Reimaginando la geografía
Mamá, Borinquen me llama
-Virgilio Dávila
Que de adónde vengo
Que pa donde voy
-Héctor Lavoe
Es casi imposible hablar sobre Puerto Rico sin pensar en sus paisajes. Como paisaje lo presenta Manuel Fernández Juncos en el himno, “La borinqueña”, y sus playas y montes destacan en las campañas de turismo. Fue mediante el ensalzamiento de sus paisajes que poetas como Juan B. Vidarte y José Gautier Benítez se lo presentaron al mundo y justificaron su “amor profundo”; “mitificación” que será “elemento constitutivo de la identidad nacional”1, a partir de Luis Llorens Torres. Por medio de exaltaciones paisajistas los puertorriqueños mantienen viva su imagen de paraíso, a pesar de que Borinquen se muera “con [sus] pesares” y que “el tirano [la] trate con negra maldad”. “Preciosa serás sin banderas, laudos ni gloria”: es el destino que nos trajo el oráculo en las naves de Colón. El paisaje parece ser nuestra mayor riqueza natural y motivo vital del orgullo nacional: el objeto a vender y el tesoro a preservar.Como atestiguan los poemas y canciones referidos, muchas de las recreaciones paisajistas que más han despertado la pasión patriótica se han hecho mediante el tropos de la ausencia. Iniciada por “la incipiente burguesía nacional” del siglo 19 tiene su continuación en las primeras migraciones boricuas del siglo posterior. Hace más o menos un siglo, bonches dispersos de boricuas dieron los primeros pasos que desembocaron en la construcción simbólica del Barrio en Nueva York componiendo canciones con la música que habían traído junto a la que trajeron otras migraciones, especialmente la cubana. De cierta medida colonizaron El Barrio y de cierta medida continuaron y transformaron las maneras de entender nuestra cultura y nuestra geografía. En Puerto Rico hay cientos de barrios, quizás más de un millar, pero El Barrio —así con las mayúsculas que obliga la Academia— está en Nueva York.
Y desde los comienzos de la Radio y la Industria del disco, los migrantes nos han dado miradas determinantes para nuestra propia autorepresentación. No fue en las carabelas de Colón que llegó “Preciosa” a Puerto Rico sino en los acetatos de RCA Victor.2 Rafael Hernández no vivía en Puerto Rico desde que fue reclutado por el segregado ejército norteamericano durante la mal llamada Primera Guerra Mundial en el que formó parte de la Banda de Afro Americanos. Así también, la nostalgia de “En mi Viejo San Juan”, de Noel Estrada, se aferró como una orquídea al tronco del imaginario nacional puertorriqueño. ¿Y qué decir de “Campanitas de cristal”? La “Blanca Navidad” habrá sido el mayor ridículo de Doña Fela, pero al escuchar la melodía que dice “Cuando la brisa de invierno se cuela por mi ventanita” son muchos los que oyen sonar “un madrigal”: no importa las extremas variaciones de ese frío invernal.
Sin embargo, la literatura de los boricuas al sur del Atlántico temblaba al ver la migración como el camino de vacas al matadero. Los entiendo, una migración de casi la mitad de la población no puede pasar sin consternación. Y veían a Nueva York como un gigantesco Cíclope que se devoraba nuestros hijos como en La carreta de René Marqués; una comunidad para la que la esperanza de “volver a ser gente”3 dependía del milagro de que se fuera la luz en Nueva York. Ciudad donde las leyes de sanidad le hacían la vida imposible al piragüero.4 Más de uno pensó, como Eduardo Seda Bonilla, que esa migración era signo de muerte cultural.5
De pronto un asalto, mejor dicho otro Aguinaldo puerto-rriqueño, vino al comienzo de los 70 a provocar que reimaginaramos nuestra geografía cultural: me refiero a Asalto Navideño de Willie Colón y Héctor Lavoe de 1972. Este asalto es el ápice de una serie de invasiones musicales y literarias que se aceleró con las visitas de Cortijo a Nueva York y la fama alcanzada por las Big Bands de Tito Puente y Tito Rodríguez, posteriormente disueltas en agrupaciones salseras, de las cuales la selección de la Fania es un pequeño botón. Asalto contemporáneo con la producción literaria de Pedro Pietri, Piri Thomas y much@s poetas y narrador@s que vacilaban con las referencias espaciales de la producción cultural puertorriqueña. Asalto que jugaba con el lleva y trae del goce salsero cuya vacilación espacial recoge Lavoe en “Paraíso es dulzura” cuando retóricamente pregunta “¿Qué de adónde vengo? Que pa dónde voy?”
