La pandemia y la protesta
¿Cómo entender la protesta en este contexto? En 2019 y el comienzo de 2020 fueron combativos en Puerto Rico y en la región. Protestas en Haití, República Dominicana, y Puerto Rico así como en Ecuador, Bolivia, México, Colombia, Chile, entre otros países, indican una gran grieta en la hegemonía, por lo menos ideológica, del neoliberalismo. En el Caribe y en América Latina, vimos la transformación de la protesta. Abandonando líneas partidarias, las protestas fueron orgánicas, múltiples, centradas en el impacto diferenciado del neoliberalismo, especialmente financiero, en su intensificación de la violencia racial y de género distintiva del capitalismo en todas sus iteraciones. El cuerpo como arma complica, pone en pausa, si no es que desmantela del todo el junte combativo. Marchas del 8 de marzo en Santo Domingo y Madrid fueron vistas como puntos de contagio. El toque de queda en Chile es continuo con el toque de queda impuesto para neutralizar las protestas iniciadas en 2019.
El miércoles 15 de abril, La Colectiva Feminista en Construcción, Se Acabaron las Promesas, y los Comedores Sociales de Puerto Rico organizaron un piquete servicarro frente al canal WIPR. Denunciaron la corrupción gubernamental en la compra de pruebas de COVID-19; la tasa de pruebas en el territorio, la más baja en Estados Unidos; la falta de transparencia en cuanto a datos del coronavirus en Puerto Rico; la respuesta del gobierno ante la fiscalización por parte de la prensa; la perspectiva punitiva en vez de salubrista del estado.[3] Esta acción coincidió con una caravana de ambulancias frente al Capitolio. Los paramédicxs exigieron que se extiendan los incentivos de la Orden Ejecutiva a paramédicxs privados y municipales. En un sistema de salud privatizado y colapsado por la crisis fiscal que atraviesa el territorio, estxs trabajadorxs esenciales no cuentan con las protecciones pertinentes. Estas manifestaciones llevaron a la calle denuncias que circulaban a través de campañas lanzadas por Ayuda Legal PR, Taller Salud, Coordinadora Paz Para la Mujer, Colegio de Trabajadores Sociales, entre otras organizaciones.
Tomando los reclamos de La Colectiva como ejemplo, las organizaciones han denunciado la corrupción e ineficiencia gubernamental; la falta de acceso a la información; el alza en la violencia doméstica en el contexto de la cuarentena; las solicitudes de desempleo sin atender; las solicitudes del PAN denegadas.[4] Han señalado que un toque de queda que no vaya acompañado de atención a las condiciones materiales de lxs ciudadanxs en casa intensifica el hambre, la crisis de la vivienda, la violencia de género, y la falta de acceso a la información que el territorio endeudado lleva navegando por más de una década. Las 75,000 solicitudes de desempleo que se han radicado en el último mes se suman a reclamos que aún no se habían atendido, por ejemplo, y esos 300,000, el total de reclamos hasta la fecha, no incluyen aquellxs que no habían podido someter dicha solicitud por que trabajan por cuenta propia o por que aún no han sido regularizadxs.[5] Mientras tanto, 9 mil millones de dólares están en reserva para pagar una deuda generada por una economía política colonial.
Caravanas y piquetes servicarro continúan. El viernes 17 de abril, sin embargo, La Colectiva Feminista en Construcción hizo una “Compra Combativa.” Dirigiéndose a ciudadanxs haciendo fila en dos supermercados en el área de San Juan, La Colectiva discutió la situación de las pruebas; la falta de recursos en los hogares; la corrupción del gobierno. Cumpliendo con las reglas del distanciamiento físico, la Compara Combativa centró el cuerpo. A seis pies de distancia, con guantes, con máscaras – cuerpos en resistencia, cuerpos en denuncia, cuerpos en solidaridad. Recordemos el Black Feminist Friday de 2016, el Plantón de 2018, y el Embargo Feminista del 2019.[6] De distintas maneras, en estas tres manifestaciones La Colectiva invirtió el poder del estado y el capital. Generaron poder subvirtiendo tecnologías de sujeción del estado/el capital y el tiempo, el deseo, y la percepción que instauran. Consistente con esta táctica, la Compra Combativa subvierte el cuerpo como arma, tornándolo en sitio para la solidaridad.
En una entrevista para la Fondation Frantz Fanon conducida por Nelson Maldonado-Torres, Shariana Ferrer-Núñez de La Colectiva elaboró esta inversión, esta subversión.[7] Volvamos a Mbembe. En el contexto de la pandemia, el cuerpo se convierte en un arma, “desarticulando así toda posibilidad de vínculo social,” dice Ferrer-Núñez refiriéndose a Mbembe. Para las históricamente “desterradas y desposeídas,” continúa Ferrer-Núñez, “el cuerpo es herramienta no sólo de trabajo.” Es “cargador de agencia y poder para transformar condiciones.” La pandemia, explica, limita el cuerpo como generador de cambio. El desastre es político, la Colectiva ha consignado desde el manejo necropolítico del embate del huracán María en el cual miles de personas perdieron su vida. “Si el cuerpo es precisamente el peligro y la amenaza,” dice Ferrer-Núñez, “si se va a convertir en arma, pues vamos a utilizar el cuerpo precisamente en una confrontación para generar un vínculo social que permita no solo sobrevivir una pandemia, si no enfrentar directamente al poder y con ello trazar otros porvenires donde la solidaridad va a ser brújula de cambio.”
