Epístola a José M. Saldaña
Pensar es radical…
Citamos:
«No es de extrañarse – aunque debe censurarse- el que miembros de la Junta de Síndicos por razones de pura politiquería partidista, obstruccionista se opusieran al nombramiento (de Ana Guadalupe). […] Creo que es necesario poner todas las objeciones y protestas que han trascendido respecto a este nombramiento en su justa perspectiva ya que se ha querido transmitir por todos los medios una versión acomodaticiamente distorsionada de la realidad. […]
«En varias ocasiones y en varios escritos he manifestado que desde un principio en la Universidad de Puerto Rico ha existido un grupo sustancial del profesorado que son activistas de tendencia política de izquierda, particularmente en las facultades de las Ciencias Sociales, de las Humanidades, Comunicación y Pedagogía. Este grupo promueve y manifiesta su fuerte apoyo a la independencia del país, al nacionalismo y al socialismo. Lo que más claramente define a esta subcultura académica es el compromiso con la idea de que es urgentemente necesario un cambio político y que éste tiene que lograrse solamente por un proceso revolucionario.
«Muy significativo es el hecho de que cuando hay administraciones universitarias que pueden considerarse débiles, populistas y con sesgo ideológico hacia la izquierda – como la anterior – estos elementos proliferan y ganan acceso a la alta jerarquía institucional obteniendo considerable poder para transmitir sus idearios más allá de los recintos universitarios por medio de actividades académicas oficiales como conferencias, simposios, talleres… etc.
«En ocasiones anteriores he manifestado que esa opción de cierre es posiblemente la más adecuada y necesaria para repensar de arriba hacia abajo a ese recinto que las más de las veces aparenta haberse salido de su cauce y ser ingobernable. A los efectos de buscar alternativas ante esta posibilidad, me permito sugerir –entre otras-que se considere seriamente cerrarlo y trabajar para convertirlo en uno principalmente de programas graduados y de escuelas profesionales. Mover los programas de bachillerato a otras unidades del sistema. Mover de ese campus toda la investigación de ciencia y tecnología, creándose para ello institutos autónomos o independientes.»
Firma este artículo de opinión, – publicado por el periódico El Vocero el 28 de octubre-, como ex Presidente de la UPR, el Dr. José M. Saldaña.
Si me encontrara en medio del camino de mi vida en una selva oscura y, como Dante Alighieri en compañía del poeta Virgilio, tuviese que bajar al infierno, me preguntaría quiénes serían los personajes, entre mis contemporáneos, que colocaría en los distintos círculos del infierno. La osadía de Dante, además de sus compromisos políticos en defensa de los güelfos, los cuales le opusieron al Papa Bonifacio VIII, le costó el exilio. En su Divina comedia se atrevió a concebir un infierno de este mundo, por tanto, no un juicio postergado al futuro de una vida después de la muerte. Dante otorga de cierta forma una supremacía moral al poeta. Sólo el poeta puede bajar al infierno, vivo, y regresar a este mundo a escribirlo. El poeta es, por consiguiente, la memoria que regresa de los bajos mundos. Asimismo, Dante concibe al poeta como el que contempla la decadencia de sus contemporáneos. Por eso no lo pensó dos veces cuando se trató de nombrar por su nombre propio a ciertos papas, los poderosos de su época. Entonces, también digamos que Dante concibe el pensar de la poesía cercano a una cierta idea de la justicia. Ésta no está muy lejos de esa justicia retributiva previa a la era moderna, que consistía en castigar de acuerdo a lo que se había hecho: un castigo merecido. Una justicia que se concebía como punitiva. Dante, no obstante, se reserva el derecho supremo de simpatizar con algunos de los condenados del infierno, y no con otros. Así, al hacerlo, discrepa de una interpretación estricta de los sacramentos cristianos.
