¿La isla de las masacres?
En el 2011, Puerto Rico obtuvo una posición desagradablemente distinguida en el Global Study on Homicide de las Naciones Unidas por las mismas cifras de muertes violentas que llamaron la atención del periódico The New York Times el verano de ese año.1 En diciembre de 2011, un artículo en la revista digital Business Insider listó a Puerto Rico entre los 20 países con más homicidios a nivel mundial.2
Con este ritmo, no debe extrañarnos que, según el conteo mediático local, en el 2012 la isla de Puerto Rico haya experimentado un total de diez “masacres” y que a la altura del verano del 2013 ya se hayan contabilizado un total de seis. ¿Qué país experimenta semejante número de masacres anualmente? Si los medios noticiosos internacionales le prestaron tanta atención a la cifra récord de asesinatos anuales en años anteriores, uno se pregunta por qué una racha de “masacres” tan dramática no los ha convocado nuevamente.
No es mi interés que las estadísticas de violencia sean la medida de nuestro reconocimiento internacional. Sin embargo, resulta extraño que una sola masacre en el estado de Connecticut (en la Escuela Elemental Sandy Hook) reciba mayor atención internacional que una isla (con población similar: Puerto Rico tiene aproximadamente 3.7 millones de habitantes y el estado de Connecticut tiene unos 3.6 millones) que experimenta básicamente una “masacre” por mes. Por supuesto, las edades de las víctimas y el contexto del incidente de Sandy Hook apelaron de forma dramática a la sensibilidad mediática, en contraposición con la relativa irrelevancia de Puerto Rico para Estados Unidos y el mundo. Pero con todo y la atención ocasionalmente morbosa de las organizaciones noticiosas globales, el patrón de “masacres” en Puerto Rico no resulta “breaking news”. ¿Por qué? La razón para el contraste aquí expuesto y la atención mediática correspondiente tiene que ver con el proceso de nombrar y de contar estas “masacres”: solamente tiene que haber tres víctimas fatales en un incidente para que los medios noticiosos puertorriqueños lo llamen masacre.
La práctica de nombrar las “masacres” en Puerto Rico al llegar a la tercera víctima parece ser una que no es cuestionada. Se alega que es la medida utilizada por la Policía para categorizar estos incidentes. Sin embargo, cuando el Superintendente Héctor Pesquera decidió hacer precisiones sobre el particular, cualificando uno de estos incidentes como uno en “donde hay múltiples víctimas” recibió diversas críticas.3 El profesor de Justicia Criminal José Raúl Cepeda en particular aludió a que “sea por costumbre o por norma, se aplica este tipo de término para los casos con tres o más víctimas”.4 Este último planteamiento trivializa la noción de doble hermenéutica en Anthony Giddens y su visión sobre la agencia de los seres humanos como activos portadores conceptuales, a la vez que despacha la pregunta levantada por los medios (“¿Masacre o no masacre?”) sin mayor precisión sociológica.5
Aunque se considere el uso local, una mirada comparativa global y un examen de cómo los medios noticiosos locales reportan sobre masacres en otros contextos mundiales nos debe levantar suspicacia. Por ejemplo, el titular en letras mayúsculas de “MASACRE” ha sido utilizado en la portada de rotativos locales para dos incidentes cualitativamente distintos: el local fue una balacera de carro a carro en la cual asesinaron a cuatro personas y el internacional fue el ataque perpetrado por Anders Behring Breivik en un campamento de verano en Noruega con más de 70 víctimas.6 Queda claro con este contraste que sumergir lo que a todas luces son dos incidentes cualitativamente distintos bajo una y la misma palabra limita las posibilidades de entender ambos incidentes.
