Selfies: Un Fenómeno Social
Un autorretrato es comúnmente definido como el retrato de una persona que es elaborado por esa misma persona. Esta definición relega el autorretratase al ámbito de lo personal o individual. Al denotarlo como tal, esa definición separa al individuo que produce el selfie de otros individuos. Pero, producir un autorretrato no es un acto solitario sino, por el contrario, un acto intensamente social (Kaufman 2014). Los selfies son sociales no sólo porque muchas veces incluyen a más de una persona en el marco, hasta grupos enteros, sino porque la mayor parte de las veces esto son producidos para compartirlos con otras personas en las redes. Son en ese sentido una práctica social intricada en numerosas interacciones y vínculos sociales (Dean 2016; Burham 2016). Para los sociólogos, los selfies, incluso si no los compartimos siguen siendo sociales. Su elaboración, independientemente de si lo publicamos en las redes o no, involucra nuestras impresiones de los que otros opinan de nosotros. Es a esto a lo que los sociólogos usualmente se refieren cuando comentan las cualidades sociales de los autorretratos digitales (Kaufman 2014; Cole 2016).
Los Selfies: una Cuestión de Identidad
Para los sociólogos, nuestra identidad personal es el fruto de nuestras relaciones interpersonales a lo largo de la vida, lo que requiere que tomemos en cuenta cómo las personas con quienes nos relacionamos nos imaginan. Así, un selfie es persistentemente elaborado de acuerdo con nuestro sentir respecto a la imagen que pensamos que otros tienen de nosotros o cónsono con la imagen que queremos que los demás tengan de nosotros. Los sociólogos se refieren a la obra de Charles Horton Cooley, quien demostró que nuestra visión de nosotros mismos, nuestro autoconcepto, no resulta exclusivamente de la observación directa de nuestras características personales, sino también de la idea que nos hacemos sobre la manera en que otros nos perciben e imaginan (Kaufman 2014). Nuestro yo, autoconcepto o identidad es entonces producto de nuestras interacciones y relaciones sociales. Las fases en la construcción de nuestro autoconcepto son tres. Primero, nos imaginamos como nosotros mismos, basados en nuestras observaciones de nuestras cualidades personales. Luego, imaginamos cómo nos valoran otros y, finalmente, desarrollamos, basados en esas impresiones, sentimientos hacia nosotros mismos. Hacemos lo mismo al autorretratarnos mediante una cámara digital, con la diferencia de que podemos editar y reditar las fotos a saciedad para adecuarla a nuestro autoconcepto, siempre informado por nuestra evaluación de las percepciones de los demás. Así, ni siquiera solos frente a un espejo o una cámara digital, estamos absolutamente aislados de los demás.
Para la socióloga Nicki L. Cole (2019) los selfies, así como nuestra presencia en las redes sociales digitales, son parte de lo que David Snow y Leon Anderson (1987) describen como «trabajo de identidad,» ese trabajo que hacemos a diario para asegurar que somos vistos por otros como deseamos ser percibidos. El proceso de forjar y expresar la identidad, lejos de ser uno estrictamente innato e individual, es un proceso social. Desde este punto de vista, los selfies les muestran a otros una imagen particular de nosotros, una imagen trabajada y montada. Esta está informada, como ya expuesto, por nuestras ideas acerca de nosotros mismos, así como por lo que pensamos que otros opinan de nosotros. Los autorretratos nos ayudan a regular las impresiones que los demás tendrán de nosotros. De hecho, el sociólogo Erving Goffman le llamó precisamente el “manejo de impresiones.” Según su enfoque dramatúrgico, las personas, como los actores en el teatro, aprenden muy temprano en sus vidas a darle un sesgo a las formas en que se presentan ante los demás para producir apariencias específicas y satisfacer audiencias particulares. Es decir, tenemos una noción de las expectativas que los demás tienen de nosotros, o de lo que estos considerarían una buena impresión de nosotros, y esto da forma a cómo nos presentamos ante ellos. Los selfies, que inclusive podemos editar y reeditar un sinfín de veces, son una herramienta versátil y muy útil para trabajar nuestra identidad y manejar impresiones (Kaufman 2014). Es a través de estos autorretratos oblicuos que nos presentamos ante los demás en las redes digitales. Su oblicuidad es lograda mediante las formas en que escogemos y montamos la escena, la selección de poses y perfiles, y diversas tácticas que incluyen esconder el abdomen, arreglarse el cabello, retocar el maquillaje y elegir el ángulo de la toma. Editar y filtrar los autorretratos para mejorarlos o para eliminar u ocultar “imperfecciones”, entre otras cosas, le añade oblicuidad. El fin es plasmar en una foto apariencias particulares para satisfacer la audiencia, así como a nosotros mismos. Aquellos con los que los compartimos los selfies, como el público en un teatro, nos expresarán si este les gustó o no, lo comentarán y nos expresarán sus sentimientos mediante emojis, gifs, y textos.
