Yo era muy feliz, PERO te encontré
Gracias, inspirado Juanga.
Gracias, inspirador Juan Gabriel.
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Extraigo del apartado postal una carta que llega de Berlin a la manera antigua: escrita a puño y letra, dentro de un sobre multicolor y el envío legalizado con sello y matasellos. Seguido reparo en el nombre de la remitente.La luz del entendimiento me hace ser muy comedido manifiesta el narrador de La casada infiel de Federico García Lorca. El narrrador sí, el que llevó la casada al río creyendo que era mozuela. También por comedido, callo el nombre y apellido de la remitente. Finjamos que se llama Leni.
Nos presentó Antonio Cisneros, el formidable poeta peruano, además de bohemio hasta el despropósito y consumado Don Juan. Leni tradujo al alemán pasajes de mi libro No llores por nosotros, Puerto Rico y los leyó en el Café Einstein, un espacio donde prosperaban la cultura y su reflexión. Previo a la lectura hecha por la traductora, me tocó leerlos por aquello de regalarles a los asistentes las cadencias del idioma original. A la actividad y al cerveceo subsiguiente nos acompañó Antonio Cisneros. Me parece estarlo viendo: melena sobre los hombros, ojos tasadores de ninfas a diestra y siniestra, bebedor en predecible ruta hacia el alcoholismo.
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Decir que Leni apreciaba la literatura del Caribe hispánico es decir poco. Aparte de que se manejaba, a perfección, en el idioma español. Sabía mostrarse irónica sin ofender, era culta sin avasallar y era bonita sin excederse. Junto a su amante Ámbar, una muchacha oriunda de Harlem, bella de los pies al afro, coincidíamos en el bar de la rusa Wanda, sábado tras sábado. El bar radicaba a la vuelta de la Meinekestrasse 6, donde viví como huésped de la Academia de Artes y Letras de Berlin durante seis meses de ritmo brioso e imposible olvido. Con el debido miramiento yo miraba cómo se miraban Leni y Ámbar. La felicidad las enchumbaba. Ninguna de las dos era flaca aeróbica, mas ambas tenían el culete respingón, un culete adepto al bamboleo.
Lo juro por los huesos de mi madre Águeda: en aquel bar otro exiliado de Harlem, Sandy Sandy, interpretaba al piano En mi viejo San Juan con los ojos cerrados y la cabeza tumbada hacia la espalda, como si fuera un negro spiritual. No obstante mucho conmoverme jamás le solicité una explicación del trance a que sometía el bolerazo de Noel Estrada.
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Después de regresar a Puerto Rico Leni y yo intercambiamos cartas. Prolijas las de ella, en especial cuando pormenorizaba la crítica a alguna película alemana excepcional, digamos La vida de los otros. O cuando desglosaba el encanto de Ámbar. Según Leni el encanto de su amante, cuyo nombre verdadero lo sustituyo con el misterioso Ámbar, era unánime como la noche borgesina. Y lo enmarcaba una gracia etérea como la que enmarcó a Remedios la Bella en su ascensión celestial. Y en el catre era más libertina que Eloísa, la discípula del filósofo Pedro Abelardo, a quien osó escribirle: El título de tu amante siempre me ha parecido dulce y si eso no te enoja el de tu puta.
¿Amadrina la hipérbole el amor? Porque Leni aseguraba que el día cuando el deseo se elevara a culto religioso Ámbar sería la patrona. ¿Entontece el amor? Porque Ámbar asentía a la menor pamplina emergente de la sesera de Leni.
Ámbar manejaba el silencio a perfección. Una certidumbre suya, Todo es deseo, daba a conocer la timidez enamorante de su voz. Robaba el sosiego el leve temblor cachondo de los senos, que portaba desnudos cuando el calor berlinés arreciaba.
Leni era toda pedagogía. Lo revelaba el esmero seductor con el cual corregía a Ámbar: No todo es deseo, todo sí es casualidad. El principio existencialista, Todo es casualidad, volvía a mi recuerdo de súbito.Y volvía la memoria agradecida de los textos que elucidaban dicho principio, magistralmente: El malentendido y El extranjero de Camus, El muro y A puerta cerrada de Sartre. Y retornaba la silueta iluminada de la torre con campanario de la gloriosa Universidad de Pueto Rico, la universidad donde miles de puertorriqueños tratamos de desembrutecernos y hacernos gente.
