacionalismo católico puertorriqueño lo celebró como consagración patriótica y “matriz” histórica de la “identidad nacional puertorriqueña”. Entre líneas, independentistas, autonomistas y estadolibristas católicos creen ingenuamente que la exaltación de este mito “patriótico” (y otros similares) sirve para refrenar la estadidad….
Más allá de los revuelos mediáticos inmediatos, este acontecimiento abre un espacio público para reflexionar con seriedad sobre las implicaciones de la injerencia de la Iglesia en la educación histórica de nuestro pueblo. Téngase en cuenta que hace más de cien años el comercio de Dios y demás supersticiones religiosas dejaron de ser privilegio exclusivo de la Iglesia católica-romana en la Isla. Desde entonces, dejó de ser religión oficial del Estado y, aunque todavía goza de favores entre las clases gobernantes, la Iglesia Católica está en crisis, y la decadencia de su poderío la empuja a buscar resguardo entre la feligresía más incauta en materia intelectual, política e histórica. Considérese, además, que la competencia en el gran mercado global de la Religión se libra entre cientos de denominaciones cristianas y a la par con la proliferación de nuevas y lucrativas religiones y espiritualidades, que progresivamente desbancan los dominios de la Iglesia tradicional y sus tradiciones, no menos que sus intereses económicos y privilegios políticos.
En este contexto, en el que la Iglesia Católica contiende por preservar su hegemonía, la demagogia patriótica es valorada como recurso de reconocida efectividad histórica e ideológica, y no escatima en usarla a conveniencia. Asimismo, el discurso de la identidad nacional opera como cualquier otra retórica publicitaria, en función de intereses institucionales y negocios afines. Ya sea por un cálculo oportunista o por genuina convicción, es en el marco histórico de su crisis de autoridad institucional, de competencia con otras denominaciones y religiones, y ante la progresiva deserción de su clientela habitual, que la alta jerarquía católica enarbola la bandera nacional, defiende la excarcelación de los prisioneros políticos, intermedia en las huelgas obreras y estudiantiles, y favorece la salida de la marina de guerra de Vieques, etc. Al mismo tiempo, fomenta el discrimen contra la población homosexual; repudia los derechos reproductivos de las mujeres; condena la educación sexual en las escuelas y la utilización de métodos anticonceptivos al margen de los daños sociales (embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual, etc.); promueve la exclusividad del primitivo modelo de familia patriarcal en menoscabo de la compleja realidad de la vida familiar en Puerto Rico; fomenta la suplantación del conocimiento científico por supersticiones religiosas (como el mito del creacionismo); y propaga el condicionamiento psicológico de los creyentes a vivir una vida en estado paranoide, temerosos de la crueldad vengativa de un Dios, a fin de cuentas, imaginario…
A diferencia de las arcaicas doctrinas morales de la Iglesia Católica, las expresiones de solidaridad con las luchas y causas justas en Puerto Rico no tienen su origen en estas, y atribuírselo es una farsa. Tampoco el patriotismo que las anima es una “virtud cristiana”, como alegan los ideólogos de la Iglesia Católica. Sobre este tema, es pertinente considerar críticamente la estrecha relación entre la credulidad religiosa, el sentimiento patriótico y las manifestaciones más dramáticas de la violencia institucional del Estado,10 el militarismo11 y su finalidad por excelencia, la guerra. Muy difícilmente encontraríamos a un soldado puertorriqueño que no fuese patriota y religioso al mismo tiempo. Lo que no le convence de una parte le consuela de otra…
Si bien la historia del “patriotismo” puertorriqueño está directamente vinculada a un particular sentimiento nacionalista, y adquiere un relativo sentido propio en el contexto de la condición colonial isleña, el patriotismo no es un valor que debe exaltarse incondicionalmente como algo natural, trascendental y bueno en sí mismo y en todo momento. Se trata de una categoría política que debe abordarse siempre dentro de su compleja dinámica histórica y con respecto a las relaciones de poder que combaten por apropiársela, significarla y usarla a su favor. No debe omitirse que adjudicarle una valoración romántica al patriotismo también ha degenerado históricamente en graves problemas psico-sociales, como las modalidades de la violencia xenofóbica al interior de la Patria; o como justificación de guerras imperialistas durante toda la era moderna;12 y la manipulación ideológica de la ciudadanía en los más diversos regímenes de gobierno en todas las épocas.13
