La orfandad de la lengua
Dante Medina. ¿Latino yo? No, yo soy itálico. El español no es hijo del latín. Granada, España: Isla Varia, 2010.
Esto hemos hecho en varios asuntos de la ciencia, el pensamiento, el arte, y la cultura, durante muchos siglos: darle la victoria a quienes ejercen la voz y el poder de la propaganda y la manipulación, en lugar de aceptar los testimonios (a veces solitarios) del conocimiento obtenido por el trabajo del razonamiento y los estudios que conducen a la evidencia de verdad. (12-13)Dante Medina
Dante Medina es un escritor mexicano que acá en Puerto Rico conocemos poco, aunque él nos conoce mucho, puesto que ha compartido y conoce de primera mano a varios escritores del patio, de los que explicamos dentro de la generación del 70, quienes son sus contemporáneos. Ha publicado libros abundantes e interesantes en todos los géneros, más de 50 títulos provocadores como La delicuescencia del lenguaje, Yo soy don Juan, para servirle a usted u Odiosoyo. Cartas a Dios sin acuse de recibo. Es también hombre de grandes empresas, puesto que una de sus iniciativas ha sido la creación del Centro de Estudios Literarios y del Doctorado en Letras de la Universidad de Guadalajara, y colaborar con la creación de la famosísima Feria del Libro de Guadalajara y de su premio literario, que al principio llevaba el nombre de Juan Rulfo. Medina recientemente cambió de agente literario; de Carmen Balcells (la del Gabo) terminó delegando la gestión de su carrera en la puertorriqueña Irene Vilar y, gracias a ese contacto, hace poco lo tuvimos por aquí por la isla dando talleres de escritura.
A la pregunta sobre la reacción del público académico a su propuesta (provocación) de que el español, ni ninguna lengua romance, es hija del latín (la pregunta es maliciosa, puesto que se espera del entorno académico desgarre de vestiduras) responde satisfecho: “Pues sí”… Aclara que siempre que da una conferencia sobre el tema se para alguien del público, no a debatir sus ideas, sino directamente a insultarlo. Y yo me pregunto por qué hay argumentos que al ser debatidos provocan respuestas tan viscerales (la respuesta pasa por el cuerpo y las emociones y no la cabeza). Quiere decir eso que la idea nos organiza (la estabilidad del yo) al punto que debatirla implica una ofensa personal puesto que desordenaría ese ego. Pero Dante, el tocayo del “inventor” de la lengua italiana a través de su texto titulado De vulgari eloquentia (cosa que en su argumentación de este libro que comento, el propio Medina debate diciendo: “Yo mismo lo he enseñado con convicción y es un disparate. ¿Cómo sostener que una lengua nazca del trabajo escrito de una sola persona?”), reconoce que la elocuencia del vulgo nada tiene que ver con la lengua escrita. La lengua del imperio era el latín. La lengua de la iglesia era el latín. Pero cuando llegaron los romanos a la zona que hoy es Italia y a las otras por las que luego expandieron su imperio, las gentes que allí había hablaban ya otra lengua que no era hija del latín ni mucho menos del latín vulgar que, argumenta Medina, nunca existió. Fueron los académicos quienes se inventan el latín vulgar por no poder hacer descender las lenguas romance del latín clásico, que es demasiado diferente de sus supuestas hijas. Así lo dice el propio Medina; evito parafrasear para no poner palabras en su boca:
Con ese enorme prestigio, a los eruditos y estudiosos –casi en su totalidad pertenecientes al clero-, se les antojaba, deseaban, que las lenguas que se hablaban en los cuatro puntos del imperio cristiano, provinieran del latín, por antonomasia la Lengua Madre. Pero esas lenguas “vulgares, toscas y burdas”, manipuladas por la plebe ignorante y ruda, ¿cómo concebir que fueran retoño de una lengua elegante, culta, poética, refinada, y sacra? (26)
Siguiendo a Medina, de ese razonamiento surge el latín vulgar cuando no hay evidencia escrita de él y sí de lenguas romance concurrentemente con el latín culto. Además el pensamiento del medioevo es vertical. Todo viene del cielo=Dios=latín, a la tierra=los hombres=lenguas romance.
Si se pregunta el lector que no me ha abandonado hasta ahora por hacerle caso a este que podrán considerar disparatero, y entonces cómo se justifican las miles de etimologías que se han trazado del latín al español y las otras lenguas romance, responde Medina que son falsas, puesto que se ha procedido:
a) forzando la etimología para emparentar palabras latinas clásicas con la lengua romance;
b) “bajando” palabras del latín escrito y adaptándolas al habla local (como hoy día los cibernautas “bajaron” del inglés la palabra to access para convertirla en “accesar”);
c) romanizando su propio latín de evangelizadores con la remodelación de la sintaxis local de expresiones latinas […]
d) en casos extremos pero muy comunes, los malos discípulos o los expulsados del claustro, que no aprendieron buen latín, hablando algo que parecía latín pero que en realidad era romance con sonoridades y palabras mimetizando el latín […]
e) agréguese a esto –entre otros muchos fenómenos que dejo de citar—la falsificación de los impostores , en una sociedad en la que ser latín era sinónimo de ser docto en una ciencia o arte o religión y aparentar ese conocimiento entre ignorantes convertía al tramposo en médico, astrólogo, alquimista, o sacerdote… (30-31)
Otro argumento de Medina es que esto ya se está argumentando sobre otras lenguas romance y para comprobar este punto cita a Yves Cortez, quien publicó Le français ne vient pas du latin (2007). Entonces, la lengua de la que provienen las lenguas romance es el italiano antiguo y es hermana del latín y no hija.
Habría querido yo que Medina me convenciera mejor, de forma más académica. Argumenta como argumentaría yo cualquier boutade que se me ocurriera en torno a alguna exquisitez recién preparada, humedecida de vino, en torno a una mesa con mis amigos. En ese contexto convence. En el contexto académico me parece que hacen falta más argumentos, más pruebas, otro tono distinto al que utiliza Medina, quien se burla de las instituciones que han sacralizado, guardado, reproducido el conocimiento. Yo no soy lingüista, así que no sé qué opinar. Lo cierto es que la implicación de que Medina tuviera razón sería advenir a la constatación de que por siglos se reproduce conocimiento que se entiende como objetivo, que no es más que la reproducción de estructuras de poder que filtran los saberes y quienes tienen acceso a ellos con el efecto de mantener estructuras de privilegio intactas. ¿O es que esto que acabo de poner aquí es cierto aunque Medina no tenga razón sobre el latín hermano? Una evidencia sería que en el Departamento de Estudios Hispánicos hoy (2012) se obliga a los doctorandos a estudiar latín y filosofía de occidente, pero ni quechua ni Cuentos negros de Cuba o El monte de Lydia Cabrera. A veces las muertes de los ancestros nos liberan. Si la lengua madre que hablo (porque me la enseñó mi madre, pero también mi padre, ahora que lo pienso) no tiene madre, entonces ella misma va al altar de los ancestros, en lugar de dedicarse a encenderle velas a una madre falsa; aquella madrastra. Eso implicaría que Medina ganara su argumento.