Bathika: engendro de la fortuna
Palabras pronunciadas el pasado pasado 17 de octubre en la librería El Candil de Ponce a propósito de la presentación de esta primera novela de Enrique Colón Santana.
Comienzo hablando un poco del autor al que muchos de ustedes conocen. No vengo a hablarles de un hombre común, eso está claro. Kike es natural de Santurce y en 2016 cumplirá 40 años como abogado. Con solo dos años en la práctica de la profesión desde la Corporación de Servicios Legales fue el abogado postulante en el caso Figueroa Ferrer vs. ELA con el que nuestro Tribunal Supremo reconoció que existe la causal del consentimiento mutuo en casos de divorcio.
En Carrasco v. Secretary of Health, otro caso argumentado por Kike y decidido en 1980, el Tribunal del Primer Circuito Federal de Apelaciones en Boston declaró inconstitucional la Ley del Seguro Social federal por ser discriminatoria contra las mujeres en lugares, como Puerto Rico, donde existe la sociedad legal de gananciales. Su trayectoria profesional, su compromiso social y los valores personales de Kike le hicieron merecedor recientemente de la Medalla Nilita Vientós Gastón que concede la Comisión de la Mujer del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico.
Conocí a Kike por allá por los años ’90 en una asignación periodística de un caso laboral en el que sus clientes prevalecieron en el Tribunal Federal contra una gigantesca multinacional. Era David contra Goliat y Kike, por supuesto, defendía a David. En 1999, nuestros caminos se cruzaron nuevamente pero esta vez se sellaría una unión que perdura hasta hoy. Precisamente, al igual que en Bathika nos tocó vivir una historia de liberación.
Una joven puertorriqueña, Rosa de la Cruz, cuyos padres vivían muy cerca de acá, en Cabo Rojo, fue secuestrada por guerrilleros colombianos del Ejército de Liberación Nacional. El alto sentido humanitario y patriótico de Kike lo impulso a encabezar una misión rescatista, de dos personas, para conseguir que Rosa regresara a casa. Y lo logró. Poniendo en riesgo su vida y abandonándose a ese objetivo Kike consiguió que esta joven estudiante fuera liberada el 23 de septiembre de 1999. No voy a hacer la historia completa pero la menciono porque ese fue el tema del primer libro de Kike.
Su segundo libro es Bathika.
Estos apuntes solo pretenden retratar mi experiencia en la lectura de la novela, que como todo buen libro, tiene el potencial de estimularnos en formas distintas. Bathika es la historia de una mujer esclava que huye con sus hijos de Maryland, un estado esclavista para los años que comprende la novela (entiéndase durante el primer tercio del siglo 19), hacia Pennsylvania un estado donde la esclavitud era ilegal.
Esta novela tiene bases históricas. Parte de un caso verídico decidido por el Tribunal Supremo de Estados Unidos en 1842 con el que el autor se tropezó en preparación para la argumentación de un pleito legal. Y el libro comienza precisamente en el escenario judicial, durante el primero de tres días de vistas argumentativas de la apelación presentada por el estado de Maryland en defensa de Edward Cooper un caza recompensas que secuestró a la cimarrona -luego heroína de esta historia- para devolverla a su dueña y que fue condenado por ese hecho por el tribunal de Pennsylvania.
El conflicto legal queda establecido desde entonces. A un lado estaba la ley suprema de la tierra, la constitución que garantizaba la recuperación de bienes, en este caso seres humanos. Una constitución que permitía la esclavitud sin siquiera mencionar la palabra. El estado de Maryland reclamaba su derecho bajo ese argumento. Al otro, la ley del estado de Pennsylvania que prohibía la recuperación de bienes personales fugitivos refiriéndose así a los esclavos provenientes de estados esclavistas que fueran requeridos por sus dueños legales.
Más adelante el autor nos muestra como la liberación de la esclava ordenada por la corte de ese estado respondió a cuestiones más bien procesales. La incomparecencia de la titular del bien, o sea el ama esclavista, permitió que Bathika respirara libertad pendiente al proceso ulterior. Desde el principio entonces se plantea el derecho como espejo de realidades económicas y sociales pero al mismo tiempo como campo de batalla para la supervivencia de la unidad de un país.
