Para salvarnos del suicidio
Cayó al borde de la vertiente. Hubo un momento en que, rodando sobre sí misma, bajo el estímulo convulso, se alejó del borde; pero, tras un instante de quietismo, rodó de nuevo, retorciéndose, sacudiendo con espasmo voltaico el cuerpo, y contrayendo en horrible mueca el semblante volvió a colocarse en la arista del abismo.
[…]
La vertiente, llena de árboles y malezas, abrió camino al cuerpo, doblándose los tallos verdes, entreabriéndose las marañas, quebrándose las hierbas secas, desplazándose los hacinamientos de pajuncias que formaban lecho en el declive.
Caía con la pesadumbre de lo que no ha de levantarse más. Rodaba volteando sobre sí mismo, chocaba contra los obstáculos, rebotaba de piedra en piedra, deteníase un punto en el tronco de algún árbol hasta que la pesantez la empujaba de nuevo; arrastraba en la caída montones de piedras rodadizas que le seguían como si aquellas piedras piadosas, más piadosas que los hombres, quisieran, en fúnebre cortejo, acompañarle hasta el fondo.
(Manuel Zeno Gandía, La charca. San Juan: Ediciones Huracán, 257-8)
Estas son algunas de las palabras con las que el narrador de La charca refiere el descenso al abismo de Silvina, cuyo “dolor sin bálsamo”, se asegura “nadie consuela ¡… nadie conoce!”. Como metáfora de la narración de la novela, el río no sólo casi recibe el cuerpo inerte de la joven adolescente —que queda sobre una de sus rocas—, sino que fluye como el único intento de comunicar esta desdicha. Sin embargo, ¿quién puede comunicar su dolor? ¿Quién puede hablar por Silvina?
Juan Flores, cien años después de la publicación de esta novela de Zeno Gandía, invita a mirar la caída de Silvina como un tipo de suicidio con el cual colabora la naturaleza a la que se le presentaba “asida” al comienzo. Continuando la interpretación de mi maestro y amigo en un ensayo cuestionaba si esa era su única forma de hablar: si la voz de Silvina solo se podía hacer escuchar por medio de su cadáver. Si es así, tal vez siempre sería necesario la voz de otro —el narrador, el río, Juan del Salto— para comunicar lo que esta sufrida adolescente parece incapaz de decir. ¿O es que son esos “interlocutores” los que en el fondo no la pueden o no la quieren escuchar?
A partir de esta observación he interpretado las estrategias discursivas en que la literatura puertorriqueña, y el arte en general, se ha erigido sobre esta representación del otro: de esos seres, alegadamente sin voz, en los que, sin embargo, ese mismo discurso sitúa la esencia y de cierto modo la verdad del “ser puertorriqueño”. Por eso, la crítica y la tradición literaria puertorriqueña han preferido enfocarse en la supuesta angustia de Juan del Salto por no poder remediar el “mal que aqueja a sus campesinos”. Este personaje sería el espejo del buen corazón del letrado, frustrado ante la inmovilidad de los campesinos pusilánimes.
Mi referencia a La charca no es fortuita: no lo es porque es precisamente el texto que aún no discuto este semestre en mi clase; y no lo es, porque quiero reflexionar sobre la distancia entre esos sujetos y las voces que dicen representarlos y defenderlos a la luz de la versión más reciente de un viejo conflicto que hoy llamamos huelgario. Y para pensarlo evoco otro conflicto y otra lucha, que tal vez como esta, es símbolo de las de los desposeídos del aún llamado Tercer Mundo: la liderada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Para ello veamos este vídeo (agradezco a Héctor Monclova por haberlo posteado en Facebook):
¿Quién es el subcomandante Marcos en relación con Silvina? ¿Es la nueva voz del río? ¿de Zeno Gandía? ¿de Juan del Salto? ¿O es acaso otra voz, cuya relación con la subalternidad es diferente a la de los anteriores interlocutores burgueses, literatos, religiosos y políticos? La popularidad de su figura, y en este vídeo, su adopción por la figura rebelde de la música global, Manu Chao, así parecen asegurarlo. Más allá de una Gayatri Spivak, catedrática india de Literatura Comparada de Columbia University, interpretando el mensaje semioculto de una joven suicida, el EZLN y su portavoz político representaron y representan una voz diferente a la discutida anteriormente por intelectuales de estudios poscoloniales y subalternos.
