¿Por qué no vendemos la colonia más antigua y plagada del mundo y solucionamos finalmente el estatus de Puerto Rico?
Meses después, salió a relucir en otros reportajes noticiosos que el magnate de bienes raíces transformado en primer mandatario exploraba la posibilidad de comprar Groenlandia o permutarla por Puerto Rico. Un negocio redondo: 836,330 millas cuadradas con apenas 56,081 habitantes por una isla de 3,515 millas cuadradas en donde se desbordan 3.2 millones de habitantes.
Hay precedentes para transacciones de intercambio territorial con un desbalance similar. En 1763, al finalizar la Guerra de los Siete Años, Francia cedió sus inmensos territorios en Canadá a cambio de recuperar sus colonias caribeñas de Guadalupe y Martinica.
En 1867, el secretario de estado estadounidense William H. Seward le compró Alaska al Imperio Ruso a precio de liquidación, dos centavos por milla cuadrada. Ese mismo año, sin embargo, negociaciones paralelas para adquirir las Islas vírgenes danesas resultaron infructuosas. Cincuenta años más tarde, Dinamarca le vende a Estados Unidos, sus tres islas caribeñas a $292 el acre.
¡Bueno, esperen! No estamos en el siglo dieciocho, ni el diecinueve, ni siquiera el veinte. Los territorios coloniales ya no se venden ni se compran.
Ni siquiera en sus trances más alucinantes, André Breton habría concebido la cesión de Puerto Rico a cambio de Groenlandia. Movida en un juego descabellado, híbrido entre Monopolio y Risk.
La colonia más antigua del mundo
En el año 1997, en la víspera del centenario de la mal llamada guerra hispanoamericana, el otrora Juez Presidente del Tribunal Supremo de Puerto Rico José Trías Monge publicó Puerto Rico: The Trials of the Oldest Colony in the World.
La colonización de Puerto Rico comenzó en 1508 con Juan Ponce de León como punta de lanza del imperio español. La Isla, igual que su hermana, Cuba, continuó bajo dominación española aun cuando el resto de América Latina se liberó de dicho yugo durante las décadas del 1820 y 1830. El 25 de julio de 1898 desembarcaron tropas estadounidenses y luego de algunas escaramuzas, asumieron control de la Isla; meses después, comenzó oficialmente una nueva etapa colonial.
Al momento de la publicación del libro de Trías Monge, Puerto Rico llevaba 489 años bajo dominio colonial. Casi un cuarto de siglo después, Puerto Rico mantiene esa condición.
Desde finales del siglo diecinueve los líderes políticos insulares ya estaban divididos en tres bandos según sus preferencias de estatus político: independencia; integración completa a la metrópoli (España, después Estados Unidos); y una formula híbrida que ofreciera algún grado de autonomía bajo el dominio de otra nación.
Estamos en el año 2020 y los políticos y sus seguidores continúan divididos en base a las consabidas preferencias de status. Igualmente, los tres partidos principales deben su identidad a cada una de las tres más que centenarias fórmulas.
De caso triste a milagro económico
Crecí y viví en una familia de clase media en un vecindario del Área Metropolitana de San Juan durante una época que muchos consideran los mejores años de Puerto Rico, desde la década del 70 hasta mediados de los 80. Por eso se me hace difícil escribir y enseñar que durante las primeras cuatro décadas del Siglo XX, Puerto Rico se encontraba en condiciones de abandono y miseria similares a las del resto del Caribe.
En el año 1928, el futuro gobernador Luis Muñoz Marín publicó un artículo titulado “The Sad Case of Puerto Rico.” En su mejor y más poética prosa denunció la explotación y miseria que sufrían los puertorriqueños: “esta fábrica de explotación tiene su tienda de raya –los Estados Unidos–”, “tiene muchas más escuelas para los niños hambrientos y muchas más carreteras para sus pies descalzos.” Otro gobernador insular, el nuevo tratista Rexford Guy Tugwell le dió un título también sombrío a las memorias que escribió sobre sus años en Puerto Rico: The Stricken Land, un catálogo de miseria, pestilencia y corrupción, contra las que combatió junto a Muñoz Marín, a la sazón presidente del Senado insular.
