Beirut: barril de pólvora
En el filme, Mason Skiles (Jon Hamm) un diplomático norteamericano en Beirut, Líbano, y su esposa han acogido a un huérfano libanés de 13 años llamado Karim y lo tratan como a un hijo adoptivo. Mientras están dando una fiesta en su casa, Cal Riley (Mark Pellegrino) un amigo que pertenece a la CIA, le dice que tienen que llevarse al niño para interrogarlo. El problema es serio: el hermano de Karim ha sido identificado por el Mossad (la policía secreta israelí) como uno de los participantes de la masacre de atletas israelíes en las Olimpiadas de Munich. Es 1972 y el grupo Septiembre Negro, con lazos ideológicos con la Organización Palestina de Liberación (PLO), capitaneados indirectamente por Yasser Arafat, ha promulgado la operación.
Ese planteamiento va adentrándonos en una vorágine de sucesos que dan pie a lo que ocurre en esta película excitante, aunque a veces confusa. Pasado diez años Skiles, quien se ha convertido en un alcohólico, es llamado a regresar a Beirut para negociar la liberación de Cal Riley que ha sido secuestrado. Aunque al principio está renuente a hacerlo, por su amistad con el raptado, regresa a Beirut.
Puedo contar muy poco de lo que ocurre sin dar a conocer demasiado de lo que son sorpresas en el filme, baste decir que la trama está llena de virajes inesperados luego de uno que me pareció obvio y fácil de anticipar, y que les dejo para que lo detecten. Lo importante es que, según caen las capas que esconden el misterio, nos damos cuenta de por qué los mercados árabes y semitas son tan tortuosos y complicados.
El guión tiene algunos boquetes que hay que rellenar casi al terminar la cinta porque, tal vez en el intento de mantenernos en suspenso, no se clarifican en el momento apropiado. En general, sin embargo, el filme fluye, avanza y mantiene nuestra atención y desafía nuestra capacidad deductiva. Por suerte, las actuaciones de un grupo de actores que principalmente, con la excepción de Rosamund Pike (quien representa a Sandy Crowder, una agente de la CIA cuya asignación es velar y mantener vivo a Skiles), trabajan en la televisión. Todos son artistas de talento y su presencia garantiza que las escenas de tensión estén bien actuadas y que sean creíbles.
Se destaca Rosamund Pike como Sandy y, sobresale Jon Hamm que revela otras facetas de su talento que pudimos percibir solo parcialmente en la extraordinaria serie televisiva “Mad Men” (2007-2015), no por limitaciones de talento, sino porque representaba a un hombre con limitaciones. En las escenas entre su personaje y los negociadores palestinos, israelíes o norteamericanos, Hamm muestra que aprendió bien su papel en la serie que menciono arriba en la que tenía que convencer a sus clientes de sus propuestas publicitarias.
Prepárense para una cinematografía que intenta incorporar pietaje del Beirut de 1972 y 1982 a las tomas que se llevaron a cabo cuando se comenzó a filmar la película en 2016 en Marruecos. La intención de hacer ver todas las escenas “añejadas” a veces las hace algo borrosas. Sí se aprecia que tienen el color del paisaje que uno asocia con los pueblos que viven al margen o no muy lejos del desierto.
Junto a la estupenda serie “Homeland” de Showtime (2011 hasta el presente) esta cinta ayuda a comprender las complicaciones inherentes a la diplomacia internacional y las rencillas humanas que hacen de las buenas intenciones una mogolla difícil de controlar o predecir. Alguien podría decir que son exageraciones y que es imposible que los oficiales políticos y agentes de la ley y el orden nacional e internacional se comporten de la manera que lo hacen en estas versiones “ficticias” de los asuntos de Estado. Hay que volver a pensar qué de verdad sucede cuando los que viven solo para tener y ejecutar el poder, a pesar de su ignorancia, están a cargo de mover parte o el mundo entero.