En defensa de la APPU
Coincidimos parcialmente con el doctor Carlos Pabón quien escribe en su ensayo Fungir como docentes que la estrategia de los profesores debe de poder “enfrentar esta crisis en toda su complejidad” y “a largo plazo”. ¿Pero que hacemos con el ahora? Desconocemos si el querido colega se percató, pero el 9 de febrero fue el día de mayor violencia en nuestro recinto, y fue un día que comenzó con una reservada satisfacción porque los profesores estaban dando clases, pero a eso del mediodía los estudiantes no pudieron transportarse a esas clases sin enfrentar el horror.
En esos días, a pesar de muchos pensar que era una locura reunir sus clases en un recinto abrumado por robocops inflados de esteroides anabólicos cuya mera presencia causa un nudo en el estómago y, mientras la policía regular tomaba como suyo y con naturalidad absoluta los espacios normalmente utilizados por los estudiantes (la placita de la Escuela de Comunicación, los pasillos y hasta la entrada a los baños de la Escuela, entre otros), la APPU en ningún momento solicitó que nos mantuviéramos afuera, sino todo lo contrario. Su llamado fue a dar clases y a utilizar estrategias imaginativas concebidas por la organización para continuar con nuestra labor docente bajo protesta por la presencia de la policía, y por la demencia de una ley de mordaza en el recinto que significó, hasta hace solo unos días, que la mera reunión de profesores constituía un delito.
El 9 de febrero sucedió lo que se sabía que iba a suceder en cualquier lugar “bajo asedio”—se desató el infierno. Varios estudiantes no-huelguistas nos escribieron ese día angustiados, algunos hasta arrestados y golpeados por efectuar la sencilla tarea de cruzar esa calle en mal momento, o por salir de la biblioteca Lázaro hacia sus respectivas facultades cuando no debieron. Sin quererlo, se encontraron en una vorágine de macanazos, gritos, atropellos, pintura, y sangre. Muchos caminaban hacia ese salón de clases que el doctor Pabón urge que se debe de reclamar. Pero, ¿qué le decimos a un estudiante que entra a un salón con el cuerpo y el alma rota? Si reunirlos afuera constituía—nos decía la Administración—una falta a la reglamentación universitaria, el 9 de febrero demostró que reunirlos adentro constituía una falta moral y un lapso a la sensatez y a la prudencia.
Mientras la rectora se encerraba en su oficina ese día nefasto, la directiva de la APPU se mantuvo por varias horas esperándola para reunirse con ella. No vimos ahí al doctor Pabón, ni a tantos otros que aplauden su ensayo porque comparten esta retórica de que “la APPU no nos representa”. Tampoco los vimos reuniéndose esa noche con el presidente José Ramón de la Torre, logrando un momento de humanismo que le costó el puesto. La APPU sí decretó un paro ese día fatídico por 24 horas al que se unió la HEEND, y lo hizo porque tenía que hacerlo; mantenernos al margen de esa violencia desquiciada era buscar una muerte segura y eso ya lo hemos vivido. ¿Deja vu? —no exactamente, porque hasta ahora se ha evitado esa muerte, y además se logró movilizar a 15,000 personas en la marcha Yo amo la UPR que obviamente contribuyó a que el gobernador Fortuño atendiera el reclamo de “afuera la policía”. La APPU no solo avaló esa marcha; la ayudó a organizar. ¿Quiénes, entre los que critican, se involucraron en este esfuerzo? Está probado que la unión y la solidaridad son mecanismos sencillos que funcionan. Por más que se prefiera ‘teorizar’ y debatir sobre qué hacer, el momento recaba el apoyo a la APPU, que no es lo mismo que aceptar acríticamente sus posturas. Pero un ataque como el que el doctor Pabón presenta es cuando menos, mezquino.
Decir que la APPU no nos representa es desconocer que la APPU sí representa a aproximadamente el 50% de los docentes en este recinto y cuenta con sobre 800 miembros a nivel del sistema de la UPR. Tiene una larga historia de atender y defender nuestra universidad y a sus docentes cuando así se requirió desde su fundación. No olvidemos quiénes han estado ligados a ella—grandes maestros quienes lucharon antes que nosotros por una mejor universidad, como Margot Arce de Vázquez, Rubén del Rosario, Arturo Meléndez, Sylvia Rivera Viera, Luis Manuel Díaz Soler, Arcadio Díaz Quiñónez, George Fromm y Manuel Maldonado Dennis, por mencionar algunos. Más allá de la Junta de Directores de turno, está la importancia y la trascendencia de la organización. Puede que en algún momento dado tengamos discrepancias con algunas decisiones tomadas, pero cuando ello sucede, así lo expresamos en nuestras reuniones y asambleas. Lo que no haríamos es abandonar la representación organizada que la APPU ofrece, y menos en momentos de crisis como el presente. Es nuestro ‘Colegio de Abogados’ y ahora hay que decidir si “somos de esa clase” o no. Cada boletín que hemos recibido en los últimos meses muestra una gesta formidable.
