Entretenimientos versus la acción constructiva y concertada
En el mundo del siglo XXI, en casi cualquier rincón del planeta, la vida de la gente se caracteriza por la prominencia del entretenimiento. En el Puerto Rico de hoy esto se observa con particular virulencia. La modernidad líquida ha sustituido para demasiada gente la búsqueda del sentido de la vida con la búsqueda de los mejores entretenimientos para las personas “distraerse”. El diccionario de la lengua española de María Moliner define entretenimiento como algo que distrae, que les permite a las personas “pasar agradablemente el tiempo”. Por eso en idioma inglés prefiero la voz amusement, porque nos conecta más claramente con “diversión” que el vocablo entertainment. En lengua francesa la palabra es divertissement y en italiano divertimento. Lo cual implica en ambos casos que se trata de una acción o situación que extrae a uno del camino normal y lo lleva a un détour agradable. En alemán sería Unterhaltung, pero nos dice más Spaß, porque tiene la implicación de diversión o de chanza, como cuando decimos en buen boricua siguiendo a la inolvidable Mirta Silva: “A mí no me gusta el chisme, pero me entretiene”.
No hay nada malo con entretenerse, por supuesto. La recreación es una necesidad importante para la salud física y mental de todos los seres humanos. El problema surge cuando el “entertainment” copa la mayor parte de las vidas de las personas. Y es a eso a lo que nos enfrentamos crecientemente, en todos los órdenes de la vida, en el siglo XXI.
En la educación es cada vez más frecuente que los estudiantes exijan clases y profesores que no les aburran, que sean “entretenidos”. Así, van a las clases más por diversión que por aprender. Y en las Universidades los “buenos profesores” tienden a ser cada vez más aquellos que mejor entretienen a sus estudiantes, no quienes les inspiran o les llevan a pensar estratégicamente o a profundizar en el conocimiento. Más que por su saber, los profesores “excelentes” se distinguen porque logran entretener, incluso divertir, a sus alumnos universitarios. El “amusement” o Spaß reina en los centros de docencia superior, cada vez más insistentemente. He observado, por otro lado, cómo mucha de la gente que asiste a diversos tipos de iglesias — de servicios que se consideran “religiosos” — acuden tras el entretenimiento: desde entretenerse con la homilía del sacerdote o pastora, hasta la importancia que se le confiere a la socialización con otras personas, y, por supuesto, a la música y el ánimo de jolgorio de tales servicios.
Cada día tenemos más y más variadas fuentes de entretenimiento. Netflix, por sí sola, tiene en Estados Unidos una oferta de cerca de 1,200 series y más de 4,500 películas. Aun en países de poca oferta más reciente, como Portugal, las series son más de 200 y las películas más de 500. Todo eso es adicional a las famosas redes sociales, al “YouTube”, los chats por la Internet y las mil formas de entretenerse con las tabletas y los teléfonos inteligentes: desde leyendo periódicos y libros digitales hasta jugando como pasatiempo a los video juegos. Y, por supuesto, hasta la vida privada de las personas se convierte en objeto de entretenimiento y diversión, por ejemplo en Facebook e Instagram. Y a todo eso demasiada gente se apega, crecientemente, con afán de adicción. Los ludópatas se multiplican por todo el planeta. Y además a esto se suma lo más tradicional que se viene intensificado desde el siglo XX: el entretenimiento de los deportes, de los espectáculos musicales, así como el de la televisión y de las emisoras de radio, incluyendo la publicidad.
Hay situaciones límite, que por ser tan burdas, a muchos nos asquean: como cuando la prensa dedica demasiado espacio a los temas de entretenimiento en torno a la farándula o a las y los “socialites” internacionales. O como cuando un diario de noticias presenta la nota luctuosa de la muerte de un artista o escritor bajo la sección de entretenimiento, o situaciones difíciles como la lucha contra el cáncer de un actor de cine, que aparece bajo la misma categoría: entertainment. Peor aún es leer espacios que supuestamente se catalogan como “cultura”, pero abunda en ellos realmente el chisme y el entretenimiento banal. El colmo de los colmos es que se vuelva viral el selfie que se tomó una chica mientras se suicidaba lanzándose al vacío. ¿Acaso es parte de la marca del siglo entretenernos con el mal ajeno — y con las desgracias ajenas o propias — en una huida perenne de frente a las realidades que enfrentamos en la vida? Do we really need that kind of amusement? Sollen wir Spaß haben mit all dem? ¡Increíble!
Cuando el entretenimiento bloquea la democracia y la vida política
Uno de los mayores daños del apego excesivo de la gente al entretenimiento es el que se produce cuando este se traslada a la vida colectiva, a los asuntos públicos y a la vida política. En este país nos entretenemos con todo. Se nota en algunos de los memes que se cuelgan en la red sobre asuntos políticos en los cuales diversos temas muy graves se toman a chaza y bayoya. Y hasta demasiada gente toma las desgracias colectivas que sufrimos, como otro entretenimiento. “Eso no es na” se oye decir demasiado a menudo a los boricuas que atestiguan la corrupción, las burlas a los intereses del Pueblo y ante la frecuente degradación moral de los políticos de sus respectivos partidos. O… “such is life”.
