Habitar las ruinas

foto original @eliarq
“Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad”[1]
–Walter Benjamin, Tesis en la filosofía de la historia
I
Las ruinas
El filósofo alemán Walter Benjamin, uno de los librepensadores más lúcidos y originales de principios de siglo xx, leyó visionariamente las ominosas señales de las transformaciones históricas, políticas y artísticas de su época. Benjamin –un intelectual incómodo e inadaptable a moldes ideológicos e institucionales– hizo de la crítica de su tiempo un avatar en el que anticipa el devenir aciago y azaroso de la sociedad de este nuevo siglo.En el “ángel de la historia”, hace una lectura basada en el cuadro Angelus Novus -de su amigo y artista vanguardista Paul Klee- en el que imagina un ángel con el rostro vuelto al pasado que amontona tantas ruinas a sus pies que ya no puede cerrar las alas, al tiempo que del Paraíso sopla una tempestad que se enreda en sus alas y lo empuja irrefrenable al futuro, al cual vuelve [el ángel] la espalda, mientras las ruinas siguen creciendo hasta el cielo. A eso –afirma Benjamin– “lo que llamamos progreso es justamente esa tempestad”.
Las ciudades del mundo moderno han mostrado un futuro prometedor de rebosantes ruinas. Pero, históricamente, no todas las ruinas han sido iguales, aunque todas comienzan a nacer cuando muere la razón de su existir original.
Hay ruinas y hay ruinas. Hay ruinas museificadas, patrimoniales, posindustriales. Las que ostentan la opulencia de un pasado perdido. Están las ruinas memoriales de la violencia política, testigos del horror de la guerra y de crímenes de lesa humanidad. Las ruinas sobrevivientes del progreso, las del abandono y el olvido, aquellas tragadas por la maleza o las convertidas en naturaleza mistificada.
Las hay imaginarias como los jardines de Babilonia, desaparecidas como el gigante de Rodas y el Templo de Artemisa; otras turísticas, con rentables abolengos como el Partenón, el Coliseo Romano, la Acrópolis; las hay de linajes milenarios como Macchu Picchu, Chichén Itzá y Ayutthaya o las ruinas de Persépolis entre las tumbas zoroástricas de Darío I, de Jerjes y de Artejerjes talladas en rocas monumentales. Ruinas que siguen impertérritas en el paisaje como los castillos, con su romántica atmósfera medieval de reyes sanguinarios y de princesas rescatadas. ¡Las llamadas siete maravillas del mundo son, habidas cuentas, ruinas! Cada país conserva con celo sus ruinas más emblemáticas.
Hay ruinas embarradas de olvido por su origen humilde. Hijastras del desparrame urbano que se multiplican con el crecimiento de las ciudades. Son aquellas que nacieron de la nébula progenie de la especulación inmobiliaria; las desdichadas, de baja estirpe, las que proliferan como tachaduras duras que duran, obstinadamente, como bochornosos borrones en el paisaje urbano, desafiando el trazado de la higiénica maqueta del arquitecto. Son las que podrían ilustrar, a modo de caricaturescos grafitis en las fachadas de cada uno de los miles de edificios abandonados que engalanan las ruinas de nuestras ciudades. Son las que estoicamente esperan la demolición y la extinción final.
Pero, ya sea una o la otra, todas las ruinas son incompletas, fragmentarias, despintadas, sobrias y austeras. Todas cuentan una historia que imaginan el devenir de un antes de y de un después de. Todas, hasta cierto punto, son “el futuro de un pasado recontextualizado” en el decir de Georg Simmel: expresan “la forma del presente de un pasado” (Simmel: 266). La ruina –en tanto representación de una obra de arte arquitectónica– mantiene su naturaleza esencial: “Benjamin believes that every work of art in order to retain its essential nature had to become a ruin” (Rosen: 151).
Las ruinas están llenas de nostalgia, pero de una nostalgia melancólica, degradada de su origen. En ella se respira sosiego, tranquilidad, tristeza de aquello que no se sabe porqué se extraña. Es la soledad del silencio aunque estés en medio del bullicio de la ciudad. En ella se transfigura la paradoja de una trascendencia en la inmanencia[2].
Las ruinas desafían el tiempo, se levantan apenas de su arruinamiento. Por ellas transita la tensión entre el pasado reciente y el presente remoto (lo que fue y lo que es ahora). La tensión entre lo épico y lo lírico; entre lo simbólico y lo alegórico, pues las ruinas tienen la extraña cualidad de mostrarse como historia y como mito; como artificio y como naturaleza[3].
