Halón de orejas y política pública
Ay ay, ay.
Primero, un caveat: Es indudable que los padres, madres y demás adultos involucrados en la crianza de un o una estudiante tienen una influencia real en su éxito académico. La tienen. Tampoco está en tela de juicio si la atención parental a los asuntos escolares es una buena idea. Lo es.
Pero forzar ese involucramiento como un tema o más aún, como una prioridad de política pública es tremendamente problemático.
No me voy a meter aquí con la incomodidad que me produjeron las expresiones del gobernador y otros funcionarios en términos de discurso, con los matices infantilizantes y clasistas que puedan tener. No, en esta columna quiero ser muy práctica. Quiero identificar asuntos del ámbito de la escuela que sí son materia idónea para acciones de política pública. Y quiero ilustrarlos con mi propia experiencia visitando las escuelas de mis hijos, anotando esa experiencia con posibles lecciones sobre política pública.
Es más, creo que bastará con describir y anotar una sola visita que tomó lugar en diciembre del 2010. Uno de mis hijos estaba entonces en undécimo grado en la escuela pública del pueblo. Convocada por medio de una carta enviada por el director de la escuela a “buscar las notas” entre 8:00 AM y 3:30 PM, me presenté en la escuela a eso de las diez.
[Con lo que confrontamos, dicho sea de paso, un problema de implementación: Yo me ausenté del trabajo por unas horas para hacer esto, pero ojo, no todos los puertorriqueños que trabajan tienen la flexibilidad laboral para salir a mitad de día. Pero eso es otra historia. Dejémoslo a un lado de momento.]Las notas en cuestión correspondían al primer semestre. Hijo mío, perdóname, pero para efectos de la narrativa tengo que poner las notas aquí:
Matemática Avanzada: A
Educación Física: ______ (en blanco)
Biología: B
Español: A
Historia: A
Inglés: F
Notas en mano, inicié mi recorrido por la escuela.
1. Decidí comenzar con las buenas noticias, y visité al maestro de matemática avanzada para darle las gracias por su excelente trabajo. Y es que este hombre conocía su materia y amaba la enseñanza. Atendía alumnos antes de la escuela, después de la escuela, los sábados, cuando hiciera falta. Bajo su tutela, mi hijo aprendió mucho y bien. El trabajo de este encomiable señor no es fácil, sin embargo. Lograr que mi hijo fuese admitido en su curso, por ejemplo, le costó muchas discusiones, reuniones y pesares con el director y con otros maestros. ¿Por qué? Porque no había suficientes espacios en el curso de matemática avanzada para acomodar a todos los estudiantes cualificados para tomarlo. Los estudiantes de undécimo grado, independientemente de su nivel académico, quedaban automáticamente excluidos, obligados a no tomar matemáticas ese año o a tomar alguna otra matemática ridículamente fácil.
Nota para funcionarios interesados en hacer política pública para mejorar la educación K-12: ¿Qué tal si en vez de halar orejas paternas y maternas nos aseguramos de que haya espacios suficientes en los cursos más rigurosos y de mayor calidad? ¿Cómo es que en algunas escuelas superiores ni siquiera se ofrecen estos cursos “avanzados”? ¿Qué tal si alineamos los cursos de escuela superior con la preparación que necesitan nuestros estudiantes para acceder a la universidad y a las destrezas intelectuales que sus cerebros y el país necesitan?
Pero nada. Al menos ese escollo, para nosotros, había sido superado. No gracias al Departamento de Educación, sino gracias a un maestro valiente y valioso. Sigamos con mi recorrido.
2. Visité a la maestra de biología. Resulta que mi hijo tenía B porque aunque había sacado A en los exámenes, no había completado algunas asignaciones. La conversación fue breve y bastante productiva. Yo tenía que usar el baño, y la maestra amablemente me indicó su localización.
Así que fui al baño. El plantel escolar era bastante nuevo, de modo que contrario a los baños en otras escuelas públicas que he visitado, este sí tenía inodoros funcionales. Y lavamanos. Lo que no tenía era papel de inodoro. Inocentemente, le hablé a la estudiante que ocupaba el cubículo contiguo, preguntando si en el suyo había papel. Se rió bastante. Aquí nunca hay papel, me dijo.
Nota para funcionarios interesados en hacer política pública para mejorar la educación K-12: ¿Qué tal si nos aseguramos de que haya papel en los baños?
Digo, es que estamos hablando de algo bastante fundamental. Y esta situación no se limita a esa escuela. Creo que el Secretario de Educación (o Decano de Administración de cualquier campus universitario de la UPR, dicho sea de paso) que asegure la presencia de papel de inodoro en todos los baños todo el tiempo se convertirá en una especie de héroe nacional.
