Fantasía tropical: cuento para fomentar el turismo
I wish I’d never set eyes on your infernal island.
-Island of Dr. Moreau/H.G. Wells
Nice touch, piensa el turista mientras desenrosca la tapa de la botella y se sirve un trago en el vaso cristal de roca estratégicamente colocado al lado de una hielera repleta sobre la mesa del apartamento alquilado a corto plazo. El calor de afuera es un clisé infernal, pero el fresco del aire acondicionado que sale susurrando de la consola inverter – otro clisé de aclimatación tropical- sin duda invierte favorablemente la ecuación. A veces un clisé puede ser aquello que contrarresta y derrota otro clisé. Una parte del libreto que desencarrila el libreto, pero eso ya sería anticipar. Los números lumínicos en la consola indican 72 grados Farenheit. El contraste de esta temperatura con los asfixiantes 97 grados que abrasan la calle afuera es marcado y delicioso. He sido yo quien ha determinado de antemano esa temperatura para el termostato en el dispositivo remoto del aire, luego de buscar en google la temperatura perfecta en el verano tropical y restarle algunos grados para asegurarme que luego la piel y el cuerpo del turista no sufra demasiado después. Hay razones para todo en esta vida. Hasta para la frialdad. También he sido yo la que ha dispuesto la botella, la hielera de plata con asas y tenazas barrocas y el vaso de cristal en la mesa de madera fina que hace de comedor en este apartamento Airbnb. ¿Y quien ha sido la que ha hecho toda la limpieza de este apartamento asegurándose de que todo esté inmaculado sino esta humilde servidora? Es importantísimo, imprescindible que todo esté perfecto para la llegada del huésped. Es nuestro deber hacer lo más placentera su estadía. Welcome, es después de todo como lee la palabra impresa en la alfombra verde con letras alegres y amarillas que siempre recibe las primeras pisadas de los huéspedes . Bienvenido. ¡Otro clisé! No será el último con el cual se topará quién sea que esté leyendo esta fantasía tropical.
Aunque nadie nunca me pregunta nada, yo siempre he pensado que para que el turismo funcione tiene que haber un balance entre la familiaridad y la sorpresa. En eso se parece a la vida. Demasiada familiaridad aburre. Demasiada sorpresa puede espantar. Una vez el visitante gringo oprime el código correcto en la candado de combinación abajo en el portón, extrae la llave, la inserta en el candado, abre la puerta e ingresa en la propiedad, todo ocurre como sacado de un libreto predeterminado, igual que el desenlace de este relato. Comenzar a leer una historia es como entrar a una casa tomada: no hay forma de salir en el mismo modo en que se entra. Pero en ese guión siempre hay cabida para la improvisación. El turista -al igual que el lector- no conoce el verdadero desenlace hasta llegar al final del relato, de la historia, del viaje, de la lectura misma.
Este turista se apura el trago de dos sorbos largos, se limpia los labios con el dorso de la mano y se dirige a la habitación del apartamento, arrastrando su maleta de rueditas Samsonite. Roja. Material sintético. Ni muy cara ni muy barata. Una búsqueda de Google revelaría que es la maleta más común y corriente. La falta de originalidad es una cualidad típica del turismo barato, pero también es tremendo camuflaje cuando se quiere pasar desapercibido. Una vez en el cuarto, procede a desabotonarse la camisa enchumbada de sudor. Es una camisa hawaiana, atiborrada de palmeras y de guacamayos estridentes. Todo un clisé de paraíso tropical plasmado en tela 60% poliéster. El turista da unos pasos hacia el closet, lo abre y la cuelga de un gancho de ropa de los que yo he dispuesto minuciosamente a una distancia equidistante en el tubo del armario. No sé si algún cliente se ha percatado alguna vez de este detalle. En algún lugar he leído que estás compulsiones simétricas son cualidad de psicópatas. Puede ser. Yo soy fanática del orden, eso es todo. Nice touch, piensa el turista, una sonrisa de aprobación en los labios. Para este turista el detalle simétrico no pasa desapercibido. El aire acondicionado susurra su refresco y la piel del gringo se torna de gallina. Los pezones colorados se le erizan en el pecho desnudo. ¡La piel humana es un guión tan predecible! Un libro abierto para quien sepa leerlo, y una página idónea para garabatear mensajes.
