Trump y la derecha radical: el conflicto político después del “fin de la historia”
En esta ecuación, Hillary Clinton representó el consenso neoliberal, el status quo, el mainstream tanto Demócrata como Republicano y el de los medios. Muestra es que su campaña estuvo dirigida al voto de los republicanos «moderados» (metiendo miedo con el temperamento poco o nada presidencial de Trump) dando por sentados los votos de los sectores minoritarios vinculados a su partido y apostando como siempre al “centro”, descuidando los reclamos y las voces de las personas más vulnerables y golpeadas por la creciente desigualdad económica y social que han provocado las políticas neoliberales, e incluso de la llamada “clase media” estadounidense (a diferencia de lo que hizo Bernie Sanders en las primarias).
Clinton no hizo una campaña que ofreciera razones para votar por ella, sino razones por las cuales no votar por Trump. Apeló fundamentalmente al miedo. Incluso, su campaña y sus seguidores en los medios muchas veces despacharon con condescendencia, además de una suerte de demonización, a los seguidores del candidato que resultó triunfante. La premisa subyacente que se esbozó por estos parece haber sido: “If you’re not with me you’re an idiot”.2 Trump, por el contrario, movilizó el voto en contra del status quo neoliberal. Su candidatura significaba el cambio y apeló al malestar provocado por el capitalismo reinante. Así, Clinton fue percibida como la candidata de Wall Street, mientras Trump se proyectó como el candidato del descontento “populista”.
Desde la derecha radicalizada Trump le dio voz y una opción política a los discontents del neoliberalismo y de la “globalización”, particularmente lo que en los medios caracterizan como white working-class o working-class whites, que son predominantemente hombres. Desde su liberalismo centrista y tecnocrático Clinton no lo hizo. Refiriéndose al voto de este sector de clase, la clase trabajadora blanca, dice Jim Tankersley en un artículo postelectoral en The Washington Post:
For the past 40 years, America’s economy has raked blue-collar white men over the coals…On Tuesday, their frustrations helped elect Donald Trump, the first major-party nominee of the modern era to speak directly and relentlessly to their economic and cultural fears. It was a “Brexit” moment in America, a revolt of working-class whites who felt stung by globalization and uneasy in a diversifying country where their political power had seemed to be diminishing.
Whites without a college degree — men and women— made up a third of the 2016 electorate. Trump won them by 39 percentage points, according to exit polls, far surpassing 2012 Republican nominee Mitt Romney’s 25 percent margin. They were the foundation of his victories across the Rust Belt, including a blowout win in Ohio and stunning upsets in Pennsylvania and Wisconsin.3
Según Tankersley, estos sectores expresaron en los exit polls posturas antiinmigrantes duras, favoreciendo que los “inmigrantes ilegales” sean deportados, pero estas mismas encuestas sugieren que sus preocupaciones económicas y su hostilidad hacia las elites de Washington fueron factores más importantes para votar por Trump.4
Con el Brexit y ahora el triunfo de Trump (que son triunfos marcados por el nacionalismo reaccionario, la xenofobia y el racismo, y en contra de las políticas del neoliberalismo y la “globalización”) quedan demostradas las fisuras y quiebres del «consenso neoliberal» y de la crisis del capitalismo triunfante después del “fin de la historia”. Ciertamente, Trump movilizó las pasiones y afectos más negativos: la ira y el resentimiento de clase, racial y de género de los que se sienten excluidos del bienestar y la prosperidad prometida, o que perciben que han perdido sus privilegios (Make America Great Again) o su “nación” (Take Back Our Country). Pero como ha dicho Vance Jones, comentarista de CNN, el triunfo de Trump significa muchas cosas, es ciertamente “una rebelión contra las elites” y simultáneamente un whitelash, una suerte de contraataque de los blancos estadounidenses a la presidencia de Obama y a lo que conciben con ansiedad como la erosión o la pérdida de sus privilegios raciales. Estas ansiedades económicas y culturales se tradujeron en una política de resentimiento racial que jugó un papel crucial en la victoria de Trump. Al respecto de esto último vale subrayar lo que plantea Tankersley sobre el voto a favor de Trump, no solo del white working-class, sino de los blancos con educación universitaria:
Critically, his huge margins among blue-collar whites would not have sufficed to deliver him the presidency, if he had not also maintained a slim advantage among whites with college degrees as well. As a group, those workers have been the winners of the new economy, blessed with cheaper imported consumer goods and a persistent wage advantage over their non-college counterparts.Trump’s challenge was inspiring the blue-collar whites without alienating the college-educated ones. He succeeded, and it won him the White House.