¿Cómo veían estos “ausentes” el “Paraíso de dulzura” que añoraban? Como sugiere Juan Carlos Quintero Herencia, las canciones salseras más que recrear imágenes paradisiacas de un paisaje perdido presentan una “geografía del sabor”: un viaje entre la dulzura, la ricura y “la sabrosura rica y sandunguera que Puerto Rico pude dar”. El “Paraíso de la dulzura” se produce en todas partes y se nutre de ese ir y venir. No es que Borinquen haya dejado de ser la “Isla del encanto” sino que su gente, sus familias y sus querencias están dispersas entre el aquí y el allá, como lo confiesa Cheo Feliciano en la breve entrevista de Our Latin Thing/Nuestra Cosa Latina: el película-documental de la Fania Records, también de 1972.6
Similar y contemporáneamente, agrupaciones radicadas en la isla como El Gran Combo y la Sonera Ponceña incorporaban a Nueva York en su imaginario del goce. “Si te quieres divertir /con encanto y con primor / solo tienes que vivir/ un verano en Nueva York”, asegura el tema de Justi Barreto, grabado por el Gran Combo en 1975. Sin embargo, no quisiera idealizar estas recomposiciones del imaginario cultural puertorriqueño. Nueva York también es la salida para disoluciones amorosas —como en “Se me fue”, del Combo— o para no tan armoniosos encuentros familiares —como en “Misión mi abuela” de Vico C—.
Sin embargo, esta recreación del espacio cultural puertorriqueño no ha alterado el referente geográfico del aquí y del allá, como espacios separados por más ambiguo que sea el “traer la salsa” de Willie Colón. Muy a pesar de que en Harlem, el Bronx, Loizaida, Hartford o Philadelphia cualquiera puede sentirse que está en Puerto Rico y que en Chicago están las banderas de Puerto Rico más grandes y a pesar de las incesantes vueltas, el imaginario del paisaje “nacional” parece resistirse a incorporar esas calles metropolitanas. Pero ¿a dónde “se fue Paula C”? ¿Por donde “Ella va triste y vacía”? ¿Por cuáles calles trata vanamente de olvidar “Juan Pachanga”? ¿Cuáles son “selvas de cemento”? Las similitudes de las experiencias narradas por estas canciones —como la esquina del archifamosamente amado Pedro Navaja— posibilitan que pensemos como parte de nuestro paisaje algunas calles de Nueva York y de otras ciudades en Estados Unidos. La escena inicial de Our Latin Thing/ Nuestra Cosa Latina no será en Puerto Rico, pero no hay duda de la puertorriqueñidad de ese barrio en el que la basura se recicla para transformarse en un sabroso rumbón callejero que desemboca en el ensayo de las “Estrellas de la música ‘latina’”.7 Entonces, ¿por qué no pensar esas calles como parte de nuestra geografía?
De cierto modo, así lo sugieren las recientes grabaciones de Viento de Agua y de Pirulo y la Tribu. En su primera grabación en disco compacto, Francisco Rosado, mejor conocido como Pirulo, se monta sobre el tropos de la centralidad de las comunidades económicamente desfavorecidas como espacio privilegiado de la autenticidad; pero su “aquí” que tipifica esas calles y esos barrios se extiende por Nueva York y otras ciudades del norte. Este hijo de La Perla reconoce la hermandad boricua como un gran barrio que trasciende el 100 X 35, pero para él lo que distingue la puertorriqueñidad de “los que viven fuera” es que “extrañan la patria, el terruño”. Sin embargo, como en 1971, el dúo Lavoe Colón paseaba por barrios isleños de Ponce y Manatí como en una luna de miel que conciliaba las incertidumbres amorosas de “Ah ah oh no”, Pirulo y su Tribu recorren barrios estadounidenses en similar paseo por los espacios de la cultura. ¿Será posible pensar en esas calles, parques y esquinas como parte de nuestro paisaje?
