Reflexión en torno al documental «1950: La Insurrección Nacionalista»
Entre el 30 de octubre y el 10 de noviembre de 1950, alrededor de 140 personas, en su mayoría miembros del Partido Nacionalista de Puerto Rico, bajo el liderazgo de Pedro Albizu Campos, se levantaron en armas contra el régimen colonial en ocho pueblos de la Isla y en la capital de los Estados Unidos. Su intención era dar a conocer el problema colonial de Puerto Rico a la Organización de Naciones Unidas y al Mundo, para que estos reaccionaran y presionaran a los Estados Unidos a otorgarle la independencia a la Isla y cumplieran con los puntos acordados durante la firma de la Carta del Atlántico. Durante la Insurrección, los revolucionarios tomaron el pueblo de Jayuya; sin embargo, fue el ataque a la Fortaleza, sede del gobierno colonial y residencia del gobernador Luis Muñoz Marín, el que más impactó en los medios locales. Mediante el ataque los nacionalistas buscaban tomar como rehén al gobernador y proclamar la República de Puerto Rico: “El propósito era tomar acción directamente con el jefe supremo de Fortaleza, no matarlo; hacerle ver que la lucha por la independencia era una lucha de representación de nuestra patria y que, aguantando al líder del gobierno de los Estados Unidos en Puerto Rico, que era Luis Muñoz Marín para ese tiempo, se hacía ver en Naciones Unidas y demás países intervenidos por Estados Unidos que nosotros los nacionalistas luchábamos por una causa noble y justa”.[1] Asimismo, el Comandante de la zona de Ponce, Estanislao Lugo, indicó que el plan no era asesinar al gobernador, ya que muerto no valía nada, “valía tenerlo preso”, para proclamar la República, poner a Estados Unidos a negociar y llamar la atención de las Naciones Unidas.[2] Vicente Géigel Polanco, quien para ese entonces era Procurador General de Puerto Rico, describe de la siguiente manera el ataque a la mansión ejecutiva: “Tras las primeras descargas salimos gateando hacia el salón. Muñoz estaba nervioso. El tiroteo era espantoso. … Muñoz se perdió en las habitaciones interiores de la Fortaleza. Yo subí la escalera hasta el tercer piso. Muñoz llamó a los militares para que usaran la fuerza. Estos contestaron que no podían actuar sin órdenes del presidente, en Washington. El jefe de la Policía Roig no aparecía, ese nunca aparecía cuando había problemas.”[3] A pesar de lo impactante del tiroteo en la Fortaleza, la gesta de la Insurrección que más llamó la atención mundial ocurrió el primero de noviembre de 1950 cuando un comando compuesto por dos nacionalistas -Oscar Collazo y Griselio Torresola- atacó la residencia temporera del Presidente Truman, en la capital de los Estados Unidos de Norteamérica, con la intención de obligarlo a declarar la independencia de Puerto Rico a punta de pistola, pero fracasaron en el intento.
La insurrección fue derrotada por las fuerzas federales y coloniales y dejó un lamentable saldo de 48 heridos: 23 policías, 6 miembros de la Guardia Nacional, 9 nacionalistas y 10 civiles y 29 muertos: 7 policías, 1 guardia nacional, 16 nacionalistas y cinco civiles.
Aún sabemos poco sobre la Insurrección Nacionalista de 1950 y es que, en Puerto Rico, por su condición colonial, este tema ha sido marginado por la historiografía oficialista, es decir, aquella que responde a los intereses del estado colonial. Tanto es así que, en la mayoría de los libros de historia general de Puerto Rico que se utilizan en las escuelas del país, no se menciona la insurrección o sólo se le dedican unas pocas líneas.