El trabajo de identidad o el manejo de impresiones tiene lugar tanto fuera como dentro de la Internet. Trabajamos y expresamos nuestra identidad en casi todas nuestras actividades cotidianas fuera del ciberespacio. Lo hacemos mientras caminamos por nuestros vecindarios, cuando hablamos cara a cara con otras personas, en las entrevistas de trabajo, y durante un encuentro romántico. Lo hacemos mientras comemos en la cafetería, y hasta cuando nos vestimos o nos peinamos. Ahora también lo hacemos en la Internet, cuando escribimos un correo electrónico, enviamos un mensaje de texto o video, y, por supuesto, cuando compartimos nuestros autorretratos en las redes virtuales. Un autorretrato digital, social y tecnológicamente mediado, es hoy la forma visual más obvia y común de trabajar la identidad y manejar impresiones, y tal vez incluso ya hasta un requisito para expresar y comunicar nuestra identidad (Cole 2016).
Para los sociólogos y otros científicos sociales el fenómeno de los selfies requiere comprender su relación a las particularidades de la vida social contemporánea, a lo que Zygmunt Bauman (2000; 2001) llamó la vida líquida, una vida que, precaria e incierta, pende de vínculos sociales endebles. Los vínculos episódicos y efímeros en la Internet, la mayoría superficiales y distantes, y que demandan compartir selfies, nos proveen un medio para expresar nuestra identidad. La expresión de la identidad en el ciberespacio, tanto personal como colectiva, exige, cónsono con los patrones culturales de la modernidad tardía, el flujo constante de imágenes altamente diferenciadas y sensacionales, como el bombardeo constante de selfies en Facebook u otros servicios similares. Para algunos estudiosos del asunto, la publicación constante de selfies, vinculado al juego constante con el yo fragmentado y descentrado de la vida líquida, manifiesta la crisis de identidad que sufre la modernidad, la que también sobrellevan muchos de los sujetos modernos (Otaño 2016). Esta crisis de identidad también ha sido vinculada, particularmente por los psicólogos y psicoanalistas, así como por algunos críticos culturales, al narcisismo. Algunos estudiosos del tema hablan inclusive de una “cultura narcisista.” Para estos, los narcisistas, aunque egocentristas, le temen tanto a la intimidad como a la soledad. Estos anhelan conectarse con otros, aunque no demasiado, lo que hoy pueden hacer a través de intercambios en las redes sociales. Los autorretratos digitales que forman parte de estos intercambios les proveen a los narcisistas modernos la sensación de asociación y compañía, y hasta un sentido de pertenencia. Pero para los críticos estas son asociaciones volubles y distantes que raras veces requieren el compromiso y cercanía de las relaciones íntimas y afectivas tradicionales, las que encontramos más bien fuera de la Internet.
Lamentablemente, en muchas discusiones de los selfies, el concepto de narcisismo es usado en su sentido moral, entendido como vanidad y jactancia, no en su sentido clínico o estructural. Cole (2019) rechaza esa tendencia, tildándola de ser una crítica frívola. Otros estudiosos del tema, como Jodi Dean (2016), inclusive rechazan que los selfies sean otro indicador de una cultura narcisista. Para ella, estos son inclusive liberadores, toda una forma comunista de expresión. Los selfies son para ella una forma común inseparable de la práctica de compartirlos en las redes. Según Dean, concebir el selfie como una imagen singular separada de la práctica más amplia de compartirlos es como acercarse a una revista a través de una sola palabra en un solo número. Desde su perspectiva, los autorretratos digitales no son sólo acerca de la persona retratada sino más bien acerca del proyecto colectivo o común del que son parte. Además, para Dean los selfies, se convierten, una vez publicados en las redes, en propiedad común. Clint Burnham (2016), por su parte, respondiendo a Dean, considera que los selfies constituyen un género o práctica que, aunque prescriben y advierten el narcisismo, el imaginario ególatra pero vulnerable de la vida digital moderna, también, por precisamente hacerlo evidente, nos hace confrontarlo como problema. El selfie es desde esa perspectiva una crítica social.
