Entre la hipocresía y la tiranía
Muamar al Gadafi se abraza con su ex buen amigo, Silvio Berlusconi, en tiempos recientes cuando se elogiaban mutuamente.
“Con la OTAN o con Gadafi”, a esas dos únicas alternativas algunos pretenden reducir la respuesta del progresismo mundial frente a la guerra civil que consume a Libia.
Ese rígido emplazamiento recuerda pendenciera advertencia de “con nosotros o en contra nuestra”, que lanzara George W. Bush como preludio a la invasión de Afganistán en 2001.
Entonces, las fuerzas progresistas no dudaron en armar una respuesta global, unida y masiva: “ni con la agresión imperialista ni con el fanatismo talibán”, así de sencillo, la emboscada con dos salidas fue superada con un discurso coherente en contra de la guerra y a favor de los derechos del pueblo afgano.
¿Por qué entonces, para muchos, la situación libia no presenta otra opción que la guerra, la imperialista o la del tirano; por qué las izquierdas han quedado en los extremos: con el estado mayor de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o con el clan de Muamar al Gadafi?
De un lado, la OTAN ha lanzado una descomunal campaña de bombardeos sobre objetivos del gobierno gadafista y ha activado su aplanadora de medios informativos que justifican la acción militar con la consigna oximorónica del “bombardeo humanitario”.
Según informes de la propia alianza militar occidental, sobre cuatro mil misiones militares aéreas han machacado a bombazos instalaciones controladas por la Gran Yamahiria Árabe Libia Popular y Socialista. Curiosamente, no se han confirmado –ni tan siquiera por los medios simpatizantes del gobierno Gadafi– reportes de masacres o equivocaciones asesinas de población civil producto de estos ataques.
Habría que ser bien incauto para no reconocer que el interés principal de la Unión Europea y Estados Unidos en Libia está motivado por la continuidad del suministro y la disponibilidad de las reservas de petróleo y gas natural del país norafricano. El respeto a los derechos humanos, a la democracia y la libertad, son el merengue que pretende endulzar su belicoso malestar.
También es evidente la hipocresía de esos gobiernos que hoy demonizan al dictador beduino y hace apenas unas semanas celebraban acuerdos comerciales y negocios conjuntos, le prestaban ayuda financiera, instalaban industrias de exploración y extracción de hidrocarburos y, por supuesto, vendían las armas más modernas al “amigo extravagante de occidente”, como le llamó hace unos días un desbigotado Pepe Aznar.
Por supuesto, también es una enorme hipocresía alegar que el uso de la fuerza por parte de la OTAN es una “obligación moral” para proteger a los civiles libios, mientras que en países vecinos la población civil es reprimida sin misericordia y no se hace absolutamente nada, como es el caso de Yemén, Siria, o Bahrein, a lo que se suma el permanente abuso israelí contra el pueblo palestino.
Aún así, un considerable e influyente sector de la izquierda política europea ha expresado su apoyo a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizó un “régimen de exclusión aérea en Libia, con el fin de proteger a la población civil y hacer cesar las hostilidades”.
Argumentan que esa era la única manera de evitar que se perpetrara la masacre de los rebeldes libios prometida públicamente por el dictador.
El problema es que, de la “zona de exclusión” aprobada, la OTAN ha pasado a bombardear no sólo posiciones de la fuerza aérea libia sino todo tipo de instalación militar y gubernamental, con las consabidas bajas “colaterales” que estos ataques siempre causan.
Por su parte, otros sectores de izquierda, especialmente en América Latina, han esgrimido el más primitivo y simplón antiimperialismo, reciclando el antiguo principio de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, llegando al ridículo de alabar al excéntrico déspota “en su valiente enfrentamiento contra el imperialismo”.
Otros, como el Frente Amplio que gobierna Uruguay, han censurado el ataque de la OTAN limitándose a «reivindicar los principios de libre determinación de los pueblos y la no intervención en sus asuntos internos».
Destaca que los gobiernos de izquierda latinoamericanos, guiados por movimientos que enfrentaron feroces dictaduras, han sido muy tacaños al referirse a la rebelión de los pueblos árabes y su lucha legítima contra las dictaduras hereditarias y monarquías absolutistas de la región.
Que a estas alturas se justifique la insolidaridad argumentando “la no intervención en los asuntos internos de otros gobiernos”, sin dedicar una sola palabra de aliento a los pueblos sublevados, es olvidar que hace solo unos años cabildeaban en todos los foros internacionales la condena a las dictaduras latinoamericanas y exigían pronunciamientos inequívocos contra los gobiernos violadores de los derechos humanos.
Aquí es preciso reconocer y destacar la iniciativa del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien propuso y ha insistido en el envío a Trípoli de una comisión internacional de mediación integrada por representantes de países del Sur y del Norte “para tratar de poner fin a las hostilidades y negociar un acuerdo político entre las partes” Curiosamente, la propuesta fue rechazada por Seif el Islam, heredero del «Guía Vitalicio», así como por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.
Finalmente permanecemos quienes nos negamos a quedar atrapados en una posición que excluya de sus consideraciones a los principales protagonistas de la rebelión que son los pueblos que reclaman justicia social, democracia y libertad.
El 20 de febrero pasado, unos 40 mil manifestantes marcharon en Trípoli denunciando la degradación de los servicios públicos, las privatizaciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional, y la ausencia de libertades. Esa manifestación pacífica, y las que le siguieron en otras ciudades libias, fueron reprimidas por la dictadura con ferocidad criminal lo que abrió las puertas una guerra civil que, de momento, no presagia final.
Mas la chispa de la rebelión encendida en Túnez se ha propagado y sigue avivando a miles para lanzarse a luchar por un futuro digno en la región más volátil del planeta. Lo menos que podemos hacer los que nos consideramos de izquierdas o progresistas es expresar solidaridad con su sacrificio.