El contexto actual es sin precedentes. Pareciera que la pandemia es límite del mundo capitalista, amenazando la (re)producción – la mano de obra, el flujo migratorio, por ejemplo. La pandemia repite la prioridad que los estados otorgan a salvar la economía en lugar de vidas, como vimos en la crisis financiera del 2008, como vemos cotidianamente en la colonia endeudada sujeta a la austeridad. La pandemia intensifica el impacto de la deuda, de hecho, empieza a generar más deuda, con la financiación del FMI a múltiples países. La pandemia torna los cuerpos desterrados y desposeídos, “mujeres negras, el sujeto colonial,” dice Ferrer-Núñez, en cuerpos literalmente desechables, no sólo explotables en o expulsados por una economía política que genera y captura plusvalía a través de la precarización, expulsión, y muerte. Mbembe reescribe el concepto de biopolítica de Michel Foucault cuando señala que la soberanía no es el poder de hacer vivir o dejar morir, si no como el poder de hacer morir. En el contexto del capitalismo financiero neoliberal en la colonia endeudada, el hacer morir, el socavar la vida misma, es un negocio. En el contexto de la pandemia, el hacer morir no es cuestión de negligencia, si no de decisiones que intensifican el cálculo con la muerte que se vive a través de la deuda/austeridad. Ferrer-Núñez nos recuerda en este contexto la noción de la vida póstuma de la esclavitud de Saidiya Hartmann: la “muerte prematura.” La pandemia la acelera para lxs desterradxs, desposeídxs.
Las desterradas, las desposeídas, no obstante, son las que cuidan, las que alimentan, las que resisten, señala Ferrer-Núñez. En Puerto Rico, prácticas y redes de apoyo mutuo que se generaron en el contexto de María instalaron solidaridad en torno a la alimentación, la vivienda, y la salud. La pandemia, continúa, profundiza el quiebre de la hegemonía del neoliberalismo que se vio en ese contexto. La deuda, la respuesta a María, y el manejo de los terremotos explicitaron que su promesa siempre había sido falsa. En la pandemia, las contradicciones que produce la economía política capitalista/colonial se tornan innegables. La pandemia, la cuarentena, muestran atención médica inaccesible en un sistema privatizado y colapsado; vivienda robada por desplazamientos, desahucios, rentas impagables; alimentación negada en el cierre de comedores escolares, en la falta de recursos para hacer compra; trabajo socavado para el que vive de cheque en cheque, de día a día. En Puerto Rico post-María, la solidaridad se articula en torno a un retorno a “lo básico,” dice Ferrer-Núñez, al valor de la vida misma. La solidaridad, las redes de apoyo mutuo que se siguen fortalecido, indican el “reconocimiento de la vida,” como lo pone Ferrer-Núñez, más allá de la economía, del mero interés político.
Protestar en tiempos de pandemia, entonces, es construir poder alimentando la solidaridad en torno a la vida. Poner el cuerpo, en este contexto, es exponerse tanto al virus como al ser-arma. La Compra Combativa, entre otras acciones de la Colectiva, tornó el ser-arma que socava el vínculo social, que aísla, que alimenta el miedo, en arma que ataca el hambre, la soledad, la represión, el despojo. Protestar en tiempos de pandemia es capturar la vida misma, generar vínculos en torno a ella.
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[1] La entrevista fue traducida al español como “La pandemia democratiza el poder de matar.” La versión original apareció en portugués en la revista Gauchazh bajo el título “Pandemia democratizou poder de matar, diz autor da teoria da ‘necropolítica.”
[2] Ver: https://www.worldometers.info/coronavirus/.
[3] Para el 11 de abril, Puerto Rico contaba con 621 arrestos por “violar el toque de queda.”
[4] Ver las páginas de Facebook e Instagram de la Colectiva Feminista en Construcción.
[5] Ver la contribución de Saadi Rosado Lausell de la Colectiva Feminista en Construcción, entrevista por Nelson Maldonado-Torres, “Confrontando el COVID-19 en una colonia estadounidense,” Fondation Frantz Fanon, 22 de abril 2020.
[6] Ver mi “Black Feminist Tactics: On the Colectiva Feminista en Construcción’s Politics without Guarantees,” The Decolonial Geographies of Puerto Rico’s 2019 Summer Protests: A Forum, Society and Space, ed. Marisol LeBrón and Joaquín Villanueva (2020).
[7] Ver “Confrontando el COVID-19 en una colonia estadounidense.” Todas las citas a Shariana Ferrer-Núñez son transcripciones de esta entrevista.