3. En fin. Decidí ir a visitar al maestro de Educación Física, a ver si lograba entender la nota en blanco. El maestro no estaba, su escritorio tan en blanco como la nota ausente. Había faltado. De hecho, según me explicaron los estudiantes con quienes hablé, el hombre faltaba todo el tiempo. Por lo general su grupo aprovechaba ese periodo para ir a comprar empanadillas de pizza. Algunos lo seguían de rolimpín y no regresaban al plantel. El maestro, supe a lo largo de ese día y en conversaciones con mi hijo, con otros maestros y con el director, había sacado a su grupo del salón a hacer deporte en la cancha un gran total de DOS veces durante el semestre. DOS. Faltó muchas más veces. En otras se salía de su salón a conversar con una maestra que aparentemente le gustaba y dejaba a los estudiantes “haciendo asignaciones” o “estudiando” que es lo mismo que decir que los dejaba solos a su suerte. La nota invisible iba a estar (a la larga) basada en 1) asistencia y participación del estudiante (¡JÁ!) y 2) dos exámenes escritos sobre la “teoría” sobre deporte que, a veces, les enseñaba a los estudiantes. Aunque “enseñaba” es tal vez un verbo demasiado fuerte. Más bien les entregaba una hojita o les dictaba alguna cosa sobre la historia del basketball.
La nota final de mi hijo en esa clase fue “B”, creo. Fue una nota completamente arbitraria, pero eso no es lo peor. Lo peor es que no aprendió nada, ni hizo ejercicio. Nunca vimos sus exámenes corregidos. Visité la escuela en múltiples ocasiones a ver que hacíamos al respecto. El maestro nunca estaba disponible. El director me dijo que no podía hacer nada.
Nota para funcionarios interesados en hacer política pública para mejorar la educación K-12: Aquí hay varios temas, algunos más escabrosos que otros, todos ellos más urgentes y susceptibles de acción política que los halones de orejas que se nos destinan a los padres y madres que no busquemos las notas. Uno de esos temas es la ausencia a clases de los maestros. ¿Cómo se manejan actualmente? Otro tema: ¿Cómo es eso de que me dicen que vaya a buscar las notas pero hay notas en blanco, que me dicen que vaya a ver al maestro y el maestro no está? Más importante aún, ¿porqué no tenemos un sistema seguro de maestros sustitutos para que el estudiante no pierda ese tiempo en caso de que un maestro se ausente?
Idealmente sería en la materia del maestro ausente, pero no necesariamente tendría que ser así. Por ejemplo: ¿qué tal si, cuando un maestro falta, tenemos un cuerpo de maestros y maestras que provean actividades suplementarias en deporte, teatro, dibujo, módulos históricos, escritura creativa, demostraciones de ciencia? Es decir, utilizar la ausencia como una oportunidad para suplementar con algo bueno y útil, no como una oportunidad para que el estudiante abandone la escuela.
Entiendo que implementar un sistema de maestros sustitutos es complicado. Pero definitivamente es más útil que halarle las orejas a los padres, está más relacionado con el aprendizaje estudiantil, y atiende un problema urgente, académico (una hora perdida para el aprendizaje) y social (los estudiantes se van de la escuela regularmente si el maestro no asiste, lo que contribuye a la deserción.)
4. Pasé a visitar a la maestra de español, quien también era la de salón hogar. Me dijo, sin ambages: Saca al muchacho de la escuela y envíalo a escuela privada.
Tal vez tenía razón la señora. Económicamente sí podíamos enviar al niño a una escuela privada. Las razones para no hacerlo en ese momento fueron complicadas pero interesantes, y tal vez las explore en una próxima columna. Pero el tema de esta columna es que hay cosas más relevantes para la política pública educativa que los halones de orejas a los padres, de modo que:
Nota para funcionarios interesados en mejorar la educación a través de medidas de política pública: Como ciudadana y residente en este país, yo tengo derecho a una educación pública de calidad. Trabajo duro y pago impuestos. Pero aún si no tuviera empleo y no pudiera pagar impuestos, igual la educación K-12 para mis hijos es un derecho. Que los padres trabajadores del país tengamos que poner a nuestros hijos forzosamente en escuela privada (la mayoría de ellas religiosas) no está bien.
5. Pero la mejor, o más bien peor, parte fue la visita a la maestra de inglés, la de la F. Pregunté amablemente el motivo de la F y la señora me explicó que mi hijo tenía un problema de actitud. Pedí una descripción sobre la “actitud”. No escucha, me dijo. No atiende en clase. Anda siempre distraído, ensimismado, y para colmo, se la pasa leyendo libros que no son los asignados en el curso.
Pregunté si los libros delincuentes eran en inglés. Sí, me dijo. [Luego le eché una ojeada a los libros en casa. Al muchacho le había dado por leer Orwell: 1984; Homage to Catalonia.] Le pregunté cuál era el libro que ella había asignado y que el chamaco no estaba leyendo. Twilight, me explicó. [De hecho mi hijo sí se lo había leído, lo había encontrado bastante flojo, y se rehusaba, qué actitud, a simular leerlo en el salón al unísono con sus compañeros, prefiriendo a Orwell.]
Pedí ver el registro, ver las notas del nene. El registro no estaba listo, me dijo la maestra. Me lo mostró, pero cerrado. [Me pregunto si habría una columna titulada “actitud”.]