Yo no puedo ver nada de esto, por supuesto. ¿Quién es testigo de estas operaciones silenciosas, entonces? La magia de la omnisciencia limitada. Yo me hallo acá atrás en la cobacha, el cuarto del apartamento donde se almacenan las ropas de cama, de baño, los implementos de limpieza. Mapos, escobas, detergentes para limpiar superficies manchadas, etc. Como este edificio tiene un patio interior, también hay algunas herramientas de jardinería para el podado y el deshierbe, un rastrillo, unas tijeras, un machete, envolturas plásticas para la disposión de troncos y de ramas secas, etcétera. Precauciones necesarias y aprendidas después del huracán María. Esta es esa habitación privada llena de cachivaches que hay en algunos Airbnb’s que está vedada a los clientes y cerrada con llave y a la que solo tenemos acceso los dueños y la servidumbre. Estoy algo retrasada en los preparativos para el recibimiento, pero por suerte llevo puesto todavía mi traje de sirvienta, como siempre que hago este trabajo. Para este cliente será una sorpresa, pero acaso el mi ropa de servicio lo tranquilice. Puede que hasta lo excite. Ha pasado antes. ! ¡Ah! Otro clisé. Algunos huéspedes saben de antemano que hay alguien de servicio esperándolos en la propiedad rentada para darles la bienvenida. Otros no. Familiaridad y sorpresa. Nosotras tratamos de compensar esa inconveniencia cada una a su modo, o se nos obliga. En este caso, yo estoy más que dispuesta a recompensar. Por eso el traje de sirvienta.
Hasta ahora, no hay mayores sorpresas en el libreto de esta historia, en el itinerario de viaje de este turista que ahora yo escucho desde la cobacha mientras enciende el televisor plasma que cuelga de la pared en la habitación activando el mando a distancia. Están las noticias de CNN, como lo he dispuesto yo para su distracción y comodidad. Una mujer ancla rubia comenta la crisis de las criptomonedas. Nada que interese al turista. En un canal local, a esta misma hora un noticiero informa en vivo sobre una manifestación frente al Capitolio en protesta y exigiendo la derrogación de unas leyes que eximen de impuestos y proveen otros privilegios a inversionistas norteamericanos que -entre otras cosas- compren propiedades en Puerto Rico. Este apartamento donde se está quedando este turista es -de hecho- una de esas controvertidas propiedades. Walking distance… pensaría el gringo si estuviera mirando este canal local, si entendiera español. The irony of it all…Pero negativo a ambas. Trepa el turista la Samsonite a la cama que yo he vestido y acicalado meticulosamente -y es una pena- y va desempacando la maleta. Hay un meme que dice que las personas que desempacan su equipaje inmediatamente después de regresar de un viaje son psicópatas, pero no hay consenso sobre la gente que desempaca su equipaje de inmediato al llegar a su habitación de turista. Metódicamente, va sacando algunos contenidos de la maleta:
/unos pantalones chinos color kaki
/unos mahones marca
/unos loafers
/un tubo de gelatina anti-hemorroidal
/un par de flip-flops de goma con motivo de palmeras
/un rollo de duct tape
/una t-shirt con un happy face
/un traje de baño con motivo de palmeras (what else is new)
/una caja de guantes de latex
En el canal de CNN la comentarista rubia ha cambiado de tema. Ahora reporta que se buscan pistas sobre el asesinato de varias mujeres en distintos estados de los E.U. El modus operandi del asesino era el método estereotípico de los asesinos en serie de las películas: asfixiaba a sus víctimas estrangulándolas luego de atarle las manos y los pies con cinta adhesiva gris. Not even original, comenta la periodista con desparecio. Otro clisé. Los equipos forenses no hallaban huellas digitales ni en los cuerpos de las víctimas ni en las escenas de crimen. Se especulaba que el asesino usaba guantes. The usual.
