El deporte es y debe ser político
Es común escuchar la frase que plantea que “el deporte y la política no mezclan” cada vez que alguien objeta la utilización de competencias atléticas como foro de discusión de temas políticos. La común solicitud de no mezclar ambos eventos sociales es comprensible. Ante la frustración compartida por ciudadanos y ciudadanas con los partidos y miembros de la clase política, el deporte es visto como un oasis necesario de paz y distracción ante los atropellos que resultan de las decisiones de quienes ostentan el poder. Sin embargo, al estudiar el deporte en sus contextos históricos, geopolíticos y culturales, podemos reconocer que su difusión y representación en distintas épocas lo convierten en una de las instituciones y herramientas más políticas con la que cuentan diferentes sociedades alrededor del planeta.
Las primeras manifestaciones de lo que hoy día conocemos como el movimiento olímpico mundial tienen sus orígenes en la Antigua Grecia. Se plantea que los primeros Juegos Olímpicos de la Antigüedad se pudieron haber celebrado en el año 776 A.C. La organización de estos encuentros atléticos representaba una oportunidad para que las diferentes ciudades-estado de Grecia demostraran su grandeza por medio del despliegue de aquellos atletas que las representaban. Aunque las olimpiadas no constituían una movilización de poder militar entre las polis o ciudades-estado rivales, estas sociedades tomaban muy en serio las competencias del terreno atlético. Un triunfo olímpico representaba un importante planteamiento político de grandeza en la región.
A nivel de campañas imperialistas y el desarrollo de estrategias para fortalecer regímenes coloniales, el deporte ha sido igualmente un instrumento de socialización política. De acuerdo al geógrafo del deporte, John Bale, “la noción de que el deporte fue introducido en lugares, tanto dentro como fuera de sus países de orígenes, con el objetivo de desviar el fervor revolucionario o secretamente controlar elementos hostiles potenciales en la sociedad receptora, es ampliamente compartida”. De esta manera el deporte fue impuesto por países europeos en sus territorios coloniales de África como mecanismo de control hacia el sujeto colonial. La propagación de cuerpos dóciles ocupados serviría como complemento a las campañas de “evangelización” y “civilización”, según el pensar y los intereses del invasor europeo.
Estrategias análogas fueron implementadas por los Estados Unidos en el Caribe. En el caso de Puerto Rico, el cambio de soberanía que surgió tras la invasión estadounidense de 1898, facilitó la posterior difusión caribeña de deportes que en la primera mitad del siglo XX solo se asociaban con la sociedad y cultura de la nación norteamericana que se apoderó de esta antigua colonia española en las Antillas. Fue en décadas posteriores que algunos de estos deportes fueron adoptados y ‘caribeñizados’ por algunas naciones latinoamericanas. Un ejemplo es el béisbol. Hoy día, es inevitable trazar un vínculo de identidad y producción cultural entre este deporte y varias naciones del Caribe.
En la época actual de representación y mercadeo del deporte profesional como un espectáculo de gran escala, también se manifiestan claros posicionamientos políticos por parte de franquicias y ligas deportivas. En el contexto de los Estados Unidos, es tradición ver personal de sus fuerzas armadas portando la bandera nacional en las ceremonias solemnes que se llevan a cabo minutos antes del inicio de los partidos. En algunos estadios, aviones militares sobrevuelan el edificio al finalizar la entonación del himno nacional. En la edición del año 2017 del Super Bowl de la NFL celebrado en la ciudad de Houston, el público asistente al partido recibió banderas de los Estados Unidos que enarbolaron en varias ocasiones durante este espectáculo deportivo. La decisión de regalar banderas surge en un momento en que diversos sectores hacen llamados de unidad nacional ante las tensas relaciones políticas y las movilizaciones ciudadanas que han ido en ascenso desde que Donald Trump juramentó como presidente de los Estados Unidos de América.
A pesar de las múltiples historias y estrategias que demuestran la utilización del deporte como herramienta de control por las instituciones de poder, no debe perderse de perspectiva que los eventos y foros deportivos también han sido valiosos instrumentos de desafío y protesta ante la opresión y marginación social. Por ejemplo, la misma NFL que legitima el aparato militar estadounidense que en ocasiones atenta contra la soberanía de tantos pueblos en el mundo, fue también el escenario en el cual comenzaron las protestas antirracistas del jugador Colin Kaepernick y donde la cantante Lady Gaga difundió su mensaje solidario con inmigrantes y comunidades LGBTTIQ, en momentos que funcionarios de la administración Trump amenazan con lacerar la dignidad de estos grupos. Ha sido también el deporte mundial escenario de planteamientos antiimperialistas, como es el caso de los baloncelistas puertorriqueños que en la primera década del actual siglo se solidarizaron con los reclamos de quienes luchaban en contra de la presencia de la Marina de Guerra de los Estados Unidos en la isla-municipio de Vieques. Un caso notorio es el de superestrella futbolista portuguesa del Real Madrid, Cristiano Ronaldo, quien se ha expresado en varias ocasiones con mensajes solidarios y donaciones monetarias para los niños del territorio ocupado de la Franja de Gaza en Palestina.
El deporte puede ser también un valioso instrumento de reivindicación ciudadana en la medida que se integre en el desarrollo de políticas públicas de prevención con enfoques salubristas. El rescate de terrenos con fines de crear facilidades deportivas y recreativas a nivel de comunidades, posiciona al deporte como ente gestor de políticas de inclusión y justicia social. El componente recreativo y lúdico del deporte desde edades tempranas también aporta a una sociedad de paz. De igual manera, la utilización de eventos deportivos como foros para educar en temas de equidad y diversidad podría representar una importante aportación política gestada desde el trabajo ciudadano de base y comunitario.
Las dimensiones políticas del deporte son diversas y hasta contenciosas. Como institución social, el deporte ha operado desde el poder, pero también ha sido receptor de las luchas y resistencias de quienes objetan tanto a la clase política que oprime, como a aquellas ideologías que excluyen. En diferentes épocas, las formas de representación y gestión de la actividad deportiva han destacado su relevancia política. El deporte es político y en la medida que sea utilizado como plataforma de progreso, inclusión y justicia social, debe mantenerse político.
Referencia:
Bale, John. Sports geography (2da edición). Londres, UK: Routledge, 2003.