La APPU utiliza todos sus recursos para atender el día-a-día de las múltiples injurias que los docentes confrontan, como son los ‘informes de asistencia’ que se requiere llenemos diariamente, o las cartas amenazantes hacia los profesores que han concedido “demasiados” incompletos cuando ello es producto de la inestabilidad que la propia administración creó. Se ocupa de entender y explicar el nuevo plan médico que nadie sabe qué cubre, ni a qué costo. Atiende el reclamo de los docentes sin plaza, el de los programas en “pausa”, la cesantía de los profesores en contratos de servicio, el reclamo del cupo en clases especializadas, el cierre de programas, … la lista es larga y a veces uno se pregunta cómo pueden enfrentarlo todo, pero lo hacen.
Los que critican a la APPU, ¿tienen un plan mejor? ¿Están dispuestos a amanecerse en reuniones y, desde abril del año pasado, a trabajar horas largas todos los días incluyendo los sábados y los domingos, como conocemos muy bien hace esta directiva que tan fácilmente se critica? ¿Están disponibles para hablar con los líderes estudiantiles o con oficiales de la policía, o con los administradores de la universidad a cualquier hora que sea necesario, aún de noche, en un intento de promover la paz institucional?
En momentos donde los recursos institucionales disponibles para viajes a congresos y actividades de mejoramiento profesional son casi inexistentes, y mientras se requiere atender lo urgente, la APPU sigue apoyando económicamente a sus miembros mediante dos convocatorias anuales. También auspicia actividades académicas como conferencias y presentaciones de libros. Ofrece servicios legales en asuntos laborales a su matrícula y defiende los mejores intereses de la universidad ¿Quién más lo hace?
La APPU ha estado presente en las vistas públicas en la Legislatura para expresarse y defender diversos asuntos universitarios. Trabajó arduamente y por mucho tiempo para presentar propuestas que atendieran la crisis institucional, algo que la propia Junta de Síndicos no hizo. Sus propuestas no fueron exitosas. Algunos pensaron, no hace mucho, y con las mejores intenciones, que las propuestas hechas por los estudiantes o las de la APPU no eran escuchadas por la administración porque no eran suficientemente buenas. Quizás se consideraron poco viables o que no representaban los intereses del claustro y elaboraron, con mucho tesón y esfuerzo, propuestas alternas que muchos miembros de la APPU endosaron. Encontraron que ellos también serían añadidos a la larga lista de los ignorados por una administración universitaria que no interesaba oír propuesta alguna—sólo les interesaba cumplir con la agenda del gobierno de turno que decidió que la cuota iba porque iba. Ninguna de las propuestas recibió el favor de la administración. Seguramente se produjo algún grado de desilusión en quienes apostaron a esas fichas para el destranque. Esa frustración la confrontan los directivos de la APPU continuamente y aún así continúan con sus esfuerzos. ¿Pueden decir lo mismo quienes se limitan a enfrentar las posturas de la administración únicamente proponiendo que se lleve “a cabo un análisis y debate abierto sobre éstas y sobre cómo nos afectan [para] adoptar una postura autónoma frente a las mismas”, como plantea el doctor Pabón? ¿Y desde qué foro lo hacemos? ¿Será suficiente el espacio del salón de clases? ¿Nuestros escritos? Algunos querrán responder que sí, pero con los lobos sueltos en la calle, el tiempo para debates se acaba. Cuando menos, reconozcamos que no es suficiente.