¿Hasta dónde podemos emparentar estas imágenes con la del actual conflicto huelgario? Curiosamente éste se escenifica hoy, como hace veintinueve años, en la Universidad de Puerto Rico: no en el campo, no en las fábricas, no en las barriadas, no en Villa Cañona. Son voces y máscaras estudiantiles las que defienden el derecho de tod@s l@s estudiantes y de tod@s l@s universitari@s. Del vídeo de Marcos/Manu Chao resalta el contraste entre la figura y voz del enmascarado, su pipa y la barba que se entrevé bajo la tela con la del niño que encabeza la fila de rostros que completan “la foto” del espejo. Son muchos los rostros, pero se sugiere que es una la persona, una la voz. ¿Es que se ha superado la distancia entre representados y la voz de su representación? ¿Es esto un hecho, una aspiración, un deseo, una figuración retórica? ¿Hasta dónde se puede extender la analogía? Y no me refiero sólo a esa figuración metonímica del vídeo, sino a la que nos corresponde hoy, a mediados de diciembre en Puerto Rico.
En un curioso giro del espectáculo, la administración universitaria trajo a escena a Chicky Star, luchador que sin máscara siempre ocultaba una trampa. Su trampa siempre develaba que el juego sucio era su papel en el espectáculo de la lucha libre. Y así fue: la intervención de Capitol Security develó un ángulo sucio de las estrategias administrativas. Para cumplir con su contrato con la Universidad esta agencia acudió a un reclutamiento acelerado e improvisado: el resultado, jóvenes de barriadas pobres como Villa Cañona, algunos menores de edad, fungieron de agentes de seguridad en medio de un conflicto universitario. Sobre el ring nuevamente vimos enmascarados buenos —al estilo El Santo— y desencapuchados malos. ¿Quiénes son los subalternos en este combate? ¿Acaso al desencapucharse algún estudiante revelaría el rostro de uno de esos vecinos de Villa Cañona? Algo parecido quiso decir Giovanni Roberto, líder estudiantil, cuando le habló al personal reclutado por Capitol Security. Aún así me cuestiono si estos jóvenes subempleados se reconocerían en esas máscaras estudiantiles como sugiere el vídeo del subcomandante Marcos.
Al igual que el discurso de Marcos en su reproducción mediática (no se olvide que, por su manejo y dominio mediático de las redes cibernéticas, la revolución zapatista fue la primera gran lucha de este milenio, a pesar de originarse a fines del pasado) los estudiantes, encapuchados o no, suscriben un discurso de justicia social que remonta a más allá de los movimientos de liberación nacional de la segunda mitad del siglo veinte. “Techo, tierra, trabajo, paz, salud, educación, independencia, democracia, libertad: esas fueron nuestras demandas en la larga noche de los 500 años; estas son hoy nuestras exigencias”: así concluye el discurso que sirve de pie al vídeo anterior. Marcos cita un texto de Emiliano Zapata asumiendo que el suyo es la continuación del anterior. Bien podemos pensar que esas son las demandas que representa la actual lucha estudiantil como si su reclamo no solo fuera legendario sino que se extendiera a un horizonte más amplio que el recinto ríopedrense, que el contorno universitario y puertorriqueño.
Del mismo modo, el movimiento estudiantil tiene sus paralelos y correspondientes en diferentes partes del mundo, como lo atestiguan las luchas estudiantiles en Londres y Roma. Lucha local, global y mediática que por su carácter espectacular adquiere una luminosidad conmovedora, a veces más que la emoción que pudiera transmitir una canción de la “nueva trova”, sea de los viejos años setenta o en cualquiera de sus reinterpretaciones más novedosas.
Más allá del reclamo de justicia y del manejo del discurso quisiera llamar la atención hacia otros dos ángulos con lo que quisiera terminar mi reflexión. El primero: la policía también maneja los medios. Por contrapoducente a la reinstalación de las clases que resulte el exagerado despliegue policíaco, ellos también juegan su ofensiva mediática y su espectacular “show of force”. Recordemos brevemente las imágenes de las luces azules tomando el Recinto la noche del miércoles 8 de diciembre y comparémoslas con las siguientes imágenes de los tanques soviéticos entrando en Praga en la primavera de 1968 (sugiero que vean, al menos, a partir del minuto con ocho segundos).
