Roman J. Israel, Esq.: ética
Sin trabajo luego de que el jefe de su firma legal sufre un ataque cardíaco, Roman J. Israel (Denzel Washington) comienza a descubrir cosas. Era él único otro miembro de un bufete creado por su profesor de derecho que estaba dedicado a los derechos civiles y a defender a los indigentes. Durante muchos años, Israel ha estado trabajando en un expediente que cambiará cómo las leyes se practican y el sistema legal de California y tal vez de los Estados Unidos. Por eso vive solo y no tiene familia; es coleccionista de discos de vinilo y adora el jazz. Su vida, sin embargo, son las leyes, en las que no solo es genial sino que tiene una memoria prodigiosa para los casos y los resultados judiciales. El quebranto de la salud de su jefe le revela cosas que le cambian la vida.
La firma está en bancarrota y su jefe, que casi no le pagaba, ha dejado que una fuerte firma encabezada por George Pierce (Colin Farrell) se haga cargo de la oficina. Israel tiene que lanzarse a buscar trabajo luego de sus ejecutorias en la corte, en donde no ha estado por mucho tiempo por sus pobres relaciones interpersonales, y ha fallado miserablemente.
El guion de John Gilroy (quien también dirigió) da un giro hacia el thriller e Israel se involucra en una aventura que en una circunstancia viola la ética que debe practicar un abogado en relación con su cliente. Mientras tanto, Israel conoce a una mujer llamada Maya (Carmen Ejogo) que trabaja para un grupo que ayuda a los indigentes, a mujeres que han sido discriminadas y abusadas, y mujeres que esperan igual trato, particularmente en cuanto a paga en el trabajo. Aun con ese grupo Israel tiene problemas porque no logra controlar sus emociones y no ha tenido suficiente contacto con el mundo externo que ha ido cambiando sin él darse cuenta. Maya, sin embargo, conmovida por la situación del abogado y consciente de que quiere de verdad ayudar al prójimo y al desposeído, mantiene contacto con él y trata de ayudarlo.
Denzel Washington alcanza un nivel en este filme que sobrepasa por mucho algunas de sus actuaciones más recientes. Con un pequeño afro retro de los setenta y con relleno para hacerlo ver gordo y fofo, Washington es un compendio de situaciones en las que mete la pata, pero tiene un lado sentimental que revela su buena tendencia a ayudar a los que pertenecen a las partes más bajas de la ciudadanía. Su escena cuando conoce por primera vez a Maya vale la película, y sus cambios de estado anímico cuando comienza a tener un éxito que está manchado por una acción poco ética, son notables por su capacidad de convencernos de que él reconoce que durará poco.
El problema con la película es que el guion tiene demasiados baches y caminos truncos. El papel de la hija del supuesto socio de Israel en la situación en que este se encuentra, no está claro. Tampoco tiene mucho sentido qué Vernita (Lynda Gravatt), la jefa de su oficina, sabía sobre la situación de Israel. Ella parece tenerle cariño y es la que lo mantiene conectado con sus deberes. ¿Por qué no lo alertó sobre su situación? En una firma legal creada para socorrer a la gente, ¿qué clase de hombre era el profesor de Israel para dejarlo en la calle? George Pierce, el personaje de Colin Farrell, el nuevo jefe de nuestro héroe, es un misterio. A veces truculento hacia Israel, otras dispuesto a salir en su defensa, no estamos seguros de sus motivaciones ni de qué quiere de su nuevo empleado. ¿Por qué un hombre de la integridad de Israel no alerta a tiempo a Pierce de que no puede representar a un detenido porque se ha desarrollado una situación que violenta los preceptos de buena práctica de la abogacía?
Sin respuestas a estas preguntas, el filme es solo una película más. No que sea desastrosa ni que no pueda verse con cierto deleite. Pero ese goce reside solamente en Washington, quien es el que hace la cinta deleitable. Cómo se resuelve el problema ético me pareció predecible.
Lo que sí nos queda del guion, que es valioso e importante, es que el sistema judicial y legal en los Estados Unidos está viciado en contra de la gente de color y los pobres, y que los fiscales acusadores solo quieren hacer puntos encarcelando por tiempo exagerado a los que pertenecen a esos estratos sociales. Junto con la idea nefasta y neoliberal de tener prisiones “privatizadas”, el asqueroso asunto de querer tener más presos se ha convertido en otro escándalo nacional que enfatiza la avaricia del capitalismo norteamericano. Con el gobierno que rige a Washington, D.C. al momento solo queda esperar que cambie para ver si un gobierno demócrata tiene la voluntad de mejorar el sistema.