Este encubrimiento tiene su historia y nace como parte de una intensa campaña por parte del gobierno colonial y federal por ridiculizar y minimizar la Insurrección. Por ejemplo, luego de los sucesos, el régimen utilizó los medios de comunicación para minimizar el impacto del levantamiento y propagaron la idea de que lo sucedido fueron: “desórdenes”[4], “disturbios”[5], actos de “ninguna importancia”[6], un “asalto”[7], un “motín”, una “revuelta”, que habían llevado a cabo unos pocos “lunáticos”, “criminales”, “terroristas” y “fascistas”, con el “apoyo” de los comunistas. Asimismo, el gobernador colonial de ese entonces, Muñoz Marín, describió los sucesos en un discurso radial como “una numéricamente pequeña conspiración de fanáticos” y como un “asalto” a la paz del pueblo.[8] También enfatizó que lo que ocurrió no se podía tildar de Revolución, “ ni escasamente el nombre de alzamiento.”[9] Esta campaña fue intensa y quedó plasmada en los periódicos de Puerto Rico y los Estados Unidos y en comunicados que los agentes federales y coloniales enviaban a la comunidad internacional. De hecho, días después de la Insurrección, Muñoz Marín le envió un informe cablegráfico a Oscar Chapman, Secretario de lo Interior del Gobierno de los Estados Unidos, sobre los incidentes y le comunicó que lo que hubo en las Isla fueron “disturbios” llevados a cabo por un “ grupo de fanáticos nacionalistas”.[10] Chapman se dedicó a contradecir a aquellos medios que se referían a los acontecimientos en la Isla como una revolución: “Las personas de Washington que no están familiarizadas con la Isla se han referido a los disturbios como otra revolución”.[11] Y es que, como establece el historiador Francisco Moscoso, las luchas por la libertad, la justicia social, la democracia, la independencia y la liberación nacional, se han proyectado a nivel oficial y de las autoridades en los contextos coloniales usando los términos más despectivos y negativos.[12] Mediante este tipo de representaciones ideológicas que formulan las clases dominantes y sus autoridades y portavoces, según Moscoso, se busca: 1) inculcar en las mentes una visión parcial , falseada y demagógica de la realidad, 2) infundir el miedo para anular la resistencia a la explotación, a la injusticia social y al régimen colonial, 3) minimizar el alcance y ocultar el significado de las luchas y procesos de liberación política y social, 4) intentar evitar la toma de conciencia de clase, y 5) aplastar cualquier sentimiento de orgullo y simpatía de la nación dominada y de sus gestas libertarias , o asimilarlos desvirtuando o cambiando sus significados. La ideología colonialista también invierte los términos de las relaciones sociales económicas, políticas o culturales reales, para hacer aparecer al régimen que domina y oprime como supuesto defensor de la “ley y el orden” y “justicia”, de los “derechos” e “igualdad”, y de los “valores” del pueblo.[13]
Al gobierno colonial tildar constantemente a los combatientes de la Insurrección de 1950 como “terroristas” estaba categorizando lo acontecido como un “acto terrorista”. Para el gobernador Luis Muñoz Marín, al parecer, la característica definitoria de terrorismo sería el acto de violencia en sí mismo. Sin embargo, esta definición resulta simplista porque hay diferentes modalidades en el uso de la violencia política: terrorismo, revolución, contrarrevolución, guerra revolucionaria, guerra santa, insurrecciones, guerrillas, asesinato, tiranicidio, genocidio, etc., y cada una tiene sus particularidades. Como indica Anthony Quinton, “todo terrorismo es necesariamente violento, pero la violencia no es necesariamente terrorismo.”[14]
A pesar de la intensa campaña de tildar a los combatientes como terroristas, el término que han preferido muchos historiadores y académicos para referirse al acontecimiento es el de “revuelta”. Aunque al parecer algunos lo utilizan como sinónimo de insurrección o levantamiento, el diccionario online de la Real Academia Española que consultamos define “revuelta” como un “desorden” o “agitación” que produce una alteración del orden público.
Tuvieron que pasar 45 años para que se publicara la primera investigación histórica sobre los sucesos de 1950, titulada La Insurrección Nacionalista en Puerto Rico 1950, por la historiadora puertorriqueña Miñi Seijo Bruno. En este estudio, influenciado por la “nueva historia puertorriqueña”, se buscar romper con el esquema de la historia escrita desde el punto de vista de los vencedores y, como parte de esta ruptura, la historiadora prefiere utilizar el término “Insurrección” en vez de “revuelta”, pero no explica el porqué de su decisión.