Demasiados “ciudadanos” se recrean y hasta se divierten con lo que acontece en la vida colectiva del país y en los asuntos políticos. La actitud más cómoda es la de la abstención electoral. Ya que nuestros políticos casi toman a chiste y chisme la vida política y el acto de gobernar, los demás nos vemos impelidos a dejar de votar porque no nos agrada lo que viene ocurriendo. O peor, todavía a muchos lo que ocurre les “entretiene” bastante — y para máxima diversión — se suman como autómatas a los jolgorios de las campañas eleccionarias.
El país realmente vive hoy momentos complejos y difíciles. No es como para que la política continúe siendo fuente de diversión y entretenimiento para muchos. Lamentablemente, demasiada gente tiene con todo lo que ocurre la misma actitud que ante una serie thriller de Netflix. Están como sentados en el butacón “esperando a ver” qué va a pasar. Eso se remite lo mismo al gobierno-teatro de Ricardo Rosselló, que a la “oposición monga y desganada” de los legisladores del PPD. Se da cuando funcionarios de Estados Unidos humillan al país cotidianamente y el país… como si nada. También cuando el Gobernador Rosselló salta de las peleas simuladas al acuerdo — también simulado — con la Junta de Supervisión Fiscal, que es un organismo impuesto por el Congreso estadounidense el cual ha puesto en suspenso, no solo la poca democracia que creíamos tener, sino también la menguada autonomía fiscal del país, así como nuestro derecho a determinar por nosotros mismos nuestras propias políticas públicas. Y la gente observa desde su extrema pasividad. Uno de los peores daños de la actitud del entretenimiento político se da precisamente porque contribuye a bloquear una sociedad democrática, y al mismo tiempo, a que se pisoteen impunemente nuestros derechos humanos individuales y colectivos. En pleno siglo XXI.
No se es ciudadano cuando la actitud primordial, más común, es la del espectador pasivo. En toda democracia verdadera el ciudadano es también responsable de lo que ocurre y está llamado a activarse para cooperar con otros y contribuir a las soluciones que urgen en el país. Por supuesto, se sabe que no todos los “ciudadanos” de nombre tienen el interés, la capacidad o el tiempo para dedicarlo a movilizarse a la acción en cuanto a los asuntos públicos. Los asuntos públicos atañen a todos, pero tienen hoy día su complejidad, y es probable que ello distancie a muchos “ciudadanos” de nombre de convertirse en ciudadanos verdaderos, en ciudadanos activos que realmente cuenten. ¡Que sean parte de la solución o de las soluciones y no parte de los problemas! Reconocido que eso ocurre en toda sociedad política, hay que aspirar, como mínimo, a que más y más ciudadanos se activen a contribuir a las soluciones que necesita nuestro país. Que sean cada vez menos — no más — las personas que se limiten a entretenerse pasivamente con lo que ocurre en el plano colectivo. Sin llegar a teorías conspirativas, no nos engañemos: el convertir ciudadanos en meros espectadores no ocurre por casualidad, es en cierto modo un diseño impulsado por diversos sectores poderosos.
Trascender la conversación para ir a la acción constructiva
Entre los ciudadanos verdaderos que sí se preocupan, en serio, y se ocupan de unirse a otros ciudadanos para contribuir a construir un nuevo país, todavía hay, sin embargo, demasiada conversación, demasiado “Bla bla bla”, demasiados análisis y diagnósticos — que se repiten ad náuseam — pero muy poco de planes estratégicos hacia la acción constructiva. Sí se han escenificado acciones constructivas en las comunidades locales — y en algunas municipalidades — sobre todo en relación con la mitigación o la superación de los efectos colectivos perjudiciales provocados por los huracanes que afectaron al país en 2017. También es esperanzador que haya iniciativas de nuevos negocios, de empresarismo y “start-ups”, sobre todo entre jóvenes puertorriqueños que no solo no se quitaron, sino que contribuyen a diario a la reconstrucción del país con sus nuevos negocios. Las acciones concertadas de actividad ciudadana constructiva se han multiplicado en diversas comunidades y en el plano local. En el plano nacional, no obstante, todo está más estancado por la expectación pasiva, el entretenimiento con lo que sucede, o el entretenimiento con pensar y repensar al País, pero quedarse únicamente en la conversación. La conversación — a no dudar — es también necesaria. Como es necesaria la educación política de unos ciudadanos a otros, ya que es una responsabilidad ciudadana importante el educarnos políticamente unos a otros. Máxime cuando se producen tantas confusiones y mitologías por falta de conocimiento correcto sobre los hechos y sobre la situación que vive el País. Estamos también en la época pos verdad, razón por la cual la educación política con la verdad — y con los datos correctos — es un reto imperativo para todos los seres humanos de buena voluntad. Es necesario pues, utilizar todos los medios a nuestro alcance, incluso los tecnológicos, para difuminar por el cuerpo social la educación política certera y correcta.