Lo primero que aprecié de Leni fue su capacidad para dialogar, a una vez, con Ámbar, con Antonio Cisneros y conmigo, sin relegar a ninguno al plano secundario. Leni era toda propagación. Por serlo no había intimidad sexual que dejara de propagar sin el menor bochorno.
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Admito el contraste entre las cartas de Leni y las mías. Sosas más bien las de éste, el seguro servidor del Lector, en concordancia con el descontento que me produce ventear las interiodidades de lo único de que soy dueño absoluto: mi vida. Nunca me tentó el desfile por los lindes del escaparate. Nunca transigí con la desnudez inconsecuente. En tanto que ignoro las herramientas retóricas precisas, jamás supe narrar la expectación que el beso inaugura y el éxtasis en que el beso culmina. A contar y a narrar un beso nunca me arriesgué, en cambio a besar sí y gustosamente.
Sin embargo, como hay metiches que zampan las narices hasta en el sudario de Cristo, si la curiosidad impertinente me acorrala, busco el escudo protector en el título de las memorias del gran Pablo Neruda, Confieso que he vivido. La palabra confieso satisface a los curiosos. La relacionan con los ultrajes a la decencia básica. Confesar que se ha vivido se suele asociar, estúpidamente, con la vida de subsuelo pervertido, la vida vivida sin escrúpulos.
Nada de lo antedicho vale para interpretar el título de las memorias del chileno universal. La confesión nerudiana remite al júbilo de vivir con la pasión como eje. Una pasión corporal y una gallardía mental que son, también, objeto de merecido indulto pues no dañan ni hieren ni son piedra en el sendero que recorre el prójimo.
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Cuando Leni me envió una postal con fotografía de las Puertas de Brandeburgo correspondí la gentileza con el envío de una postal con fotografía de la Puerta de San Juan. El intercambio de postales supuso un intercambio de adioses. ¿Para qué intentar decir algo cuando ya no hay nada que decir?
Lo acabado de escribir salpica cualquier relación: consanguínea, matrimonial, de mera amistad, de pareja circunscrita a la cópula motejada Aquí te cojo, aquí te mato, a los encuentros fugaces que obligan a la reincidencia.
Mas, si son fugaces ¿cómo pueden ser reincidentes? Se los tilda de fugaces en ánimo de purificarlos. Buen número de amantes ocasionales lo compone gente casada para quien el divorcio es una cuestión tabú, aun cuando el matrimonio hubiera colapsado en el instante cuando se hizo carne que te quiero carne.
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La vez última que me carteé con Leni fue cuando le envié un ejemplar de la traducción al alemán de mi novela Indiscreciones de un perro gringo. Ella me premió con la Enhorabuena. Después la correspondencia pausó hasta escasos meses atrás.
Celebro la inteligencia como atributo erótico. Que las mujeres enloquezcan con los quasimodos y los hombres pierdan la cabeza por las quasimodas me parece creíble si los tales y las tales gozan de suficiente materia gris. La inteligencia recompensa el bagaje erótico de los feos y las feas. ¿Olvidaremos que doña Marcela no es quien se queda con don Armando? Con Don Armando se queda Betty la Fea. ¿Olvidaremos que de quien se enamora Roxane, indudablemente, es del feo Cyrano de Bergerac y no del apuesto Chistian de Neuvillete?
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La carta de Leni me deslumbró. Hasta los puntos suspensivos transpiraban inteligencia, subrayada por la disconformidad en cada hoja. Aún así el desquite burlón cabalgaba sobre el rencor, párrafo tras párrafo.
Quién sabe si la burla le valía para disimular una honda tristeza. Tristeza más frustración más dolor. El dolor, verdadero motivo de la inesperada carta, estalló en sus últimos párrafos: Ámbar la había abandonado y Leni se había derrumbado. El derrumbe, en palabras suyas, la llevó a maltratarse. El sueño se le esfumó, también las ganas de acicalarse y comer, de beber y leer. Vivía sobando la pena, como si la pena fuera una gata de Angora: Parezco una sombra huérfana de cuerpo.
Según Leni lo peor no era que Ámbar la hubiera abandonado. Lo peor era que la trocara por un hombre, palabra que implicaba repudiación, ascosidad, delito. Que la hubiera abandonado ya implicaba una traición luego de años comiendo del mismo plato, yendo de fin de semana a la cercana y económica Praga, soñando con un viaje a Paris con la ilusión de dormir en el hotel donde Gide y Proust agasajaron a Wilde tras su salida de la cárcel de Reading. Cobardía inadjetivable tildaba Leni el que Ámbar la cambiara por el hombre a quien motejó Herr Panza con saboreada crueldad. Desde luego un hombre riquísimo.