Contrario a la interpretación oficialista y de Miñi Seijo, muchos independentistas y nacionalistas puertorriqueños, es decir, aquellos que creen en la independencia de Puerto Rico, han bautizado a lo que aconteció el 30 de octubre como “la Revolución de 1950”. De hecho, así tituló el reconocido artista puertorriqueño Fran Cervoni a su representación pictórica sobre el acontecimiento. Es posible que muchos recurran a dicho adjetivo como manera de contrarrestar el término peyorativo de “revuelta” pero entendemos, como analizaremos más adelante, que este término no representa adecuadamente lo acontecido. Otros prefieren llamar a la gesta como el “Grito de Jayuya”. El problema con este término es que focaliza la Insurrección a un solo municipio cuando ocurrió en ocho pueblos de la Isla y en la capital de los Estados Unidos.
En dos artículos que publicó en la prensa, la crítica literaria Carmen Dolores Hernández se preguntó: ¿qué sucedió en Puerto Rico el 30 de octubre de 1950: un motín, un levantamiento o una insurrección? Para contestar a esta interrogante, recurre a un caso civil que dispuso la interpretación jurídica de lo que sucedió. Como consecuencia de la insurrección, un comerciante de Jayuya perdió varias de sus propiedades al ser quemadas por el incendio que iniciaron los nacionalistas. El comerciante demandó a su compañía aseguradora en cuanto al pago de la indemnización. La cláusula de exclusión del contrato especificaba que la compañía de seguros no sería responsable en caso, directa o indirectamente, de una insurrección, rebelión o revolución. El caso legal se vio en el Tribunal de Distrito de Estados Unidos, Distrito de Puerto Rico (Corte Federal de Puerto Rico). En éste, el juez Clemente Ruiz decidió a favor del demandante argumentando que las palabras rebelión e insurrección sólo se podían aplicar a casos en que hubiera ejército o generales en un campo de batalla. El juez asimismo hizo hincapié en que muchos de los que participaron en la acción habían sido luego capturados y acusados de crímenes comunes por las autoridades civiles. Prefirió utilizar el término motín como el mejor que explicaba los hechos y se definió la palabra como aplicable “la acción irregular o la conducta tumultuosa de tres o más personas reunidas para el propósito común de cometer un acto ilegal”. La compañía de seguro apeló y el caso se vio en el Tribunal de Apelaciones de los Estados Unidos del Primer Circuito de Boston. La evidencia presentada por los abogados defensores fue amplia. Lograron demostrar la existencia de largos meses de preparación, de una simultaneidad concertada en los ataques a los cuarteles de la policía y de una fuerza de cadetes que había recibido adiestramiento militar. Allí, el Juez Presidente decide correctamente luego de leer la evidencia, afirmó que una “insurrección dirigida a lograr el derrocamiento del gobierno constituido no es menos una insurrección porque sus posibilidades de éxito sean pocas…” “Y si la insurrección o la rebelión llega al punto en que logra su objetivo, es decir, el derrocamiento del viejo gobierno constituido y el establecimiento de uno nuevo que tome su lugar, entonces, el movimiento se verá dignificado retroactivamente, al caracterizarlo como una revolución.”[15]
Estos debates en cuanto al término que se debe utilizar demuestran que existen varios discursos en controversia que pretenden narrar lo que realmente ocurrió el 30 de octubre de 1950. Nosotros nos adentramos en este debate partiendo de las definiciones que nos ofrece el diccionario “online” de la Real Academia Española sobre revuelta y desorden; Eduardo González sobre “terrorismo”; y Jack A. Goldstone, autor de Revolutions: A Very Short Introduction, Revolution and Rebellion in the Early Modern World y Revolutions of the Late Twentieth Century, sobre “levantamiento”, “insurrección” y “revolución”.