En ellas habita la energía del pasado. La seducción de su metamorfosis consiste en ser un presente antiguo, sin dejar de ser un pasado rehabilitado. De ahí su imaginario y el hechizo de su singular estética. Es similar a la experiencia de la sorpresa arqueológica. Su “armonía misteriosa yace en la fascinación de la pátina” (Simmel: 260).
La satisfacción estética que nos produce una ruina está asociada con “el secreto de la justicia de la destrucción…” (Simmel: 262-63). Al hecho de que la naturaleza (lluvia, sol, viento, salitre, vegetación, productos químicos, etc.) la va transformando en otra cosa, en una nueva forma, en una obra inesperada (Simmel: 262). Su proceso de envejecimiento la convierte en algo distinto que adquiere una significación original tanto en el aspecto estético y existencial, como en el histórico[4].
II
El estado de las ruinas refleja la ruina del Estado
“No hay nueva arquitectura sin las ruinas”.
–Joseba Zulaika, Las ruinas de la teoría y la teoría de las ruinas
“Modernity promises transformation, growth and power,
but at the same time it can destroy everything we have and are”
–Marshall Berman, All that is solid melts into the air.
Las ruinas modernas son espejos del desarrollismo. Son la cara oscura de lo que llamamos progreso. La huella de la modernidad las envuelve de promesas, a pesar de los ojos que ven la cruda desnudez de la indigencia. Las ruinas son parte de nuestro devenir. Testigos de la discontinuidad de la historia, de su transformación en el tiempo-espacio que se convierten en tópicos retóricos[5] de nuestra cotidianidad, de nuestro presente histórico “(…) the face that shows obliteration of cultural memory by means of the destruction of material culture as a result. The urban project produces ruins” (Duprey: 46:2014).
En Puerto Rico –concentrados en los centros urbanos de los 78 municipios del país– hay cerca de medio millón de edificios abandonados o en proceso de convertirse oficialmente en ruinas. Somos un laberinto de ruinas. Ciudades que mueren. ¿Un ruineländer[6] (“ruin countries”)?, ¿un “landscape of decaying global cities”? (Ver J. Duprey: 49: 2014). ¿En eso se estarán convirtiendo los cascos urbanos de nuestras ciudades?
Las ruinas modernas también promueven la confluencia de ruinas humanas. Ambas parecen atraerse. Densificación de ruinas urbanas y sectores de población lumpenizados convertidos en ruinas humanas. Una verdadera tragedia social, una abyecta fantasmagoría que transita día y noche por los cascos urbanos del país.
San Juan es la capital de Puerto Rico y Río Piedras ¿es la capital de las ruinas? Ciudad floreciente en ruinas. Ruinas modernas en constante desarrollo. El Paseo De Diego, por ejemplo, es un complejo de edificios de un kilómetro cuadrado con gran desarrollo ruinoso, una joya del progreso que se nos vende cara, de cara al promisorio futuro para los bienes sin raíces y los amables desarrollistas; zonas de oportunidad para el turismo de “entre a su propio riesgo”.
En Río Piedras, habitar las ruinas es también entrar a un microcosmos, a otro ecosistema, a un espacio que ha sido devorado lentamente por la yedra del tiempo. Habitar sus ruinas es también entrar en un espacio inhóspito, convertido en vertederos vecinales. Se respira un olor acre a brea y a humedad, un tufo pegajoso a mugre que se pega a la nariz. Es la áspera fragancia del abandono urbano. Un espacio invadido de ratas, de insectos y de gatos realengos; de excrementos humanos y desperdicios; entrar es ser testigo del pavoroso amparo de los hospitalillos.
Habitar estas ruinas es irrumpir en el espacio de encuentros prohibidos; de lúgubres refugios de amores demolidos. Hay una etnografía en los detritos que retratan las costumbres de sus ambulantes huéspedes: qué comían, qué tomaban, qué se metían al cuerpo, qué compartían, en definitiva cuáles eran [son] los hábitos de una cotidianidad del abandono, de una etnografía del desconsuelo.
Hay una antropología en esa intrahistoria de la decrepitud social, una antropología de las ruinas que en cierto modo nos intimida, pues nos exige pensar la ciudad desde otras coordenadas, a reconocer y leer su lenguaje, sus símbolos y tropos. (Zulaika: 179: 2006). Cada uno es un capítulo del extenso libro del abandono. En ellos se revela esa “tempestad del progreso”, la violenta persistencia de los escombros que genera la modernidad.
