La trinchera infinita: escondido
Estamos en Andalucía a principios de la guerra civil española. Las huestes falangistas de Franco dominan la comarca luego que la inestabilidad de la Segunda República ha conducido al estallido de la violencia a partir de la sublevación militar. Todos los hombres que han hecho expresiones favorecedoras a la república y sus aspectos socialistas están siendo arrestados. Algunos son acusados por sus vecinos de crímenes imaginarios o culpados por algunos verdaderos que han cometido otros. A Higinio Blanco (Antonio de la Torre), un republicano, Gonzalo el vecino (Vicente Vergara) le acusa de haber sido causante de la muerte de su hermano y de haber prendido fuego a una iglesia. El anticlericalismo era uno de los más grandes delitos perseguidos por los falangistas y evidencia absoluta de alianza con el comunismo. Higinio recién se ha casado con Rosa (Belén Cuestas) y no ha participado en ninguno de los crímenes que se le imputa. Es arrestado y montado con otros en un camión de donde se escapan en un momento dado. Su fuga es dramática y casi imposible: los campos yermos de su pueblo no ofrecen mucho lugar de escondite. Luego de algunas situaciones en las que casi lo apresan, vuelve a su casa y se esconde debajo del piso en lo que equivale al comedor de su casa.
La cinta, que está dividida en segmentos como si fueran capítulos, nos va dando los títulos de cada uno con sus explicaciones del diccionario. Es un elemento narrativo que nos enfatiza lo inverso: en esa época el analfabetismo en España era monumental, incluyendo a los que perseguían con tanto ahínco a los republicanos. Luego de un tiempo, cuando todos piensan que Higinio se ha desaparecido o tal vez emigrado a Portugal, Rosa le revela a su padre dónde está. Asombrado, el padre homónimo (Joaquín Gómez) hace lo que le pide su hijo y, usando una serie de excusas, se lleva a la pareja a su casa. Su mujer, la madre del escondido, era costurera, y Rosa la sustituye para que haya una buena razón para que abandonen su antigua vivienda.
Mientras tanto, Higinio continúa su autoimpuesto asilamiento como el mecanismo para salvar su vida y tener quien lo cuide. El amor entre él y Rosa es uno de los aspectos más hermosos del filme. Es un romance realista y, al mismo tiempo, algo de lo que estaría orgulloso el Duque de Rivas: el ambiente determina sus sentimientos y comportamiento. Ocurren muchas cosas que ponen a prueba ese amor que vive sin poder delatarse y, que es una fuerza que le impone una carga a la pesadumbre que debe significar que persigan a alguien, no para enjuiciarlo sino para asesinarlo. En su oficio de costurera, Rosa, se encuentra con muchas situaciones que ponen en peligro su situación hogareña, y el asunto se complica cuando decide, con el temple de una mujer que ha desafiado su aldea, su gobierno y a la guardia civil, que quiere tener un niño.
La cinta tiene una cinematografía (Javi Agirre Erauso) que usa la cámara como los ojos de Higinio. Vemos lo que está sucediendo en las dependencias de la casa a través de pequeños boquetes en la pared o de las ralladuras de un viejo espejo manchado en el que el azogue ya no refleja a nadie ni nada. Es el colmo de la visión furtiva, los ojos del espía que oye y ve solo parte de lo que sucede, pero que cada detalle lo tiene en vilo si, por alguna razón su presencia lo delata. La modulación de las luces y las sombras es una maravilla que, junto a la edición de las tomas por Laurent Dufreche y Raúl López, nos evitan caer en el aburrimiento. Por supuesto que el guion de Luiso Berdejo y José Mari Goenaga ha sabido muy bien medir los momentos y la duración de cada escena para que el ritmo de la cinta no nos aturda. A muchos que pasaron la guerra civil escondidos en sus casas se les llamó “topos”, como está construido el filme nos convence que en eso se ha convertido Higinio.
No conocía ninguna otra película que haya sido dirigida por tres personas. El trío, Aitor Arregi, Jose Mari Goenaga y Jon Garaño, ha creado una obra aguda, llena de suspenso sin engaños. Flota sobre nuestros miedos sin que nos tengan que asustar con intrusión innecesaria de la música o movimientos de cámara, y que recuerda una vez más que el fanatismo ideológico es una fuerza letal. Parienta de “El diario de Ana Frank” (1959) en su tema principal y del clásico de John Ford “The Informer”(1935) en el asunto secundario de los que entregan a sus conocidos por venganza, esta es una película excepcional en la que abunda el arte cinematográfico y la historia.
No dejen el filme escondido: ¡véanlo!