Presentación de El resplandor de Luzbella, de Juan López Bauzá
Y parto del primero, consignado por Carmen Dolores Hernández en una espléndida reseña del 7 de octubre publicada en El Nuevo Día. Y es que Luzbella – desde ahora sintetizo el título de la novela, porque intuyo que así quedará en la memoria de los lectores – constituye nada menos que la aportación puertorriqueña al género de la utopía, anticipado por La república y La Atlántida de Platón y estrenado por Tomás Moro en 1516, dando lugar a otras en el Siglo de Oro: La ciudad del sol, de Campanella (que aporta la imagen solar a la novela que hoy nos ocupa, pues el sol refulge en la bandera de la isla Luzbella), La nueva Atlántida de Francis Bacon, e incluso la utopía andina del Inca Garcilaso, los Comentarios reales (que por cierto, se rige por la deidad suprema del sol, llamado Inti en quechua). Hoy, en este año de 2018, Juan López Bauzá acaba de estrenar el género en Puerto Rico. No es poco.
Otro acierto literario es el ingenioso entrevero de la antigüedad con la actualidad. El mundo clásico dice presente en la novela, no solo en los nombres romanos de varios de sus personajes, sino también en la abundancia de mitos que la habitan, desde la isla que emerge del mar como mito fundacional, hasta el misterioso rito masónico que la cierra. Este último es un rito de paso de los que describe Arnold van Gennep, basado en el mito esperanzador del desnacer (Mircea Eliade lo nombra como el mito de regreso al útero), que recrea la muerte simbólica del neófito que entra a un recinto oscuro y cerrado donde decidirá abandonar su identidad anterior. Al salir, renace a una nueva vida. Pues bien, este pasado ancestral se entrelaza inesperadamente con las realidades virtuales de la electrónica de hoy.
Por otra parte, el autor de Luzbella hace una aportación original a la literatura fantástica, capitaneada en nuestra América por Borges y Cortázar, con la novedad de que en su novela el hecho insólito no es sobrenatural, sino virtual. Otro aportación interesante: la sorpresa de la alegoría – un relato contado a partir de símbolos – como eje de una novela contemporánea. En el mundo hispánico la alegoría tiene su solera, ya que se estrena en el siglo trece con Berceo, que en Los milagros de Nuestra Señora transita el camino de la vida cual peregrino que encarna a todos los hombres.
Otro mérito literario: el libro que nos ocupa es altamente cervantino, pues pretende abolir la frontera entre ficción y realidad, siguiendo la lección inolvidable del Quijote. Esto no debe sorprendernos, dado el precedente de la novela Barataria de López Bauzá, una sátira quijotesca sobre nuestro país. A la vez, Luzbella tiene una buena dosis de autorreferencialidad. Su trama presenta a un grupo editorial multidisciplinario creando la ficción de la isla utópica a través de su periódico digital El resplandor, en una casona del viejo San Juan que les sirvió de taller para su primer cónclave, y que evoca este Taller de Fotoperiodismo que nos alberga hoy. Pues bien, dicho grupo no solo crea la historia de la isla quimérica, sino que le da continuo seguimiento a la novela que está redactando. Y la autorreferencialidad, que irrumpe temprano en la España medieval con Berceo, El libro de buen amor del Arcipreste de Hita y La Celestina de Rojas, a partir del barroco se trueca en marca indispensable de modernidad en la novela y en el arte, en tanto sus obras se miran a sí mismas en el proceso de su creación, como sucede – nos lo ha advertido Michel Foucault – en el Quijote y en Las Meninas de Velázquez.
La fusión entre antigüedad y actualidad, entre mito e historia, nutre el alto grado de humor que exhibe Luzbella, que también cuaja en la siempre alucinante mitología criolla, en la que no falta el Chupacabras y el Garadiábolo, y que se luce en los nombres de las instituciones de Luzbella, como aquel de la Universidad de la Descolonia. Pero sobre todo en las reacciones electrónicas que provocan los artículos de El resplandor, cuyo coloquialismo boricua, tantas veces zafio, es magistral. Y que frecuentemente degradan la propuesta utópica de Luzbella.
Pero debo singularizar lo que me hechiza de esta novela. Y es que puede y debe leerse como un salve a la imaginación, como la celebración de un sueño, como la afirmación de la esperanza, como el apasionado reclamo de un renacimiento. Porque, y así lo pone en boca de un personaje el autor implícito, «la única manera de intervenir en nuestra realidad es yéndonos de ella, salirnos de sus garras mediante la ficción, la cual permite pensar, crear y proponer de la manera más efectiva posible, y también, más libre». De ahí la dimensión poética de un texto que también es histórico, político, humorístico e irónico.
La novela termina con un acertijo. Al culminar el rito de iniciación de los miembros del equipo creador de la Luzbella digital, que abandonaron la Patria para convertirse en luzbellanos, cada neófito recibe una nota. Esta contiene el alfabeto críptico de la masonería, cuyas 29 figuras geométricas han encabezado, sucesivamente, 29 capítulos de la novela. Acertijo que a mi entender celebra, tanto la gestión de los creadores de Luzbella, que culmina en la novela, como la escritura misma.