A pesar de su relativa crisis de legitimidad, irónicamente, la Iglesia Católica todavía goza de prestigio sin par en América Latina. No obstante, en la actualidad, carece de fuerza política para concertar su proyecto de colonización ideológica a escala global y hacer valer sus chantajes originarios en todas partes y de una misma manera. Por eso no debe extrañar que insista en jugar un papel protagónico en la escritura de las historias nacionales, en la exaltación de su rol en acontecimientos que juzga favorables para sí y, a la vez, en la omisión calculada de todo cuanto estime inconveniente. Lo mismo vale para el escenario nacional puertorriqueño como para los demás países del planeta…
La práctica calculada de falsear, encubrir y manipular la historia nacional, sea a fines de restaurar la imagen publicitaria de la Iglesia y sus negocios de fe, o con el objetivo de reforzar la mitología patriótica para contener el anexionismo isleño, es un gran fraude en el que lo político y lo religioso congenian indiferenciadamente. Superada la enajenación insularista del nacionalismo católico isleño, esta “alianza” táctica es, a todas luces y más acá de su presumida finalidad estratégica, políticamente equivocada e insostenible moralmente.
Mirando sin tapujos retóricos ni remiendos demagógicos la historia colonial isleña, quizá el “patriotismo” puertorriqueño al que alude y se arroga maternidad la Iglesia Católica no sea una cualidad de la que debamos sentir orgullo o ante la cual resignarnos sino, cuando poco, indignación; y -al decir de nuestra poeta nacional, Julia de Burgos- vergüenza y pena…
Por lo que resta y pueda valer, ámese la patria, pero sin altares ni banderas; y por amor y justicia, reinvéntese sin razas, sin exclusión de géneros y sin clases privilegiadas, sin acosos y fraudes religiosos ni gloria a los ejércitos, sin fronteras inhumanas ni prácticas y credos deshumanizantes.
- En la encíclica Sapientiae christianae (1890), el Papa León XIII refrendó la disposición de obediencia y sumisión histórica de los cristianos a las leyes del Estado a condición de que estas no contradijeran las “sagradas escrituras” y la autoridad del Sumo Pontífice como su intérprete definitivo: “La ley no es otra cosa que el dictamen de la recta razón promulgado por la potestad legítima para el bien común. Pero no hay autoridad alguna verdadera y legítima si no proviene de Dios, soberano y supremo Señor de todos, a quien únicamente pertenece el dar poder al hombre sobre el hombre…” Y añade: “…pero si las leyes de los Estados están en abierta oposición al derecho divino, si con ellas se ofende a la Iglesia o si contradicen a los deberes religiosos, o violan la autoridad de Jesucristo en el Pontífice supremo, entonces la resistencia es un deber, la obediencia es un crimen, que por otra parte envuelve una ofensa a la misma sociedad, pues pecar contra la religión es delinquir también contra el Estado.” Esta sigue siendo la posición política de la Iglesia Católica contemporánea, y su referencia mítica –interpretada como mandamiento de Dios- son las cartas de Pablo integradas en la Biblia. Sobre esta creencia mantienen su abierta oposición a cualquier cambio en las leyes y derechos civiles que contradigan las “sagradas escrituras”, independientemente de sus anacronismos y de los efectos perniciosos sobre la vida colectiva y singular de la ciudadanía… [↩]
- “…guiados por el Señor (…) destruyeron los altares (…) y también sus lugares de culto.” (Macabeos (2) 10:1-2). [↩]
- “Siervos, obedeced a vuestros amos en la tierra, con temor y temblor (…) como a Cristo.” (Efesios 6:5); “Esclavos, obedezcan en todo a vuestros amos de este mundo, pero no con obediencia fingida (…) sino (…) temiendo al Señor.” (Colosenses 3:22-24); “Criados, sed sumisos, con todo respeto, a vuestros dueños, no sólo a los buenos e indulgentes, sino también a los severos.” (Pedro 2:18). [↩]
