Ficción y realidad: adicción y explotación farmacéutica
Aunque el tema de “Journey” no es la adicción en sí, la realidad desfigurada que rodea al adicto contribuye a los problemas emocionales entre los cuatro miembros de la familia Tyrone y tensa los odios que ellos disfrazan con momentos de falsa ternura. Cada uno de los Tyrone tiene sus demonios definitivos que roen su alma, pero el foco luminoso que atrae a las polillas es la adicción. Además de la dependencia de la morfina de la madre está el alcoholismo del padre. Los efectos de ambas condiciones hostigan a los hijos y condena a unas interacciones hirientes que están enfatizadas por la sinceridad devastadora de los comentarios y las injurias de unos a otros. O’Neill desecha la idea que “a las palabras se las lleva el viento” y nos hace ver que son cuchillos que agujerean el alma para siempre. Esos cuchillos son los remanentes de un pasado que persigue sin tregua a los ya heridos y vuelven a penetrar en las heridas vivas que tocan la médula de asuntos que se debieron olvidar. La versión definitiva es el filme de Sydney Lumet (1962) en que los cuatro actores Katherine Hepburn, Ralph Richardson, Jason Robards Jr., y Dean Stockwell engalanaron la obra con actuaciones perfectas e inolvidables. Todo amante del cine debe verla.
El personaje principal de “Hatful” también sufre la marginación social que se asocia con el adicto y, como en el caso de los Tyrone, sus relaciones con su padre, su hermano y su mujer se han echado a perder por su adicción. Porque la obra fue la primera en hablarle al público de la presencia de traficantes y que el adicto vive del robo para mantener su “vicio” y pagarle a su suplidor, la mención de la droga y la presencia de posibles sicarios era sorprendente y le daba a la obra, tanto en las tablas como en el cine, un suspenso que hoy día parecería trivial.
Sin embargo, lo que me impulsa a traer el tema es la presente ola de adicción que desde 2010 rodea las drogas derivadas de los opioides, grupo al cual pertenecen la morfina y la heroína. Falta la película o el drama que indique que una nación en la que hoy día se desdeña la ciencia y cuyos habitantes creen que el conocimiento médico se adquiere de la red o de la televisión (hay un anuncio de TV y de cine que dice que si quieres saber algo, lo busques en ¡el Nuevo Día!) se han vuelto adictos gracias al mercadeo legal del opioide manufacturado oxicontin (Percoset). El medicamento, píldoras que funcionan como la heroína, fue aprobado para ser recetada en 1995 y, sus productores, la compañía farmacéutica Purdue y sus publicistas, convencieron a los médicos de que el medicamento tenía el mismo poder analgésico de heroína sin sus efectos adictivos.
Las ventas, cerca de donde se fabricaba, en el sur de Ohio y el este de Kentucky, fueron de tal magnitud que los bonos de los representantes médicos alcanzaron niveles estratosféricos. (T. Snyder, “The Road to Unfreedom”; Crown Publishing Group, New York, 2018). Pronto los números de ventas llegaron más allá de la altura del monte Everest: la población de Tenesí (seis millones de habitantes) consumió el equivalente a 70 pastillas por cabeza en un año. El memorando azuzando a los vendedores de ese estado a convencer a los médicos para que usaran dosis más altas de oxicontin doce horas aparte, lo que estimula la adicción, se llamaba “$$$$$$$$$$$$$ It’s Bonus Time in the Neighborhood!» (Harriet Ryan; Lisa Girion; Scott Glover; 7 July 2016, Los Angeles Time). Como dirían en Castilla ¡disgusting! Para 2015 noventa y cinco millones de estadounidenses estaban usando analgésicos opioides y, entre 1999 y 2016, sobredosis de estas medicinas mataron casi 64,000 personas (Snyder, ídem). Sin duda que los traficantes de hoy están a la vista de todos y la ley no los toca.
Por supuesto que para el consumo de una droga adictiva se necesita alguien que la promueva y alguien que la use. Es curioso que, de la producción mundial de oxicontin, Francia, Alemania, Canadá y Australia juntos consumieron en 2007 el 13%; los EE.UU. 82%. (International Control Board, 2009; University of Wisconsin Pain & Policy Studies Group/World Health Organization (WHO) Collaborating Center for Policy and Communications in Cancer Care. United Nations. Abril 2012). Peor aún es que de alguna forma (se puede adivinar), según el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE. UU., casi once millones usan el medicamento no para el dolor sino como droga “recreacional” tal y como hacen con la cocaína.
