El proyecto humanista de occidente
El que no mira para Oriente es porque está desorientado.
-Rafael Tufiño
I
El proyecto humanista de occidente está quebrado y se despedaza, a pesar de las defensas enérgicas y comparativas de los occidentalistas. No cabe duda de que el occidente es abarcador y lleva narrativas oficiales complejas en cuanto a sus políticas internacionales, pero visto como proyecto unificador de (pseudo) valores estandarizados es un fiasco. Demasiado se nombra un avance occidental frente a las civilizaciones orientales, pero a menudo no es otra cosa que la repetición de un discurso que se creó para explicar la manera dogmática que sostiene y consolida el poder. El poder de la violencia y de la discriminación humana, si me permiten resaltar estos dos anticipadamente, como cimientos del poder político antes mencionado.Lxs defensorxs occidentales con frecuencia emplean referencias a inmoladores musulmanes como ejemplo contundente y definitorio para zanjar cualquier discusión, no digo ya debate, en torno a lo que podríamos (mal) llamar la supremacía del legado occidental. Basta una referencia vaga en torno a los niqab y los burkas para que los favorecedorxs azucen al blasfemx que se atreva a relativizar y echar perspectiva sobre asuntos como estos, tan ajenos a la sofisticada modernidad.
Para esta reflexión aprovecho las notas tomadas en la magistral conferencia que Willy Apollon, -psicoanalista, filósofo y antropólogo de origen haitiano– ofreció en la Universidad Sagrado Corazón en febrero de 2011. Me apoyaré cuidadosamente en su erudición para resignificar lo que pienso es pertinente compartir en este espacio. (De antemano pido disculpas por todo el conocimiento que este bondadoso hombre compartió esa noche lluviosa y no me es posible agregar.)
La idea de que la historia comienza con la interpretación occidental de la verdad es el típico vaso de agua a medio llenar: no es del todo falsa, solo que funciona mejor para aquellos proclives a la imprecisión histórica. Lo relativo aquí, si me permiten, solo sirve para demostrar el desconocimiento de fondo sobre la historia de las civilizaciones del planeta, lo que denota, a mi juicio, uno de los múltiples rasgos de prepotencia occidental.
En occidente, por ejemplo, durante siglos, lo que era admitido procedía de la religión, y posteriormente lo ha sido a través de la ciencia. Dos eras historiográficas harto complejas y violentas que resumen satisfactoriamente el proyecto humano occidental que nos toca vivir aceleradamente.
Si antes fue el cristianismo el cauce de la verdad, la ruta controlada del uso de la violencia y el discrimen; la ciencia, antítesis salvadora del raciocinio humano, se sirvió de un terreno etiológico muy similar, a través del discurso capitalista y su inscripción perversa de poder en todos los ámbitos.
II
Lo que se admite en occidente como “recibible” –término acuñado por Apollon para referirse a la aceptación y la aprehensión– repetidas veces adviene de los dos paradigmas antes mencionados. Por ello el psicoanalista advierte sobre la encomiable redefinición de lo que se espera del proyecto humanista de occidente, a menudo equivocado con la globalización, que –aclara– refiere solo a un fenómeno económico, caso contrario la mundialización, cuyo proyecto basal es la parte humana. En palabras del estudiante de Gilles Deleuze y colega de Jacques Lacan, “no se trata solo de romper el imperio, se trata del fin de una época en la que se observa lo humano”.
De acuerdo a su planteamiento, “el hombre es el centro de todo y no dios. La ciencia se convirtió en la más relevante ‘razón’ del proyecto humano”. Es decir que esta rama de conocimiento retomó el lugar de la religión. Sí Galileo cambió la noción de la verdad y amenazó la dogmática cristiana; como efecto se cambió la visión occidental en general, pero el discurso de la “lógica de la verdad” sigue siendo inapelable.
El capitalismo retomó el discurso de la realidad en conjunto con la ciencia. Y lo demás –a grandes rasgos– ha funcionado de manera parecida. Pensemos en cómo se sostiene la violencia y el poder por el control.
Con todo eso, Apollon nos recuerda que en otras civilizaciones, como la árabe, judía, asiática y africana, por destacar algunas, el concepto transformador de “la verdad no se vivió a través del capitalismo, ni siquiera el concepto mismo de la verdad se desarrolló como se hizo en occidente. Una vez más, en ese sentido el proyecto humanista es tarea autóctona de occidente. Como sugiere el historiador Pablo S. Torres Casillas en su trabajo doctoral, “mediante la historia natural se construyó una ‘conciencia planetaria eurocéntrica’ en la que las naciones occidentales expandieron su dominio e influencia alrededor del mundo y que abarcaron varios órdenes: ciencia, economía, ideología.”