Bajo el liderato de Muñoz Marín y otros políticos y servidores públicos progresistas, las administraciones del presidente Roosevelt inyectaron grandes sumas de dinero a la Isla a través de diversos programas del Nuevo Trato mejor conocidos por sus siglas: PRERA (Puerto Rico Emergency Relief Administration), PRRA (Puerto Rico Recovery Administration), WPA (Works Progress Administration), entre otros programas que gradualmente fueron sacando a Puerto Rico de su profunda depresión.
Autoridades insulares y federales tomaron pasos firmes y certeros para mejorar y transformar la economía: fracturaron latifundios de más de 500 acres para repartir parcelas de tierra entre campesinos desposeídos; establecieron fábricas gubernamentales para producir cartón, vidrio, productos de cerámica, hasta zapatos; erradicaron arrabales; construyeron viviendas adecuadas a bajo costo; llevaron la electricidad a los poblados más remotos; y atrajeron capital privado estadounidense con diversos incentivos.
Es cierto que con las estadísticas se puede mentir, pero también se puede decir la verdad. Entre 1940 y 1970, la expectativa de vida aumentó de 40 a 70 años; la tasa de muertes causadas por enfermedades parasitarias e infecciosas bajó de un 60% en 1940 a menos de 13% en 1966; la matrícula de estudiantes en instituciones universitarias se multiplicó de 5,371 en 1940 a 96,31426,912 en el año 1975. En 1978 fui admitido a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras donde recibí una educación tan buena o mejor que la que hubiera obtenido en las mejores universidades estadounidenses.
En términos políticos, entre 1940 y 1952, el electorado aumentó, la corrupción política fue frenada, se nombraron y eligieron los primeros gobernadores puertorriqueños y la Isla adquirió un alto grado de autonomía al ratificarse la Constitución del Estado Libre Asociado en 1952.
Para ser justo, la Isla no se convirtió en un paraíso; cada vez más puertorriqueños morían de enfermedades cardiacas, cáncer e hipertensión; miles sucumbían ante la plaga de las drogas; cientos de miles se vieron forzados a emigrar; y no pocos separatistas y grupos de izquierda sufrieron sostenida represión estatal.
Las veintiuna plagas de Puerto Rico
El Egipto de la época del Éxodo israelita sufrió diez plagas; el Puerto Rico de hoy es abatido al menos por once más.
Desde el año 2005, Puerto Rico atraviesa una profunda crisis –más bien un entramado de varias crisis más graves que la Gran Depresión– algunas de las cuales aparentan ser insuperables. La inmensa mayoría de los políticos de turno carece de la imaginación e integridad necesarias para confrontar los retos del presente; es más, ellos son los causantes de muchos de los problemas que sufre la Isla. Coinciden cronológicamente con la administración de Trump, quien, para decirlo en términos generosos, no es ni la chancleta de Franklin D. Roosevelt.
Las más antiguas plagas que azotan a Puerto Rico tienen raíces profundas: (1) la situación colonial y (2) la dependencia económica. Legislación federal y decisiones recientes de la Corte Suprema de Estados Unidos han disminuido la autonomía del gobierno de Puerto Rico; la Junta de PROMESA limita dramáticamente las prerrogativas del gobierno insular –el cual ya ni siquiera puede implementar sus presupuestos sin la aprobación de la susodicha junta–. La Isla ha sido reducida a un receivership tropical similar al que Teddy Roosevelt implantó en la República Dominicana a principios del siglo veinte.
Antes se decía que el ELA ofrecía lo mejor de los dos mundos; ahora parece ofrecer lo peor de ambos.