El despliegue soviético no solo quería demostrar su descomunal poder militar al pueblo checoslovaco —todavía se llamaba así— sino al mundo. Igualmente, el actual despliegue de la fuerza de choque y su arsenal antimotines no desea tanto espantar las protestas estudiantiles como amenazar al país y ahuyentar futuros protestantes. Si bien su nocturna luminosidad azul imita al mass media norteamericano, su despliegue en la tarde del miércoles 15 luce como un poderoso ejército de orden que como perro rabioso basta mostrar para silenciar.
El gobierno actual, desde “such is life” hasta “hay que sacarlos a patás”, deja ver con plena claridad el lustre de sus botas totalitarias. ¿Se trata de un arrogante despliegue performático? Los estudiantes responden tronando “Lucha sí, entrega no”; tomando el Recinto con máscaras y barricadas, marchas silenciosas o ensordecedoras y alguna que otra bolita de humo. El miedo reina, mientras cada cual se acuartela en su trinchera. Los administradores en su negativa a cualquier proceso democrático que no sea el de su gobierno, los estudiantes en su férrea voluntad de frenar los tanques. En muchas ocasiones el número de policías ha superado al de estudiantes protestantes como si el gas lacrimógeno fuese lanzado más allá de los que marchaban: ése es el triunfo mediático de Figueroa Sancha, nuevo Rector del Recinto. Hay una pared invisible que separa a los “huelguistas” de los otros estudiantes que como Silvina parece que no tienen voz. Y hay otra que distancia a los profesores y empleados.
El mensaje del gobernador del jueves 16 y la respuesta televisada del dirigente estudiantil Ian Camilo Cintrón devuelven el escenario al impasse de abril: Fortuño insiste en que su gobierno ya le ha dado más que suficiente a los estudiantes quienes además pueden acceder a “préstamos estudiantiles”, garantizados por el gobierno federal, para pagar la cuota. Cintrón llama al pueblo a que se levante en defensa de su universidad.
Ante este impasse pregunto: ¿quién gana si la universidad pierde su acreditación? ¿Por qué el gobierno se sienta cómodamente a responsabilizar a quienes llama un grupo de “huelguistas violentos” por lo que puede significar la pérdida de millones de dólares y de la acreditación de la UPR? ¿Quién gana con la pérdida de la Universidad? ¿De quién hay que defenderla?
Los gobiernos totalitarios de América Latina cerraron las universidades por ser foco de revueltas en contra de las dictaduras. ¿Será capaz un penepé tan pitiyanqui como el de Fortuño hacer lo mismo o permitir que suceda? ¿Por qué permanecen en el poder universitario administradores de tan probada mediocridad y de tan poco respeto a las propias instancias de la democracia universitaria, como el Senado Académico? ¿Gana o pierde la agenda estadista con la pérdida de la acreditación? ¿Tanto se quiere destruir las instituciones que el proyecto de Luis Muñoz Marín, bien o mal, dejó en el país?
Quienes más perdemos en todo esto somos l@s universitari@s. Como ciudadanos perdemos una de las pocas instituciones que, a pesar de sus deficiencias, le ha servido al país graduando maestros, médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, profesores, entre otro centenar de profesiones. Perdemos también uno de los principales centro de producción de pensamiento, reflexión, investigación de Puerto Rico y del Caribe. Además, perdemos nuestro centro de trabajo y estudio y nuestro futuro profesional; con ello miles perderíamos también el ingreso económico de nuestras familias. Entonces, ¿por qué cerrar la Universidad? ¿Por qué no dirigir nuestra creatividad para golpear las fuerzas que atentan contra la Universidad y lo universitario?
¿Hacía dónde nos empujan las fuerzas que protagonizan el conflicto universitario? ¿Cómo detener esos tanques? ¿Cómo evitar la caída de Silvina? No esperemos su suicidio para escuchar su voz; no pretendamos que podemos hablar por ella. Humildemente busco salidas para este callejón y no la veo en marchas ni asambleas. ¡Poco sirve otra resolución! ¡Otra consigna aunque su trueno se levante hasta el cielo! Hacen falta nuevas estrategias para detener el avance de esas botas y hallar otros derroteros para la nave del cambio. Recordando el surgir de aquellas dictaduras, quiero sugerir como Rubén Blades
“Prohibieron ir a la escuela / e ir a la universidad. / Prohibieron las garantías / y el fin constitucional. / Prohibieron todas las ciencias / excepto la militar. / Prohibiendo el derecho a queja, / prohibieron el preguntar. / Hoy te sugiero, mi hermano, / pa que no vuelva a pasar: / ¡prohibido olvidar!” (Rubén Blades, “Prohibido olvidar”, Caminando, SONY 1991)