Así de simple y así de crucial.
Poco tiempo después la lucha dejaría de ser de ideas a favor y en contra de la institución para derramarse en sangre en una guerra de secesión y es en ese escenario que la novela entra a su etapa culminante. El rico debate jurídico, tan difícil de recrear en una novela, adquiere vida en las páginas de Bathika.
El autor nos presenta a los integrantes de un Tribunal Supremo federal que encara, como otros tribunales en circunstancias parecidas, decisiones que marcaran generaciones y dejaran sombras sobre algunos de sus miembros. El derecho ante la ignominia es uno de los temas de la novela. A veces actuando en defensa de la injusticia, actuando tardíamente. En otras iluminando el camino a tiempo para derribar inequidades.
El autor se asoma a las diversas personalidades de los jueces supremos con descripciones que nos mueven a intentar presagiar sus pareceres sobre la controversia planteada. ¿Qué debe prevalecer? ¿El derecho de Maryland a proteger a sus ciudadanos propietarios o el de Pennsylvania a evitar el rapto de personas consideradas libres según la ley del estado? ¿Violó la constitución Pennsylvania al afectar derechos humanos fundamentales, en este caso, los derechos propietarios de los dueños de Bathika?
La novela se desplaza del drama judicial a la historia de la protagonista que ejemplifica el terrible curso que siguieron millones de negros arrancados de sus patrias en África para ser sometidos al servicio degradante y el abuso de la esclavitud que la propia Bathika, rebautizada por sus amos como Margaret Reilly, cataloga como una «absurda institución mortal para las víctimas y desmoralizante para los victimarios.»
El autor nos presenta a la niña esclava vendida a los cinco años. Crecemos con ella, bajo el cuidado de las monjas Carmelitas y luego protegida por un sacerdote jesuita. Presenciamos su contacto con el underground, la red clandestina para movilizar esclavos a territorios que no aceptaban ese régimen pero antes pasamos por el intenso debate personal de la joven negra agobiada por el temor a ser libre.
«La cobardía requiere de valor» se dice Bathika a sí misma para justificarse. Poco después un evento catastrófico le da las fuerzas para sobreponerse al temor. Porque no hay nada peor que, como dice el autor sobre los hijos de la esclava cuando los arrebataron de Pennsylvania, que estar «encadenados por el miedo», que es la más fuerte de las cadenas. Ahí las de hierro son innecesarias.
Pero Bathika no es solo víctima de un sistema desmoralizante sino también heroína de la causa para romper esas cadenas. La formación que tuvo la esclava, en una especie de suerte del destino que descubrirán en estas páginas, le arman con una dignidad que nace del reconocimiento de su lugar en el mundo y que le permite afrontar su rol en el momento histórico en que vive. Así, se reprograma una mente a la que primero le inculcaron anti valores sobre su negritud.
-«¿Para qué sirve un negro?», le pregunta el amo blanco a la niña Margaret.
-«Para cortarle la cabeza y cocinarlo, mi amo”, contestó ella.
La pedagogía humillante del amo, sin embargo, no vence a Bathika. La educación como herramienta para la emancipación es una de las enseñanzas que este libro confirma. En la historia de Bathika también somos testigos del rol de la iglesia en el mantenimiento de la institución esclavista, por un lado, y en las cruzadas abolicionistas, por el otro.
Tal como ocurre con la polarización de las visiones legales sobre el tema, la iglesia de la época aparece asumiendo posiciones conflictivas en torno a la esclavitud dependiendo del estado donde estuviera establecida. La propia Bathika pone a prueba el doble discurso religioso. Pregunta a un sacerdote jesuita que se convirtió en su protector y maestro: ¿Jesús era blanco? Creo que no, le responde ella misma. De lo contrario no lo hubieran azotado como a un dinga, escupido como a un mulato, condenado a muerte y linchado como a un negro.»
Un potente argumento sin duda.
