El BPPR y la autosuficiencia económica: un futuro alterno

En los pasados días, varios partes de prensa han reseñado que el Banco Popular de Puerto Rico (BPPR) participó en la emisión de bonos que forman parte de la deuda. Otras coberturas han revelado las declaraciones del presidente de la institución financiera, al efecto de que el banco consideró objetar la “obligación general” de $3.5 billones en bonos emitida en el 2014, pero que decidió continuar siendo parte del sindicato que suscribió dicha emisión y que se reclama violó los límites constitucionales.
Se ha solicitado una extensión del acuerdo de negociación con las entidades que participaron en la emisión de bonos a la vez que la Junta de Control Fiscal ha acordado mantener secretas las identidades de algunas de las entidades que formaron parte de las múltiples emisiones de bonos que desembocaron en la deuda de $70 billones, algunas de ellas realizadas después de que ya se había determinado que la deuda era impagable.
Dentro de este escenario, resulta indispensable recordar que el BPPR es el principal banco nacional. Las acciones legales que se tomen para asegurar la transparencia en una ineludible auditoría de la deuda, no solo son indispensables, sino que deben asegurar que se fijen responsabilidades donde recaigan. Pero esto no significa que el país debe exigir la inmolación de la institución aunque muchos hubiésemos preferido que la responsabilidad no hubiese sido compartida con un banco que forma parte del tejido social y económico del país.
Por otro lado, algunas acciones que se han llevado a cabo en contra de la institución en el pasado (recordando los pasados dos primeros de mayo) ameritan una reflexión templada en cuanto a cómo lidiar con las empresas nacionales que incurren en prácticas que afectan las finanzas del país pero que, a su vez, apoyan iniciativas de empresarismo, educación y cultura, robusteciendo una agenda de identidad y afirmación de autosuficiencia nacional.
Recientemente Barack Obama advirtió a los «puristas» dentro del Partido Demócrata que en su frenesí por impulsar causas justas no crearan un pelotón de fusilamiento «redondo», que redundase en que terminasen disparándose entre sí.
Necesitamos comenzar a mirar el futuro de un Puerto Rico autosustentable y autosuficiente que sea inclusivo, sin que eso signifique tolerar acciones ilegales o impropias de aquellos que comparten visiones y luchas con quienes promueven el cambio, o sea, que les eximan de responsabilizarse por sus acciones. De igual forma, resulta indispensable domar la reacción impulsiva de condenar a la hoguera de los herejes a quienes cometen errores o difieren en mayor o menor medida de los preceptos que decimos compartir. Con demasiada frecuencia nos encandilamos a querer decapitar a los que difieren dentro de las mismas filas, con mayor vehemencia, que lo que se condena a los adversarios.
Enfrentemos una realidad innegable. Puerto Rico no puede ser independiente dentro de las alternativas que provee el derecho internacional (independencia, libre asociación, soberanía con acuerdo tipo commonwealth británico), sin la robusta participación del sector privado.
«Los ricos» a quienes se culpa casi en exclusividad por la desigualdad social, y a quienes con frecuencia se pretende endilgar la deuda en que incurrieron los políticos con aspiraciones a ricos, a costa del resto de nosotros, pueden ser socios de un proyecto de país autosuficiente y autosustentable. Ese país con un sistema político y económico alterno requiere suficiente inversión interna y acuerdos comerciales de empresas nativas con otros países para no convertirnos en una neocolonia totalmente dependiente de la inversión extranjera que no tiene que, ni va a, invertir sin la expectativa de maximizar sus ganancias.
Los españoles que administran el Teodoro Moscoso y la carretera #52, y los mexicanos a cargo del aeropuerto y propietarios de Claro, no están dejando sus ganancias en Puerto Rico. Quienes único pueden reinvertir en el país y repatriar sus ganancias son los empresarios del patio. Demonizarlos como los causantes de todas las penas nuestras ni es realista, ni es productivo. El país necesita crear la confianza necesaria para que se quiera invertir en su futuro sin temor a perder la cota en manos de quienes no tienen capital que perder. El capital indispensable del trabajo requiere taller donde laborar. Aunque no exclusivamente, en ausencia de capital nativo, ese capital laboral se habría de invertir y generarle ganancias expatriables a la empresa extranjera de turno. Cuánto mejor no sería que sea uno de los nuestros que uno que solo va a velar por su empresa y su país, no el nuestro.
Reflexiónese sobre esto. No se ceda a la fácil tentación de asumir que este planteamiento es equivalente a venderse al vil metal, pues no es ese el propósito. Piénsese en las hermanas repúblicas latinoamericanas que, sin ser socialistas, han logrado establecer un balance entre el capital nacional que genera riqueza e ingresos para las clases trabajadoras y, a su vez, con sus contribuciones sostienen servicios gubernamentales indispensables, promueven una mayor distribución de la riqueza y sustentan la red de asistencia social que atiende las necesidades de los más vulnerables y necesitados.
El capitalismo que sustituyó el mercantilismo de los siglos XIV y XV está tan entronizado en todo el mundo que los sistemas más equitativos y democráticos, en vez de erradicarlos, los han convertido en socios de un desarrollo sustentable capaz de atender las necesidades de todos sin maximizar la riqueza de los pocos a costa de la pobreza de la mayoría. Piénsese en los países nórdicos, piénsese en Uruguay, piénsese que excedemos en talento y demostrada creatividad, tenacidad y productividad a tantos países del mundo, que es posible ese futuro alterno.
Ah, y ahorrémonos el «no se puede porque…». De eso tenemos suficiente todos los días sin que sus evangelistas nos convenzan de que tienen las soluciones que podemos apoyar como país. ¿Cuándo fue la última vez que escuchamos a alguien proponer algo que nos convenciera de que tiene todas las soluciones? Plantearnos que el cambio de estatus es la solución es como confiar en que contraer matrimonio o divorciarse soluciona todos los problemas de cada cual.
Somos capaces si nos lo proponemos. Pensemos en cuánta gente conocemos a quien le confiaríamos nuestros hijos si surgiera una imperiosa necesidad. Con esa gente, no con los políticos de profesión, se pueden buscar alternativas inclusivas y esos son muchos más que los cínicos y los políticos de profesión, que con tanta frecuencia son los mismos.
Nosotros podemos. Juntos podemos. Comencemos el diálogo hacia ese futuro alterno inclusivo, equitativo y justo. Desdemonicemos los extremos que son tan parte de nosotros como los que trabajan todos los días para labrarse un mejor futuro sin apostar a que un partido o la ideología que se abriga, les va resolver los desafíos de una realidad cada vez más precaria.
La otra alternativa es seguir gritando desde las gradas y, desde las gradas, no se gana, solo se abuchea todas las veces que se pierde.