Según Eduardo González la definición de terrorismo dista mucho de estar fijada de un modo satisfactorio, sin embargo, en su libro El laboratorio del miedo, el autor indica que el terrorismo no es una escuela filosófica, ni una ideología, ni una doctrina política, sino una estrategia de empleo de la violencia política que han utilizado y utilizan prácticamente todos los movimientos radicales del espectro político, sean de derecha o de izquierda. [16] A pesar de lo difícil que resulta definir dicho tipo de violencia, especialistas en el tema se han lanzado a la tarea, y han logrado identificar características que la distinguen de otros tipos de violencia. El autor comienza el libro con la siguiente definición:
“El terrorismo consiste en el empleo sistemático de un conjunto de técnicas diversas de una violencia extrema, sin límites ni leyes, que recurren a medios de alto valor simbólico, utilizadas por un grupo (en busca o en posesión del poder político como medio de presión sobre otro grupo o sobre la sociedad entera. Procedimiento de influencia del comportamiento humano, cuyo modo de acción principal pasa por la manipulación sicológica de sus víctimas, a través de la puesta en escena mediática de los atentados que organiza como actos ostentatorios de la perspectiva precisamente de su dramatización por los medios de comunicación de masas. Este procedimiento general está sujeto a variación epifenoménica en función del contexto circunstancia en el que se aplica. El resultado final es siempre la desorganización adaptativa del adversario y un abandono de la lucha. En una palabra, el terrorismo es un laboratorio del miedo.”[17]
Luego el autor expone diferentes definiciones que han dado algunos estudiosos sobre terrorismo. Por ejemplo, nos indica que, según Merlos, el terrorismo es “violencia premeditada y sistemática con una motivación política perpetrada contra objetivos no combatientes por grupos no estatales o agentes estatales clandestinos, con el propósito de influir en una audiencia y modificar su conducta.”[18] Otra característica del terrorismo, según Walter, es que el terrorismo destruye las convenciones de la guerra y el código político.[19] En este sentido, dicha violencia es de naturaleza indiscriminada, por tanto, se puede interpretar como una forma “ilegal e inmoral de guerra” ya que no respeta los códigos éticos-jurídicos, al atacar de forma indiscriminada a la población civil. Otra característica que destaca el autor de El Laboratorio del miedo del terrorismo moderno es su carácter clandestino justificado en el deseo de evitar una lucha abierta. Hacker, otro estudioso citado por González, destaca que el efecto psicológico resulta tanto o más importante que las reales consecuencias físicas del acto violento. “El miedo es la base conceptual del terrorismo, que se define como un método para inducir miedo a través de acciones violentas repetidas.”[20]
Sobre el término “revolución”, Jack A. Goldstone indica que para que un proceso político pueda catalogarse de esa manera necesita tener todas las siguientes características: 1) lograr el derrocamiento de un sistema de gobierno por otro, 2) lograr el apoyo y movilización de las masas, 3) búsqueda de justicia social, y 4) la creación de nuevas instituciones.[21] Este ha sido el caso de la Revolución Francesa, Haitiana, Rusa, China, Cubana y Sandinista, etc.
Dicho esto, les ofrezco unos datos sobre la planificación revolucionaria que inició Pedro Albizu Campos que nos ayudarán a la hora de ofrecer nuestra interpretación sobre qué término utilizar para describir lo que pasó el 30 de octubre de 1950.