Pero Apollon también establece que, aun cuando el hombre en su carácter “libre” decide lo que puede “recibir” y que eso también es parte fundamental del proyecto humanista, los criterios de las leyes y de los sentidos en occidente se sostienen en constante contradicción entre las aspiraciones históricas del hombre y los medios que el hombre cede en la ciencia para saciar tales inspiraciones.
III
Después de todo, hay cosas que la ciencia no puede saber, no puede tan siquiera estudiar, consecuentemente carecen de exposición en sociedad. “Se le escapan”, articula Apollon. La ciencia no puede precisar discurso alguno de las experiencias personales de las civilizaciones; no existe un laboratorio para catalogar los deseos, la conciencia, ni reproducir la imaginación de las personas. Evidentemente, generalizar sobre colectivos nacionales sería una labor incauta.
Sin embargo, existe un vasto cuerpo de conocimiento basado en las representaciones mentales, a modo universal, lo que se vive a través de las emociones, las experiencias que llevamos dentro. La forma en que nuestros deseos y pulsiones se mezclan, se matizan.
El psicoanalista –miembro fundador del respetado Giffric 388, centro pionero de tratamiento de la psicosis, en la ciudad de Quebec– sostiene que el deseo y la conciencia se convierten en la imaginación: generadora de acciones. De modo que lo que se experimenta tiene un impacto y relevancia mayor a lo que “se dice”, aunque no todo es “decible”. De hecho, nuestra formación primaria infantil está constituida de sucesos de vida que jamás se pudieron comunicar. La marca del lenguaje en los seres humanos determina buena parte de nuestra evolución individual. Pero previo a esta etapa –feto-bebé-infante– quedan inscritos en nuestro sistema neurofisiológico todas esa cosas no dichas designadas en un gran sistema psíquico llamado inconsciente.
Afirmemos que hay parte de la humanidad que no está expresada en la civilización y que a su vez hay parte de la humanidad que es rechazada por la civilización pues hay “cosas” que “no se pueden apalabrar”. Con lo cual, buena parte de nuestra historia, particular-personal y en conjunto, subyace en estado latente de censura.
Después de todo, la mirada antropológica de Apollon lo que propone que saludemos sin prejuicios es precisamente esa transmisión de lo no dicho, lo que culturalmente reprimimos porque “lo no expresado regresa en las nuevas generaciones”, recuerda.
Finalmente, las sociedades modernas crean conciencias colectivas a las cuales se les haga posible (y fácil) manejar lo que es admisible. Asimismo, ese conjunto de casos y cosas que no son “deseables” para los contrafuertes hegemónicos son eliminadas de formas violentas. En cambio, el psicoanalista exhorta a que “la violencia no hace otra cosa que expresar lo que está en nosotros y es deseable, pero no se puede recibir en la sociedad”.
Un fenómeno sociopolítico representativo fueron los eventos enmarcados en la Primavera Árabe, específicamente lo ocurrido en Egipto y Túnez. Con toda probabilidad lo que sobrevino violentamente a estas civilizaciones es “algo que no se puede nombrar”, por eso salieron a la calle enérgica y violentamente a decir basta ya.
Para ir concluyendo y extender las palabras de Apollon al contexto cívico insular, si queremos abordar la crisis de violencia en la que estamos sumidos desde hace años, sería provechoso revisar nuestro contexto nacional como parte del proyecto humanista al que pertenecemos: capitalistas, cristianos, occidentales y colonizados. Un proyecto no solo despedazado, sino también despiadado.
Como aparato anticuado que estorba, molesta el desproporcionado proceso de alienación en la psiquis nacional. Parafraseando al psicoanalista puertorriqueño Alfredo Carrasquillo, la imposibilidad estructural de la situación socio-política puertorriqueña se mantiene cuando menos en una etapa de adolescencia perenne. Agrego por mi parte que como adolescentes que atraviesan cuestionamientos difíciles de apalabrar y cuyos procesos biológicos experimentan descontroles, la violencia y el temor boricua son claros síntomas de ello.
Por esta razón, si aspiramos a dejar algo distinto para las generaciones por-venir tenemos que elaborar propuestas sociales que hagan honesto y generoso el valor de la humanidad que nos conforma y que, irónicamente, ha sido olvidado en el mentado proyecto humanista al que pertenecemos. Porque lo rige la economía global y lleva muy poco de mundialista, concepto que Apollon dirige insistentemente hacia la solidaridad con las diferencias, las particulares y las colectivas.
La idea de que grupalmente podamos pensar en que la única garantía de la supervivencia es la ética, nos hará sobreponer el bienestar grupal por el de nuestra pequeña persona.