Habitar esas ruinas es descubrirle una incierta genealogía debajo de sus pisos, detrás de sus paredes; es inventarle un testimonio, un pretexto de autobiografía. Rescatarle su poder de memoria cultural, no solo de lo que una vez fue, sino de lo que podría ser, sin dejar de ser lo que es.
Habitar sus ruinas es también habitarlas estéticamente. Revelar su poética, retrato de la comunidad que la ha visto crecer lentamente. A esas ruinas modernas les crece inadvertidamente el olvido. De tanto verlas, de tan familiar que se vuelven, el ojo las invisibiliza. Pasamos a diario, pero ya no las vemos. Solo las advierte la mirada ajena del visitante.
Entonces ¿qué hacer con tantas ruinas modernas? Habitarlas para ocuparlas. Habitarlas para resignificarlas, para expropiarlas. Habitarlas para revelar su poder desmitificador. ¡Sacarlas del abandono! Sus usos nos llevarán a nuevos proyectos, a otros comienzos[7].
III
El Paradise: la ruina imaginada
“¿Qué es encontrar? Encontrar es reconocer que lo que buscas de pronto está allí”
–Peter Brooks, El círculo abierto
El cine-teatro Paradise: 75 años en la huella urbana, 42 de vida artística y 33 de abandono, están tallados, mordisqueados en sus vigas y paredes corroídas de agujeros y de viejas cicatrices que ilustran y ocultan su devenir ruinoso. Habitar las ruinas [del] Paradise en Río Piedras es una forma original de hacer arte en comunidad, de evocar su paso por nuestra historia moderna, sin ocultar su entropía, sin olvidar que somos testigos de las razones de su abandono pues “las ruinas desmitifican los mitos urbanos del progreso” (Zulaika: 185).
El antiguo cine Paradise de Río Piedras nos habla con la verdad de su realidad ruinosa, con la verdad que se aleja de la impostura. Las ruinas no engañan con falsos decorados y convencionalismos del confort burgués, las ruinas son lo que son: un espacio vacío y original que espera por nuestro encuentro[8].
Este viejo teatro riopedrense es una ruina dentro de otra ruina,[9] como una caja china de ruinas, una vetusta caja de zapatos, un sobrio y sencillo ataúd, un paralelogramo manchado por la pátina del tiempo, carcomido por el agua, el sol y sereno; un espacio duro, abierto a un techo de cielo raso a través de un hermoso entramado de vigas oxidadas que invitan a la contemplación y al encuentro.
Conserva en su escuálida y sobria apariencia el valor poético de las alegorías que le dieron vida y fama. Su urbanidad abundante de historias contiene las identidades de una memoria social que nos da sentido, el sentido de una ilusión, de un anhelar, de un habitar.
Su espartana belleza crea una atmósfera íntima, evocadora de nostalgias, de un estar sin pretensiones, de un echarse a volar con la imaginación. Es tosca, cálida y austera pero, sobre todo, gozosa. Sus arrugas y cicatrices invaden sus paredes creando una atmósfera romántica, de magia y poesía. Un ambiente único, nuevo, diferente, en el que se entrelazan prosa y poesía.
Habitar esta ruina revela nuestro poder crítico, supone un posicionamiento político en torno a los procesos de renovación y decadencia urbana, y un intento de ruptura con la impostura de los convencionalismos artísticos y los prejuicios estéticos vinculados a ese horizonte de expectativas burguesas del espectador[10].
El Paradise se destaca como ruina emblemática de Río Piedras. Se alza de sus escombros para resurgir como ruina transformada en un nuevo espacio para el arte, para los encuentros y los afectos; para la creación y el disfrute. El Paradise (así como está) se nos presenta incitante. Lo que allí se presente: cine, artes escénicas, conferencias, exposiciones, actividades cívicas, todo se resignificará al calor y al color de su entorno. Hagamos un teatro de barrio, un cine de barrio, sin pretensiones ni falsas etiquetas.
Entrar será todo un acontecimiento estético, original, un viajar envueltos en la pátina del tiempo, en una atmósfera inconfundible, propia de una sobreviviente de la demolición y del triunfo de la perseverancia de una comunidad organizada. Es parte del imaginario urbano de nuestro tiempo. Nos pertenece a todos.
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Notas
[1] La cita completa de Benjamin dice así: “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad” (Benjamin 1968).
