La literatura es puro tanteo
a propósito de Todo lo que no acontece igual (crónicas y comentarios)* de Guillermo Rebollo Gil
Acercarse a este nuevo texto de Guillermo Rebollo Gil implica participar de una aventura. Ya el propio título: Todo lo que no acontece igual (crónicas y comentarios) propone una invitación o más bien lanza un reto o un desafío a los lectores. Podemos preguntarnos cuál es esa realidad total pero cambiante que no ocurre siempre del mismo modo. Se trata de eventos que no suceden igual ¿igual a qué?, ¿a sí mismos?, ¿a como han ocurrido en otros momentos en el tiempo? Parecería que la totalidad inicial se deshace en lo distinto, lo cambiante, lo variado, lo múltiple y lo fragmentario. La realidad estalla en pedazos pero estos conservan algún nexo común. ¿Qué los une entonces? Propongo posponer esta pregunta pero adelanto que tiene que ver con la mirada de quien los recoge. Como subtítulo se añade: “crónicas y comentarios” que se puede percibir como una indicación genérica colocada ahí para orientar al lector. ¿Pero cuáles de los textos incluidos en el libro son los que pertenecen a una y otra categoría? Cabría preguntarse: cuáles son crónicas y cuáles comentarios. Más aún, ¿valdrá la pena tratar de distinguirlos?
Podemos considerar que algunos de estos textos son crónicas urbanas en la medida en que recogen instancias del paso de un ojo nómada o errante (para emplear el término con el que Ana Lydia Vega designa sus propios textos) que se desplaza por un espacio tan cotidiano que hace necesario el rescate por medio de la escritura para salvarlas del anonimato o de la dispersión. Como crónicas narran eventos (reales, ficticios o ambos) y están dispuestos en el tiempo, aunque no se colocan de modo cronológico sí llevan la fecha en que se escribieron. Pero el ojo del cronista/flaneûr que observa, se mueve y casi llega a humedecerse por la emoción, no se propone organizar la realidad de un modo fijo o coherente para los lectores.
Al leer el libro no puedo evitar pensar en el cuadro, de composición colectiva pero firmado por Francis Picabia, L’oeil cacodylate. ((La obra se encuentra en el Centre Pompidou en París y puede verse a través del siguiente enlace: https://www.centrepompidou.fr/cpv resource/co4yLBM/r8K7zM)) Si recordamos esa obra pictórica de 1921 insuflada por el espíritu dadaísta, que está constituida por frases, firmas, dibujos, fotografías, collages y colores diversos de tinta y pintura, tendremos una muestra gráfica de una totalidad (el cuadro) formada por fragmentos dispares, colocados en un orden dictado por el azar y la oportunidad (los artistas llenaban el espacio que estuviera vacío en el lienzo), desarrollado a lo largo del tiempo (escribían o dibujaban mientras Picabia convalecía de una afección ocular) pero en el centro del cuadro está el ojo colocado ahí por Picabia que le otorga un sentido de orden (se recoge en el título del cuadro que también es autobiográfico ya que alude al ojo del pintor sometido a un tratamiento con ácido cacodílico, un compuesto de arsénico) que nos mira y que a la vez nos invita a mirar. Debemos apuntar además que Picabia con esta y otras obras se proponía, como señala Anne Umland: “desinflar toda noción de gran arte con A mayúscula”.1 Como veremos enseguida, Rebollo Gil se propone hacer algo similar con la literatura, despojarla de solemnidad y de pompa, quitarle las mayúsculas a la “Verdadera Literatura”2 y devolverle su carácter de belleza.
De otra parte, Manuel Almeida, el prologuista del libro se refiere a estos textos como “ensayos que a veces quieren ser poemas (o poemas a los que no les quedó más remedio que ser ensayos” (p. 11) y Janice Mejías en la contraportada alude a ellos como: “graciosos apuntes de una cotidianidad muy nuestra” o “tuits extendidos”. Aún cuando empleemos una definición del género literario tan inclusiva como la que propone el maestro Claudio Guillén y que vale la pena recordar aquí: “an invitation to the matching (dinamically speaking) of matter and form,”3 podríamos añadir para contribuir a la indefinición genérica que algunos de estos fragmentos (que sí formaron parte del blog del autor) y que se resisten a ser encerrados dentro de los límites de cualquier género, son anécdotas, chistes, pastiches, juegos de palabras, asociaciones ingeniosas o libres de palabras, ocurrencias poemas en prosa, boutades y consignas alternas como: “Patria o muerte, veraneo” (p. 18) o “Lucha ‘light’ entrega ni tanto (p. 46),” listas variadas (de titulares periodísticos, de próceres, de tipos de armas, de razones para meterse drogas, de objetos colocados sobre la mesa de noche de la abuela, de opciones de cosas que hacer un 4 de julio o cuando se va de vacaciones a Puerto Rico, de lecciones aprendidas en los tres minutos y medio que el narrador estuvo en el Clamor a Dios, de nombres de las personas asesinadas en la Masacre de Ponce, de elementos imprescindibles para una protesta con Ricky Roselló, entre muchas otras). Algunos incluyen irónicas notas editoriales, notas al calce y fichas bibliográficas.
