¿Por qué y para qué conmemoramos a Eugenio María Hostos?
Si uno escucha estas palabras mías y las pone en práctica, dirán de él: aquí tienen al hombre sabio y prudente, que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra aquella casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre roca. Pero dirán del que oye estas palabras mías, y no las pone en práctica: aquí tienen a un tonto que construyó su casa sobre arena. San Mateo, 7:24-26
Hasta donde conozco, el conmemorar, en el sentido en que lo interpreto, se estableció como costumbre en las primeras comunidades cristianas para honrar la memoria de los mártires que habían combatido por Jesucristo, es decir, predicado y vivido en su evangelio de liberación y nueva vida. En aquella época (siglo III) la Iglesia sufría persecuciones y problemas internos de corrupción, desvió moral y luchas de poder. San Cipriano (“el obispo africano”) promovía, en palabras y obras, formas de vivir y comportarse los cristianos para superar esos momentos de crisis y poder perseverar en el combate del tránsito hacia la nueva vida. El cual implicaba, como forma suprema de lucha de la que Jesús mismo había dado ejemplo, el martirio. Escribe al respecto en una de sus epístolas: Hagamos memoria de los mártires a fin de que nosotros nos hagamos dignos de participar de sus combates. De aquí que el propósito de la conmemoración fuera uno no solo de gratitud y honrar, sino de renovación de votos, de templarse para el combate fortaleciéndose en los valores del espíritu para dar cumplimiento a la agenda de la salvación (Fue así como el Espíritu Santo los llenó de poder a todos ellos…Cada uno hablaba según lo que el Espíritu Santo les indicaba, Hechos 2:4).Se trataba, pues, de rememorar para conmemorar, es decir, para estar “con esa memoria” del espíritu, de modo que la misma nos habitara, es decir, “animara” en el presente para la actividad liberadora. Este es el auténtico sentido del conmemorar que, frente al hipócrita fariseo, rescata Bosch, el mejor de los discípulos de Hostos, cuando el 16 de agosto de 1963, en solemne acto, con motivo de la celebración del Centenario del inicio de la Guerra de Restauración, a pocas semanas del ya presentido golpe de Estado, declara:
Hoy, a cien años de distancia, estamos aquí rindiendo homenaje a los héroes de Capotillo y somos conscientes de que, si estamos en este momento hablando ante ustedes y ante la representación del ejército restaurador, que está ahí en frente, y ante todo el país que nos escucha, lo debemos también a los restauradores, porque si ellos no hubieren hecho libre esta República, el pueblo no hubiera sido libre para elegir libremente un gobierno constitucional. Esta es la hora de pensar unidos, en silencio y con gratitud en el ejemplo de los hombres gracias a los cuales nosotros podemos reunirnos hoy aquí, y nosotros podemos llamarnos dominicanos. Ellos se unieron resuelta y válidamente ante un enemigo poderoso; los dominicanos deben unirse y luchar resuelta y valientemente contra la miseria, contra la ignorancia, contra la maldad, contra la enfermedad. Ellos conquistaron la libertad nacional para todos los dominicanos y nosotros tenemos que darle a esa libertad nacional la sustancia necesaria para que nuestro pueblo pueda sentarse en primera fila entre los pueblos libres de América.
Es en este mismo sentido que Hostos hubiera querido ser conmemorado, como lo atestiguan sus propias palabras, que pudieron hacer sido las de Bosch: Pero si el soñador no llegara a la realización del sueño, si el obrero no viese la obra terminada, si las apostasías disolviesen el apostolado, ni la vida azarosa, ni la muerte temprana podrán quitar al maestro la esperanza de que en el porvenir germine la semilla que ha sembrado en el presente, porque del alma de sus discípulos ha tratado de hacer un templo para la razón y la verdad, para la libertad y el bien, para la patria dominicana y la antillana.
Conmemoramos, pues, a Hostos en el espíritu de la agenda inconclusa de liberación que nos legó y nos convoca, en tanto sus fieles discípulos, miembros de lo que él, refiriéndose a los maestros normalistas, llamó su “ejército de liberación”, con su palabra: Harto lo sabéis, señores: todas las revoluciones se habían intentado en la República, menos la única que podía devolverle la salud. Estaba muriéndose de falta de razón en sus propósitos, de falta de conciencia en su conducta, y no se le había ocurrido restablecer su conciencia y su razón… Era indispensable formar un ejército de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie. Era indispensable, para que esos soldados de la verdad pudieran prevalecer en sus combates, que llevaran en la mente una noción tan clara, y en la voluntad una resolución tan firme, que cuanto más combatieran, tanto más los iluminara la noción, tanto más estoica resolución los impulsara.
El espíritu de Hostos que conmemoramos, como acto de conciencia, nos acoge y nos invita a que seamos “obreros de la vida”, constructores de relaciones armoniosas y, por ende, saludables con la naturaleza, entre nosotros y hacia nosotros. Ello nos requiere trabajar, en nosotros y en aquellos a los que como educadores servimos, en el desarrollo de esa fuerza que, al unir entendimiento, sensibilidad y voluntad, motiva, orienta y estructura nuestro comportamiento hacia lo bueno y justo: la conciencia moral.
Solo esta fuerza puede ser verdadera y efectivamente liberadora, capaz de combatir las relaciones de opresión y maltrato que dañan o matan la vida; sólo así podremos transformarlas en aquellas que la honran y promueven su plenitud: relaciones de gratitud y amor, verdadera democracia y solidaridad, respetuosas de la dignidad de la vida en todas sus manifestaciones. Construyamos sobre esa “palabra-roca” que nos legó Hostos; esa será la mejor manera de conmemorarle y merecer el llamarnos hostosianos.