Guareber

Adorabas ese disco de Miles Davis, Sketches of Spain, y también el “so what” al sonido del cual a veces desayunábamos juntos Salo, tú y yo. Adoro tu música de salsa por ser la selección de un “jíbaro existentialist” que encontró en Nueva York el cauce del baile y el relajo. Eras un jodedor, Adál Maldonado con acento en la a. En mayúsculas, por favor, no es Adál, sino ADÁL, “that is my signature”. Nuestra vida juntos también la firmaste. Aprendí tus modos de trabajar y nunca me acostumbré a ese estilo, a ese nivel de exigencia, a ese perfeccionismo. Nada te podía sacar de tu proceso creativo.
Tu arte siempre fue tu verdadero amor, luego tu hijo, tu familia, yo contaba entre ella, tus musas, yo fui una, la pared blanca de una galería, el papel para imprimir fotos análogas, el disco duro para las fotos digitales, la fotografía misma. Ahora que ya no estás comprendo que eso no tenía un orden de prelación, que ahora no sé qué amaste más, si a la fotografía, a mí, a tu mamá, a tu hijo, a mi hija, al papel, a la pared. Para mí tus fotonovelas constituyen tu obra más importante, pero claro está, también los Coconautas, los Ovnis sobre el paisaje de Utuado, tus ahogados, el Puerto Rican Passport, los Out of Focus Nuyoricans, tus autorretratos, tus Retratus Portorricensis, las fotos de Pedro Pietri, las de Manuel Ramos Otero, la que le hiciste a mis poetas queridas del 70, las mías, sobre todo la de la guayabera que nunca muere.
Me alegra mucho que te dije que sí cuando me ofreciste el papel de la monja ciega para la actividad de los Contrafuertes. Te gustó tanto mi representación, estabas tan contento con el producto final, pude darte esa alegría. Aquella noche Ana Rosa Rivera entendió nuestra relación como colaboradores. Recuerdo que te sentaste frente a mí, yo batallaba con un pasaporte y con la máquina de escribir de la vieja marca Kolibrí. Yo sabía que si insistía un poco el pasaporte iba a correr bien por el rodillo y que iba a poder mecanografiar toda la información de la gente que quisiera uno. Ah, pero tú que no se podía y yo que sí se podía, y discutimos frente a Ana Rosa que nos miraba sonreída y cómplice de nuestro cariño disfrazado de pelea, porque eras controlador con tu trabajo, pero esta vez me lo habías delegado a mí y te hablé fuerte y por supuesto yo tenía la razón, como siempre. Entonces hubo pelea con Cuerpo del poema, y me negué a participar de los ahogados porque “¿Qué es eso, Adál? No me gusta”. “Al final cuando lo imprimo siempre te gusta mi trabajo” y era cierto, él sabía y yo sabía. Pero llevarte la contraria era un juego necesario.
No quería que murieras solo, yo quería acompañarte, ayudarte con esa última exhalación, porque yo sabía que estabas solo, que tenías miedo. Yo te decía “ruco”, tú me decías “babycita”, y si esta memoria de tu vida se parece más a la mía sin ti es porque estoy en duelo, y me duele mucho que ya nadie me va a llamar así, y me han dicho de todo en la vida, pero ahí había un cariño, una complicidad, un entendimiento. Hice lo que pude, pero ya no te hice la sopa de gandules del país que me pediste hace poco. Hablé con Shei-Shei, con la poeta Sheila Candelario, tu hermana de vida, y ella me dijo que ahora tenía que hacer esa sopa y servirla en tu memoria. No sé si pueda hacerlo. Los gandules del país están escasos.
Help me! I can see.
Ahora entiendo perfectamente que no había un orden.