A pesar de la evidente necesidad de un conocimiento más profundo sobre eso que se denomina masacre, resulta intrigante que la sociología ha reflexionado relativamente poco sobre ese acto en particular. El historiador y científico político Jacques Semelin ha señalado precisamente que la “sociología ha abandonado este campo de estudio por un tiempo demasiado largo, dejándolo a los historiadores”.7 En efecto, historiadores, pero también psicólogos sociales han contribuido grandemente al estudio y la comprensión de la violencia extrema, pero enfocándose particularmente en el genocidio.8
Desde la sociología histórica, Charles Tilly examinó las variedades de la violencia colectiva, pero su análisis no discute una conceptualización de la masacre.9 El sociólogo alemán Wolfgang Sofsky ha identificado algunos ingredientes fundamentales que constituyen la masacre, pero no mencionó como criterio el número de víctimas.10 Es en el trabajo de Semelin donde se puede encontrar un análisis más elaborado sobre la masacre, pero hay que destacar que él concibe la misma como un acto que es parte del proceso hacia el genocidio. Su definición de la masacre como un “tipo de acción que es más frecuentemente colectiva y dirigida a destruir no combatientes”, tampoco nos deja saber cuántas víctimas constituyen una masacre.11 La única definición que hace referencia directa a “tres o más personas” es la que provee la Comisión de Derechos Humanos de Guatemala (CDHG), pero únicamente si se cumplen otras características, algunas de las cuales son contempladas en los estudios de Sofsky y Semelin. Estas características son la intención de eliminar la oposición, aterrorizar, tratar a las víctimas de forma cruel o degradante, y que sea perpetrada de forma sistemática.12
Nos quedamos entonces en la incertidumbre para establecer si las matanzas de tres personas en Puerto Rico pueden ser definidas como masacres (y no por “costumbre”, “norma,” o una doble hermenéutica liviana). Todo lo expuesto anteriormente nos lleva a considerar el asunto de la intención de los perpetradores, algo que nunca está claro (o ni siquiera es considerado) al momento de imprimir la primera plana o el titular de los rotativos locales. Si la masacre está encaminada al genocidio, tiene que desarrollarse en algún momento la intención de eliminación total de un grupo. De otra parte, si tienen que cumplirse los criterios expresados por la CDHG, hay que determinar si los perpetradores querían aterrorizar o simplemente matar a personas en específico, o si sus actos constituyeron trato degradante y cruel.
Tanto en el contexto local puertorriqueño como en el internacional las preguntas son muchas. ¿Son las ejecuciones de carro a carro entre gangas de traficantes de drogas actos sistemáticos? ¿Constituye trato degradante una muerte instantánea? ¿Intentaba Breivik eliminar totalmente a los miembros jóvenes del Partido Laborista Noruego? ¿Acaso Adam Lanza perseguía la eliminación de un grupo particular (étnico, racial) cuando entró disparando a la Escuela Elemental Sandy Hook? Son este tipo de preguntas detalladas las que nos pueden ayudar a definir más adecuadamente los actos de violencia, pero también a comprenderlos, tanto en Puerto Rico como en otros contextos.
Los científicos sociales debemos realizar un análisis más profundo del terreno existente entre los actos criminales de violencia individual y la violencia extrema de los genocidios: es en ese espacio donde la masacre como fenómeno social existe. Se podría argumentar que una vez sabemos qué sucedió en un determinado acto de violencia colectiva (digamos, la matanza de 2012 en las villas de Houla en Siria), pues realmente no importa si nombramos estos incidentes masacres o no. En efecto, podemos saber qué sucedió (o pensar que sabemos a partir de su resultado final) y nos indignaremos al respecto, pero no entenderemos cómo y por qué sucedió. Nombrar algo con la primera palabra que se nos ocurra de nuestro inventario verbal de actos violentos e impensables no debe ser una salida fácil del proceso de comprensión.
