Historia de guerras de Manuel Martínez Maldonado
Publicado: 12 de marzo de 2024
Historia y ficción no son lo mismo, pero siempre están trabados. Recuerdo aún aquellos libros de historia de la civilización occidental, saturados de guerras intestinas y expansiones imperiales, de grandes hombres que desdibujaban los aportes de mujeres y esclavos, desapareciendo regiones marginadas enteras como el Caribe. Era una historia falseada y sin gracia. Al excluir a unos y solo incluir a los hombres blancos pluscuamperfectos, la ficción entraba por la ventana. Aquella idea preconcebida de la historia era compartida no solo por el escritor, sino por el lector cómplice que se acercaba a ella buscando los mismos resortes. Abundan las preconcepciones en la cultura letrada, por cierto, porque pesa demasiado la tradición que fija las disciplinas. De ahí que algo similar ocurra con la literatura. Llegamos a los libros, decía Virginia Woolf, con mentes borrosas y divididas, preguntándonos si la ficción es cierta o si la poesía es falsa; si pudiéramos desvanecer, afirmaba, todas estas preconcepciones cuando leemos, eso ya sería un admirable comienzo.
La novela, Historia de guerras de Manuel Martínez Maldonado, es una obra desbordante en resonancias semánticas que requiere de un lector cultivado y cómplice para descifrarla; una propuesta literaria híbrida y porosa en la que se cruzan historias desgarradoras de guerras contemporáneas con esas otras guerras emocionales que llevamos por dentro, y que tanto desgastan la sensibilidad. Con un lenguaje espiritual propio y, en muchas ocasiones, una prosa poética que abraza, el autor junta relatos que resultan lejanos, pero que marcan a la distancia vidas humanas irrepetibles por hilos entrelazados que parecen imaginarios.
David Alejandro, o el profesor Angeli, era un historiador atípico interesado en el fascismo, el Holocausto y las causas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y cómo estas reverberaban en otras luchas armadas regionales —el terrorismo, la guerra del Golfo Pérsico, el ataque a las Torres Gemelas o Atocha—, así como en las repercusiones refractadas de estos sísmicos eventos en su isla, Puerto Rico. Estudiaba en New York junto a su esposa Inés cuando el ruido apocalíptico de las Torres impactadas sumió al mundo en la más funesta confusión. Lector de T. S. Eliot y Ezra Pound, el historiador puntilloso y profesor en Amherst, Massachusetts, estudió literatura y publicó cuentos de ficción, reconociendo de este modo los lazos insondables entre las formas de narración histórica y la narrativa literaria que, a tantos, confunden. Tejer los acontecimientos y los procesos históricos como si fuesen un “collar de perlas”, donde lo primero es causa de lo segundo, era su hipótesis simple de trabajo, la que, paradójicamente, tanto le revelaba, y la que compulsivamente rastreaba en la lógica histórica de los eventos. Pero él quería narrar esa historia con estilo y corrección literaria, lo que eventualmente le mereció un Pulitzer.
La trama relata cómo David Alejandro, mientras hurgaba los fondos documentales y exploraba interpretaciones, auxiliado por su ayudante de investigación, Carlos Méndez, quedó atrapado en una de esas guerras íntimas y angustiosas que los tríos amorosos suscitan. Entre su atractiva esposa, Inés, abogada defensora de los derechos de la mujer y admiradora de las legendarias Rosa Luxemburgo y Luisa Capetillo, y Nancy, la estudiante del historiador y pasada asistente de Inés, el profesor estaba en medio de una derrota anunciada, la que se hizo verdad dolorosa con el descubrimiento de Inés de esas relaciones y, posteriormente, la muerte de Nancy en el desgarrador ataque de los trenes de Atocha, aquel fatídico 11 de marzo de 2004. Los relatos de guerras se van tejiendo por la habilidosa narración que conjuga esas tramas superpuestas entre los histórico y lo vivencial, y entre el conocimiento histórico y la imaginación que completa los espacios en blanco. Las guerras del alma transcurren en la novela a través del subsuelo de la Historia con mayúscula.