Luego del regreso de Pedro Albizu Campos en diciembre de 1947 se reorganizó la parte militar del Partido Nacionalista bajo el liderazgo de Tomás López de Victoria. Éste tenía la difícil misión de organizar una revolución. El nacionalista Manuel Caballer nos presenta una idea de cuál era el plan que López de Victoria visualizaba para el movimiento revolucionario:
“El organizó un movimiento con una meta de crear de siete a ocho mil hombres y todos debían estar armados con la misma pistola 45, para poder intercambiarlas. Cada uno debería permanecer en silencio y teniendo la misión de estudiar a su compañero y prepararlo. En el movimiento de Tomás no se permitían el ron, ni el cigarrillo. Trabajábamos en movimientos celulares y el grupo se conocía en parte. La idea era tener siete mil hombres para poderlos lanzar a la revuelta con el menor derramamiento de sangre posible. Esa era la idea de López. Nos enseñaban cómo cortar comunicaciones, el teléfono, telégrafo, la luz y destruir puentes. Debíamos saber los nombres y las direcciones de todo el que tenía armas, especialmente de la policía, para tratar de quitárselas. Pero, dolorosamente, ellos crearon un aborto en ese movimiento.”[22]
Los líderes militares del Partido Nacionalista sabían de la imposibilidad de vencer al Imperio estadounidense en el campo de batalla. Edmidio Marín, combatiente de la Insurrección Nacionalista de 1950, nos comentó que los nacionalistas entendían que los nacionalistas no podían vencer militarmente a Estados Unidos, sin embargo, estaban convencidos de que, a través de un levantamiento armado, podían dar a conocer la situación colonial de Puerto Rico a las Naciones Unidas.[23] Mediante esta estrategia buscaban crearle una profunda crisis al régimen a nivel local e internacional con la idea desenmascarar al imperialismo en Puerto Rico y obligar al gobierno de los Estados Unidos a negociar y cumplir con los puntos aprobados en la Carta del Atlántico en 1941, y ratificados durante la creación de la Organización de Naciones Unidas en 1945, que apuntaban al fin de la colonización en el planeta. De este modo, los miembros del Partido Nacionalista esperaban derrocar el sistema colonial para establecer una asamblea constituyente que proclamara la República de Puerto Rico. Pensaban que así podían aniquilar un sistema social que consideraban inmoral, explotador e injusto y establecer instituciones realmente democráticas.
Estanislao Lugo, comandante nacionalista en Ponce, nos comentó que los comandantes nacionalistas no tenían una fecha fija para el comienzo de la lucha, pero los estudios realizados indicaban que se necesitaban varios años para preparar la revolución.[24] Según Juan Jaca Hernández, comandante de Arecibo, se pensaba que esta se podía escenificar en algún momento del 1952[25], año en que ocurriría la votación del referéndum para aprobar o rechazar la constitución del Estado libre Asociado.
El plan tuvo que ser adelantado como consecuencia de la rampante represión hacia los nacionalistas por parte de las autoridades coloniales y federales. Los nacionalistas se habían enterado que el gobierno preparaba hojas de allanamientos para registrar las residencias de los nacionalistas y efectuar sus arrestos. Ante el temor de ir presos sin poder luchar, deciden lanzarse a la revolución el 30 de octubre de 1950. El plan consistía en atacar los cuarteles de la policía a las 12 del mediodía para luego partir hacia las montañas de Utuado y resistir en dicho municipio hasta que las Naciones Unidas intervinieran en Puerto Rico. En el proceso esperaban recibir el apoyo del pueblo, pero no fue así.
Durante la insurrección los rebeldes tenían prohibido matar civiles, tal como recuerda Edmidio Marín.[26] También, tenían órdenes de evitar el derramamiento de sangre. Se decidió atacar de día porque no querían disparar a los guardias a traición, es decir, no querían atacar por la espalda, ni en la noche; la idea era que la policía pudiera defenderse, y de esta forma hacerle frente a un régimen al que consideraban despótico.[27]
Para lograr el apoyo del pueblo hicieron un tremendo esfuerzo por educar y movilizar a las masas. Eso explica la enorme cantidad de mítines que organizaba el Partido Nacionalista alrededor de toda la Isla. Pero no lograron triunfar en su empresa de aglutinarlas bajo la sombra del Partido Nacionalista.
Dicho todo lo anterior, considero que utilizar el término “revuelta”, definido como un desorden, agitación o disturbio que produce una alteración del orden público, invisibiliza el contenido revolucionario y de liberación nacional del acontecimiento y ese era precisamente el propósito del gobierno. Por eso la insistencia del régimen en presentar a los nacionalistas como “terroristas” con la intención de “demonizarlos”. Esta fue una estrategia de propaganda política y mediática que buscó evocar una emoción negativa hacia los nacionalistas. Nos parece erróneo nombrar a lo que aconteció el 30 de octubre de 1950 como un “acto terrorista” ya que la violencia nacionalista no cumple con los requisitos. Por ejemplo, la violencia nacionalista no tenía como fin crear miedo entre la población para alcanzar sus objetivos, no era una violencia indiscriminada que tenía como objetivo a no combatientes, no operaba de manera clandestina, y cumplía con los códigos ético-jurídicos de la guerra.