Cabe destacar también el papel que jugó la misoginia y el machismo en contra de Clinton, sobre todo entre los hombres blancos que votaron por Trump. Lo menos que se puede decir sobre esto es que las denuncias de acoso sexual contra Trump, los señalamientos de que este es un sexual predator y un vulgar, no parecen haber hecho mella con su electorado, particularmente entre sus votantes masculinos blancos. Pero también es revelador que, según señala Katie Rogers en The New Times, más de la mitad de las mujeres blancas que votaron en las elecciones votaron por Trump:
More than half of the white women who voted in the presidential election cast their ballot for Donald J. Trump, according to exit poll data collected by The New York Times. The data indicates how deeply divided Americans are by race and gender: 94 percent of black women who voted and 68 percent of Hispanic or Latino female voters chose Hillary Clinton, but 53 percent of all white female voters picked Mr. Trump.5
Rogers añade, validando el análisis de Tankersley sobre el voto de los working-class whites a favor de Trump, que el 51% de las mujeres blancas con grados universitarios votaron por Clinton, mientras que el 62% de las mujeres sin educación universitaria votaron por Trump.6 Trump parece haber armado pues un coctel explosivo en el entrecruzamiento entre “raza”, clase y género que le dio el sorprendente triunfo electoral del martes, 8 de noviembre.
¿Es posible caracterizar con un mínimo de rigor el “trumpismo” y otros movimientos de derecha radical en Europa de fascistas o neofascistas? Esto es algo que merece mayor discusión. Enzo Traverso, en un excelente artículo, ha afirmado que: “El fascismo está de regreso…Resurge a veces espontáneamente, como una suerte de facilidad semántica, cuando no sabemos cómo denominar realidades nuevas, inesperadas y sobre todo inquietantes”.7 Pero se pregunta si el uso indiscriminado de este concepto nos ayuda a comprender fenómenos tan diversos como los que se están dando hoy. Sobre todo cuando este concepto se despliega muchas veces como condena moral en vez de como categoría cognitiva.
Para Traverso, el regreso del “fascismo” hace necesario y urgente desarrollar una labor analítica que pueda contribuir a distinguir los procesos a los que dicha noción apunta en el mundo contemporáneo. El intelectual italiano propone la noción de “postfascismo” para designar a los movimientos de derecha radical que están en ascenso hoy en el mundo. Para él, el postfascismo, a diferencia del fascismo de los años 20 y 30, no es revolucionario, sino reaccionario. No posee un horizonte de expectativas, ni mitos colectivos. Y en los tiempos después del “fin de la historia” con la desaparición del “comunismo” y la neoliberalización de la social democracia, el postfascismo o las derechas radicales han adquirido la capacidad de ser críticos con el “sistema” sin proponer una ruptura con este. Dice Traverso:
El postfascismo extrae su vitalidad de la crisis económica y del agotamiento de las democracias liberales…desprovisto del impulso vital y utópico de sus ancestros, surge en una era postideológica marcada por el colapso de las esperanzas del siglo XX. Está limitado por una temporalidad “presentista” que excluye todo “horizonte de expectativas” más allá de los plazos electorales. Dicho de otro modo, el postfascismo no tiene la ambición de movilizar a las masas en torno a nuevos mitos colectivos.….Lejos de ser o de presentarse como “revolucionario”, el postfascismo es profundamente conservador, e incluso reaccionario. Su modernidad se funda en su uso eficaz de los medios y de las técnicas de comunicación –sus líderes revientan las pantallas de televisión– más que en su mensaje, completamente desprovisto de toda mitología milenarista. Sí sabe fabricar y explotar el temor presentándose como una muralla frente a los enemigos que amenazan a la “gente común” –la mundialización, el islam, la inmigración, el terrorismo–, sus soluciones consisten siempre en retornar al pasado: retorno a la moneda nacional, reafirmación de la soberanía, repliegue identitario, protección de la gente humilde que se siente, a partir de ahora, “extranjera en su patria”, etcétera.8
Finalmente, debo subrayar que el triunfo del “trumpismo” o de la derecha radical no era inevitable. El postfascismo, para usar el término de Traverso, no es la consecuencia inexorable de la decadencia y el agotamiento de las democracias (neo)liberales. Había (y hay) otras posibilidades, es decir, una salida política que no era por la derecha radicalizada neoconservadora y que diera expresión al descontento y malestar que ha generado el neoliberalismo y la “globalización”. Se trata de opciones como la que representa el movimiento “socialista democrático” nucleado en torno a las propuestas de Bernie Sanders, pero que fue descartada en este ciclo electoral cuando se impuso el neoliberalismo centrista clintoniano en el partido demócrata.9 Quizás el horizonte político que representa Sanders hubiera derrotado a Trump, quizás no. Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que el centrismo tecnocrático neoliberal de Clinton no fue la respuesta al movimiento de Trump.