No obstante la importancia medular de la conversación entre ciudadanos, del diálogo constructivo y de la planificación de mayores esfuerzos de educación política, llega el momento en que, sin descuidar esas actividades, más y más ciudadanos deben involucrarse prontamente en proyectos concretos de acción constructiva con el fin de impactar sobre el espacio público y crear nuevas opciones políticas. Los partidos tradicionales están en crisis y afectados por la desbandada de la abstención sin precedentes observada en las elecciones de 2016: 45% de los electores inscritos no votaron. Y entre los que votaron, más de un 20% votó por candidatos independientes de los partidos tradicionales. El esquema político tradicional está en crisis, pero no se ha logrado instituir un proceso político de acción constructiva en el plano nacional que pueda desbancar a la clase política kakistócrata. Hay que crearlo.
La crisis política de los partidos viene dada por tres (3) situaciones muy claras:
1. Ambos partidos tradicionales, el PPD y el PNP, se han quedado sin proyecto histórico creíble por el Pueblo. El PNP porque la estadidad federada ha sido rechazada por la indiferencia del Congreso, o la oposición abierta a siquiera analizarla o discutirla, mientras el país esté en crisis económica y fiscal. Y el PPD porque la propia metrópoli ha descartado que el ELA territorial deba modificarse, que pueda darse un crecimiento político orgánico del ELA. Además, el ELA existe hoy solo parcialmente, sin autonomía fiscal y sin autonomía tampoco para adoptar políticas públicas que no estén en línea con la política pública del Congreso de EEUU. Se ha producido un claro rechazo metropolitano a la autonomía que predicaba el PPD.
2. Ambos partidos tradicionales — y la clase política en su totalidad — enfrentan una disminución sustancial de recursos para “repartir bacalao”, es decir, para distribuir prebendas y para el funcionamiento del gobierno local y de los municipios. Las llamadas “ayudas federales” solo llegarán muy disminuidas y muy celosamente vigiladas por los propios funcionarios federales. Las mismas estarán más bien dirigidas a reconstruir viviendas e infraestructuras deterioradas por la falta de inversión anterior adecuada y por el paso destructivo de los huracanes.
3. En un siglo en que mundialmente se sigue con la meta principal del desarrollo económico, ni los partidos de Puerto Rico, ni el gobierno de EEUU, tienen un proyecto creíble de crecimiento económico que ayude a establecer el nuevo Puerto Rico que deseamos tener.
Esos tres elementos de realidad — que son tanto palpables como indiscutibles — han provocado una crisis de legitimidad en el sistema político de Puerto Rico, han derruido los cimientos democráticos que creíamos tener, y han perjudicado grandemente a todos los partidos.
Esta grave situación no encuentra aún sustituto en el espacio público puertorriqueño. De ahí la confusión, el compás de espera, y la actitud de mirar sin observar ni reflexionar, todo ello con ánimo de entretenimiento por parte de mucha gente en el país. Si no hay instrumentos de sustitución política constructivos y creíbles, se promueve por lo tanto el inmovilismo. La parálisis ante la crisis. La parálisis no es total debido a las mencionadas experiencias de autogestión en las comunidades y a la conversación sobre los problemas, entre diversos grupos de ciudadanos. Pero si ambas cosas no trascienden hacia el ámbito nacional mediante acción política constructiva, tenemos solo algunos destellos luminosos de reconstrucción local, pero no tendríamos nada todavía que mueva al país en su conjunto hacia una realidad más promisoria.
Concertación sin pequeñas parcelas egoístas
Si queremos realmente trascender el parloteo inconsecuente sobre lo que acontece en el país en el plano nacional, es necesario que la acción alternativa — constructiva y dinámica — se realice de forma concertada por muchos ciudadanos alertas, de diversas generaciones y de distintas regiones del país, todos unidos por una misma “hoja de ruta”. Si no hay un movimiento político amplio, concertado mediante acuerdos que hagan operativa una hoja de ruta clara y constructiva, no habrá sino más de lo mismo y el país seguiría en el deterioro político continuo y en el bloqueo a toda gestión auténticamente democrática. Por lo tanto, el primer requisito de la acción constructiva tiene que ser que la misma sea concertada por muchos ciudadanos. Las parcelas egoístas no tienen cabida en un proceso nacional de verdadero cambio. El crear nuevos grupos como el MAP, no es negativo de por sí, si los nuevos grupos buscan convergencias y concertaciones muy concretas en un FRENTE POLÍTICO AMPLIO. Si es amplio, por definición, no puede ser un grupúsculo más ni tampoco un partidito pequeño y marginal. En ese frente político podrán unirse diversos grupos y mantener su individualidad de organización y sus objetivos, pero, al mismo tiempo, es preciso que se dé la unidad y la concertación hacia una misma hoja de ruta clara y definida con sus puntos y pasos de ruta bien enumerados y mejor explicados. Estamos en el siglo de los algoritmos, que son instrucciones ya establecidas y precisas de los pasos a dar. Pues igual debe ocurrir con las concertaciones humanas en lo político. De lo contrario, nuestro país seguirá inevitablemente en la insustancialidad del momento, y en el más negativo de los divertimenti.