‘Sobre mi cadáver’: ficción detectivesca tropical
Marta Aponte ha escrito una novela corta que se refresca cada vez que se lee. Uno puede inventarse etiquetas porque parte del proceso de leer es jugar. Jugar en serio, que es la mejor forma de jugar. Sobre mi cadáver es una novela gótica tropical. A Marta no le molestaría ese modo de referirse a su delicioso texto. Aquí no hay castillos ni monasterios medievales, pero hay grandes casonas. No hay terror, sin embargo, hay una intriga un tanto sinistra que se desarrolla en las habitaciones y en esos espacios. Encontraremos ciertas emociones desbocadas y guardadas en secreto. En Sobre mi cadáver laten los oscuros impulsos y los sentimientos que no encuentran fácil el camino para expresarse.
Hay cosas que no le dije a Gabriel. No le hablé, para qué, de la inquietud que me provoca volver a las sombrías alturas de Jájome por el antiguo puente de hierro que cruza el río Guamaní, rumbo a la quinta donde pasé los días raros de mi infancia. Papá nos dejaba los viernes en Guayama, en la casa que fue de los abuelos, y que seguía siendo la residencia principal de Alberto y Josefina. A primera hora del día siguiente subíamos por la carretera 15. Siempre ha sido solitaria, pero ahora más. La construcción de la autopista la fijó en ámbar como a un insecto prisionero del asombro. El silencio, la soledad, la velocidad moderada que imponen las curvas, permiten una marcha a la medida del cuerpo. Cortada a pico al contorno de la montaña, la carretera atraviesa una variedad de microclimas. Casi a nivel del mar, los árboles menos sedientos: almácigos, quenepos, algarrobos centenarios, bayahondas, flamboyanes. Abandonados, muestran deformaciones grotescas. Más arriba, yagrumos y alguna ceiba majestuosa. En la altura húmeda, lechos de piedra y saltos de agua, tierras dormidas donde crecían en mi niñez las fresas silvestres. Por todas partes, los perros realengos sarnosos y las gallinas, que son las reinas del mundo.
Los ojos del recuerdo, la mirada del niño, convierten a Jájome en ese espacio sombrío, solitario, silencioso, del gótico criollo. La descripción que nos regala la escritora es tan precisa y hermosa que el lector que soy no deja de pensar en su propia historia de niño. En aquella humedad silenciosa de casonas de otros tiempos. Y sé que Juan Carlos Quiñones, el autor de ‘Todos los nombres el nombre’, qusiera haber escrito esta frase: La construcción de la autopista la fijó en ámbar como a un insecto prisionero del asombro. Yo también.
Es probable que la autora preferiría que Sobre mi cadáver fuera apreciada como narco novela histórica. Así la llamó ella mientras tomábamos un café hace algunas semanas. Es un modo efectivo de nombrarla. Cierto que hay una suerte de parafernalia, un cierto uso de algunas plantas con propósitos de alucine. Sin duda hay un modo de historiar Guayama (y una más amplia geografía humana). Y no hay duda de que narco novela histórica es lo que muchos quisieramos escribir. Sobre mi cadáver es el modelo a seguir.
Sin embargo, preferiría decir que esta más reciente novela de Marta Aponte es un nuevo ejemplar de la novela negra tropical. Si se quiere, novela detectivesca. Sé que habrá algunas objeciones. No faltaba más. Pero no hago la observación como purista sino como lector entusiasta. En esta novela de Aponte hay un enigma que resolver mediante la indagación, observación y, quizás más importante, la intuición. Además, narrada en primera persona, como es el uso y costumbre, tiene, sin embargo, un rasgo original. El que nos cuenta el cuento no es el detective. El narrador, que de vez en cuando, si la soledad de hombre abandonado por alguna lolita lo amerita habla con las orquídeas, es psiquiatra.
No siempre le doy la razón a las orquídeas, pero aquel día estaba blandito. Acababa de separarme de Cristina. Interpreté la coincidente soledad de dos hombres abandonados –Gabriel por una muerta, yo por una de esas Lolitas como Barbies que han sido mis temporadas en el paraíso, y mi perdición– como una señal. Además, para bien y para mal soy el hijo de mis padres. Involucrar letrados con contactos en el bajo mundo en un caso de familia, pagar porque le dieran una lección a mis primitas… no me pareció lo más digno. Eso me dije. Eso te repito.
Gabriel es el detective que habrá de tratar de resolver este asunto familiar que sacará del baúl ciertos secretos insospechados. La relación con el detective no es un luhar común de la novela detectivesca. Aponte le da una vuelta de tuerca divertidísima.
Resté importancia al hecho de que Gabriel haya sido mi paciente. No me pareció grave un caso de incumplimiento ético en un país ilegal como éste. Incumplimiento, se dice, porque el psiquiatra tiene las claves de la estructura yoica del paciente. Bajo tal presunción, el detective sería un títere manipulable que impone sobre sus hallazgos la trama que su psiquiatra le dicte. Esa ficción proviene de un mundo extinto, donde la autoridad del médico era tan visible como una catedral y la obediencia a las interpretaciones del padre una garantía de orden y felicidad. Ya pasaron esos tiempos. Nuestro rol de policías de la razón se ha vuelto confuso
Sobre ese mundo extinto, en torno a ese país ilegal, se explaya la novela de Marta Aponte. El intercambio entre el detective Marte y el psiquiatra es la fórmula perfecta. Marte encara dos personajes antisociales (dice Willy) el loco y el detective. Y este policía de la razón (Willy mentado) forman un dueto (¿trío?) inmejorable.La belleza del texto, el estilo depurado y correcto, la calidad poética de las imágenes, son la virtud de esta novela corta. No importa demasiado el asunto del género. En ella se verifican tres aspectos sobre los que se levanta un relato detectivesco: un misterio inicial, un personaje que centraliza la labor de investigación y una explicación final. Pero Aponte añade la mirada cáustica del psiquiatra sobre el investigador, convirtiéndolo todo en una detección de lo interior, de lo familiar escondido. Sin duda, Sobre mi cadáver es un texto que entusiasma. Como lector quiero volver a leer una historia en la que esté envuelto (literalmente quizás) el detective Gabriel Marte. La literatura puertorriqueña tiene en él y en Dolores Cardona (la detective de las novelas de Francisco Velázquez) dos personajes ricos, complejos, necesarios para los amantes de la ficción criminal.