Historia de guerras es una novela reflexiva; un “juego de lenguaje” de fibras superpuestas en la que múltiples guerras del convulso siglo XX se enlazan y dejan huellas entrecruzadas con las historias personales de sus protagonistas. Cruzar lo histórico y ficcional tiene, por cierto, una memorable tradición, desde el romanticismo de Walter Scott, novelando la Edad Media inglesa, o Tolstoy con Guerra y paz o, más recientemente, obras como Soldados de Salamina de Javier Cercas. Hay muchos modos de aproximarse literariamente al vínculo de la historia y la imaginación, desde la falsificación mítica que rescata trozos históricos para la creación de imágenes hasta las propuestas más fieles a los eventos, a partir de los cuales la imaginación emprende su vuelo como el Búho de Minerva. La propuesta literaria de Manuel Martínez Maldonado se aproxima más a la fidelidad con el hecho histórico, pero sabiendo que no es dado sino solo interpretado por la teoría que lo ilumina. Fiel a esos momentos fundacionales, relata un abigarrado siglo XX y principios del XXI, cuando la violencia se mundializa; cuando las luchas complejas y distantes entre grupos humanos, en distintas latitudes, percolan en los lugares más insospechados, simulando un imperio de la contingencia porque desconocen la lógica histórica del “collar de perlas”.
La novela exige, sin duda, una doble lectura: la del relato de guerras con sus conectores interpretativos y sus consecuencias en las vidas privadas con contradicciones y ambigüedades incluidas; y una segunda lectura más detectivesca que indague en el registro subtextual e incite a tomar riesgos. Profusa en conexiones intertextuales (literarias, políticas, históricas), esta novela es un hecho lingüístico que demanda una estética de la recepción por un lector cómplice, activo, para descifrar sus signos. Sus divisiones numeradas, por ejemplo, parecen escenas cinematográficas discretas, unidas por la semántica de las luchas. Una novela con notas al calce que identifica puntualmente los personajes históricos nombrados y concluye con una bibliografía que le sirve de fundamento, provoca al lector de la doble lectura a pensar sobre los difusos límites de lo verdadero y lo ficcional; no de la verdad y la mentira, un binario distinto con el que suele confundirse, sino de la construcción imaginativa que toda verdad frágil requiere para llenar los espacios en blanco. Y es que la ficción tiene su lugar en el entendimiento. El lector cómplice tendrá que preguntarse, una y otra vez, por esas resonancias literarias que la obra trae a la memoria y que, seguro, el autor deja caer como las perlas del collar. ¿Cuánto de lo que se escribe no es sino el resultado de una intensa conversación con nuestros autores preferidos o nuestros imaginarios lectores?
Disfruté leer Historia de guerras. Me atrapó su lenguaje y el arrojo interpretativo de su narrativa, entretejiendo conflagraciones globales con nuestra localidad distante, uniendo personajes reales y ficticios, y evocando redes literarias que convocan. La historia cinética de David Alejandro, Inés y Nancy, en medio de aquellas batallas reales y metafóricas, de luchas emocionales de género, de conflictos culturales, religiosos y económicos, es narrada con la belleza y la elegante claridad que requiere la complejidad. Manuel Martínez Maldonado es un renacentista confeso, que nos entrega generosamente una novela de guerras seductora sobre este universo moral caótico en el que habitamos.
La novela, Historia de guerras de Manuel Martínez Maldonado, es una obra desbordante en resonancias semánticas que requiere de un lector cultivado y cómplice para descifrarla; una propuesta literaria híbrida y porosa en la que se cruzan historias desgarradoras de guerras contemporáneas con esas otras guerras emocionales que llevamos por dentro, y que tanto desgastan la sensibilidad. Con un lenguaje espiritual propio y, en muchas ocasiones, una prosa poética que abraza, el autor junta relatos que resultan lejanos, pero que marcan a la distancia vidas humanas irrepetibles por hilos entrelazados que parecen imaginarios.
David Alejandro, o el profesor Angeli, era un historiador atípico interesado en el fascismo, el Holocausto y las causas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y cómo estas reverberaban en otras luchas armadas regionales —el terrorismo, la guerra del Golfo Pérsico, el ataque a las Torres Gemelas o Atocha—, así como en las repercusiones refractadas de estos sísmicos eventos en su isla, Puerto Rico. Estudiaba en New York junto a su esposa Inés cuando el ruido apocalíptico de las Torres impactadas sumió al mundo en la más funesta confusión. Lector de T. S. Eliot y Ezra Pound, el historiador puntilloso y profesor en Amherst, Massachusetts, estudió literatura y publicó cuentos de ficción, reconociendo de este modo los lazos insondables entre las formas de narración histórica y la narrativa literaria que, a tantos, confunden. Tejer los acontecimientos y los procesos históricos como si fuesen un “collar de perlas”, donde lo primero es causa de lo segundo, era su hipótesis simple de trabajo, la que, paradójicamente, tanto le revelaba, y la que compulsivamente rastreaba en la lógica histórica de los eventos. Pero él quería narrar esa historia con estilo y corrección literaria, lo que eventualmente le mereció un Pulitzer.
