Noche de Reyes
De pronto, escuchó una voz que entorpeció el pensamiento. “¿Adónde vas tan contento? Le ha preguntado la lluvia. “Quiero un enero en Belén, pero como está lloviendo, no encuentro un claro en el cielo que me deje ver el lucero que me alumbrará el camino para llegar a Belén. Yo quiero ser un pastor.”
“No hay que mirar hacia arriba cuando se busca el lucero. Existe entre las casitas que apiadan la vecindad una casa que dedica su vida y su libertad a poner un nacimiento que da fe a la humanidad.” ¿Un nacimiento? Pensó. ¿Qué haré con un nacimiento si lo que yo quiero es ser pastor? Pero como no halló qué hacer se fue por aquél camino que la lluvia le indicó y se encontró una casita con un cuarto chico al lado. Se le llegó hasta el portón, abrió la puerta del cuarto y encontró un pueblo completo que estaba lleno de estrellas. Había patitos y lagos, casitas y pastorcitos y era como ir a Belén. Fue de a pasitos pequeños, se llegó hasta el nacimiento y le pidió al niño Dios en un susurro soplo y lágrimas de sal que le diera su aguinaldo y lo hiciera su pastor. Fue tanto el amor que sintió el niño Dios en su cuna que se lo llevó a reyar hacia un enero en Belén y el secreto de la Nada desboronó ante sus ojos.
Al otro día, temprano, cuando don García Estrada fue a darse su vueltecita por el cuartito del lado donde estaba el nacimiento encontró la puerta entreabierta. Una nueva figurita adornaba el nacimiento. Cuando lo tomó en sus manos vio que esta traía la vestimenta de los niños limpiabotas con los pantaloncitos cortos, los piececitos descalzos y la cajita en la mano. Este nuevo pastorcito era un niño caribeño y traía en su mirada el lucero de Belén.
Aquí va mi saludo volando por el aire, lleno de salitre navideño. Fue originalmente escrito hace más de veinte años. CAM, 2013