Dicho esto trataré de escapar de la trampa que se advierte casi al comienzo del libro, en el segundo fragmento en el cual el narrador señala que en Puerto Rico a pesar de las quejas de los escritores de las dificultades que supone su oficio, la moneda también tiene otra cara. Lo cito: “[p]ero hay otra realidad , no menos apremiante, y es que aquí cualquier pendejo tiene un libro publicado. Más aún, tiene quien lo presente, quien lo aplauda, quien lo compre, quien lo asigne para un curso en la universidad, quien lo invite a dar una charla/conferencia/lectura, quien lo aplauda otra vez, quien lo proclame en las redes sociales como un autor indispensable para las letras del país” (p. 15-16). Por mi parte, no repetiré el gesto ni proclamaré nada sino más bien aceptaré la invitación que me extendieron los “Guillermos” en primer lugar el colega Juan Guillermo Gelpí para participar en este conversatorio e implícitamente la de Guillermo Rebollo Gil de leerlo, al publicar su texto. Es por eso que advierto de entrada que me acercaré al mismo como lectora, parafraseando a Tomás Eloy Martínez, “como se entra a un cine, dispuesta a creérmelo todo” sin necesidad de establecer distinciones entre lo que pudo haber ocurrido y se conserva en la memoria y lo que se suple con la imaginación. Después de todo el narrador señala en sus notas editoriales que: “para escribir crónicas es crucial saber distinguir entre lo que meramente pasó y lo verdaderamente importante” y que “hace falta muy buena memoria y un poco de imaginación” (p. 53). Del mismo modo intentaré evadir el escollo señalado en otro texto suyo en el que destaca la incomodidad de las interacciones entre académicos quienes preocupados por lo que ellos mismos tienen que decir en el contexto de un panel o de una mesa, son incapaces de escuchar a los demás y de intercambiar ideas o conversar. Por lo tanto, en la tarde de hoy comparto con ustedes algunas de mis impresiones de lectura con el propósito de que podamos dialogar todos y evitar o mitigar la incomodidad ya invocada.4
Los textos en este volumen aparecen, como fragmentos que posiblemente aspiran a constituir un todo, aunque al nivel formal quizás no resulte demasiado evidente. Algunos llevan títulos individuales y otros se presentan como partes de una serie precedidos por números romanos pero con indicaciones de la fecha en que se escribieron (o aparecieron en el blog) lo que sirve como indicación para los lectores de que los fragmentos aunque no fueron compuestos en el mismo momento proponen algún orden. El cotejo de fechas indica que entre a unos y otros puede existir una separación de días, meses o años y tampoco están dispuestos en orden cronológico. En algunos casos se observa una reaparición de motivos o de temas recurrentes. Por ejemplo, uno de los hilos que dan unidad al conjunto y que me interesa destacar es la dicotomía entre irse de la Isla y quedarse aquí. La opción se aborda de modos distintos en muchos de los textos. Es revelador que la primera entrada del libro se titule “Quedarse” y que la última serie, el “Diario de fin de año” recoja un texto constituido por una serie de opciones repetidas (sugeridas quizás por el acto de deshojar una margarita para conocer la sinceridad de los sentimientos del amado o de la amada). El tradicional “me quiere” / “no me quiere” se sustituye por “me quedo”/ “no me quedo” hasta que el movimiento pendular llega a provocar mareos en el lector. No obstante, vale la pena observar que en este texto que también tiene ecos del conocido soneto #19 de El rayo que no cesa de Miguel Hernández, el lugar del cual se parte es Orlando (aunque posiblemente éste no sea el lugar de origen).