Cuando digo que el poeta contempla, no lo hace desde una superioridad ¿pues qué significa después de todo que el poeta tenga que arriesgarse a ver los tormentos del infierno para entonces ir depurando su canto y poder alcanzar una cierta idea de la belleza y de la justicia? El poeta no sale incólume de esta travesía. Ahora bien, le toca la videncia, es decir, el acto responsable de contar lo que vio. Por tanto, denunciar y nombrar mediante la palabra poética el mal moral. La puerta del infierno, tantas veces citada por los sobrevivientes de los campos de la muerte nazi o por los poetas rusos, como Ossip Mandelstam, reza así: «Antes de mí nada ha sido creado que no sea eterno, y yo duro eternamente. El que aquí entre pierda toda esperanza». Dante entonces escribe y piensa lo intolerable, un infierno como lugar de condena y de dolor. Cuestión de perspectiva: el poeta es sensible al dolor, al sufrimiento, ve, sufre y escribe.
¿A qué viene esta breve alusión al poeta florentino? ¿Por qué el artículo del ex Presidente de la Universidad de Puerto Rico, José M. Saldaña, me vuelve al paisaje del infierno dantesco? De cierta forma, leo ese artículo y creo experimentar el horror de ver el infierno con todos sus círculos: aquellos en los que se dirime el futuro de la Universidad de Puerto Rico, y en particular el Recinto de Río Piedras, de espaldas a la comunidad que le da vida a ese lugar. Siento leyendo ese artículo que a ese infierno no se puede bajar solo. Sólo puedo leer tan desgraciada prosa acompañada de poesía. Sólo la voz poética puede responder, puede elevarse sobre tan prosaica pobreza del pensar, y el hecho de que el señor Saldaña tenga tan pocas razones universitarias y académicas para recomendar el cierre del Recinto de Río Piedras. Digamos que las razones que hacen defender la perennidad de la idea de la universidad, se asocian con la poesía en tanto que acto de palabra radical.
Invoco a Dante también porque me quiero dar una cierta licencia poética y condenar a una suerte de infierno hipotético al ex presidente de la Universidad de Puerto Rico, Dr. José M Saldaña. Quiero declararlo por este medio persona non grata de la comunidad universitaria de la que reclama ser ex alumno. Fue estudiante de la Escuela de Medicina, institución que también dirigió. Cuando digo licencia poética, pienso en el gesto de Dante que es poético no sólo por la belleza que la métrica en la lengua italiana le confiere, sino también porque redefine lo poético como aquello que nos compete a todos en tanto que sujetos que debemos ser testigos de nuestra era. El poeta, lo poético, tiene que ver con ver y escribir, con ver y anotar, con ver y saber leer e interpretar. Tenemos, si somos poéticos de este modo, que escribir para rectificar la moral tergiversada de aquellos que sólo gozan del prestigio porque son poderosos.
Mi infierno es, como lo fue en su tiempo para el poeta florentino, una denuncia. Una forma de acusar a un adversario poderoso, y contra el cual sólo me queda la palabra y el pensar: lo único que posee una intelectual. Y porque seguramente, en un mundo dirigido por este señor con capacidad de producir espacios infernales, a mí y a algunos otros de los que él llama radicales, sin saber lo que dice, nos tocaría también el exilio, la desidia y la miseria. En otras palabras, la exclusión en todas sus formas. Pues el proyecto de cierre de la universidad persigue acallar, excluir, no dejar ni un solo espacio de la cultura al pensamiento y a la figura del intelectual. Borrar del mapa la disidencia es el propósito explícito en un país que se le tiene tanto miedo a la palabra inaudita, a la palabra que llamo poética. En los futuros alternos pero sin alternativas ni opciones del Sr. Saldaña, no hay cabida para el pensamiento radical, es decir, para el que piensa. Radical es, según el Sr. Saldaña, ser de «izquierda radical», tendencia que tiene como su predicado «la independencia del país, el nacionalismo, y [e]l socialismo».