- “En cuanto a mis enemigos, ésos que no me quisieron por rey, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia.” (Lucas; 19:27). [↩]
- En Claridad, Especial para en Rojo, 13 al 19 de junio de 2013. [↩]
- La negativa del Vaticano a permitir curso a la iniciativa de su sucursal isleña pone de relieve otros asuntos críticos que no trataré en este escrito. Baste advertir que se trata de una corporación con cede y bajo autoridad exclusiva en un poder extranjero, que decide unilateralmente quién la representa y en qué términos. Queda en suspenso el carácter antidemocrático de la institución, su autoridad absoluta sobre sus representantes isleños y su potestad exclusiva sobre “sus” iglesias/propiedades privadas, exentas del pago de contribuciones al país… [↩]
- El monarca Fernando VII estaba preso en Bayona, y Francia mantenía ocupada gran parte de España. El emperador francés, por su parte, forzaba la adopción de sendas reformas constitucionales que, aunque suele omitirse en los textos históricos oficiales de Puerto Rico, empujó a la precaria clase gobernante española a modular las prácticas jurídico-políticas de su imperio en decadencia… [↩]
- En expresiones públicas cubiertas en los medios noticiosos del país, el gobernador de Puerto Rico, Alejandro García Padilla, exaltó la figura de Power Giralt como “el primer prócer puertorriqueño”. En comunicado oficial de la Fortaleza destaca el primer mandatario : “El retorno de Power y Giralt exalta el nacimiento de nuestra identidad, de nuestra puertorriqueñidad…” [↩]
- En su libro Puerto Rico: cinco siglos de historia, Francisco A. Scarano reproduce este mito al pie de la letra. Tergiversa la designación de Power a las Cortes, las aspiraciones de la clase política insular y las ceremonias oficiales y demagogia de la alta jerarquía religiosa como expresiones de un inequívoco “sentimiento patriótico”. Cita al Arzobispo Arizmendi como evidencia: “Todo lo que habéis prometido lo esperaba el pueblo y la isla entera de su buen hijo, cuyo espíritu católico, lleno de patriotismo y caridad, todos reconocemos.” Omite el autor que la lealtad política con la metrópoli imperial española se refrendó incondicionalmente por todos los sectores inmiscuidos en este asunto, y que las alusiones retóricas al “pueblo” y al “sentimiento patriótico” sólo remitían a los intereses económicos de los más privilegiados en la Isla… El libro circula como texto formal en escuelas y universidades… [↩]
- “…confiado en la decisión del Creador del mundo, animó a sus hombres a combatir heroicamente hasta la muerte por la Ley, el Templo, la ciudad, la patria y las instituciones…” (Macabeos (2) 13:14). [↩]
- La glorificada ideología militarista es expresión de un sentimiento patriótico-religioso, efecto de un poderoso condicionamiento psicológico para la defensa armada de la tierra en que se nació, y la disposición a morir y matar “por ella”. “Se engrandecía cada vez más, porque el Señor, Dios de los ejércitos, estaba con él.” (2 Samuel 5:10). [↩]
- “…vete y haz la guerra a los pecadores, hasta acabar con ellos.” (Samuel: 15:18) Los promotores y hacedores de guerras contra naciones musulmanas (Afganistán e Irak) -por ejemplo-, aunque animados de fondo por el control del mercado y la explotación de recursos naturales, todavía encomiendan sus actos a la providencia del Dios de la cristiandad, con base en los textos bíblicos e invariablemente por las administraciones de gobierno demócratas y republicanas en los Estados Unidos y naciones aliadas. Nadie se engañe: la Iglesia Católica de inicios del siglo XXI no ha vacilado en amoldar su retórica de “paz” a la realidad de sus debilidades institucionales, y la oposición contemporánea a “la guerra” es parte de su estrategia de sobrevivencia; y no representa un cambio sustancial o “evolutivo” en su ideario imperialista/universalista/absolutista, sino un reflejo de su relativa impotencia coyuntural en el contexto de su condición de crisis. [↩]
- Dentro del marco de estas creencias bélicas, sobre las que se asienta el patriotismo eclesiástico, vale recordar la cristiandad católica de los regímenes fascistas europeos y la devoción católica de las dictaduras militares en las Américas durante el siglo XX. Todos obtuvieron la bendición oficial, tácita o silente, de la Iglesia católica-romana. [↩]