La trama relata cómo David Alejandro, mientras hurgaba los fondos documentales y exploraba interpretaciones, auxiliado por su ayudante de investigación, Carlos Méndez, quedó atrapado en una de esas guerras íntimas y angustiosas que los tríos amorosos suscitan. Entre su atractiva esposa, Inés, abogada defensora de los derechos de la mujer y admiradora de las legendarias Rosa Luxemburgo y Luisa Capetillo, y Nancy, la estudiante del historiador y pasada asistente de Inés, el profesor estaba en medio de una derrota anunciada, la que se hizo verdad dolorosa con el descubrimiento de Inés de esas relaciones y, posteriormente, la muerte de Nancy en el desgarrador ataque de los trenes de Atocha, aquel fatídico 11 de marzo de 2004. Los relatos de guerras se van tejiendo por la habilidosa narración que conjuga esas tramas superpuestas entre los histórico y lo vivencial, y entre el conocimiento histórico y la imaginación que completa los espacios en blanco. Las guerras del alma transcurren en la novela a través del subsuelo de la Historia con mayúscula.
Historia de guerras es una novela reflexiva; un “juego de lenguaje” de fibras superpuestas en la que múltiples guerras del convulso siglo XX se enlazan y dejan huellas entrecruzadas con las historias personales de sus protagonistas. Cruzar lo histórico y ficcional tiene, por cierto, una memorable tradición, desde el romanticismo de Walter Scott, novelando la Edad Media inglesa, o Tolstoy con Guerra y paz o, más recientemente, obras como Soldados de Salamina de Javier Cercas. Hay muchos modos de aproximarse literariamente al vínculo de la historia y la imaginación, desde la falsificación mítica que rescata trozos históricos para la creación de imágenes hasta las propuestas más fieles a los eventos, a partir de los cuales la imaginación emprende su vuelo como el Búho de Minerva. La propuesta literaria de Manuel Martínez Maldonado se aproxima más a la fidelidad con el hecho histórico, pero sabiendo que no es dado sino solo interpretado por la teoría que lo ilumina. Fiel a esos momentos fundacionales, relata un abigarrado siglo XX y principios del XXI, cuando la violencia se mundializa; cuando las luchas complejas y distantes entre grupos humanos, en distintas latitudes, percolan en los lugares más insospechados, simulando un imperio de la contingencia porque desconocen la lógica histórica del “collar de perlas”.
La novela exige, sin duda, una doble lectura: la del relato de guerras con sus conectores interpretativos y sus consecuencias en las vidas privadas con contradicciones y ambigüedades incluidas; y una segunda lectura más detectivesca que indague en el registro subtextual e incite a tomar riesgos. Profusa en conexiones intertextuales (literarias, políticas, históricas), esta novela es un hecho lingüístico que demanda una estética de la recepción por un lector cómplice, activo, para descifrar sus signos. Sus divisiones numeradas, por ejemplo, parecen escenas cinematográficas discretas, unidas por la semántica de las luchas. Una novela con notas al calce que identifica puntualmente los personajes históricos nombrados y concluye con una bibliografía que le sirve de fundamento, provoca al lector de la doble lectura a pensar sobre los difusos límites de lo verdadero y lo ficcional; no de la verdad y la mentira, un binario distinto con el que suele confundirse, sino de la construcción imaginativa que toda verdad frágil requiere para llenar los espacios en blanco. Y es que la ficción tiene su lugar en el entendimiento. El lector cómplice tendrá que preguntarse, una y otra vez, por esas resonancias literarias que la obra trae a la memoria y que, seguro, el autor deja caer como las perlas del collar. ¿Cuánto de lo que se escribe no es sino el resultado de una intensa conversación con nuestros autores preferidos o nuestros imaginarios lectores?
Disfruté leer Historia de guerras. Me atrapó su lenguaje y el arrojo interpretativo de su narrativa, entretejiendo conflagraciones globales con nuestra localidad distante, uniendo personajes reales y ficticios, y evocando redes literarias que convocan. La historia cinética de David Alejandro, Inés y Nancy, en medio de aquellas batallas reales y metafóricas, de luchas emocionales de género, de conflictos culturales, religiosos y económicos, es narrada con la belleza y la elegante claridad que requiere la complejidad. Manuel Martínez Maldonado es un renacentista confeso, que nos entrega generosamente una novela de guerras seductora sobre este universo moral caótico en el que habitamos.