Esta noticia sí parece reclamar la atención del turista, que frunce el ceño e interrumpe la extracción de su equipaje. Luego sacude la cabeza. ¿Nervios? Continúa desempacando, y lo último que saca de su maleta es una soga roja, meticulosamente enrollada. La meticulosidad es también una falta de la originalidad. Abre la primera gaveta de la mesa que está al lado izquierdo de la cama y allí guarda la soga, no sin antes acariciarla un poco como si fuera el lomo de un felino. Coloca la caja de guantes junto a la soga y cierra la gaveta. Luego sonríe con la sonrisa más temible que he visto en mi vida.
¿Qué cómo pude ser testigo de todo esto, de su sus gestos, de sus movimientos, de su súbita quietud y de su infernal sonrisa? Bien facil. He terminado mis preparativos en la cobacha del apartamento y he salido a saludar al huésped, pero el aún no se hapercatado de mi presencia. La puerta de espejo del armario me ha mostrado sus gestos, sus movimientos, su sonrisa infernal. He entrado a la habitación como quien dice de puntillas para no perturbarlo antes de tiempo porque quiero darle el recibimiento efusivo que se merece. Lo de las puntillas es un decir, porque en realidad llevo puestos unos tacos colorados. También llevo las manos tras la espalda como una buena empleada de servicio, un implemento de limpieza fuertemente agarrado en la mano izquierda. No quiero incomodar al huésped demasiado. Al contrario. Es hora de recompensarlo. Cuando me hallo parada justo a sus espaldas, le susurro una palabra en el cuello desnudo y sudado: bienvenido.
Su primera reacción es de estrepito y de alarma. Suelta un gritito que es mas bien como el chillido de un guacamayo. Dirijo mi mirada hacia la camisa hawaiana que cuelga en el closet y se me escapa una diminuta carcajada. Él da un salto y se voltea simultáneamente, pero la inercia lo empuja a caer de espaldas sobre la cama. Está todo sudado todavía, me lamenté. Va a ensuciar toda la ropa de cama. Cuando me vé allí parada con las manos tras la espalda como esperando órdenes, su rostro muestra sorpresa, pero después alivio y después deseo. Desde aquí puedo ver sus pezones colorados, largos y duros. Me acerco poco a poco a la cama, mis pasos uno delante del otro como caminan las modelos, dándole tiempo a que pudiera disfrutar de mis zapatos de tacones lejanos color bermejo crudo. Pude ver su respiración agitarse en el pecho, su erección abultándole el enfrente de los pantalones Bermuda. No se agotan los estereotipos, pensé. Sonreí. Creo que el hombre mal interpretó mi sonrisa.
The costume… I like it. Nice touch. susurra el turista relamiéndose los labios, los ojos lujuriosos ligándome las piernas, las liguillas que ataban las medias de satín al garter belt invisible bajo la falda diminuta de sirvienta. La falta de imaginación turística es una cosa fenomenal, y yo tengo las piernas lindas. Come over here, gruñe el turista desplomado sobre la cama, extendiendo el brazo izquierdo en mi dirección y reclamándome así así con el dedo índice. Get closer, girl. That´s it. El turista se acomoda en la cama, expectante. Se espatarra y por un segundo pienso que parece una mujer a punto de parir. Yo me acerco un poco más. Levanto la pierna derecha, y poso el zapato rojo sobre la cama entre sus piernas blancas y peludas. Good girl. Abre los ojos bien abiertos y se babea un poco cuando descubre que no llevo panties bajo la falda. Saco mi mano izquierda de atrás de mi espalda. My god, balbucea estremecido. Me pregunto si su agitación se debe a mi desnudez bajo la falda o por haber descubierto la intensidad de lo que le espera. Me pregunto si se imaginará que yo soy zurda. Bienvenido. Bienvenido. Bienvenido, repito sonriente una y otra vez, cada vez en voz más alta para enfatizar. Bienvenido, puñeta.
Qué mucho se va manchar el cubre camas, pensé. Fitted, le dicen ellos. Pues. If the shoe fits… Bienvenido, repetí una y otra y otra vez con entusiasmo. A cada repetición, un machetazo.