Nueve fugas: anticipos del “Nuevo Breviario” de Juan Carlos Quiñones
Breve apócrifa de la boya que flota y se hunde
Para que la trama de estas breves sea plausible hay que imaginarse que este Breviario acontece y se desarrolla en otra isla, en otro país. O en un país que no es una isla pero que lo es. Un engendro contrahecho, hibrido y quimérico de la manera más monstruosa. Habría que imaginarse otra versión, otras versiones de la isla no necesariamente más dichosas o desdichadas, sino distintas. Versiones que cumplan con las condiciones de posibilidad necesarias para que esta historia de fantasmas sea verosímil, valga el oxímoron. Una versión de la historia de la isla, de su geografía, su demográfica, de su literatura que haga posible que las vidas de sus habitantes sean realmente intercambiables. Un laboratorio narrativo, si se quiere. Sólo en un escenario imaginado así será posible que un escritor pase con fichas, pasando como propia y como cierta una historia que es falsa y que no le pertenece. Las historias en las islas siempre se escriben distintas. Siempre están marcadas por un conato de violencia veritativa, puestas en duda, prestas a la deformación y al invento. Esta realidad se hace más cierta en el caso de las islas colonizadas. Las vidas en las islas colonizadas tienen un cariz fantasmal, de realidades que apenas lo son y que siempre están en un estado vulnerable de inminente borradura y zozobra. Son vidas que están en una lucha constante contra la violencia de la desaparición de la memoria en la memoria. ¿A quién le pertenece el contenido de una historia? ¿A quien la escribe o a quien la vive? ¿A quién le pertenecen las palabras escogidas para escribir las historias de una isla? Las vidas en las islas son cosas siempre a punto de desvanecerse apareciendo, como una huella demarcada en la arena, una boya flotante que se hunde y se asoma sobre y bajo la superficie del agua.
Breve de las burbujas
Huyendo del hambre y de la muerte, zarpó junto a otros desconocidos en una balsa fragil rumbo a la otra isla. La noche y el miedo no quisieron que notara el rastro irregular que había dejado la quilla de la barca sobre la arena. Pronto las olas se encargarían de borrar aquel surco sin dejar rastro. Mar adentro, los azotó una tormenta. Una ola lo desbancó y lo tiró al agua brava. Se vio rodeado de burbujas, y ya no vio nada más. Cuando abrió los ojos, estaba tirado en una playa. Se levantó y corrió despavorido tierra adentro. Sus zancadas dejaron huellas irregulares en la arena, que pronto desdibujaron los lenguetazos de las olas nocturnas. Hizo lo mismo que hacen los desesperados que abandonan su país huyendo del terror, aunque ningún desesperado hace exactamente lo mismo. Se las buscó. También lo buscaron. Conoció la bondad y el desprecio, pero la violencia de los que odian lo mandó al hospital. Por la paliza perdió la conciencia. Luego de un tiempo sin tiempo, abrió los ojos. Se halló sumergido en el mar, desbancado y superado por olas. Gritó, y los pulmones se le llenaron de agua. Vio burbujas, y ya no vio nada más.
Breve del astronauta, 1
La última madrugada que pasé en la Prisión sin límites soñé que me estaba metiendo perico. Lo hacía cortando las líneas con una tarjeta de crédito, y succionando por la nariz con un billete de a cien, como en las películas. Esto me estuvo raro, porque yo no huelo perico. Nunca le sometí a la coca. Cerrando el ojo derecho, oprimiendo la aleta derecha y sosteniendo el billete enroscado en el agujero izquierdo de mi nariz, con el ojo izquierdo podía mirar hacia abajo y ver los dígitos del número a relieve sobre la superficie plástica de la tarjeta que estaba puesta boca arriba al lado del pedazo de vidrio. Podía reconocer la cifra con esa ilusoria claridad de los sueños que es más bien una certeza falsamente recordada, pero que una vez uno despierta elude a todo esfuerzo de la memoria. Otra rareza: sobre el pedazo de espejo roto, el polvo distribuido en breves rayas paralelas era de un color rojo intenso. Aspiré aquella nieve roja -así la concebí en el sueño- y sentí el raspado vidrioso de las partículas cristalinas en las paredes de mi fosa nasal derecha y suspiré, que no es lo mismo que aspirar, aunque se le parezca. “Así debe ser el polvo granulado que sobrevuela la atmósfera rala en las planicies desérticas de Marte”, pensé en el sueño, y ese pensamiento desolado me causó tanta tristeza que empecé a llorar como un nene chiquito allí mismo en la realidad del sueño.
