Miráte

Bryce Wymer
—Anoche soñé que Maradona y yo jugábamos Scrabble.
— ¿Quién ganó?
— Ni preguntes. Terminó mal.
— ¿Mal?
—El juego estaba reñido y él puso la palabra golaso en un triple tanto de palabra.
—¿Y cuál es el problema?
—La s. Lleva z. Golazo.
— ¿De veras? No sabía.
—Entérate.
—¿Qué hiciste?
—Lo dije. Es la regla.
— ¿Y qué pasó?
— Se rió.
—¿Cómo?
—¿Estás sordo? Se rió.
—¿Y eso?
—No sé. Lo miré serio y disimuló un poco, pero sabes cómo es él. Siguió riéndose. No sabe controlarse. Lo suyo es el desborde.
—¿Y se acabó?
—No. Paró de reírse para preguntarme cuál era mi problema. Problema ninguno, contesté. La palabra lleva z. Ya.
— ¿Entendió?
—Siguió riéndose. Gordo engreído. Me tomaba por idiota.
—Increíble.
—Me molesté mucho. Evidentemente quería provocarme, salirse con la suya. Pero me amparé en lo dicho. La palabra está mal escrita.
—¿Y cómo arreglaron el dilema?
—La regla dice que si hay discrepancias con una palabra buscas en el diccionario. Se lo advertí.
— Menos mal. La solución.
—¡Pero no! No fue tan sencillo como abrir el diccionario y buscar la palabra. Iluso. Con Maradona nada es simple. Se enojó y gritándome dijo que siguiera jugando, que no fuera boludo.
—¿Boludo?
—Así dicen ellos. Como decir pendejo.
—¿Y nada más?
—¿Cómo que nada más? Me insultó. ¿A ti te dicen pendejo y sigues como si nada? Soy un pendejo, gracias por reconocerme. ¿Así?
—Ya, páralo. Me refería a si todo quedó ahí, en boludo, el grito, la molestia.
—Imposible. Tú sabes que soy una persona prudente y opté por ser comedido, astuto. Le dije que lo de boludo carecía de sentido. Allá era un insulto pero acá nada significa. Quizás una palabra chistosa, nada más.
— ¿Cómo lo tomó?
—Me miró muy serio. En silencio. Por un momento pensé que mis palabras lo habían sorprendido. Callar al gran bocón, imagínate. Pero el silencio duró nada. Me dijo que yo era un cabrón boludo. ¿Ahora tiene sentido? Y vinieron las carcajadas.
— ¿Y qué hiciste?
— Me entraron ganas de meterle con el tablero del juego en plena cara. Por insolente. Pero me contuve. Un juego de mesa no amerita tal exabrupto. Respiré suavemente y aplaqué el sofocón. Le encanta provocar. Yo me paré y busqué el diccionario. Sereno.
— ¿Y se lo tomó a bien?
— El muy bruto me agarró por un brazo y colérico dijo que si me iba a poner con esas entonces exigía que fuera un diccionario argentino de futbol.
— ¿Un diccionario de futbol?
—Y argentino.
—¿Y eso existe?
—Qué voy a saber si existe o no. Da igual. No iba a desviar el tema. Lo ignoré, por supuesto. Sus delirios dan lástima, ¿no se lo han dicho? Un dios histérico y ramplón. Nada impresionable. Le dije, señor Maradona, sorry pero las reglas son las reglas. Usted será quien es, hará lo que le salga de los forros y meterá la mano donde no va, pero el Scrabble se juega de una manera específica y se acabó. Y me solté de su mano, fui hasta la oficina y traje el María Moliner.
—¿Qué hizo?
—Se quedó observando el diccionario como si fuese una cosa rara, un bife mal hecho. La boca abierta. Asqueado. Y me suelta que estaba ofendido. Que quién carajo era esa María Moliner, que las mujeres no saben nada de futbol y que ni siquiera había escuchado a esa en su vida entera.
— ¿Cómo dices?
— Lo oído. Un macharrán de marca mundial. Misógino.
—No puedo creerlo.
— Créelo.
— ¿Así es él?
—No le añado ni una coma. Horroroso. Una cochinada de ser. Pensaba que la gente exageraba y no. Es un desagradable y un odioso.
— ¿Y el juego terminó?
—No me iba a amedrentar. Le dije que su comentario era una aberración pero que, dadas las circunstancias, lo obviaba. No sería yo quien le argumentara al troglodita sobre derechos ni equidades ni feminismo ni mucho menos explicarle quién es María Moliner. Simplemente, busqué la palabra.
—¿Y qué sucedió?
—Lo peor del sueño.
—¿Lo peor? ¿Por qué?
—La palabra no estaba en el diccionario.
—¿Cómo que no estaba?
—No estaba.
—¿Pero ese no es el mejor diccionario según tú?
—Sí, pero no contiene todas las palabras del mundo.
—Entiendo.
—Y Maradona lo supo rapidito. Juro que el muy bestia lo sabía de antemano.
—¡Wao!
—¿Qué le pasa al maestrito de provincia? ¿Se le escapó la tortuga? Así dijo, riéndose de mí.
—Que hijo de puta.
—Y más. Pero no bastó. Haciéndose el sabio dijo: viste, María te hizo quedar mal. No sabe nada de futbol. Te cortó las piernas. En esto tenés que ser o blanco o negro, y ella eligió ser gris. Ahora que no nos digan machos tóxicos ni excluyentes ni odiosos.
—Tanta insolencia es para estallar. ¿Qué le dijiste?
—Qué podía decir ante sus risas, mofas y esa cara de gordito que juras es un pendejo hasta que te revienta a patadas con ansias locas.
—Es absurdo. ¿Y qué resolvieron?
—¿Con ese inepto que no sabe escribir una puta palabra tan importante en su vida y se vanagloria de su ignorancia? Nada, no hay nada que resolver. Él se paró y se fue.
— ¿Así?
—Así. Bueno, antes de irse me soltó otra de las suyas. Los boludos son como las hormigas, están en todas partes. Miráte.
—¿Y qué le contestaste?
—Nada, ahí me desperté.