Romney y el certificado de nacimiento de Obama
Lo que no se dice en una campaña presidencial algunas veces puede ser tan importante como los discursos presentados por los candidatos. Que el nominado a la presidencia del partido Republicano, Mitt Romney, no haya corregido las afirmaciones de su seguidor Donald Trump de que el Presidente Barack Obama no es ciudadano americano y, por lo tanto, su presidencia no es legítima, detalla una falta de coraje por parte de Romney a la misma vez que expone las políticas raciales de su partido.
La semana pasada, Trump aseveró de nuevo que el acta de nacimiento presentada por el estado de Hawaii afirmando que el presidente nació en Estados Unidos, podría ser falsa. Trump basó sus sospechas en el descubrimiento de una biografía escrita por la primera casa editorial del presidente que identificó su lugar de nacimiento como Kenya.
Una asistente de la editorial dijo que había sido un error.
Los medios le respondieron a las nuevas dudas de Trump con toda la seriedad que se merecían, calificando la nueva misión del empresario de “ridícula” y, según Jon Stewart, un paso de comedia.
Hasta el comentarista conservador George Will criticó la vendetta de Trump y dijo que el anfitrión de “The Apprentice” daba amplia evidencia de que si uno tiene suficiente dinero adquiere derecho a comentar en la política americana no importa cuán bajo sea su I.Q.
Sin embargo, entre todas las voces criticando (con razón) las locuras de Trump faltó la de Romney—quien, en vez de alejarse de la controversia, organizó una gala para recaudar fondos con Trump en Las Vegas.
Resulta que “The Donald” es útil para la campaña de Romney. Le guste o no al candidato, Trump—torpe, hinchado e histérico—representa a los votantes más extremos del Partido Republicano. El mismo electorado que piensa que Obama es un socialista musulmán no perdona a Romney por haber logrado lo que Obama no pudo—crear un seguro médico universal cuando fue gobernador de Massachussetts. Es difícil demonizar el plan del presidente cuando éste se basó en el plan de Romney. Aunque estos votantes nunca apoyarían a Obama en la elección general, podrían optar por no votar por completo, abandonando a Romney y costándole la presidencia. Al dejar que Trump siga hablando sin parar sobre las orígenes de Obama, Romney valida la perspectiva de los votantes sin comprometerse en un debate sobre la ciudadanía del presidente que es indefendible.
Romney admitió este cálculo cuando le respondió a la prensa después de los comentarios de Trump.
“Yo no estoy de acuerdo con todas las personas que me apoyan,” le dijo Romney dijo a AP. “Y supongo que no todos ellos están de acuerdo con todo lo que yo creo. Pero yo necesito 50.1 por ciento o más. Y estoy agradecido de tener la ayuda de mucha gente buena”.
La decisión de Romney de complacer a las partes más xenofóbicas de su partido es preocupante. Primero porque demuestra una falta de liderazgo, que es, en fin, el punto de toda la campaña. Pero también porque lleva al Partido Republicano más y más a la derecha.
El cuestionar la ciudadanía de Barack Obama sirve como una señal, el llamado “dog whistle” porque los racistas lo escuchan en subtexto. El mensaje de Trump, y otros que persisten con la causa de “birtherism”, es que el primer presidente negro de los Estados Unidos pudo haber ganado la elección pero sigue siendo un intruso.
Esta forma de deslegitimar al presidente, de literalmente hacerlo un extranjero en su propio país, recuerda la historia racista más fea de los Estados Unidos.
El ex-presidente Richard Nixon inició la táctica de atraer votos de ciudadanos blancos que estaban disgustados con los avances en los derechos civiles y la abolición de los sistemas de segregación de las escuelas públicas con su “southern strategy”. Para lograr esto, Nixon se refería a los derechos de los estados, o “states rights”, como contraseña para asegurar a los votantes que su administración no obligaría a los estados a acabar con los sistemas segregados.
Ya para la administración de Ronald Regan, se usaba el término del “welfare queen”—casi siempre una mujer negra, pobre y urbana—como el símbolo de los problemas raciales en los Estados Unidos.
Dada esta historia, ¿cómo más indicarle a los votantes racistas que el Partido Republicano reconoce que Obama no pertenece en la Casa Blanca, si no por argumentar que el presidente simplemente no es americano?
Por su parte, Obama ha convertido este útimo capítulo en un punto a su favor. En un vídeo de campaña producido después de los comentarios de Trump, la administración del presidente compara el silencio de Romney con el rechazo de John McCain a tácticas similares en el 2008. El mensaje queda claro: Romney se ha dejado llevar por un bufón.