Llorar -debe saberse- no es lo mismo nunca o casi nunca que despertar.
Breve y verdadera historia de Perico
Cruzada la espalda prieta de latigazos ardientes como alacranes vivos, el hombre corría fugado de amos cruentos y cabrones, perseguido de capataces viles empuñando fuetes de nueve puntas y cazado por canes sarnosos de ladridos voraces. Descamisado el pecho encarimbado -no era la primera vez- el hombre tropezaba, sudaba, se levantaba, resoplaba, sacudía la hermosa cabeza y retomaba la carrera. Descalzos los pies ensangrentados, huía el hombre raudo en paralelo a la vía, chupando tarugos de melao que se caían de los vagones lejanos. Cargaba las cadenas del grillete apostillado en el tobillo sangriento para que no arrastraran, para que no hicieran ruido al chocar con las piedras de la tierra. Mordisqueando virutas mieles de bagazo que los carros contenedores de carga dejaban atrás en camino a las centrales como despojos de bagazo, él mismo despojo humano con glucosa y sangre chorreándole por los antebrazos, sacaba tiempo de su desespero para alzar la mirada y admirar la belleza de la luna, amante de fugitivos nocturnos. Canturreaba en su mente alucinada una canción ancestral que le habría susurrado su madre antes de que le arrancaran de sus brazos como se arranca una yautía del seno de la tierra. Escuchó de lejos el rumor rum-rum de la maquinaria que volaba bajito por los rieles, acercándose. Lo espantó el resoplido y el pito que sonaba clarito, clarito. Chú Chú. Sintió el temblor en la tierra a través de las plantas laceradas de los pies. Con la bestia rechinante de hierros casi al alcance, de un salto se plantó de frente en el medio de la vía, desafiante. Abrió los ojos grandes, grandes. Se despidió de la luna y sonrío. La sonrisa se le iluminó completa con la luz del astro, alumbrando a fuerza de diente blanco la noche entera. Lo envolvió aquél rechinar de vapor y de metal y de estruendo, y ya no escuchó nada más.
Qué descanse en paz.
Breve arribo con maleta roja,1
Arrastrando una maleta roja llegué a esta casa, a este hotel de paso, a este Airbnb, a esta isla incierta hace algún tiempo, y ya para entonces la casa estaba tomada. Llegó mi mente. Mi dedo meñique de la mano izquierda. Llegue descalza y calzada. Llegaron mis pies negros por el dorso y amarillos al empeine arrugado a pisar lo granulado con sus dedos diminutos. Fue como pisar el polvo de un cráter lunar. Las gentes fugitivas siempre pisamos muchos suelos a la vez. Transitamos el mundo real y caminamos por mundos imaginados por nosotras mismas y aún reptamos por otros mundos crueles imaginados por nuestros perseguidores. Habitamos muchos tiempos y somos como aquellos gatos cuánticos que están vivos y muertos a la vez. Las plantas de mis pies perturbaron el polvo quieto que era arena de playa que era el piso lustroso del aeropuerto y despertaron una voz telepática que aunque no lo pronunciaba, sabía mi nombre otorgado: así es como te pudres, susurraba. Así es como se te rajan las plantas de los pies desnudos. Así es como se te caen al suelo el alma y las uñas. Se las traga la tierra.
Breve del astronauta, 2
Cuando desperté, tenía puestas las pijamas de rayas y todavía me hallaba arropado en el catre 5 de la barraca 2 de la Prisión sin límites. Me sequé las lágrimas rápido con la manga del camisón. El llanto me había acompañado del sueño a la vigilia y me dio vergüenza, pero más inundó el miedo que la vergüenza. ¿Qué pensarían el Shorty, el Chango y Berti? ¿Qué pensaría Sartén? Demostrar debilidad allí en el Hogar transitorio para personas adictas y deambulantes podía costarle a uno que lo cogieran de punto o peor, aunque también es cierto que demostrar bravuconería podía costarle a uno la vida, que es lo peor. Sobrevivir aquí, allí en la Prisión sin límites es cuestión de jugárselas ni muy frías ni muy calientes, no al justo medio de la templanza sino fluctuando, oscilando espectralmente entre los polos de la valentía y la pusilanimidad. Hacerse el pendejo o el guapo según lo requieran las circunstancias. ¿Me habrá visto el Shorty con los ojos anegados de lágrimas? Creo que no…suspiré aliviado. Sépase que suspirar no es lo mismo que aspirar perico ni se le parece. Ahora sí del lado de acá, de la vigilia despabilada, otro pensamiento absurdo me sacó una carcajada audible. Pensé que el lenguaje del pensamiento se me daba barroco en los sueños y que escribía estas breves mientras soñaba.