[2] Ver en Joseba Zulaika su planteamiento de una “trascendencia en sentido descendente” en la entrada a los infiernos en la Divina Comedia de Dante. (Zulaika: 174)
[3] “(…) como emblema de la futilidad, del esplendor transitorio de la civilización y del poder humano y terrenal, en el conflicto entre eternidad y caducidad. En la ruina arquitectónica, el aparente flujo de la sucesión temporal queda petrificado, capturado en una imagen espacial” Yolanda Izquierdo, “El emblema de las ruinas: alegorías de la alegoría en Walter Benjamin” (Izquierdo: 2009).
[4] Según Simmel: “Nature has transformed the work of art into material for her own expression, as she had previously served as material for art […] becomes… something obviously new, often more beautiful… this is the mysterious harmony which is the fantastic fascination of patina; and it cannot be wholly accounted for by analyzing our perception of it” (Simmel: 262).
[5] “They became topoi (rhetorical conventions) of reflection. That is why different attributes can be conferred to them: historical, political or even aesthethic” (J. Duprey: 48).
[6] Concepto del geógrafo político Friedrich Ratzel, (Hell & Shole, 2010) y de Spangler. En Jennifer Duprey, “Ruin. Loss. Rebirth”; The Aesthethics of the Ephemeral: Memory Theaters in Contemporary Barcelona, 2014.
[7] “las ruinas autorizan y exigen nuevos comienzos” (Zulaika: 189)
[8] En El círculo abierto: los entornos teatrales de Peter Brook, el capítulo “En casa: Les Bouffes du Nord” (sobre el teatro decimonónico de ópera bufa y clásica que Brook encontró en ruinas en un barrio popular de París y que decidieron reacondicionarlo manteniendo su atmósfera ruinosa) en el mismo se encuentran valiosos testimonios de miembros y colaboradores del Centro Internacional fundado por Peter Brook: Yoshi Oida, Marie-Helene Estienne, Jean-Guy Lecat, Andrew Todd, Jean-Claude Carriere y del propio Brook. Dichos testimonios giran en torno al rescate de un teatro en ruinas y cómo adaptaron sus limitaciones, me inspiraron a escribir esta tercera parte del cine-teatro Paradise.
[9] Río Piedras, dentro de Puerto Rico, dentro de Latinoamérica… “Where does our imaginary of modern ruins came from?” (J. Duprey: 48: 2014).
[10] Zulaika propone el carácter transformador y liberador de las ruinas “un uso crítico de las ruinas y las alegorías puede proporcionar el camino al proyecto más anti-idealista y producir la radicalidad de la iluminación profana. Así, las ruinas liberan a los sujetos de la preocupación por la perfección (…)”
(Zulaika: 190)
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Referencias
Walter Benjamin, “Tesis en la fislosofía de la Historia». En Illuminations, edit. Hanna Arendt, New York, Schockan Books, 1968.
––––––––––––––––––, “Allegory and Travespiel” En The origin of German Tragic Drama, New York, Verso, 2003.
Marshall Berman, “All that is solid melts into air”. En The Experience of Modernity. New York, Penguin, 1988.
Florian Borschemeyer, “ La Habana: un arte de hacer ruinas” (2006, 90 min)
Jennifer Duprey, “Ruins, Loss, Rebirh”. En The Aesthetics of the Ephemeral: Memory Theaters in Contemporary Barcelona, State University of New York Press, 2014, p 39-80.
Yolanda Izquierdo, El emblema de las ruinas: alegorías de la alegoría en Walter Benjamin, (conferencia) “Pensar en ruinas: Jornadas interdisciplinarias, 21-23 de abril, Facultad de Estudios Generales, UPRRP 2009.
John, McCole “Allegorical Destruction”, en Walter Benjamin and the Antinomies of Tradition, Ithaca, Cornell Univ. Press, 1993, p 115-155.
Charles Rosen, “The Ruins of Walter Benjamin” On Walter Benjamin: Critical Essays and Recollections, Ed. Gary Smith, Cambridge, London, The MIT Press, 1988, pp. 129-175.
Georg Simmel, The Ruin, Columbus, Ohio State University Press, pp. 259-267. FECHA
Andrew Todd y Jean-Guy Lecat, El círculo abierto: Los entornos teatrales de Peter Brook”, (traducción Isabel Ferrer Marrades). Barcelona, Alba Editorial, 2003, pp. 3-53.