Lo otro que creo que sí se puede afirmar es que el malestar contra el neoliberalismo imperante no tiene que manifestarse necesariamente por vía de la radicalización neoconservadora derechista o el postfascismo. Es posible ir articulando y encaminando una respuesta que rompa la lógica de capitalismo contra capitalismo. Para ello, habría que articular un imaginario político antagónico a los capitalismos realmente existentes, es decir, un imaginario como el de Sanders y su movimiento. La alternativa a la radicalización neoconservadora que representa Trump (por quien ni siquiera votó George W. Bush) no es la vuelta al centrismo (neo)liberal, sino profundizar y expandir la propuesta de “socialismo democrático” que representa Sanders y su movimiento. No estamos condenandos a la encerrona que implica la lógica del enfrentamiento entre variantes encontradas del capitalismo. Pero para romper con esta, habría que apostar a un horizonte político alterno al capitalismo neoconservador de Trump y el neoliberalismo globalizado de Clinton. Esto es, un imaginario político basado en la radicalización de la democracia, un imaginario que reconozca que las políticas liberales tradicionales están en quiebre y que se atreva realmente a tomar en serio políticas que propendan a la igualdad social y económica y al bienestar común.
- Cabe resaltar que Clinton ganó el voto popular (con 60,002,472 votos o 47.54% contra 59,736,153 o 47.33% para Trump) pero perdió el voto electoral que es lo que decide las elecciones en este sistema democrático “peculiar” que hay en los Estados Unidos. Sobre el carácter antidemocrático del sistema electoral del país que se dice el más democrático del mundo habría mucho que decir. Basta señalar aquí que este engendro de sistema fue diseñado por los Founding Fathers de la República Americana para limitar deliberadamente la “soberanía popular”. Por supuesto, esto no debe minimizar la importancia del apoyo masivo que recibieron las posturas de derecha radical de Trump, ni el desafío que implica su victoria electoral. Solo apunto al carácter antidemocrático del sistema del colegio electoral. [↩]
- Benjamin Ferrand, “The US Election and the systematic failure of modern politics”, Critical Legal Thinking, November, 10, 2016. Como dice Ferrand: “Assuming that individuals are rational, reasonable individuals that only have their own self-interest at heart has become a mainstream approach to policy-making, as well as academic analysis. The Clinton campaign, and indeed the EU referendum’s Remain camp, based their entire approach upon it. By painting themselves as the rational and reasonable, they discursively framed their opponents, and by extension, their supporters, as the unreasonable, the irrational. Clinton’s campaign in particular became largely about why you shouldn’t vote for Trump, rather than why you should vote for her. The media, or that part of it that could be categorized as a socially progressive, liberal, and ultimately North-East American media, fully supported such a view. From Saturday Night Live’s lambasting of Trump, portrayed by Alec Baldwin, as an orange buffoon, to the New York Times’ deconstruction of his character, his business model and his policies, Trump was presented very much as the ridiculous candidate. Routinely mocked, dismissed and derided, Trump supporters were routinely criticised as racists, sexists, xenophobes and uneducated. Few journalists sought to talk to these voters, and explore their support for the candidate. Those that did presented a more nuanced story – rural and deindustrialised towns and cities, with high unemployment, drug use and drug-related crime…” [↩]
- Jim Tankersley, “How Trump won: The revenge of the working-class whites”, The Washington Post, November 9, 2106. Ver también, Robert Reich, “Democrats once represented the working class. Not any more”, The Guardian, November 10, 2016. [↩]
- Dice Tankersley en relación a que votaron por Trump: “Half of these voters said the economy was the most important issue in their vote, compared to 14 percent for immigration. A majority said international trade takes away American jobs. Three-quarters said the economy is “not good” or “poor” and nearly 8 in 10 said their personal financial situation was the same or worse than it was four years ago”. [↩]
- Katie Rogers, “White Women Helped Elect Donald Trump”, The New York Times, November 9, 2016. [↩]
- Op. cit. [↩]
- Enzo Traverso, “Espectros del fascismo. Pensar las derechas radicales en el siglo XXI”, Herramienta, núm. 58, (Traducción Miguel Vedda). [↩]
- Op. cit. [↩]
- Ver, Carlos Pabón Ortega, “El retorno del ‘socialismo’”, 80 Grados, 13 de mayo de 2016; y Carlos Pabón Ortega, “El efecto ‘Sanders’”, 80 Grados, 3 de junio de 2016. [↩]