Maldita sea la mina
Luego de haber seguido con detenimiento durante varios meses la serie de reportajes multimediales firmados por el reportero del diario español El País, Francisco Peregil, sobre los 33 hombres enterrados a una profundidad de 700 metros en la Mina San José de Chile, me pregunto de qué constitución estarán hechos esos duros trabajadores para soportarse unos a otros sin perder la chaveta durante tanto tiempo en el encierro de este tipo más largo de la historia.
El cuestionamiento surge de mi convicción de que acá en la superficie resulta dificilísimo aguantar con estoicismo civilizado las pendejadas con las que te salen al paso los demás y sus manías, incluso al encontrarnos en espacios abiertos, sólo porque el insulto, la agresión y el asesinato constituyen conductas criminales. No obstante, una triste mirada malinterpretada, un roce bobo e involuntario y hasta varias palabras estúpidas fuera de lugar pueden provocar reacciones irracionales que van desde el desagrado inofensivo hasta el desencadenamiento de la violencia más cruda y brutal.
Según explica el periodista Peregil en sus comentarios a los vídeos que se han tomado los mineros más “buenagente” del mundo –y en las entrevistas que ha tenido con sus familiares y los expertos a cargo del rescate–, el submundo infernal en el que habitan esos compañeros de labor picapiedra es terrible sólo hasta cierto punto, porque no están absolutamente incomunicados. A diferencia de otros protagonistas de graves tragedias de clausura en tiempos menos cibernéticos, estos topos descamisados y barbudos se han convertido de la noche a la mañana en superhéroes nacionales y en superestrellas globales, incluso más interesantes y apasionados que muchos de los concursantes de reality shows a lo Objetivo Fama o Gran Hermano.
Video EFEAunque la prensa ha dado informes clichosos de hombres enfermos y de desesperos “normales”, no se sabe a ciencia cierta cuáles han sido las tribulaciones y los verdaderos sufrimientos de los sobrevivientes. Sí se conoce que atacan los pocos malos humores registrados con chistes de mal gusto y que –además de la oración– el relajo banal ha sido su sustento ante la humedad que les fastidia la piel, la claustrofobia, las temperaturas extremas, la falta de sueño y la escasez de agua y alimentos. Pero el rastro escritural y las oblicuas imágenes en blanco y negro que revelan las cámaras no mienten del todo. Ciertas comunicaciones dejan entrever sus negras pesadillas, casi todas revestidas con el polvillo del carbón y relacionadas con sus ansias de más poder y sexo.
En relación con la oscura consciencia que se proyecta disimulada en sus discursos, llama la atención una de las misivas de los sindicalistas a sus “cuerpos”, como suelen llamar cariñosamente a sus mujeres. Amparado en el más exquisito melodrama de la novela epistolar dieciochesca o la telenovela ochentosa, el minero “participante” Edison Fernando Peña le lanza un dardo envenenado a su novia Angélica Álvarez: “Negra, no sé cómo puedes decir que quieres casarte conmigo, seré un buen partido? […] No me gustaría que estuvieras tampoco con otro que te hiciera feliz, lo que yo nunca he logrado. […] Estos días me han servido para pensar en cambiar todo eso y que tuvieras en un futuro cercano sólo alegrías, que me gustaría poder dártelas. [..] No me gustaría que sufrieras por otro hombre, mejor te hago sufrir yo”, dice con candidez.
De ahí que la férrea censura impuesta por los psicólogos no haya sido óbice para que la teleaudiencia disfrute de las tensiones conyugales debido al descubrimiento de los numerosos adulterios, las peleítas de los obreros por la distribución de las tareas mientras esperan ser rescatados y, sobre todo, del disimulado pataleo que montan de vez en cuando al rebelarse de pensamiento, obra y omisión en contra de las prohibiciones que les han impuesto: no mujeres, no bebida, no cigarros, absoluta sumisión a las instrucciones del Presidente, el dueño de la mina, su líder interno Luis Urzúa y el qué dirán de su actuación.
Sólo la visita y consejería de los sobrevivientes antropófagos del accidente aéreo de Los Andes en 1972, inmortalizados por la película Alive, ha logrado aplacar hasta cierto punto la mala leche reprimida de los enterrados. Peregil entrevistó a uno de ellos y le preguntó qué consejo les daría a los protagonistas para que evitaran los enfrentamientos. La respuesta no se hizo esperar: “Si tienen ganas de maldecir, que maldigan y se desahoguen y que después pidan perdón. […] Saldrá lo bueno y lo malo de cada uno, pero hasta lo malo les va a servir para salir de ahí”.
Uf, ante tantas terapias con buenas intenciones new age, luego de tantos encargos de ánimo politically correct y buenas vibras hechos por el Presidente de la República hasta el Papa Ratzinger, es un alivio escuchar que el remedio de la maldición está disponible para la preservación de la salud mental y como clave para salir del laberinto. Si el consejo me lo hubiesen dirigido a mí, en esas mismas circunstancias, no dudaría en gritarles a las cámaras el “Maldita sea la mina” y el “Maldita sea la mamá de su dueño, con todo su sucio capital” que el respetable público televidente nunca escuchará de los cautivos. Maldeciría sin remordimientos, hasta que me doliese la garganta, henchido de orgullo y desquite rabioso por haber soportado tanta hermandad y tanta humanidad; máxime cuando la receta contra la locura proviene de un venerable caníbal; un sabio hecho a fuerza de cantazos y dentelladas contra la carne del sagrado prójimo.
El autor es periodista y abogado.
Esta columna fue publicada el 11 de octubre de 2010 en el periódico El Vocero de Puerto Rico, página 25.
Video msnbc news «Rescued Chilean miner greeted by misstres»