Solidaridad y Resiliencia
El neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés Boris Cyrulnik, nacido en Burdeos en 1937, en su libro El murmullo de los fantasmas (2002, Barcelona, editorial Gedisa) define la resiliencia como “volver a la vida después de un trauma”. Los traumas psicológicos siempre nos afectan. Minan nuestras capacidades para disfrutar la vida sin hundirnos en tristeza o depresión. Sin embargo, las personas resilientes tienen la habilidad de no sólo resistir la adversidad, sino de también regresar a la felicidad de la vida —y a la constructividad creadora— a pesar de sufrir una situación estresante o traumática. Cyrulnik, como uno de los fundadores de la etología contemporánea, es decir, de la ciencia que estudia el comportamiento humano y animal en su estado natural, ha relacionado estrechamente el desarrollo de apego a los padres, sobre todo a la madre, de los seres humanos cuando son bebés y durante la infancia con la capacidad para la resiliencia en la vida adulta. Además, en el libro ya citado, el autor estudia los fenómenos conductuales relacionados con el apego en Bajo el signo del vínculo (1989, Barcelona, editorial Gedisa) y más adelante lo relaciona con el desarrollo de la resiliencia en la adultez. También la relaciona con la importancia del amor de pareja, que a menudo surge en la adolescencia o en la temprana adultez junto con la búsqueda de solidaridad en los amigos en El amor que nos cura (2006, Barcelona, editorial Gedisa). Así, Cyrulnik vincula la “capacidad auto-terapéutica de las personas frente al sufrimiento”, la resiliencia, con el desarrollo de relaciones amorosas saludables. Las relaciones amorosas de pareja pueden ser así un medio para redefinir el sentido del dolor y ser el “secreto” de la teoría de la resiliencia de Cyrulnik porque el autor en buena medida también establece una relación entre ellas y el tipo de apego desarrollado hacia los padres en una etapa más temprana de la vida.
Todo esto se puede resumir de forma muy sencilla: son las experiencias de apego y de amor las que capacitan a las personas para la resiliencia. Otras evidencias científicas publicadas recientemente demuestran, por otro lado, que la violencia en el trato de padres o tutores a hijos tiene malas consecuencias en la vida adulta de esos niños tales como nerviosismo y enfermedades mentales. Esto lo acaba de publicar la Universidad de Harvard en un estudio conducido sobre las experiencias de las azotainas de los padres a los hijos cuando eran pequeños y se criaban. En la revista estadounidense Child Development se presentaron los resultados del estudio científico. (Recuperado de Huffington Post, Italia el martes 13 de abril de 2021). Por otro lado, se sabe además que en un estudio previo en California los científicos hallaron relación entre las experiencias de violencia en la niñez y el padecimiento incluso de enfermedades físicas en la adultez.
Esto es muy importante también cuando se piensa en el proceso educativo de los niños y los jóvenes. La escuela tiene que crear un clima constructivo, creador y sin violencia ni presiones indebidas sobre los educandos si se quiere lograr un aprendizaje adecuado a las demandas del siglo XXI. Es por eso que es tan importante atajar a tiempo los casos de acoso infantil mejor conocidos por el término inglés de “bullying”. Esto no sólo es importante para evitar lo peor, los suicidios infantiles o de los adolescentes, sino también para lograr un clima propicio para el aprendizaje de los alumnos. No se suele aprender debidamente en un clima de tensiones psicológicas causadas a menudo por los malos tratos.
La educación como instrumento eficaz para el aprendizaje y la resiliencia
Aquellos de entre nosotros los profesores universitarios que, además de nuestra especialidad particular —en mi caso Ciencia Política— tuvimos la oportunidad de estudiar a fondo los procesos de transformación educativa para lograr optimizar el aprendizaje de los educandos aprendimos a valorar el clima escolar y la cultura dominante en las escuelas y universidades como una variable fundamental. Lo aprendimos también al analizar las virtudes de los procesos educativos de países exitosos que –como Finlandia– cuentan con una educación de calidad mundial. Los trabajos de investigadores importantes como el canadiense Michael Fullan (2004. Las fuerzas del cambio. Madrid, Ediciones AKAL) y los que se han publicado por Javier Murillo Torrecilla siempre demostraron evidencia científica de por qué la cultura colectiva y el clima de paz en las escuelas es más importante que su estructura formal para lograr el aprendizaje óptimo en los estudiantes. Véase por ejemplo Javier Murillo, “El movimiento teórico práctico de mejora de la escuela: Algunas lecciones aprendidas para transformar los centros docentes”, en REICE – Revista Electrónica Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación 2003, Vol. 1, No. 2.
