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El juego del banyao y El baile en casa de Toló

Emanuel Dufrasne GonzálezEmanuel Dufrasne González Publicado: 2 de mayo de 2014



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Tocador de banyao en Punta Guilarte a la medianoche. Acrílico sobre lienzo Por E. Dufrasne González. c 2014.

El juego del banyao

Un sábado en la tarde del mes de junio en Guayama estaba don Juan Sabater Virella con su banyao. Era el año 1918. Don Juan era un tocador de bomba. Hacía los tambores de bomba con barriles vacíos de ron. También tocaba un instrumento de una sola cuerda. Era el banyao, banyá o banyal. Lo construía con una rama de tamarindo (tamarindus indica) o de higüera (crescentia cujete) además de una cuerda hecha con fibra extraída de las ramas de las palmas de cocos (cocos nucifera). Parecía un arco para disparar flechas. Para producir sonido audible el músico debía llevarlo hasta su boca y la cuerda quedaba al frente de sus labios sin tocar ni sus labios, dientes ni la lengua. El músico percutía la cuerda con una varillita fina mientras la pisaba con un palo más grueso. Entonces, alteraba la apertura de su boca para variar el sonido de la cuerda vibrante. Se producía una serie amplia de sonidos embrujadores que resonaban dentro de la cabeza del músico. El sonido era cautivador al ser producido y proyectado. Tenía una magia extraña para el oído occidental. Este sonido era una gama amplia de timbres africanos que nos unían, de manera musical, a nuestros antepasados.

En África, el instrumento de cuerdas más difundido es el arco bucal o banyao. Se emplea en zonas diversas, cercanas y distantes en todo el continente al sur del Sahara, desde Ghana hasta Uganda, desde Malí hasta Mozambique. Se le denomina de maneras distintas según el idioma de la etnia o de la zona. También se acostumbran otras formas de arcos musicales. El berimbau brasileño es otro tipo de arco musical y es casi idéntico a sus contrapartes provenientes de Angola, otro gran país africano.

Juan Sabater vivía en la calle Retiro. Por allí vivían niños y niñas que se reunían frente a la casa de don Juan para jugar al banyao. Este juego era una especie de ¨frío y caliente¨. Alguien escondía alguna cosita (denominada “la prenda”) en cualquier lugar. Una persona escogida debía encontrar ese objeto oculto. Él o ella buscaban siguiendo la pista dada por el músico del banyao. Si se estaba lejos de encontrar el artefacto o prenda se tocaba tranquila y pausadamente. Según se iba acercando se hacían ritmos más complejos y agitados. Estos patrones rítmicos y con frecuencias o notas cambiantes se hacían más interesantes porque el músico alteraba el sonido o timbre de la única cuerda abriendo la cavidad de resonancia de su boca. Ésto amplificaba el volumen del sonido producido por el banyao. Si el que busca se va alejando del objeto escondido, el patrón rítmico se va calmando o haciendo más sencillo.

Una vecinita era Coca. Aunque fue bautizada Olimpia de León todos le decían Coca. Tenía ocho años en ese momento y siempre había vivido en Guayama. Vivía a una distancia de cuatro casas del domicilio de don Juan Sabater. Los padres de Coca se llamaban María de León y Eduardo Cora. Coca era una niña parlanchina, determinada, alerta y avispada. Mostraba ser muy segura de sí misma. Era simpática y tenía gran talento para el canto y el baile. Era sandunguera y sumamente afinada cuando cantaba. Cuando jugaba Ambos a dos o El carbonerito mostraba tener pleno dominio del ritmo y de la melodía.

Viajemos en el tiempo… Ubiquémonos en ese período y en ese lugar: en la acera al frente de la casa de Juan Sabater y de su esposa Felipa Pica. Esa casa era amplia, de madera a dos aguas con techo de zinc. Estaba construida sobre zocos. La vivienda era gris. Tenía varios peldaños para dar acceso al amplio balcón.

Coca no sabe dónde fue que escondieron la prenda, un alfiler. A ella le toca buscar la prenda escondida en el juego del banyao. Ella busca bajo una piedra. El banyao suena monótono y pusilánime. Ella se acerca a una mata de amapolas pero el banyao aún no muestra que ella esté en la pista correcta. Otra vecinita llamada Celé exclama: “Hay que guardar silencio para que Coca pueda oir al banyá”. Celé era una señorita de veinte años; ella sabía bien cómo jugar al banyao.