Los Selfies y las Conexiones Sociales
Los autorretratos digitales son también sociales porque estriban de numerosos vínculos, conexiones y redes sociales; están enmarañados en el tejido social. En el momento de la captura, un selfie conecta varios actores sociales en un simple acto. Involucra el sujeto que produce la foto, entendido en relación con el lugar y el tiempo en el que esta es tomada, filtrada a través de un artefacto tecnológico y sus aplicaciones, y destinada a las redes sociales, para ser compartida con amigos y conocidos. Cada uno de estos elementos aparece en relación con los demás, lo que implica aparte de cierta espacialidad y temporalidad, la reunión de entendimientos y expresiones de pertenencia en una fotografía rápida. Pero, el autorretrato digital existe no sólo en la intersección de los vínculos sociales inmediatos sino además en el cruce de otras múltiples relaciones sociales que también configuran e instituyen los entendimientos, expresiones, y prácticas involucradas.
Los autorretratos digitales son entonces elementos de relaciones y formas sociales que van más allá del individuo relacionándose a sí mismo y con algunos amigos mediante una cámara. Producirlos y compartirlos depende de otra plétora de relaciones sociales directas e indirectas. Por ejemplo, en las redes no sólo compartimos fotos con nuestros seguidores y amigos sino con las organizaciones sociales y corporaciones que manejan las redes sociales y aplicaciones como WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram y otras. Producir, filtrar, editar, arreglar y compartir un autorretrato digital es muchas veces realizado haciendo uso de otras aplicaciones como Airbrush, Facetune, o Snapseed, Retrica, YouCam Perfect, entre muchas otras, y que son producidas y manejadas por otras organizaciones y corporaciones. En adición, y como compartir selfies es algo que comúnmente hacemos mediante nuestros teléfonos inteligentes, tenemos que incluir a empresas como AT&T, T-Mobile, Sprint, y Claro, entre otras, toda una red de comunicaciones. Y todo esto ocurre en la Internet, la red de redes, que consiste en redes de diversos actores sociales –corporaciones, agencias gubernamentales, organizaciones, instituciones académicas, y personas– que depende a su vez de un conjunto de computadoras y otras tecnologías de alcance global vinculadas entre sí, así como de numerosos empleados que mantienen todo esto operando continuamente. La Internet y el dispositivo con el que producimos y compartimos un selfie dependen además de la electricidad y de combustibles, así como de otros recursos materiales, lo que implica otro sinfín de conexiones sociales entre personas y organizaciones. En fin, producir un autorretrato digital, lejos de ser el producto de un sujeto aislado, implica, como muchas otras prácticas sociales, profusas conexiones sociales. Sin embargo, no se trata de un simple agrupamiento o entrelazado de conexiones. Producir un selfie es el producto de un acto realizado por personas parte de un conjunto de actores sociales interdependientes concatenados en un tejido de vínculos y relaciones sociales relativamente estructuradas. Son en ese sentido un proyecto colectivo, como advirtió Dean (2016), pero uno regulado por el carácter relativamente estructurado de esas relaciones. La interdependencia de los actores involucrados, así como la estructuración social de sus relaciones, producen condiciones en el que la posibilidad de tomarse un selfie y compartirlo en las redes virtuales, así como su recepción y consecuencias, cambia de acuerdo con lo que las otras personas, grupos y organizaciones involucradas pueden o no hacer en ese tejido de relaciones con respecto a esa fotografía. Lo que los actores pueden o no hacer depende de sus recursos, así como de las normas y convenciones sociales, lo que también reafirma las cualidades sociales de los autorretratos digitales.
Referencias
Bauman, Z. (2000). Liquid Modernity. Cambridge: Polity press.
Bauman, Z. (2001). The individualized Society. Cambridge: Polity Press.
Burnham, C. (2016, Abril 10). GUEST BLOG POST: The Narcissistic Selfie. Obtenido en el 2020, de Capture: https://capturephotofest.com/the-narcissistic-selfie/
Cole, N. L. (2019, Febrero 29). Why We Selfie: The Sociological Take. Obtenido en el 2020, de ThoguhtCo: https://www.thoughtco.com/sociology-of-selfies-3026091
Dean, J. (2016, Enero 2). Images without Viewers: Selfie Communism. Obtenido en el 2020, de Foto Attention Merchants Museum: https://www.fotomuseum.ch/en/explore/still-searching/articles/26420_images_without_viewers_selfie_communism
Kaufman, P. (2014, January 13). A Sociological Snapshot of Selfies . Obtenido en el 2020, de Everyday Sociology Blog: https://www.everydaysociologyblog.com/2014/01/a-sociological-snapshot-of-selfies.html
Otaño, S. (2016). Selfies: Autorretratos de la Contemporaneidad. Universidad de Buenos Aires. Burnos Aires: VIII Congreso Internacional de Investigación y Practica Profesional en Psicologia .
Snow, D. A., & Anderson, L. (1987). Identity Work Among the Homeless: The Verbal Construction and Avowal of Personal Identities . American Journal of Sociology, 92(6), 1336-1371.