Lo que más le preocupa al Sr. Saldaña y que él denuncia es que «esta subcultura académica [tiene] el compromiso con la idea de que es urgentemente necesario un cambio político y que éste tiene que lograrse solamente por un proceso revolucionario». Le di a leer este artículo a un estudiante de segundo año de la Facultad de Humanidades y me dijo que le parecía que el autor lo había escrito durante la guerra fría. Sí, sí. Nos parece una retórica anacrónica. Tal parecería un franquista de la falange refiriéndose a los rojos y a los comunistas. Si entramos en la lógica temporal de esta perorata ideológica, – palabra que el Sr. Saldaña usa como si sólo esos grupos fuesen los únicos que tuvieran ideología (entiéndase que sólo es ideología el pensamiento de izquierda), y él no -, él viene a poner «en su justa perspectiva» lo ocurrido en torno al nombramiento de la nueva rectora del recinto, Dra. Ana Guadalupe, quien fue confirmada sin contar con la mayoría de los votos de los síndicos. Él no tiene ideología, no tiene «razones de pura politiquería partidista». Entremos pues en la lógica anacrónica y demagógica del Sr. Saldaña. Aceptemos por un momento su escenario maniqueísta: de un lado, una «casta, un profesorado de pensamiento de izquierda radical» y del otro, él, y los grupos que quieren cerrar la universidad, que supuestamente no tienen razones partidistas ni políticas. Un discurso que en primera instancia invoca la censura para todos aquellos que se oponen, y que prescribe el cierre de la universidad, Recinto de Río Piedras, para operar una suerte de depuración étnica del pensamiento radical. Ése es el escenario en el que se mueve este discurso.
La pregunta no es cuán acertado es ese escenario que toma como base discursos de la guerra fría para promover otra vez el miedo al socialismo, al espectro del comunismo, a la independencia, al nacionalismo, a la revolución que (¡uhhh!) se cierne sobre Puerto Rico. ¡Vaya amalgama! Pues si tantas décadas llevamos «esta casta de radicales de izquierda» haciendo nuestro trabajo ideológico, ¿no deberíamos ya haber producido la hipotética revolución deseada? Por tanto, ¿qué razones se esconden en ese discurso de cierre de la universidad, de desmembramiento del Recinto de Río Piedras? No son buenas razones altruistas las que explican este plan de “salvación”. Muy al contrario, éstas se insertan en la peor tradición de una ideología anacrónica que todavía aspira a la limpieza de rojos y de “salvación”. ¿No se trata pues de eliminar la disidencia?
Dice el Sr. Saldaña: «En varias ocasiones y en varios escritos he manifestado que desde un principio en la Universidad de Puerto Rico ha existido un grupo sustancial del profesorado que son activistas de tendencia política de izquierda, particularmente en las facultades de las Ciencias Sociales, de las Humanidades, Comunicación y Pedagogía. Este grupo promueve y manifiesta su fuerte apoyo a la independencia del país, al nacionalismo y al socialismo. Lo que más claramente define a esta subcultura académica es el compromiso con la idea de que es urgentemente necesario un cambio político y que éste tiene que lograrse solamente por un proceso revolucionario». En la formulación de estas afirmaciones difamatorias en las que se amalgama a todo el profesorado de las facultades mencionadas – que pertenecen a todas las tendencias del espectro político – se habla de un principio, se dice «desde un principio en la Universidad de Puerto Rico ha existido un grupo sustancial». ¿A qué principio se refiere? ¿Se trata del principio, origen histórico de la universidad? En otras palabras, ¿desde que la universidad se fundó en 1903 «ha existido un grupo sustancial… de activistas de tendencia política de izquierda»? No queda claro a qué temporalidad se refiere este escrito. Pues si fuera histórica y nos remitiera a la fundación de la Universidad, sería completamente falsa. Le recomendaría al Sr. Saldaña que leyera el libro Frente a la Torre para volver a situar los orígenes y la fundación histórica de la Universidad en Puerto Rico.
Ahora bien, si este relato no alude a un pasado histórico, está ficcionalizando un origen. En otras palabras, es una quimera que intenta armar un relato de fundación para justificar una acción: «A los efectos de buscar alternativas ante esta posibilidad [cerrar el recinto de Río Piedras], me permito sugerir –entre otras – que se considere seriamente cerrarlo y trabajar para convertirlo en uno principalmente de programas graduados y de escuelas profesionales». La universidad sería en este relato ficticio que no se puede localizar en la historia un lugar que ha resguardado y protegido «un grupo sustancial del profesorado que son activistas de tendencia política de izquierda». Tendríamos que rectificar este relato extensamente con hechos históricos, y no es nuestro propósito aquí. Ciertamente, la historia de la Universidad refleja la historia del desarrollo de los pensamientos políticos de Puerto Rico, de todas sus tendencias. Pero es muy diferente a querer establecer que – «desde un principio» -, es decir, desde siempre, la universidad resguarda un mal, esa “casta de pensadores radicales”, y que por tal razón hay que desmembrarla para matar de raíz aquello que se alojó en ella de forma perenne y eterna, desde su origen.