Coca busca cerca de una verja y no hay indicios sonoros de la prenda. Entonces decide acercarse a los demás niños y se nota un leve cambio en la entonación del instrumento. Don Juan pisó la cuerda subiéndole la frecuencia. La niña busca entre los demás presentes cuando percibe otro cambio en lo que tocaba el músico del banyao. Coca se acerca a Bucá mientras el banyao sonaba nervioso. Se oyen saltos sonoros además de efectos etéreos y hechizantes que emanaban de la cuerda única. Coca va donde un niño cuyo nombre es Adolfo Pica. Su apodo es Bucá. En su búsqueda, Coca le quita la gorra a Bucá. Ella misma tomó a Bucá por un brazo para poder alcanzarla. Entonces logra ver una cabecita perlada saliendo del forro de la gorra. Era un alfiler decorativo que don Juan colocó dentro de la cachucha. La prendió de la tela que sirve de forro a la gorra. Coca cogió el alfiler y lo subió sobre su cabeza en señal de victoria. ¡La encontró; encontró la prenda! Los demás quisieron ver la prenda y se arremolinaron alrededor de Coca. Ahora le toca a Bucá buscar la prenda escondida. Esta vez la pesquisa será más difícil porque don Juan se esmerará en esconder bien la prenda.

Como es sábado don Juan se preparará para el baile de bomba que habrá al frente de la Casa de Alcaldía. Entretendrá a los niños un rato más. Entre éstos está su hija Martina. Lo más probable es que ella irá al baile de bomba también. Bucá quiere aprender a tocar. Don Juan le permite tocar los cuas. ¿Han presenciado un baile de bomba? Ese será un relato para otro día. Hasta la próxima.

 

El baile en casa de Toló

Remontémonos al 23 de junio de 1980. Ya son más de las seis de la tarde. Los días de esta época del año son notablemente más largos. El sol está aún brillante y se sienten deseos de vivir a plenitud los atardeceres. Ya los conocedores saben que empieza la temporada de bomba. Es víspera del día de San Juan Bautista, el valiente Precursor del Cristo.

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El local de don Presbítero Cepeda Ayala (señor del sombrero al fondo derecha). Sentado al frente puede verse a Cruz ¨Chichito¨Ortiz Cirino tocando el requinto. Julio Cepeda Ayala con gorra y espejuelos, está de pies al lado de C. Ortiz Cirino. La fotografía fue aportada por el señor Ortiz Cirino. Fue tomada c. 1980.

De mi parte les diré que estaba ansioso por llegar a la calle de Las Carreras en Medianía Alta, Loíza. El baile empezaría como a eso de las siete de la noche. Uno se preguntaba si este año sería una excepción, si es que por alguna razón no habría bomba hoy. Voy en automóvil desde Carolina para desviarme hasta San Isidro, seguir derecho pasando el monte partido hasta el final de la carretera para virar a la derecha y seguir toda la carretera de Las Medianías hasta ver la gasolinera que queda justo al frente de Las Carreras. Allí se hace un viraje hacia la izquierda. No sé qué sentido se despierta en mí cuando llego a ese punto. Sé que está sonando la bomba. No sé si mi piel recoge las vibraciones de los tambores, vibraciones que viajan por el aire. Sí, estoy seguro que no oigo los tambores ni mucho menos a los que cantan. Tampoco se puede ver, desde la bocacalle, al negocio donde se hace el baile de bomba. Pero sé, por ese sexto sentido que no puedo denominar, que hay bomba sonando ya.

Cuando uno va acercándose al local, primero se perciben los repiques agudos del tambor requinto. En esta marcha progresiva hacia el lugar del baile de bomba se capta luego el sonido del seguidor y después se aprecia el contorno de la melodía. Necesita uno acercarse más para entender lo que se canta. Un tumulto rodea a los que bailan. Al lado de los músicos de los tambores pueden verse hombres y mujeres que cantan alternándose en dos bandos antifonales.

Sea, sea, sea ya. (damas)
Bámbula   ¡e!, sea ya. (caballeros)
Cesar para ti no más. (damas)
Bámbula ¡e!, sea ya (caballeros).