Breve arribo con maleta roja, 2
Welcome to…, apalabraba una voz incorpórea por el sistema de anuncios públicos en el aeropuerto Luis Muñoz Marín. No llegue sola, pero arribé a estas costas como si lo estuviera. A esta playa. ¿Dónde estaban las otras, los otros cuerpos? ¿Los látigos, los arcabuces, los iPads de los secuestradores que mandan en esta travesía? Lo primero -la costa- se dice, se escribe luego de desenrollar el mapa antiguo u oprimir la aplicación de Google maps y posar el dedo en el contorno desigual de la isla plasmado ahí en el cristal o el pergamino. Imagen dibujada en tinta china o satelital sobre la superficie del papel, de la pantalla, de la piel tiznada. Lo segundo -la playa- se dice/escribe luego de haber contemplado la línea blanca, espumosa y sinuosa que divide la arena del agua desde una yola o desde lo alto, por la escotilla de un avión comercial que acaba de traspasar una capa de nubes en descenso hacia la tierra firme, si es que así puede llamársele a la arena y a la piedra volcánica que conforma la isla. Las islas. Lápidas tumbadas por todo el litoral como estalagmitas al borde de un cráter. Cartografía de astrolabio o electrónica, traslación marítima o aérea en tiempos distintos, la misma isla que se repite regresando distinta a los ojos y al tacto y al grafito. En la maleta roja llevaba unos libros escritos en Spanglish, una tableta con teclado y en la memoria digital tan nebulosa como las nubes que había atravesado el avión comercial, las distintas versiones apócrifas del viaje.
Breve del astronauta, 3
No había yo terminado de pensar aquél pensamiento divertido cuando otro pensamiento menos divertido que había comenzado en el sueño -igual que el llanto- se desbordó desde el otro lado y me asaltó sobrecogedoramente como un escozor detrás de las pupilas acá, en el mundo espabilado. Esta pregunta limítrofe-comenzada a formularse en el ámbito de los dormidos y acabada de manifestarse en el plano despierto como un feto pillado en la cérvix que separa dos mundos- me causó un estupor desmedido o no tanto, y fue la siguiente: ¿cuál sería el destino material deparado al cuerpo de un astronauta que se muera en las planicies inhumanas del planeta Marte?
Creo haber aclarado que yo no me meto perico. Lo mío era el ron.
Breve de la mujer que despertaba
Por si sola -sin ayuda de nadie, autónoma, como un dolmen o un portento- ella se sostiene en el aire, levitante. Voladora, vigilante, sobrenatural, ella caminaba sobre el agua, pero no había agua. Repta escabulléndose bajo la tierra, pero está hecha de polvo. Siendo cosa ella misma entre las cosas, ella es la llave y la entrada posible a todas las cosas. Sobre su piel se posan los granos de la arena que una vez fueron todas las palabras de este mundo, conformando un nuevo lenguaje descarriado, maldito, condenado a vagar sin sentido buscando un sentido, presintiéndolo, anunciándolo, prefigurándolo, piel profetisa. Que fuera transparente -gelatinosa, inasible- no le impedía ser percibida y acaso percibir a otras, a otros seres. Deseada. Transitada. Una aurora boreal. Una aguaviva atravesada de corredores líquidos, arrastrando larguísimos filamentos fosforescentes. Su nombre era…, y de día se comportaba como una ciudad. Más específicamente como el espectro de una ciudad. Su recuerdo. De noche solo tenía un sueño repetido: quería ser una mujer. Su piel tatuada es el escenario terso de una cartografía arenosa, un lienzo barnizado en cloruros de sodio donde se despliega un mapa sin leyenda, porque ella misma es la entidad tutelar de todas las leyendas de este mundo granulado. Aquel mapa púrpura es la maqueta de una ciudad desolada y por sus líneas transitan vientos, fluidos, ondas longitudinales, potencias. Se pasó la lengua por los labios y sintió un sabor a palabras saladas, mal pronunciadas en un nuevo lenguaje. Supo ahí que ella era el fin y el principio de un desastre, anunciadora del principio y el fin de todas las cosas.
En las mañanas el mundo ya no es el mismo. Nunca lo es.