De haber estado disponible oxicontin hubiera sido la droga de elección de los personajes ficticios de “Hatful” y “Journey”. El estigma asociado con el problema presente que parece haber sido inducido por relacionistas públicos y médicos (incautos, estúpidos o avariciosos; o todos esas juntos) hubiera sido menos, aunque dudo que mitigara los demonios que hacen de muchos víctimas de la adicción. En la obra de O’Neill no hay redención: el padre está por terminar su exitosa carrera de actor, el hijo mayor seguirá siendo un tarambanas, el menor morirá de tuberculosis y la madre sucumbirá (especulación mía) a un ataque de retirada (“withdrawal”). La oxicontin habría sin duda prolongado la amargura y el sufrimiento de la familia disfuncional por antonomasia, en el teatro. (Bueno, está la de Hamlet, pero la realeza tiene otros problemas que no son de adicción.)
Johnny, el pobre soldado de Corea que presagió los muchos de Vietnam que volvieron adictos por tener que usar analgésicos para el dolor, o ya adictos para poder sobrevivir las horribles experiencias de una de las guerras más dementes de las muchas que la humanidad ha fraguado, no habría tenido que tratar de robar para mantener su vicio. A lo mejor no se habría alejado del cariño de su mujer. Tal vez, sin embargo, se habría suicidado (como les sucede a muchos) o una sobredosis lo habría matado, o naloxone lo habría salvado (ver más adelante).
En febrero de 2018 la compañía Purdue anunció (USA Today, 11 febrero de 2018) que dejará de cabildear con los médicos para que receten sus medicamentos con opioides. Esto sucede casi 25 años desde que comenzaron esas prácticas que rayan en la avaricia criminal. El periódico señala que Purdue, una compañía privada con sede en Stamford, Connecticut, no es ajena a la controversia. La compañía y tres ex ejecutivos se declararon culpables en una corte federal hace una década de cargos criminales de engañar al público sobre la naturaleza adictiva de OxyContin. Pagaron más de $630 millones en multas y sanciones, y hay cientos de demandas pendientes. ¿Qué les sucedió por las vidas que cobraron? Nada. Por lo menos, al fin, a Pablo Escobar lo neutralizaron.
No tardó mucho para que se fraguara otra manipulación que “legitimara” el uso de drogas. Nalaxone (vendida como Narcan y otros nombres) es un antídoto para la sobredosis aguda de opioides y sus efectos, pero es en sí un narcótico con múltiples efectos dañinos. Es, sin embargo, un droga que puede salvarle la vida a alguien que ha consumido una sobredosis. Basándose en eso se ha desatado una campaña que hace del “vecino” (literal, metafórica y bíblicamente) el responsable de tener Narcan para salvar “al vecino”.
En dos recientes visitas a Nueva York me llamó la atención que en muchos vagones del metro todos los anuncios pidieran que tuvieras Naloxone. “Yo salvé la vida de mi vecino” dicen los anuncios que supuestamente narran experiencias de los que aparecen en ellos. La campaña, más extensa que lo que puedo narrar aquí, la conduce la ciudad y el gobierno del estado. No sorprende que, el sentido de culpabilidad y, tal vez, el deseo de poder proteger a un familiar cercano, hayan encontrado tierra fértil para florecer en los corazones de muchos y en el profundo bolsillo de la industria farmacéutica. La versión autoinyectable del medicamento Naloxone, que solía costar $575 por dos dosis, ahora cuesta más de $4000, (Rolling Stone, A. Scaccia; 7 de agosto de 2018). El Naloxone genérico antes de la crisis costaba $1.84 por dosis; ahora, el medicamento producido principalmente por Amphastar Pharmaceuticals, cuesta 17 veces más. Esa compañía, junto a Hospira (una subsidiaria de Pfizer), han sido los principales proveedores de naloxone inyectable durante años, y los principales impulsores de los aumentos de precios.
Uno se pregunta por qué no se ataca el problema de la adicción en su raíz en vez de estar usando una droga para bloquear los efectos de otra droga. La respuesta parece saltar como un tigre hambriento cuando se oye de boca del nuevo Cirujano General de USA el doctor Jerome Adams de Indiana y acólito de nada menos que Mike Pence, el tan misterioso y puntilloso vice-presidente. Quiere que todos puedan comparar naloxone sin receta y sin problemas (NBC News; 18 de abril de 2018). Como en todo hay quienes está a favor y quienes en contra de esa idea. Me parece una decisión económica. Como viene de la administración de Trump sabemos inmediatamente que alguien ha de guisar (Follow the money!). Los afectados que se fastidien.