El local de don Presbítero Cepeda Ayala (señor del sombrero al fondo derecha). Sentado al frente puede verse a Cruz ¨Chichito¨Ortiz Cirino tocando el requinto. Julio Cepeda Ayala con gorra y espejuelos, está de pies al lado de C. Ortiz Cirino. La fotografía fue aportada por el señor Ortiz Cirino. Fue tomada c. 1980.

Algunos caballeros gesticulan, mueven sus brazos y manos, actúan cuando cantan. Las damas cantan con mucha energía. Parece que el baile empezó hace un buen rato porque los niños y niñas, los que generalmente son los primeros en acercarse a los tambores, ya no son los protagonistas del baile. Hay adolescentes y adultos alternándose en el espacio para el movimiento corporal. Los jóvenes bailan de uno en uno. Las muchachas se lucen ante los muchachos, a los que quieren impresionar. Resaltan toda su femineidad por medio de sus pasos y coqueterías.

Ay, quiéreme a mí, Marcelina,
quiéreme,
Ay, quiéreme a mí, Marcelina,
quiéreme.

Ocasionalmente una pareja madura de hombre y mujer salen a bailar. Se unen como si fuera una plena pero luego hacen sus solos mientras que su contraparte se mantiene en la periferia. Están tocando Guelo en el requinto y Pirulí en el seguidor. Guelo repica y hace movimientos con sus dedos en el aire sobre el cuero del tambor. Son movimientos rítmicos y silentes que alternan sobre golpes al parche. Pirulí le saca un muy buen sonido al tambor seguidor. Él es especialista en ¨ jalar¨ la bomba mientras que otro repica. Guelo también baila. Juana Osorio entonó un corvé sabroso que fue reforzado por dos coros alternados:

¡Ay!, la ardilla se va,
¡Ay!, la ardilla se va a correr…
¡Mírala como va a correr!
¡Ay!, la ardilla se va,
¡Ay!, la ardilla se va correr…
¡Alza el rabo y se va a correr!

A algunos metros podemos ver a Chichito y a Juan Casanova acercarse al negocio de Toló, el hijo de Presbítero Cepeda Ayala. Don Presbítero es el dueño del local. Toló es el actual administrador del negocio de su padre. Chichito y don Juan se acercan al local y son llamados por Guelo y Pirulí quienes les ceden sus lugares. Se sientan Juan y Chichito sobre el banco reservado para los tocadores de bomba. Estos músicos son ya sesentones. Cuando empiezan a tocar, los tambores suenan de otra manera. Salen otra suerte de sonidos que aún no habíamos escuchado esa noche. Suena mágico, cautivador. Los que tocan son auténticos veteranos de los barriles de bomba. Chichito toca el requinto o tambor de sonido agudo que se usa para los repiques. Juan toca el seguidor. Una niña se echa al bolsillo al público presente. Los cautiva con su gracia y su gran autoestima. Le apodan Mechi. Ella demuestra su dominio del género por medio de sus ágiles pasos y su picardía de niña traviesa. Mechi termina su baile saludando a los espectadores con un beso que arroja con su manito derecha. De pronto entra a la escena don Julio Cepeda González, un viejito setentón, muy esbelto y simpático que baila la bomba clásica de Ña Macú y Ño Caún. Julio pide un cocobalé. Doña Juana Osorio inicia el seis de bomba con su rítmica melodía:

Cocobalé, cocobalé mi señora, ¡E!
Los demás presentes le contestan:
¡Cocobalé!

Doña Juana y otras damas prosiguen:
No vale un real, no vale un real la señora, ¡E!

El coro de hombres le responde:
¡Cocobalé!