Quiero terminar haciendo una reflexión sobre el nombre Luzbella, que preside la novela desde el título. Y que tiene, evidentemente, un sentido tan poético como patriótico, pues evoca de inmediato nuestro himno nacional alterno, la canción-poema «Verde luz», de Antonio Cabán Vale, el Topo. En ambos casos se trata de la luz, y en ambos casos coinciden los sonidos b/v y e: bella, verde. Pero hay más. La Isla doncella del Topo rima con Luzbella.
Pero ahora quisiera aludir a su dimensión paródica, pues está claro que Luzbella evoca al Luzbel bíblico, el ángel caído en su ambición por destronar a Dios. Ya sé que en la novela el autor desestima esta asociación a través de un personaje que ridiculizó a la pastora evangélica que la esgrimía para demonizar a la nueva isla soñada. Isla utópica que veía como hechura del demonio (es bien sabido que en algunas sectas el diablo tiene más likes que Dios). Pero voy más allá. Y es que la pastora tenía su punto, solo que lo usó mal, en detrimento de la isla Luzbella. Porque para cualquier lector, desde que lee la novela o tan solo escucha su título, la asociación entre Luzbella y Luzbel no solo está servida, sino que es inevitable. No hay que olvidar que Luzbel es una variante de Lucifer, que literalmente significa «el que carga la luz». Y el hecho de que el autor implícito de Luzbella niegue nada menos que tres veces, como San Pedro, esta asociación, me lleva a parafrasear una frase de Shakespeare que ha quedado grabada en el imaginario occidental como el epítome de la incredulidad: «Pienso que el caballero protesta demasiado».
Propongo entonces que el nombre Luzbella tiene una reverberación irónica en esta novela decididamente mítica. Recordemos que el mito siempre se basa en una dualidad polarizada: buenos versus malos, ricos versus pobres, la bella y la bestia, el hombre lobo, eros y tánatos, el hada madrina y la bruja, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, don Quijote y Sancho, Abel y Caín, cielo e infierno, Dios y Luzbel. De ahí que como ente mítico, Luzbella necesite un contendiente que se le oponga, un gemelo malvado que como en la noción del doppelganger o el doble de la novela gótica de Robert Louis Stevenson, The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, sea su espejo para invertirla, reflejándola al revés. Su nombre mismo nos lleva al inevitable contendiente, que no puede ser otro que Luzbel. Y si bien es cierto que en la novela la mítica Luzbella tiene una gran querencia por su isla gemela, y se propone arrancarla de las garras del imperialismo, la estructura mítica del texto impone la oposición entre ambas. Como en un espejo, la isla luminosa se invierte en la oscuridad de la otra. O al revés. Porque como era de esperar, la novela que nos ocupa se basa en la polarización. En este caso, no de dos seres, sino de dos islas: la Patria (el Puerto Rico del pasado), que imaginamos está a punto de hundirse y desaparecer en el mar, y Luzbella (el Puerto Rico del futuro), que emerge del mar radiante, como la Venus de Boticelli. Luzbella se caracteriza por su luz, como el mismo Luzbel, pero si bien este es el ángel caído en la oscuridad de la noche, ella es el ángel solar emergente, que confirmando la frase de Dios en el Génesis bíblico: «Y se hizo la luz», sale del fondo del mar con un nombre provocador, desafiante, transgresor. Un ángel femenino, solar, que asciende, contra un demonio masculino, nocturno, que cae. Y no olvidemos que el presidente de Luzbella, Uriel Sánchez Matías, ostenta el nombre del arcángel de la luz. De manera que podríamos estar ante un combate mítico de ribetes angélicos entre el bien y el mal: la isla redimida como Luzbella (libre, soberana, justa, productiva, sin pobreza) contra la isla cautiva, cuyos males (la falta de soberanía, la corrupción, la injusticia social, el vasallaje al imperio) evocan a Luzbel. Y hay más: aquí veo una parodia sui generis. Porque más que degradar, crea una luminosa opción de futuro. Luzbel – metáfora del coloniaje que reina en la isla que se hunde – quedará derrotado al sustituirse por la modélica y autosuficiente Luzbella. Porque el autor, de manera deliciosamente implícita, ha demonizado para siempre, no a la sufrida isla, sino a la colonia.
Me despido con un abrazo de enhorabuena para Juan López Bauzá, quien muy posiblemente no concuerde con lo que acabo de proponer. Pero no importa, porque desde hoy el libro ya no es suyo; es nuestro. Muchas gracias a todos.
Nota: Leído en el foro de la presentación de la novela El Resplandor de Luzbella (Planeta, México, 2018) en el Taller de Fotoperiodismo en San Juan, el 17 de octubre de 2018.