Está muy bien establecida en la literatura científica internacional sobre transformación educativa, por tanto, la importancia de que los alumnos tengan plena autonomía, en un clima de creatividad y de sosiego, como parte esencial de la cultura dominante en las escuelas. No sólo se logra un mejor aprendizaje de las materias, sino que los estudiantes de esos planteles escolares desarrollan destrezas sociales importantes para sus vidas futuras e incluso, la resiliencia ante las dificultades y adversidades de la vida. En ese sentido, las evidencias respaldan los análisis y teorías sobre la resiliencia de Boris Cyrulnik.
Cuando los conflictos se resuelven pacíficamente en breve, con la intervención colectiva de grupos de los propios estudiantes, los estudiantes no sólo desarrollan capacidades para la resolución de conflictos o para la mediación efectiva, sino que aprenden a ser más seguros de sí mismos, más efectivos y más resilientes. Igualmente sabemos que las estrategias de aprendizaje mediante la realización de proyectos y las que tienen que ver con la solución de problemas, no sólo desarrollan el pensamiento crítico y estratégico en los educandos, sino que contribuyen a crear el clima de autonomía, seguridad y paz que necesitan los estudiantes para desarrollar al máximo sus capacidades para el aprendizaje. De esa manera, las escuelas no sólo se convierten en centros de actividad cultural muy apreciados por los alumnos, sino también en lugares para desarrollar las capacidades de resiliencia y de solidaridad entre ellos. La resiliencia puede darse en un nivel individual o colectivo, pero como se dijo anteriormente, la solidaridad es siempre colectiva.
No se puede aprender adecuadamente la solidaridad si el clima cultural de las escuelas es de extrema competición entre individuos. Y no se desarrolla bien la capacidad de resiliencia si el estudiante está continuamente estresado por las tensiones que se crean en toda cultura escolar de competición. En lugar de trabajar las materias con el sosiego que produce la colaboración frecuente y el espíritu grupal de colaboración existente en las escuelas más exitosas, las escuelas con el clima cultural basados en la competición y la crítica mordaz al otro, realmente crean problemas de baja autoestima y de debilidad psicológica entre muchos de los estudiantes con tales experiencias.
La educación es, por tanto, un instrumento fundamental para el aprendizaje y para el desarrollo de la resiliencia, la solidaridad y las destrezas sociales, si se mantiene una cultura de paz y de creatividad colectiva que, a su vez, contribuye a desarrollar una alta estima propia en los educandos.
El daño psicológico y vital que producen las terapias de conversión es más que evidente científicamente
Todo lo expuesto anteriormente sobre las teorías psicológicas de Boris Cyrulnik y de los expertos en trasformación educativa, además de muchas otras evidencias científicas traídas a la atención de la discusión pública sobre el tema en Puerto Rico, demuestran que las llamadas “terapias de conversión” que intentan forzar un cambio de actitud en niños o jóvenes con una preferencia sexual diferente a la asignada a base de sus genitales al momento del nacimiento, o en personas con sentimientos de disforia de género, son una agresión dañina contra las personas a quienes se les pretenden aplicar. Esto es particularmente negativo por tratarse generalmente de una imposición de los padres o del personal de las escuelas a personas que están en pleno desarrollo, durante su niñez o adolescencia.
Estoy convencido de que las llamadas terapias de conversión no sólo son de un daño psicológico muchas veces irreparable, sino que constituyen ipso facto una violación crasa de los derechos humanos de los niños y los jóvenes perpetrada nada menos que por sus propios padres, familiares o adultos significativos. Es por eso que la Asamblea Legislativa de Puerto Rico debe aprobar SIN COBARDÍA, por mayoría amplia y sin enmiendas especiales para los grupos religiosos que atormentan niños y jóvenes —y constituyen por ello una desgracia para el país— el proyecto de ley para prohibir tales prácticas nefastas en nuestro contexto nacional.
