¿Qué democracia?
Tanto el Comisionado de la Policía, Henry Escalera, como el ex-senador Orlando Parga, llamaron las iracundas protestas frente a La Fortaleza ataques a “la democracia”.
¿A qué democracia se estarán refiriendo?
En mis clases de Historia General de noveno grado, presento el tema de “democracia” con la conocida frase de Abraham Lincoln en Gettysburg: “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. No es eso lo que defiende el ex-senador. Tampoco lo defienden los agentes que el Comisionado ordena a pararse entre La Fortaleza y la ira que, tras años de abusos e indiferencia gubernamental, detonó esta develación del íntimo desprecio de los más poderosos del gobierno, por cualquiera que no esté en su corillo. Claramente Puerto Rico no ha sido gobernado “por el pueblo”. Los intereses personales y partidistas por los que se violaban cotidianamente la ley —y la ética gubernamental que todo servidor público tiene que estudiar por 10 horas al año— evidencian que tampoco ha sido “para el pueblo” que se ha estado gobernando.
Les digo a mis estudiantes que “democracia”, a secas, es una aspiración universal del mundo moderno, expresada por Lincoln de manera sucinta y memorable. Pero en las elecciones que Lincoln ganó, no podían participar mujeres, ni gente negra, ni los pueblos indígenas cuya gobernanza interna frecuentemente era más “democrática” que la de los invasores europeos. Es tan universal la aspiración a la democracia, como tan difícil su realización en la práctica: el estado fundado en Corea por Kim Il-Sung, y gobernado luego por su hijo y ahora por su nieto, se llama “República Popular Demcrática de Corea”. Y así ha habido muchos gobiernos más.
Hay que hablar de “democracia” con nombre y apellido. “Democracia representativa” se llama el sistema de gobierno que establece la constitución de los Estados Unidos, que ha sido emulada en muchísimos países, incluyendo por supuesto el nuestro. Pero ese sistema fue una solución intermedia entre la monarquía, ese despotismo que criticaron tantos pensadores de la Ilustración, y la democracia, que era tan temida como deseada por aquellos “padres de la patria” norteamericanos.
En efecto, lo que crea la democracia representativa —sobre todo cuando los partidos burlan la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial que ha sido la clave de la longevidad del gobierno estadounidense— es una monarquía, por tiempo limitado. Los puertorriqueños elegimos, cada cuatro años, un gobierno que luego actúa como le dé la gana, últimamente tan mal que pierde las próximas elecciones. El chat, y el pliego acusatorio contra Keleher, Velázquez Piñol y los demás, dan fe de lo anti-democrático que es el gobierno de este país. El gobernador, Parga y Escalera quieren que esperemos pacientemente a las próximas elecciones dentro de 17 meses. Garantizan nuestro derecho a la libre expresión, pero sin compromiso alguno de hacernos caso.
Hay otra clase de democracia, les digo a mis estudiantes: se llama “democracia participativa”, y durante la misma Ilustración, Rousseau planteó que el gobierno existía para manifestar “la voluntad popular”. A menudo es difícil saber cuál es esa voluntad; pero a veces se hace prístinamente clara, y ante un gobierno que se burla de ella, se impone a la fuerza. Así pasó en París hace justamente 230 años, cuando una turba atacó la Bastilla. Francia celebra, cada año, esa explosión de ira popular.
Quizás podamos esperar 17 meses más. Pero las protestas airadas, incluso las piedras y los adoquines que vuelan hacia los subordinados de Escalera, no son un ataque a la democracia. Son el resultado de haberla pisoteado por tantos años.