Impotencia
¿Cómo seguir tomando clases de literaturas y traducción como si nada estuviera pasando? ¿Cómo siguen algunos estudiantes activos queriendo continuar con sus proyectos, con sus carreras, cuando la institución que los vio crecer, que les ofreció las herramientas para comerse el mundo vivo, ha sido ofrecida en el altar de sacrificios? El presupuesto y las certificaciones y los grados se disuelven en nada, las clases desaparecen como insignificancias e inconsecuencias, ¿cómo no rabiar contra la impotencia?
Enfatizo la coyuntura histórica en que nos encontramos: Trump, como presidente, no nos salvará; Ricky, como marioneta de la Junta, no abogará a nuestro favor; la Junta, destructora de islas, marioneta del imperio, portavoz del neoliberalismo, no osará estimular la economía; el Senado, canasta de batatas mameyas, no dejará sobras para nadie. Aquel pueblo polarizado, contradictorio, idiosincrásico, diaspórico que se llama Puerto Rico –la isla de cuáles encantos, no sé– se ha vuelto inmune al despilfarro, al desasosiego, a la impotencia.
En enero, aprueban la Reforma Laboral. En febrero, anuncian los primeros 300 millones en recortes al presupuesto de la UPR. En marzo, Hector O’Neill se abanica los huevos en su alcaldía, como si el acoso sexual no fuera un delito gravísimo. En abril, una huelga indefinida paraliza el sistema público de educación superior. En mayo, hay paro nacional, se acaba la moratoria de la deuda, los poderes apuntan sus rifles contra la gentuza, según ellos, la algarabía criminosa, y los buitres se afilan el pico. He ahí el recuento de calamidades recientes: ¿no se cuecen por dentro de la rabia, no se mueren de la vergüenza, no se hartan de la impotencia?
Defendemos jefes de agencia que cobran más que algunos presidentes latinoamericanos –pero el gobierno se niega a auditar la deuda. Contraemos deudas multibillonarias que son chatarra, ilegales, desproporcionadas, descabelladas – pero el gobierno se niega a auditar la deuda. Nos sujetamos a medidas de austeridad desastrosas, contraproducentes, efectuadas por cuerpos ilegítimos, antidemocráticos, mientras los legisladores bandidos, delincuentes, disuelven convenios colectivos, eliminan derechos adquiridos, remuneran asesores cuestionables, limitan derechos constitucionales. ¡He ahí la red de culpables, la desvergonzada raíz criminal de todos nuestros males! ¡Cómo celebran su impunidad, cómo cunde la impotencia!
Esa maldita impotencia ha marcado mi generación de manera insidiosa. La falta de oportunidad desde adentro y desde afuera se ha metastizado en el imaginario colectivo de lxs que nacimos en los noventa. No es fácil crecer en una isla en crisis económica desde los españoles –tan saqueada y relegada a los márgenes de los imperios que solo le hace justicia llamarla Puerto Rico, Isla del Encanto. No es agradable vivir en un país que tan hipócritamente le rinde culto a la decencia, pero permite alcaldes corruptos y violadores, defiende pastores avaros y sacerdotes pedófilos, celebra cada instancia de violencia vertical institucionalizada. A mis compatriotas les indignan más los escupitajos, los tapones y las gritonas, que los codazos, los encubridores, los violadores. Ahora, más que nunca antes en nuestra historia, se justifican la violencia, los paros, las huelgas, la rabia.
Les deseo fortaleza contra la impotencia a mis compañerxs estudiantes y obreros. Pronto me enfilo con ustedes. Recuerden la sabiduría de aquel ancla en colapso nervioso de Network (1976) que le gritó al coro de la noche: “I’m mad as hell, and I’m not going to take this anymore!” No olviden los consejos del galés Dylan Thomas: “Do not go gently into that good night. / Rage, rage against the dying of the light.” Aunque nos demonicen, secuestren, enjuicien, aíslen, exilen, somos las últimas fuerzas de un pueblo anestesiado. Somos aquel futuro revoltoso, desgreñado, hastiado, que solo un país como el nuestro pudo engendrar. Si nos quieren arrebatar la universidad, el país, nuestro futuro, que no se sorprendan cuando el pueblo recurra a la violencia, cuando haya que borrar la pizarra y comenzar desde cero. Que se atengan a las consecuencias del neoliberalismo salaz que tan descaradamente han querido implantar en suelo caribeño. No nos parará ni el descuido, ni la injusticia, ni la impotencia.