Gil Scott-Heron y su voluntad de vivir
El sábado temprano en la mañana, estoy sentada frente a mi “laptop” con mi tazón de café. Comienzo a navegar en la internet por los periódicos nacionales y después abro mi correo electrónico. Ahí, en mi bandeja, me recibe el aviso de 80grados con lo más recientemente publicado. Al abrirlo en la sección de videos, el rostro mítico de Gil Scott-Heron interpretando Where did the night go. La tarareo en un volumen muy bajo, mientras, voy leyendo un artículo de Mara Negrón. Paulatinamente, pierdo la atención sostenida en la lectura y se agolpan mis recuerdos sobre la década de los años 80, cuando iniciaba mis estudios subgraduados. En una retrospectiva reaparecen: la huelga universitaria del 81, mi primera participación en el proceso electoral, el apagón de Valencia, los arrestos de los miembros de los Macheteros. Pienso en las palabras de Saramago “si hay algo que no pasa es el pasado, el pasado está siempre, somos memoria de nosotros mismos y de los demás, en este sentido somos la memoria que tenemos”.
La huelga del 81 me dejó una profunda desazón y un cuestionamiento sobre mi participación política. Solo las palabras del Profesor Pablo García, citando a Marx, quien me decía que “el resultado más importante de una movilización es la manera en que transforma a quienes participan en ella”, me permitieron reconocer las fracturas que ocurrían en mi cosmovisión e interpretación de la realidad, y en mi misma. En ese periodo escuché por primera vez a Gil Scott-Heron en su emblemático e incendiario poema Revolution will not be televised recitado de forma rítmica, cadenciosa, envolvente. Aquellas personas que escriben sobre la trayectoria histórica de la música, lo reconocen como el precursor del rap y una voz influyente en el “hip hop”. Su influencia me permitió que Vico C, Tego Calderón, Julio Voltio, Calle 13, Guerrilla Seca, Alika, Tupac, Kanye West y Mos Def formen, en la actualidad, parte de la música que escucho junto a la de Sabina, Serrat, Ana Belén, la negra Sosa, Silvio Rodríguez, Roy Brown, Rubén Blades, el Gran Combo, Héctor Lavoe y la Lupe. Años después, al iniciar mi ejercicio profesional como trabajadora social, y en mi acercamiento terapéutico con jóvenes el rap, el “hip hop” y el reggaetón son algunos de los medios con que esta nueva generación apalabraba y problematiza sus vivencias de amor y de dolor.
En mi posición de la escucha con jóvenes, siempre he pensado que “se vale to” como dice Residente, y que banalizar y criminalizar sus productos culturales es una forma de usar el poder disciplinario. Una posición de sordera; una forma de invisibilizarlos.
Prosigo navegando en la internet por los periódicos internacionales y en la sección cultural tropiezo con los titulares: “Muere a los 62 años Gil Scott-Heron, precursor del rap”, “La revolución de Gilbert”, «Godfather of Rap, Gil Scott-Heron Dies”, “US musician and poet Gil Scott-Heron dies” y otros similares. Voy de un periódico a otro leyendo, como quien lee la esquela de alguien que forma parte de sus afectos más sentidos, y la aflicción me sobrecoge. Entonces, reflexiono sobre sus experiencias y la tensión en la que osciló entre la pulsión de muerte (drogas, alcohol, opresión) y la pulsión de vida (poemas, creatividad, su nuevo álbum, jóvenes en las plazas españolas recitando sus versos y jóvenes en Puerto Rico rescatando los espacios físicos y simbólicos de la UPR). Sus letras brillantes, audaces, conmovedoras y provocadoras me dicen que su voluntad de vivir fue más fuerte que la voluntad de morir, así necesito interpretarlo.