Es de suma importancia profundizar en por qué se trata de un asunto muy serio de derechos humanos de los niños o de los jóvenes. La humanidad ha evolucionado al punto de comprender la necesidad de respetar los derechos de los niños y de los jóvenes y nuestros padres no se pueden quedar rezagados si desconocen cuáles son los derechos de los niños y jóvenes. Los niños, al igual que los jóvenes son seres humanos en pleno desarrollo. Por ser menores de edad que los adultos y estar a su cuidado, ello no tiene por qué hacerlos vulnerables a violaciones de sus derechos fundamentales. Es cierto que como se dice a menudo los bebés no nacen con un libro de instrucciones sobre cómo amarlos, cuidarlos y contribuir a su desarrollo. Pero quien desee desempeñar su papel parental muy bien, quienes deseen ser buenos “elterns” del siglo XXI, deberán primeramente reconocer que ser padres no es sólo cuestión de autoridad, sino sobre todo de amor, comprensión y aceptación.
Entre los derechos humanos más importantes que se les reconocen a los niños y jóvenes en los países más adelantados del planeta está la aceptación de sus preferencias de género. Nadie tiene por qué estar condenado a vivir con un género que realmente no lo identifica ni cuadra con se personalidad y espíritu. Máxime cuando la psiquiatría contemporánea ha reconocido que las evidencias científicas demuestran que cualquier preferencia sexual es normal mientras se trate de adultos que consienten libremente. Y que cualquier identidad de género es también normal, no entraña enfermedad alguna y debe respetarse en cada persona, no importa su edad, como un aspecto de su libre albedrío. Eso incluye cualquier identidad no-binaria o incluso asexual que refleje el verdadero ser de la persona. Incluye por supuesto a la mayoría de las personas que suelen ser cisgénero y heterosexuales.
Todas las personas gays o lesbianas que he conocido a lo largo de mi vida, además, suelen confesar que se sienten así, desde que tienen recuerdos y uso de razón en la infancia. No es algo que nadie pueda o quiera cambiar porque no es una cuestión afectada meramente por la cultura, sino más bien algo que las personas escogen porque se sienten profundamente así. Igual sucede con las personas con disforia de género muchos de los cuales se convierten en personas “trans”. Afortunadamente, existen hoy medios científicos y seguros para hacer dicha transición cuando las personas están convencidas que su verdadero SER corresponde a un género sexual diferente a aquél que se les asignó al nacer por la apariencia física de sus órganos genitales. Es, por lo tanto, una cuestión fundamental de lo que cada uno ES. Es un asunto del SER y no meramente un tema sobre el hacer o el comportamiento. Y lo que cada persona siente profundamente SER, ya sea un niño en su etapa de reconocimiento y formación, o un joven adolescente en proceso a su adultez, debe ser siempre un derecho humano a respetar y comprender, no algo que se deba cuestionar o intentar cambiar mediante esas experiencias lacerantes de la psicología de las personas sometidas a las llamadas “terapias de conversión”.
Los padres contemporáneos del siglo XXI harán bien en caer en cuenta que su responsabilidad como padres es permitir la autonomía necesaria a niños y jóvenes para que cada uno de ellos y ellas defina libremente lo que siente SER. Pueden y deben ejercer influencias que consideren constructivas sobre sus hijos y hasta ejercer poder y autoridad sobre los más pequeños para guiarles hacia una conducta correcta. Pero ello no debe incidir en la identidad más profunda que sienten los niños o jóvenes, cuando así lo expresen, ya que ello cae más allá del ámbito de la mera conducta para estar más bien en el ámbito del ser.
Por todo lo antedicho, y porque nuestra constitución reconoce derechos iguales a todas las personas, las terapias de conversión deben ser proscritas por las leyes del Estado en un esfuerzo por cumplir el deber de los gobiernos de proteger de daño físico o mental a todos sus ciudadanos por igual.
El problema de la oposición religiosa a la prohibición de las terapias de conversión
Ante todas las evidencias científicas, no debería haber dudas sobre la prohibición más efectiva posible de las “terapias” de conversión. Es una vergüenza nacional que el debate se haya encendido por la pleitesía anti-constitucional que le rinden algunos legisladores y partidos a los grupos religiosos. Es un cálculo vergonzoso de conveniencia de votos lo que ha llevado desde hace un tiempo a líderes del PNP y del PPD a desatender la disposición constitucional de que en Puerto Rico habrá “completa separación entre la Iglesia y el Estado” para reaccionar ante los chantajes políticos de ciertos grupos religiosos sin escrúpulos: “si no aprueban esto o lo otro como yo digo, no votaremos por ustedes”. Desgraciadamente no hay prueba exacta de las dimensiones de ese fenómeno. El mismo obedece más que todo a la ignorancia de los propios legisladores. En esto último no podemos excluir a los del Partido Dignidad, aunque sí de las conductas políticas anteriores: todos parecen desconocer que en un estado de derecho democrático y laico la ética pública del Estado nunca interviene en los asuntos de religión. Si la constitución dice “completa separación” entre Iglesia y Estado pues es eso y no algo más laxo lo que indica la Constitución. Si aspiramos a una democracia constitucional, no podemos seguir tolerando que políticos importantes la desatiendan y la violenten a su antojo.