La clara distinción entre los referentes del aquí y el allá, el adentro y afuera de la “patria” se torna borroso en Viento de Agua y su tema “Nueva York”. Tito Matos y Ricardo Pons, co-fundadores de esta ventolera musical, viajaron a Nueva York para terminar sus estudios, ciudad en la que se quedaron como se quedan muchos de los puertorriqueños que eligen esos rumbos universitarios. Allí fundaron en 1997, Viento de Agua en donde mezclan la bomba y la plena, con ritmos cubanos para encender musicalmente las salas de baile. Reinstalados en Puerto Rico, Matos y Pons afines de 2013 lanzaron al mercado su cuarta grabación Opus IV, en la que nuevamente interactúan con los ritmos caribeños; enlazando el imaginario de tradiciones costeras (“Marejá de los muertos”) con sus propias experiencias migratorias. Así lo expresa en “Nueva York” —bomba yubá y plena compuesta por el cubano Pavel Urkiza, con arreglo de Miguel Zenón— tema que juega con amores y fidelidades entre la Isla —que puede ser cualquiera del Caribe—y la Gran Manzana. “¡Ay mi tierra linda! / ¡Ay cuánto te quiero!” se lamenta al comienzo esta canción, en la voz de Kianí Medina, antes de reconocer que no puede vivir “sin esta ciudad”, refiriéndose a Nueva York. Mediante esta lírica romántica esta combinación de cubanos y puertorriqueños desarraigados o arraigados a muchas latitudes reformulan la nostalgia de la tradición literaria. Nueva York se convierte en una especie de Valle de Collores, cuyos encantos imposibilitan el viaje de la “jaquita baya”. ¿Cuál: el de ida o de regreso? Grabada por un Viento de Agua trasladado de Nueva York parecería la idealización romántica de Llorens, pero doblemente al revés. Por un lado, figura los viajes de “La guagua aérea”, de Luis Rafael Sánchez, borrando las claras distinciones entre el ir y venir, visto como un “dar vueltas”. Contrario al imposible regreso de Llorens, se va y se regresa continuamente: “Y con tantas vueltas que he dao /vine pa Nueva York y me he quedao”, reza el coro. Por otro, Nueva York no es el demonio devorador de individuos ni las “Mean Streets” de Piri Thomas sino una ciudad que se “empina hasta el cielo”, toca “mi alma” y “Ay mamá” “me llama” como hacía el “Borinquen” de los consagrados versos de Virgilio Dávila: “¡Mamá, Borinquen me llama”. Pero ¿cuál país es el mío? ¡Si ya ni sé “de adónde vengo” ni “pa dónde voy”.
Como recoge Juan Flores en The Diaspora Strikes Back, las historias de este ir y venir —de estas vueltas— no es caso único de Matos y Pons. Estas producciones, como la salsa, el rap, el reggaetón, el merengue y gran parte de la literatura caribeña demuestran que estos circuitos son indispensables para comprender nuestras culturas. Si esta circulación relativiza los deícticos de nuestra geografía, entonces es posible imaginar las banderas en Chicago, las casitas en El Barrio, las marketas, los projects y los rufos como parte de nuestra paisaje nacional.
- Noel Luna, “Paisaje, cuerpo e historia: Luis Llorens Torres”, La Torre (TE) IV (2004), 58. [↩]
- Vacilo, pues no hayo la comprobación de que fue la Victor la compañía para la que Hernández grabara lo que pudo haber sido el himno nacional de no haber despertado polémicas su referencia al “tirano”. Para la información sobre los inicios musicales de Hernández me apoyo en el estudio de Ruth Glasser, My Music is My Flag. Puerto Rican Musicians and Their New York Communities 1917-1940, Berkeley, University of California Press, 1995. [↩]
- José Luis González, “La noche que volvimos a ser gente”. [↩]
- Como lo pinta Pedro Juan Soto en “Bayaminiña”, Spiks (1956). Fernando Picó, en “Santurce 1930-1940: Los vendedores ambulantes” nos recuerda que lo mismo sucedía en las calles de Santurce. Ver 80grados.net recuerdahttp://www.80grados.net/santurce-1930-1940-los-vendedores-ambulantes/ [↩]
- Eduardo Seda Bonilla, Requiem por una cultura: (ensayos sobre la socialización del puertorriqueño en su cultura y en ámbito del poder neocolonial), Río Piedras, Ediciones Bayoán, 1972. [↩]
- La edición de Sonsonero.com de esta entrevista, la pueden ver en http://www.youtube.com/watch?v=YIxI7hmV4RU. [↩]
- Pueden ver la escena en http://www.youtube.com/watch?v=OM7FAbNuhGg. [↩]