En torno a este dilema el narrador conversa también con otros escritores puertorriqueños que han escrito artículos sobre el asunto como Magali García Ramis cuando establece la dicotomía entre cerebros y corazones y Luis Rafael Sánchez en su ácida respuesta al antiguo alumno que se va a Alaska. En ocasiones la disyuntiva se coloca en boca de un narrador con evidentes rasgos autobiográficos que oscila al ofrecer una respuesta y se coloca en el intersticio, en el espacio dinámico entre el “acá y el allá” destacando sus contradicciones con una dosis de humor:
“Yo no soy partidario del clásico discurso de disgusto en contra de los cerebrazos que se van. Yo también tengo mi cerebrito y estuve muchos años fuera. Además, genuinamente me atrae la idea de boricuas sin fronteras, o panpuertorriqueñismo o pan pizza o panapén (…) Yo por el momento estoy comprometido con quedarme, aunque reconozco que si no consigo proyector para mi salón mañana me darán muchas ganas de largarme. And who knows, maybe two days from now I’ll be eating panapén with my expat friends up in Hartford, reseñando noticias de endi en mi perfil (…) Oblivious as to the contradiction in terms. No matter. Mamá, Borinquen me las dejaría pasar toditas” (p. 19).
Muchos otros motivos recorren esta obra y le confieren unidad temática. Aunque son demasiados para mencionar aquí, me interesa destacar que más allá de la crítica a la homofobia, la xenofobia, el discrimen, la falta de honestidad, el colonialismo, el machismo, la violencia contra la mujer (sea física, verbal o hasta con una mirada agresiva) y la falta de solidaridad entre otros, se observa un deseo de encontrar autenticidad bajo la costra de falsedad que se denuncia desde lugares distintos. El lenguaje, cuando se vuelve lugar común o cuando corre el peligro de sonar demasiado solemne, altisonante, impostado, gastado o cuando simplemente parece falso, sufre un ataque feroz por parte del narrador que en algunos momentos recuerda fragmentos del Altazor de Huidobro por las asociaciones sonoras de las palabras pero que a diferencia del poema, no culmina en la incoherencia ni en el grito. Pienso, por ejemplo en las “Propuestas descartadas para la campaña publicitaria de la marca-país”(p. 24). A mi modo de ver, y ya advertí al comienzo que se trata de mi lectura y no de un acto de canonización, en estos textos late una esperanza (palabra que el narrador evita emplear) que encarna en algunas figuras que suscitan una admiración cargada de afecto por parte del narrador. Son ellos Oscar López, Rafael Cancel Miranda, Tito Kayak, Carlitos Colón y su abuela Ita entre otros (el libro se dedica a la última y al primero). También en algunos momentos se observa la intervención de un narrador que en lugar de reseñar algún evento desde un lugar superior y distante, elige participar y formar parte de un grupo (ejemplos de ello podrían verse en los momentos en que asiste al espectáculo de lucha libre en el Coliseo Rubén Rodríguez, a las vigilias en contra de la pena de muerte frente a la Corte Federal y a las protestas en San Juan, entre otras). En esos momentos privilegiados el cronista no solo se chapuza en pueblo como sugiere Unamuno sino que experimenta un momento de comunión deseada y accede a un espacio compartido que rescata la esperanza en la colectividad, aunque acto seguido le ponga sordina con un elemento que desinfla la posible solemnidad del momento pero deja intacta la ternura. En el caso del espectáculo de lucha libre el narrador comulga con la colectividad cuando se levanta de su asiento a aplaudir emocionado y grita con la boca llena de empanadilla de pizza junto a los demás espectadores. En el caso de la protesta en San Juan reflexionará del siguiente modo: “Sentir por un par de horas que la calle aún es un punto de encuentro para quien pueda llegarle a la protesta sin temerle a nada, esperanzado y no tener que preocuparse uno por ofrecer direcciones al gringo que pregunta a dónde los mejores ‘Panama hats” (p. 47). El cronista con su mirada inquieta nos invita a mirar y si nos animamos y nos atrevemos, también a participar.
*Texto leído en el conversatorio con el escritor Guillermo Rebollo Gil en torno a su libro Todo lo que no acontece igual (crónicas y comentarios), el martes 3 de noviembre de 2015 en el Seminario Federico de Onís en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
- Traducido del comentario sobre el cuadro de Francis Picabia, The Cacodylic Eye (L’oeil cacodylate), Museum of Modern Art, New York, 2006. http://www.moma.org/explore/multimedia/audios/29/733 [↩]
- Todo lo que no acontece igual (crónicas y comentarios). Cabo Rojo: Editora Educación Emergente, 2015, p. 16. Todas las citas del texto corresponden a esta edición. [↩]
- Literature as System: Essays Toward the Theory of Literary History. Princeton, NJ: Princeton UP, 1971, p. 111 [↩]
- Hablando solo, Diálogo (digital), 4 de junio de 2015. http://dialogoupr.com/opinion-y-debate/hablando-solo/ [↩]