Basándonos en la receta de “ingredientes” que propone Goldstone, podemos afirmar que el colectivo nacionalista era un movimiento revolucionario movido por ideas de justicia social, que trató de obtener el apoyo de las masas, y derrocar el sistema colonial vigente para crear nuevas instituciones republicanas y democráticas; sin embargo, fracasaron en su intento. Golstone señala que los procesos revolucionarios que fracasan en llevar a cabo una revolución se les suele llamar “rebeliones”.[28] Dice que los “uprisings”, es decir, “levantamientos” y las “insurrecciones” son dos formas de rebelión popular. Los levantamientos son rebeliones que generalmente están desarmadas o pobremente armadas, mientras las insurrecciones involucran un cierto grado de instrucción y organización militar y el uso de armas y tácticas militares por los rebeldes.[29] A sabiendas que hubo instrucción y organización militar y que el propósito de los revolucionarios era transformar el orden político-económico y hacer de la Isla una República estamos de acuerdo con el Tribunal Apelativo de Boston, al describir como una “insurrección” lo que aconteció en Puerto Rico, entre el 30 de octubre y el 10 de noviembre de 1950.
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[1] Miñi Seijo Bruno, La Insurrección Nacionalista en Puerto Rico, 1950 (San Juan, Puerto Rico: Editorial Edil,1997). p.173.
[2] Entrevista a Estanislao Lugo
[3] Marisa Rosado, Pedro Albizu Campos, Las llamas de la aurora: Un acercamiento a su biografía, ( San Juan, Puerto Rico, 1998) p. 341.
[4] “Muñoz dice se logrará poner orden” , El Mundo, 1 de noviembre de 1950 p. 1.
[5] “Interior cree inneccesaria interveción”, El Mundo, 1 de noviembre de 1950 p. 10.
[6] “Muñoz pide pueblo esté alerta contra conspiración”, El Mundo , 31 de octubre de 1950, p. 1.
[7] Ibid. p. 24.
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10] “Interior cree inneccesaria interveción”, Op Cit.
[11] Ibid.
[12] Francisco Moscoso, Clases, Revolución y Libertad: Estudios sobre e Grito de Lares de 1868 ( San Juan, Puerto Rico, Editorial Edil, 2006), p. 95.
[13] Ibid., p. 96.
[14] Eduardo González Calleja, El laboratorio del miedo: Una historia general del terrorismo de los sicarios a AL Qa’ida, (Barcelona, España: Crítica, 2013), p. 36.
[15] Carmen Dolores Hernández, “Motín, levantamiento o insurrección: lo que pasó en Puerto Rico el 30 de octubre de 1950”, El Nuevo Día, Revista Domingo, 29 de octubre de 2000, p. 17-18.
[16] Eduardo González, Op. Cit., p. 26.
[17] Ibid., p. 5.
[18] Ibid., p. 39.
[19] Ibid., p. 37.
[20] Ibid., p. 43.
[21] Jack A. Goldstone, Revolutions: A Very Short Introduction (Oxford University Press, 2014), p. 9.
[22] Miñi Seijo Bruno, Op. Cit., p. 92.
[23] Entrevista a Edmidio Marín.
[24] Entrevista a Estanislao Lugo.
[25] Cándida Cotto, “Cuarenta años de la Insurrección nacionalista. Si tuviera que hacerlo otra vez, lo haría mil veces”, Claridad, 2 al 8 de noviembre de 1990, p. 26.
[26] Entrevista a Edmidio Marín
[27] Miñi Seijo Bruno, Op Cit., p.149.
[28] Jack A. Goldstone, Op Cit., p. 8.
[29] Ibid.