Colon Santana se recrea en los detalles de los lugares de la historia que nos describe en distintas circunstancias de la novela. Sus imágenes son tan puntillosamente específicas que podemos visualizar desde la sala del Tribunal Supremo, las hordas de negros atravesando el océano a bordo de embarcaciones esclavistas asediados por el olor de los muertos que no resistían la odisea, las descripciones de las artes marítimas para el transbordo de los africanos secuestrados, las dinámicas del underground anti esclavista, la violación, el abuso. Es esta una novela altamente visual pero también muy provocadora.
Hay libros que estimulan el estudio, la corroboración de datos históricos, de nombres, de eventos, de fechas. Bathika es eso. Una deliciosa asignación de búsqueda, de nuevos conocimientos, de historias olvidadas. Es claramente un relato bien estudiado por su autor, armado luego de meses de preparación intensa. Pero sobretodo, siento que Bathika es espejo de las causas que Kike ha abrazado durante toda su vida. La igualdad, la libertad, el amor por el prójimo, la indignación ante las esclavitudes de aquel y de estos tiempos. Un tema pertinente y muy actual.
Hoy la esclavitud tradicional subsiste en lugares remotos donde el orden es el de la fuerza y la corrupción pública no permite denuncias. Como en Darfur, Sudan donde todavía quedan entre 100,000 y 300,000 esclavos, algunos condenados a explotación sexual, y donde tan reciente como en 1990 una mujer o un niño de la milenaria etnia dinka se vendía por $90 dólares. Y si eso les alarma, sepan que años después depreciaron hasta los $15 dólares a causa de un exceso de oferta en el mercado y que existen organizaciones humanitarias que los compran por $50 para poder liberarlos.
Según la Organización Internacional del Trabajo de la ONU, cerca de 200 años después de los eventos que se reseñan en Bathika, existe además una nueva esclavitud, la del trabajo forzoso, al que son sometidas más de 20 millones de personas en el mundo. Y tan cerca como en México, que en 2014 ocupo el primer lugar en América Latina del Índice Global de Esclavitud por la constante violación de derechos fundamentales de los jornaleros agrícolas. A nivel mundial, otros 17 países superan a México en ese índice.
El tráfico ilegal de personas para estos y otros fines, como la esclavitud reproductiva o la venta de órganos, se denomina hoy trata humana, que no es más que otra manifestación de un flagelo humano que se nos ha hecho imposible erradicar. A seguir intentándolo nos anima la historia de Bhatika.
Para finalizar debo mencionar dos personajes que sobresalen por su presencia recurrente durante toda la novela. Uno de ellos es Nicolo Paganini, el virtuoso violinista italiano cuya carrera floreció y produjo sus más grandes obras durante los primeros años del siglo 19, los años de Bhatika. La música de Paganini aparece y reaparece a través de las páginas de la novela y es ente unificador de personajes como la protagonista y su abogado el Lcdo. Edgard Kneehigh. Las notas de algunas de sus composiciones también adquieren dotes sanadoras en Bhatika y la rescatan del desconsuelo en más de una ocasión.
Y por último y muy a propósito también está presente Julia de Burgos, nuestra poetisa nacional, que vive a través de sus estrofas intercaladas en esta obra a manera de homenaje a propósito del centenario de su natalicio. Esos versos presagian, no sólo la trama sino también que dimensionan, a mi juicio, un propósito subyacente del autor en estas páginas.
Es evidente que para Colón Santana la esclavitud no ha terminado. La servidumbre toma hoy distintas formas. Se manifiesta con varios rostros. Nos encadena, dice sin decirlo el autor, aquí en nuestra propia tierra. Aunque, como los esclavos de los tiempos de Bhatika, incluso ella misma antes de su redención, no creamos que lo somos.
Concluyo con un fragmento del poema «Ay, ay, ay de la grifa negra» de nuestra Julia en homenaje a los patriotas puertorriqueños y con el permiso de mi amigo David Ortiz que en paz descanse:
Ay, ay, ay que el esclavo fue mi abuelo,
es mi pena, es mi pena.
Si hubiera sido el amo, sería mi vergüenza;
que en los hombres,
igual que en las naciones,
si el ser el siervo es no tener derechos,
El ser el amo es no tener conciencia.
Les presento a Bhatika.