Al salir del salón anterior, la maestra de español me había sugerido, con una sonrisa maliciosa, que le hablara en inglés a la maestra de inglés. De modo que hice el requerido cambio al lenguaje de nuestro segundo poder colonial y le pregunté en inglés sobre su sistema de evaluación y sobre las tareas asignadas en torno a Twilight.
Y ahí comprendí el porqué de la malicia de la otra, y de la amenaza de Orwell, y de la acusación de “actitud”. Esta señora, la maestra de inglés, no sabía inglés.
Ojo, no estoy diciendo que hablaba con un acento, o que confundía algún tiempo verbal. Estoy diciendo que no entendía el idioma y no podía hablarlo. Fue una situación penosa y terrible. El asunto no representaría un problema mayor ni sería necesariamente objeto de crítica, si no fuera porque que esa precisamente es la materia que esta persona imparte. Es como si el maestro de matemáticas no supiera multiplicar. Así de grave.
Apenada, cambié a español nuevamente. Le indiqué que trabajaría con la “actitud” de mi hijo pero que por favor, en mi próxima visita, estuviera preparada para explicarme sus notas, registro en mano. Que me hablara de exámenes y trabajos, por ejemplo, y de conductas concretas, no solamente de “actitud”. Y me fui corriendo a ver al director.
Nota para funcionarios interesados en mejorar la educación a través de medidas de política pública: El tema que voy a mencionar es difícil y, tal vez, menos popular que halarle las orejas a padres que de todos modos tendemos a asumir como unos “mantenidos” que no agradecen “ni un trapo de bola”. Pero es mucho más propio de acción gubernamental e institucional: Preparación de maestros. ¿Qué programas educan a nuestros maestros? ¿Cómo nos aseguramos de que dichos programas estén cumpliendo su función? Digo, porque alguien le dio un diploma a esta señora y le dijo que estaba ready para dar clases de inglés. ¿Qué medidas podemos tomar cuando un maestro no está haciendo su trabajo, o peor aún, cuando no puede hacerlo? ¿Como madre, qué se supone que haga yo al descubrir que la maestra de inglés de mi hijo no conoce el idioma inglés? ¿Que vaya y le hale las orejas?
Por supuesto, el tema de la calidad de los maestros está relacionado con el tema del reconocimiento social que recibe la profesión, los recursos que reciben los profesionales que la practican y con la compensación monetaria que la misma ofrece. En lugar de un maestro de inglés que no sabe inglés cobrando una miseria, nos convendría, como país, tener maestros excelentes con un buen salario y contentos con su selección de profesión.
6. No sé si hablar de la visita al director. Ya estoy medio deprimida, y aún no termino de escribir la columna ni usted de leerla. Pero en resumen: El hombre estaba ocupadísimo (ser director de escuela, como ser maestro, es un trabajo arduo, especialmente cuando se asume con buenas intenciones y ganas de meter mano) y se declaró impotente con respecto a los asuntos que le planteé. No, no podía hacer nada con la maestra de inglés. Muchos estudiantes ya se habían quejado pero no había nada que hacer. Quizás, si mi hijo fuera más amable, le subiría la nota. (Está bien, se lo diré, contesté, pero la nota no debe estar basada, al menos no totalmente, en la “amabilidad” del muchacho, sino en su dominio del material. Y el asunto, al final del día, no es tanto la nota como el aprendizaje.) Tampoco podía hacer nada con respecto a los cursos avanzados en los cuales sugerí que podríamos ubicar al muchacho para mejorar su experiencia educativa. Sencillamente, no había cupo ni recursos. En cuanto a la nota en blanco de educación física, me sugirió que pasara la semana siguiente “a ver”.
Nota para funcionarios interesados en mejorar la educación a través de medidas de política pública: Los directores de escuela y líderes educativos en general son increíblemente importantes a la hora de mejorar el sistema K-12. [Pueden leer un poco sobre el tema aquí.] Sin embargo, en Puerto Rico, la designación de directores está altamente politizada y los candidatos (por lo general maestros) rara vez reciben entrenamiento adicional y apropiado para sus nuevas funciones.
Me voy a detener aquí. Otro día les contaré cómo acabamos en esa escuela, o de mi visita a otras de sus dependencias, como la oficina de registro, o de mis visitas a otras escuelas. El punto, de momento, es claro. Más que una medida interesante o urgente de política pública, la idea de quitarle ayudas a los padres que no recojan las notas me parece una continuación desgraciada de la obsesión que tenía la administración anterior con los “valores”. También me resulta problemática en términos prácticos y de implementación. ¿Si la mamá no busca las notas, qué le quitamos? ¿Los cupones, dejando así al nene sin comida? ¿El plan 8 o el apartamento del caserío, dejándolo sin techo? ¿El WIC, arriesgando el presente nutricional y el futuro académico de sus hermanitos?
Hay una serie de asuntos escolares que sí están listos para la toma de acción urgente de política gubernamental e institucional. Aquí describí algunos. Por favor dejen otros (o hálenme las orejas) en los comentarios.