Centenariamente dependiente de la importación de alimentos y manufacturas, en las últimas cuatro décadas la Isla ha sufrido un agonizante proceso de demanufacturación (plaga número 3). Casi todo lo que se consume tiene que ser importado. Las exportaciones son mínimas –tristemente el mayor renglón de exportación consiste en emigrantes (cuarta plaga), familias puertorriqueñas desplazadas a Estados Unidos, que se establecen en enclaves boricuas a lo largo y lo ancho del país, en el más famoso de los cuales, Orlando, me ha tocado vivir–. La recesión que comenzó hace quince años (plaga 5) sigue alimentando el flujo incesante de emigrantes.
Según el Negociado del Censo de Estados Unidos, la población insular llego a su cúspide cerca del año 2000 con 3.8 millones; desde entonces ha disminuido a aproximadamente 3.2 millones, bajón demográfico que, entre otras cosas, ha reducido la base contributiva y el valor de la propiedad inmueble.
Según encuestas e información anecdótica, los que abandonan la Isla escapan de un manojo de plagas insulares: (6) desempleo, (7) bajos salarios, y (8) creciente ola de crimen, en gran medida alimentada por (9) el trasiego de drogas. Otra plaga en aumento (10) es la violencia de género.
La undécima plaga, la apabullante deuda pública de $74 mil millones fue declarada impagable por el desventurado gobernador Alejandro García Padilla en julio del 2015, considerado entonces por muchos como el peor gobernador puertorriqueño de todos los tiempos, distinción que pierde ante su sucesor, el engreído y corrupto gobernador Ricardo Roselló, a quien una movilización ciudadana sin precedente obligó a renunciar en desgracia. Roselló, de por sí, podría considerarse una plaga felizmente exterminada en julio del 2019 con el insecticida de la democracia popular. La corrupción y el continuismo, la ineptitud, la arrogancia y la propensión al nepotismo de la casta política insular constituyen las plagas 12, 13, 14, 15 y 16.
La naturaleza ha contribuido significativamente al empobrecimiento y desesperación de los puertorriqueños. Uno de los huracanes más devastadores de la historia de Puerto Rico, María (16), dejó un desolador saldo de 3,369 muertos y $90 mil millones en daños. Los terremotos (17), desastres naturales de poca frecuencia en Puerto Rico, hacen temblar la Isla desde diciembre del 2019, destruyendo edificaciones y lanzando a miles de víctimas a precarios refugios bajo el sol y las estrellas. El mayor de estos “siniestros” como se les suele llamar en los medios, alcanzó una magnitud de 6.4.
En junio una enorme nube de polvo del Sahara (18) encapotó las Isla; fue la peor tormenta de ese tipo en medio siglo.
Las sequías (19), mitad desastre natural y mitad desastre por ineptitud política han plagado la Isla por más de cuarenta años. La del 2015 fue la peor en dos décadas. Este verano, el pueblo sufre nuevamente el racionamiento de agua (24 horas con y 24 horas sin).
¡Ah! No podemos olvidar la plaga número 20, la pandemia del COVID-19.
Se vende, permuta o ninguna de las anteriores
Por su condición colonial Puerto Rico no se gobierna a si mismo. Las decisiones finales están en manos del Congreso de Estados Unidos, cuerpo que posee la autoridad para incorporar la Isla como estado co-soberano de la Unión, tal como lo hizo con Alaska y Hawái en 1959; renunciar a su soberanía como hizo a regañadientes Portugal en Angola en 1975; o transferirlo a otra nación, en la forma en que Gran Bretaña cedió el control de Hong Kong –¡qué horror!– en 1997. Inclusive, puede venderlo o cambiarlo.
Aunque en los últimos cuatro años mi lista de “nunca jamases” se ha encogido dramáticamente, por el momento me siento cómodo al decir que Estados Unidos no van a vender ni permutar a Puerto Rico y los puertorriqueños mantendrán la ambigua distinción de ser los sujetos coloniales más antiguos del mundo.
¡Ay bendito!
Publicado originalmente en inglés en The Globe Post el 16 de julio de 2020.