Sr. Saldaña, soy radical y pienso radicalmente, pero le voy a aclarar por qué. No sin antes explicarle qué quiere decir «radical», al menos, en primera instancia, etimológicamente. Soy profesora de literatura comparada y no puedo evitar ir hasta la «raíz» de las cosas, como cualquier buen humanista. La palabra «radical» precisamente tiene en su etimología la idea de «raíz». Así que, en primera instancia, cuando hablamos de radical estamos yendo a la raíz de algo, a su origen histórico, a su fundamento. Luego, tenemos usos variados de esa palabra en el vocabulario matemático, por ejemplo, hablamos de sacar un radical, en química se dice que hay radicales libres, «una molécula (orgánica o inorgánica), en general extremadamente inestable y con gran poder reactivo», dice el diccionario, y en política «una posición que busca ir al fondo o a la raíz de las cosas». Pensar radicalmente supone comportarse como «esas moléculas inestables y con gran poder reactivo», que transforman, causan cambios y por supuesto revoluciones históricas. Pues pensar, Sr .Saldaña, es siempre un ejercicio radical, un movimiento que, en conjunto con las fuerzas de la imaginación infinita y sublime, recorre e inventa paisajes nuevos. Como, por ejemplo, el infierno de Dante, que nadie había imaginado ni visto.
La poesía y lo poético suponen un pensar otro y de lo otros, y en ese sentido, siempre chocan con el establishment del saber institucionalizado. Lo poético siempre reinventa la gramática de una lengua, es decir, revoluciona el lugar común del pensar y de un idioma. ¿Estaré siendo muy radical? Ciertamente. A todos los niveles de mi locución. Quiero decirle que leer también es un ejercicio radical. Transforma al que acomete tan noble y humilde tarea de abrir un libro y de vulnerarse a lo que viene de ese otro mundo. Por eso creo que sí, que cuando enseño soy radical y que leo con mis estudiantes autores radicales como a Sófocles, Dante, Shakespeare, Galileo, Descartes, Diderot, Voltaire, Kant, Freud, Einstein, entre otros. Todos ellos son radicales, pues ninguno de ellos visita el lugar común, ninguno de ellos le teme a la actividad más rebelde que es pensar e imaginar otros mundos. ¿Y son revolucionarios? Pues así lo creo. Totalmente revolucionarios. Desearon y escribieron para transformar el mundo que les rodeaba. Es quizá la única razón, o al menos la más excelsa por la que se pueda uno encerrar por voluntad entre cuatro paredes a escribir. ¿Transformar el mundo digo? ¿No es eso lo que se supone debe hacer la educación, y en particular la educación universitaria? La historia de las ideas – las humanidades – eso que estudiamos en las llamadas ciencias humanas, – (las facultades que en la universidad del Sr. Saldaña desaparecerían, y no estamos precisamente ante un Kant, ante un nuevo conflicto de las facultades) – es una larga ristra de eventos del pensar, de transformaciones y de luchas que implican cambios y que sólo aquellos que con cierta osadía se atreven, realizan. Y pagan con sus esfuerzos, exilios y censuras. Las universidades son espacios de disidencia desde su creación en la época medieval. Ya hubo huelgas en la universidad medieval, y ni hablar de los movimientos estudiantes del siglo veinte: Mayo del 68 o Tian’anmen.
El señor Saldaña imagina, enuncia y escribe un país, Puerto Rico, sin la Universidad de Puerto Rico. ¿Por qué ese odio a la Universidad de Puerto Rico de alguien que fue Presidente de tan augusta institución? Una universidad que tiene 107 años de historia. Es una de las instituciones más antiguas del País y que mejor le ha servido, pues cumplió con el cometido de modernizarlo. De lo que se trataría todo esto es de terminar con la modernización de Puerto Rico, de cierta forma, terminar con la Historia e instalarnos en un tiempo mítico y absurdo sobre el que se apoya toda forma de discurso totalitario.