Para quienes aún piensen que sí es suficiente el debate, lean la primera entrevista a nuestro presidente interino, el agrónomo Miguel Muñoz, publicada el 16 de febrero en la prensa donde asevera que buscará soluciones a nuestro mar de problemas. Ahí se informa que “a horas de estrenarse en el cargo, Muñoz convocó al diálogo para solucionar el conflicto estudiantil, que mantiene en vilo al Recinto de Río Piedras, y no descartó aumentar la presencia de la Policía de ocurrir situaciones violentas que pongan en riesgo la seguridad de los estudiantes y empleados de la institución”. Nada dice el nuevo presidente de la Política de No Confrontación que por tres décadas rindió frutos y que se ha ignorado completamente. Lo que sí señala es que buscará “fomentar esa interacción con el sector privado”, y añade que “interesa que el sistema de la UPR se relacione más con universidades en Puerto Rico,…como la Católica, Sagrado Corazón, la Interamericana y la Fundación Ana G. Méndez”. (vean el entre líneas). Al preguntársele sobre los programas en pausa no titubea en decir que: “Todo programa que no tenga suficientes estudiantes hay que revaluarlo”, lo que supone que tendremos una UPR sin programas medulares a la educación básica de un pueblo hispanohablante, como un Departamento de Estudios Hispánicos, y ni hablemos de cosillas tan insignificantes a la educación como lo es la filosofía o la lingüística, la literatura comparada o la historia, o lo próximo que se decida eliminar por decreto. Su primera amenaza establece el tono de su gestión: el SWAT regresa si se rompe la ley, aunque esa ley sea injusta o inconstitucional pues: “Soy una persona de ley y orden. Toda aquella persona que violente la ley y los reglamentos pues tiene que responder por sus acciones”. Y la persona que más ha dictado esa “ley y orden” en el recinto con mano dura seguirá imponiendo su estilo autoritario porque: “Ygrí Rivera es una persona a quien yo admiro y respeto mucho”.
Tiene derecho el doctor Pabón en apuntar que “las posiciones y estrategias de la APPU no son apoyadas ni compartidas por los que no pertenecen a esta agrupación”. Faltaría ver si es cierta completamente esa aseveración pues no hay que pertenecer a un grupo para apoyarlo o no. Aún sus miembros difieren en cuanto a posiciones y estrategias se refiere. Y es que no puede ser de otro modo pues la APPU aglutina a docentes con puntos de vista heterogéneos.
Como centenares de otros colegas que conformamos la APPU sabemos que ninguna organización puede representar las ideas de cada uno de sus miembros en su totalidad. Existen momentos en que consideramos que se pueden haber cometido errores, pero la alternativa, la de no tener una agrupación que nos defienda—y represente—en los momentos difíciles que ha vivido la institución, es sencillamente impensable. En una universidad donde el claustro es completamente impotente, la APPU no puede salvo abrogarse alguna representatividad. Si no la tuviera, no fuera un interlocutor. Quien no lo entienda así, hágase oír ofreciendo críticas constructivas y no dando golpes bajos. La crítica mal intencionada que se destila en el ensayo de Pabón, y en algunos de los comentarios que le siguen, no abona en nada a resolver la crisis que amenaza nuestra universidad. Propongan, en vez, sus ideas. Ofrezcan trabajo voluntario. Todos sabemos que hace falta.
El ensayo del doctor Pabón reconoce que se dirige “hacia nosotros un huracán poderoso” y exhorta a fungir como docentes. Afirma que debemos “exigirle a las autoridades universitarias y al gobierno que cualquier reforma y reestructuración tiene que ser iniciada desde las bases de la propia comunidad universitaria y mediante la participación de todos los sectores que la conformamos”. ¡Estupendo! ¿Cómo se logra esa inserción cuando nuestros cuerpos deliberativos son reiteradamente ignorados; cuando ni siquiera existimos como claustro? Si no actuamos concertadamente y sólo mantenemos debates, el “huracán” dejará muy poco a su paso.
Todos sabemos la clase de universidad que se gestiona por el recién nombrado Comité Asesor de Fortuño. Sólo hay que mirar los nombres. Están los José Saldaña (con sus escritos teñidos de odio y dirigidos particularmente a los docentes en Humanidades, Sociales y Comunicación) pero, ¿donde están los Fernando Picó? ¿Por que no se incluyen profesores que han logrado unir su excelencia académica con la justicia y la defensa del proyecto social de la universidad? Es claro que a este grupo no le interesa una universidad que genere ideas, ni debates, ni muchísimo menos que ‘haga patria’—solo una que cueste menos, y punto. Quienes sigan criticando a la única asociación de docentes que pretende parar el proyecto desmantelador de la universidad, se alían a éste, tal como decía El Chavo—sin querer queriendo.