Si tomamos de Pierre Bourdieu la idea de que al nombrar algo lo creamos, podemos terminar (al menos en Puerto Rico) definiendo masacres solamente a partir de números (por “costumbre”) sin contemplar importantes criterios sociológicos. Esto no es algo irrelevante. En años recientes, Puerto Rico ha estado inmerso en un debate profundo sobre la pena de muerte, detonado hace meses por el juicio federal en contra del autor de la masacre de La Tómbola en el 2009. Entre los muchos pronunciamientos públicos, el político y alcalde yaucano Abel Nazario sostuvo su apoyo a la pena capital para los “autores de masacres”, presuntamente definidas a lo puertorriqueño.13 De otra parte, algunos actores sociales y medios de prensa que perpetúan la utilización indiscriminada de la palabra masacre son los mismos que se posicionan en contra de la pena capital.14 Solo es cuestión de tiempo para que nos encontremos nuevamente frente a un juicio de pena de muerte por una masacre local, un juicio en el cual la definición misma de masacre esté, por decirlo así, sentada en el banquillo. “El discurso legal”, nos indica Bourdieu, “es una elocución creativa que trae a la existencia aquello que pronuncia”. Si las masacres pueden convertirse legalmente en el asesinato de tres personas sin ningún otro criterio que la definición de los medios o los políticos, y la pena de muerte se convierte en el castigo para sus perpetradores, es tiempo entonces de que comencemos un diálogo más elaborado sobre las definiciones de la violencia en el país.
La versión original en inglés de donde se desprende este ensayo será publicada de forma abreviada en «Global Dialogue: Newsletter for the International Sociological Association» (noviembre 2013).
- United Nations Office on Drugs and Crime, Global Study on Homicide, 2011: Trends, Context, Data (Vienna: UNODC, 2011); “Murder Rate and Fear Rise in Puerto Rico”, New York Times, 20 de junio de 2011 [↩]
- Eric Goldschein, “The 20 Most Homicidal Countries in the World”, Business Insider, 1 de diciembre de 2011 [↩]
- “¿Masacre o no masacre?”, El Nuevo Día (22 de abril de 2012), p. 5. [↩]
- “Masacre según Pesquera», El Nuevo Día (14 de abril de 2012), p. 28; “El vaticinio de la semana: Héctor Pesquera”, Primera Hora (14 de abril de 2012), p. 25. [↩]
- Anthony Giddens, Social Theory and Modern Sociology (Stanford: Stanford University Press, 1987), pp. 2-3, 18-19 [↩]
- “MASACRE: Cuarta matanza del año”, Primera Hora (3 de abril de 2013), p. 1, y “MASACRE: Hombre Le da muerte a 87 personas en Noruega”, El Nuevo Día (23 de julio del 2011), p. 1. [↩]
- Jacques Semelin, Purify and Destroy: The Political Uses of Massacre and Genocide (Nueva York: Columbia University Press, 2009), p. 3. [↩]
- Además de Semelin, se destacan historiadores como Eric Weitz y Robert Gellately. En la psicología social, se pueden señalar Albert Bandura, Barbara Coloroso, Ervin Staub, James Waller y Philip Zimbardo. El psicólogo Robert Zajonc se encontraba trabajando en un escrito sobre las masacres al momento de su fallecimiento en el 2008. Se desconoce el paradero del manuscrito de su libro. [↩]
- Charles Tilly, The Politics of Collective Violence (Cambridge: Cambridge University Press, 2003). [↩]
- Wolfgang Sofsky, Violence: Terrorism, Genocide, War (Londres: Granta Books, 2003). [↩]
- Semelin, Purify and Destroy, 9. Véa además Jacques Semelin, “Toward a Vocabulary of Massacre and Genocide”, Journal of Genocide Research, 5:2 (2003): 193-210. [↩]
- Brenda K. Uekert, Rivers of Blood: A Comparative Study of Government Massacres (Wesport, CT: Greenwood Publishers, 1995), p. 6. [↩]
- “Cuando el estado puede acabar con la vida”, El Nuevo Día (29 de abril de 2012), pp. 52-53. [↩]
- Vea, por ejemplo, Julio E. Fontanet, “De masacres y jurados”, El Nuevo Día (4 de abril de 2013), p. 60. 18 Pierre Bourdieu, Language and Symbolic Power (Londres: Polity Press, 1991), p. 42. [↩]