La separación total entre Iglesia y Estado significa varias cosas: 1) El Estado y su gobierno NO profesan religión alguna; 2) Todas las religiones son tratadas en un pie de igualdad, no mostrando el Estado preferencias por alguna entre ellas; 3) Las iglesias o comunidades religiosas no pueden estar en cargos de poder político ni tampoco ejercer poder sobre la legislación del Estado y 4) Habrá completa libertad de religión para los ciudadanos o los miembros de las distintas denominaciones religiosas. Esto incluye respetar la libertad de religión y de expresión de líderes o miembros de todas las religiones existentes en un país, no importa cuán minoritarias puedan ser e incluye además un respeto similar y una libertad de expresión equivalente para los no religiosos, los espiritistas, los agnósticos y los ateos.
Estos puntos fundamentales se complementan con el conocimiento y reconocimiento jurídico de estos principios: (a) Todas las religiones tienen derecho por igual a tener su propia ética privada respecto de sus feligreses. Esa ética privada no se puede pretender que moldee ni las ideas ni la conducta de los miembros de otras comunidades religiosas ni mucho menos las ideas que dan base a la legislación del Estado ni las ideas ni conducta de ciudadanos que no son miembros de esa Iglesia o religión. Se entiende que la ética privada de todo grupo religioso está ordenada a procurar la salvación del alma de sus integrantes; (b) El poder legislativo del Estado sólo puede legislar sobre asuntos seculares de la vida en este mundo, no tiene que ver con proyecto alguno para la salvación del alma, o que tenga que ver con la dimensión espiritual de sus ciudadanos. Cada ciudadano es libre de creer lo que desee, siempre que no dañe a los demás ni viole los derechos de los demás ciudadanos. (c) La ética pública del Estado sólo rige sobre aspectos de ética política y gubernamental y sobre asuntos que propendan a la convivencia pacífica, feliz y democrática entre los ciudadanos del Estado, el cual se proclama a favor del “estado de derecho democrático y laico”. (d) Tanto el gobierno del Estado y sus instituciones políticas como las diferentes comunidades religiosas están limitadas en sus acciones y decisiones por el respeto a los derechos humanos de todos los ciudadanos por igual.
El problema en Puerto Rico es que ciertos dirigentes religiosos no quieren aceptar que la legislación del Estado es para todos y no para los miembros de una religión en particular. Más que eso, existen líderes religiosos que desean que la ética privada de su religión, incluso los criterios éticos de la conducta que ellos consideran necesaria para la salvación del alma de sus feligreses, apliquen y rijan más allá, y controlen la conducta de los ciudadanos, aunque estos no pertenezcan a esa religión ni compartan su fe. Tal cosa existió en la Edad Media pero jamás se debe permitir en un Estado de derecho que es moderno, democrático y laico, con completa separación entre las iglesias y el estado, tal y como manda nuestra Constitución. Estamos en el siglo XXI, no en la Edad Media.
Por ejemplo, si con base en las escrituras sagradas de su religión, es decir, fundamentadas en la Biblia, el Corán o la Torá el homosexualismo es un pecado y lleva a la condenación del alma de quien lo practique, hay iglesias que pretenden que el Estado funcione como una de ellas y ponga limitaciones a todo aquello que acepte como normal o natural el homosexualismo, el cual, dicho sea de paso, existe incluso como conducta minoritaria en diversas especies del reino animal. Esto no lo puede hacer un Estado democrático y laico que se debe a todos sus ciudadanos y cuyas funciones no trascienden a gobernar cosas del más allá como la salvación del alma. Para eso están las iglesias y si las iglesias quieren tronar contra el homosexualismo pueden hacerlo ya que el sistema les garantiza libertad de expresión y la libertad de religión. Las normas de cada iglesia, sin embargo, sólo cubren o les aplican a sus propios feligreses, a los que siguen esa fe o religión. Y cada ciudadano tiene también total libertad para expresarse y para seguir una religión o para no seguir ninguna.