Juan Casanova le hace una señal a Chichito, quien entiende rápidamente y empieza a tocar el ritmo del seis corrido propio del seguidor; se intercambian sus partes sin trocar los tambores. Juan inclina su barril, o bomba, hacia el frente hasta acostarlo sobre el suelo con el cuero hacia el frente. Se le sienta encima al tambor, sobre la madera del barril. Él mira fijamente hacia los pies del bailador, su contendiente, don Julio. El bailador lo reta con su pose característica de señalar al instrumento. Don Juan reconoce que Julio es un gran contrincante, un conocedor más que respetable y ejecutante capaz. Hacen de rivales retantes aunque siempre corteses. Fluyen los pasos de baile que son traducidos, convertidos, al lenguaje del tambor por ese quien toca el instrumento de sonido agudo. El baile exige ritmos simultáneos del bailador y del músico del tambor. A la vez deben ser espontáneos o improvisados. Don Julio mueve sus brazos y torso súbitamente como si hubiera recibido un correntazo eléctrico. Busca sorprender al tocador de requinto. Su brazo izquierdo, el del bailador, queda como a treinta centímetros de su mentón. A la vez su brazo derecho fue puesto cerca de su costado. Ambos puños de don Julio están cerrados de manera relajada. Sus movimientos no manifestaban ni sugerían rigideces. El bailador cruza su pierna derecha al frente de la izquierda para luego pisar e impulsarse levemente hacia atrás. De momento, don Julio, siempre sonriente, pone sus brazos a cada lado de su abdomen como si llevara una bandeja invisible mientras se inclina levemente hacia el frente, de la cintura hacia arriba, a la vez que da pasos con ritmo de semicorcheas para detenerse erguido, justo en el primer tiempo de un compás, ante el retador y percusionista. Juan está muy alerta ante cualquier paso del bailador. Julio cuenta el segundo tiempo de ese compás de dos por cuatro para continuar con más semicorcheas. Repite esa hazaña mientras Juan le marca los pasos como si tuviera una especie de telégrafo afroantillano. Entonces Julio sorprende a los presentes con un sabroso buleo, un paso breve, continuo, rítmico, regular y bien, bien pícaro sobre el cuero del tambor, la bomba. Cuando menos se le espera, don Julio provoca golpes con movimientos súbitos y simultáneos de los brazos pero en direcciones contrarias. En ocasiones pide un golpe con ambos brazos mientras baila y vocifera por su gusto y regusto por lo que hace, el bailar bomba, con una interjección enérgica y monosilábica ¨¡Ja!¨. De manera inesperada hacía variaciones diversas de sus pasos cambiantes para luego hacer otro buleo con sus manos sobre sus cintura. Se muestra extrovertido y alegre. La competencia entre el bailador y el percusionista dura unos siete minutos. Se acaba el seis de bomba. Don Julio se retira del área del baile. Todos los espectadores quedan satisfechos ante tal espectáculo.

Juana Osorio, la cantadora principal, inicia un nuevo seis de bomba:

De mi reina es, lelé,
De mi reina es.
De mi reina es lelé,
Si la veo se lo diré.

Y una vez que yo lavaba
por el río de Guaimaré
se me perdió el pañuelo;
La lavandera lo encontró.

De mi reina es, lelé,
De mi reina es.
De mi reina es , lelé,
Si la veo se lo diré…

Bailó Aníbal el Gato. Luego bailó la muchacha apodada La Chacón. Algunos visitantes se emocionaron y también bailaron dentro del área frente a los dos tambores. Otras personas compraban cervezas, tragos y refrescos en el negocio de Toló, a la izquierda del área de la bomba. Hay un techo de cinc y una bombilla que alumbra el área. Hay dos ventanas que dan acceso a los refrigerios que se expenden en el local. Se pusieron a cantar con gran picardía o travesura:

Ay, comadre,
Tráigame la ropa;
Tráigame la ropa
Que yo me voy con el quincallero.

Estaba dormida
con un dulce sueño y
tráigame la ropa
que yo me voy con el quincallero.

Estaba dormida
con un dulce sueño;
Me encontré
entre los brazos de otro dueño

Cuando desperté
de mi dulce sueño,
fue que me encontré
entre los brazos de otro dueño.

Ay, comadre,
Ande ligero;
Tráigame la ropa,
Que yo me voy con el quincallero.

Otra dama joven participa en el baile. Ella atrae la atención de los espectadores con su porte, gracia y picardía.

Arriba, pacholí,
Pacholí no tiene amores,
Arriba, pacholí,
Pacholí, rey de las flores,
Arriba, pacholí,
Pacholí, no tiene amores,
Arriba, pacholí,
Pacholí, rey de los soles…

El baile de bomba siguió hasta las dos de la mañana. Se turnan músicos, cantadoras y bailadores hasta que alguien dice: ¨Ya está bueno¨. Los que aún quedan por allí paulatinamente van recogiéndose en sus casas hasta el próximo baile de bomba.

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Emanuel Dufrasne González
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