Repito, Leni desconocía el control de la escritura. La hemorragia imparable de datos volvía indigesta la lectura de sus cartas. Sin embargo, la suya reciente me estremeció, y llevó a repetir para mis adentros, unas preguntas que no tienen respuesta.
a. Si todo es deseo, como predicaba Ámbar, ¿se desea, un día cualquiera, la liberación de estos brazos y el encarcelamiento en aquellos otros?
b. ¿Será que todo es casualidad, como Leni repetía cuando educaba a Ámbar? Una casualidad promisoria debió ser el tropezón de Ámbar con un Herr Panza que suspiraba por una prieta toda deseo.
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Respeto el amor que se prolonga, a lo largo del tiempo, como río emperrado en viajar hacia el mar, el camposanto lúbrico. Respeto que el fuego vivificante de los primeros años lo reemplace la llama que persiste tibia, como sencilla costumbre. Unamuno, el bilbaíno enorme, halagaba a su esposa con un piropo sorpresivo: Concha es mi costumbre. Por costumbre entiendo que don Miguel implicaba necesidad, obligación grata, hábito de abandono imposible, reposada cotidianidad.
Respeto, igualmente, el amor desvanecido, tanto como sus convalescientes. Lástima que el desvanecimiento no ocurra simultáneamente: Leni seguía deseando a Ámbar, mientras que Ámbar no seguía deseando a Leni. Entonces, como Leni seguía deseando a Ámbar terminó su larga epístola con una posdata alucinante: Y pensar que yo enseñé a Ámbar a saberse hermosa. Hubiera preferido que me asesinara de un modo distinto. Balazo en la sien. Cuchillada en el pecho. Té endulzado con sublimado corrosivo. Yo no merecía un asesinato tan poco edificante.
Roto el amor alguien resulta liberado y alguien resulta condenado. Roto el amor el alguien liberado barre los pedazos y los destina a la basura. Roto el amor el alguien condenado recoge los pedazos y los guarda en el album que recubre una mica rosada: hay cursilerías que empujan a la persignación.
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El lenguaje nunca es inocente afirma el francés Roland Barthes y lo confirma el mexicano Juan Gabriel mediante un verso acusador : Yo era muy feliz, PERO te encontré. Caligrafío, con intimidantes letras mayúsculas, la conjunción adversativa que porta el susodicho verso acusador. La conjunción adversativa PERO le es suficiente al famoso canta-autor para confrontar hechos que acontecen en los dominios conflictivos del amor….. y el amorío.
a. Yo era muy feliz, PERO te encontré notifica que cunden los portadores de infelicidad, una enfermedad contagiosa, sin vacuna a la fecha actual. Si existen los tísicos y los sifilíticos, asimismo existen los infelicíticos, como merecen despacharse quienes se consagran a hacernos infelices.
b. Yo era muy feliz, PERO te encontré vale de ejemplo loable de la poesía coloquial. Desgajar el tiempo en presente desdichado y en pasado venturoso, con el auxilio de una palabrucha falsamente inocua, realmente venenosa, lo demuestra.
c. Yo era muy feliz, PERO te encontré avisa que hay encuentros cuya inconveniencia se trasluce, apenas ocurridos.
El aborrecimiento que transporta la palabra PERO da pie a preguntar si fue Leni víctima de la infelicidad de Ámbar o si fue la victimaria. Y preguntar cuál papel interpretó Ámbar en esta historieta de tardíos desencuentros. ¿Sería Ámbar persona que se deja querer sin reciprocar? ¿Sería Leni persona que asfixia cuando ama? Mejor abstenerse de opinar. Primero porque desconozco la versión de Ámbar. Segundo porque sobran los terceros en camas que se fabrican para el acomodo de dos. Obedeciendo a tan prehistóricos consejos, no responderé a la desgarrada Epístola Moral de Leni.
Colofón: Obra maestra del tiempo, la vida se desperdicia si consiente a hacerle caso a lo que no tiene caso. ¿Relaciones amorosas entre una mujer y otra mujer? Pues sí. ¿Tan emocionalmente insubstanciales somos como para orillarlas? ¿Relaciones amorosas entre un hombre y otro hombre? Pues sí. ¿Tan fatalmente mediocres somos como para condenarlas?
*Del libro inédito TEXTOS CANALLAS.