Ese debe ser el estado de derecho existente en este país. Estas nociones las expliqué con claridad en un artículo anterior publicado en 80 grados titulado “Ética Pública y Ética Privada” (3 de mayo de 2013). Vale la pena repetirlas ahora porque aquí han sucedido impunemente múltiples violaciones a la completa separación entre la Iglesia y el Estado, como por ejemplo, cuando el Gobernador Luis Fortuño nombró a un pastor de una de las iglesias protestantes como director de las relaciones entre el gobierno y las comunidades de fe, con sueldo pago por el gobierno y con una oficina en La Fortaleza. Mínimamente se violaron dos aspectos de la completa separación entre las Iglesias y el Estado: 1) no se aseguró que el pastor nombrado no fuera a tomar decisiones que obligaran al Estado a financiar proyectos que eran originados por una religión, con lo cual la autoridad religiosa podía comprometer al Estado y 2) al nombrar a una persona de una de las Iglesias de Puerto Rico no se ejerció el trato igual que el gobierno le debe a todas las religiones existentes. Para más detalles sobre las implicaciones de desconocer la diferencia entre la ética pública y las éticas particulares o privadas véase (2011, Ángel Israel Rivera “La ética pública en la educación en Ciencia Política, Gobierno y Administración Pública” en Revista de Administración Pública (UPR, Río Piedras) Vol. 42.
Además de educarse en estos asuntos, tanto los políticos como los ciudadanos en general deben practicarlos fielmente si desean construir una sociedad cuyo gobierno propio verdaderamente establezca una democracia laica. Respetamos la libertad de expresión, reunión y religión de todos los proyectos con una dimensión espiritual. Pero es preciso respetar igualmente la completa separación entre las iglesias y el estado, la libertad del gobierno para hacer la ley sin presiones indebidas de los grupos religiosos y a estructurar una ética pública que propenda a la sana convivencia y al respeto a los derechos humanos de todos.
La Solidaridad y la resiliencia en estos tiempos de Pandemia
Es más que evidente por cómo ha surgido, se ha diseminado y se intenta controlar con las vacunas anti-Covid-19 la pandemia que afecta a todo el Planeta, la necesidad perentoria de la solidaridad entre todos los seres humanos y grupos. Sólo mediante el respeto por la vida de los demás, la tolerancia con todos los seres humanos que existen, no importa su cultura, identidad de género, identidad nacional, raza o religión (nótese que cada una de ellas es parte del SER de cada quién) y la búsqueda de la salud de todos, se podrá superar el reto de esta pandemia que tantas vidas y recursos nos viene costando. Inversamente, es la falta de solidaridad y de respeto hacia las vidas de los demás lo que está provocando que aún con las vacunas desarrolladas por la ciencia esta pandemia no se haya controlado en la mayoría de los países del mundo. La solidaridad colectiva con las normas de distanciamiento físico y el uso de medios de protección como las mascarillas es, pues, imprescindible. Un muy buen ejemplo de solidaridad lo han dado los propios científicos y médicos con sus sacrificios continuos por la salud y la vida de los demás. El Corriere della Sera de Milano, Italia, acaba de publicar una excelente entrevista con el Presidente de la compañía farmacéutica Pfizer sobre su gestión y la partnership con BioNTech que demuestra la solidaridad humana. (Recuperado de: www.corriere.it/esteri/ el 15 de abril de 2021). Cómo, para todos los científicos y administradores que intervinieron en el logro de la vacuna producida con el esfuerzo de muchos —y en un tiempo récord— con el logro de un acuerdo mediante sólo una carta de intención y sin contrato, para poder avanzar en la producción de la misma, intentando con ello “salvar al mundo” frente a la amenaza del Covid-19, como ha dicho el Presidente de la Pfizer, todos ellos demostraron entrega y solidaridad humanas ejemplares. No menos importante ha sido la forma en que todos colaboraron a pesar de provenir de diversos países, nacionalidades y religiones. Como ha narrado el Presidente de la Pfizer, Albert Bourla, un griego nacido y criado en Tesalónica, con antepasados judíos sefarditas, hoy residente en Estados Unidos, tuvo que trabajar muy de cerca y desarrollar amistad con personas de origen turco y musulmán de Alemania (BioNTech) más con muchos colaboradores estadounidenses y de diferentes procedencias nacionales y religiones.
En cuanto a la resiliencia, esperemos con fe la reconstrucción de una vida mejor sobre estas tierras del Caribe que llamamos Puerto Rico por parte de todos aquellos que demuestren esa capacidad humana al reinventarse, sobre todo para recuperar la vida económica tan afectada y reducida como ha estado por la pandemia.