Santiago Carrillo, dos miradas a un personaje polémico y singular de la España moderna
Santiago Carrillo, el polémico dirigente histórico del Partido Comunista de España falleció el martes 18 de septiembre en Madrid a los 97 años. Por casi un siglo, Carrillo, quien se enroló en las filas revolucionarias desde muy joven, participó y protagonizó buena parte de la historia reciente de España. Su recuerdo y legado, sin duda se relacionan al fin de la dictadura franquista y al período de la transición a la democracia. Sus posiciones, propuestas y transacciones aún hoy son debatidas por los herederos de una tradición de izquierdas que es muy relevante al futuro de España y posiblemente de Europa.
Presentamos a continuación dos interpretaciones de la polémica obra política de Santiago Carrillo.
Lutero y el Papa al mismo tiempo
por Carlos Alonso Zaldívar
Algunos ya empezaban a dudar de que algún día ocurriera; pero ha ocurrido. Santiago Carrillo nos ha dejado. Entre aquellos que lo consideraban el diablo, los había temerosos de que Santiago resultara ser inmortal. Pero Carrillo no era el diablo, y lo acaba de demostrar permitiendo que los que tan mal le querían al fin descansen.
El nunca descansó en su vida en la que todo fue política y más política. Tanto es así que sospecho que eligió este momento para morirse porque jamás ha sido más acusado el contraste entre el tipo de político que encarnó Santiago Carrillo y los tipos de políticos que ahora más abundan. Así, muriéndose ahora, Carrillo pone en la balanza el peso de un hombre de Estado frente a la liviandad de los políticos actuales.
¿Qué tipo de político fue Santiago Carrillo? Todos los seres vivos tenemos una urgencia de ser y persistir; Spinoza llamó a eso connatus essendi. Lo específico del político es declarar que esa urgencia va más allá de sí mismo y que la proyecta en forma de lealtad sobre un colectivo más amplio, su grupo religioso, su partido, su nación, la humanidad u otras variantes. Decirlo es fácil pero probarlo suele resultar duro. Santiago Carrillo tuvo que hacer frente a esa prueba.
La historia es puñetera y en la Transición española llegó un momento en el que, para facilitar que España recuperara la libertad y la democracia, quien más había luchado contra la dictadura, el PCE, se vio impelido a aceptar que debía jugar en desventaja frente a otros. Cuando llegó ese momento Carrillo, cuyo capital político solo era su partido, puso por delante a España. Así mostró donde estaba su lealtad primera y se convirtió en un hombre de Estado.
Gracias a esta decisión -y a una o dos más de otros dirigentes- se resolvió el problema que planteaba la Transición. Al morir Franco, los españoles querían democracia pero tenían miedo a un nuevo golpe militar. ¿Qué hacer? La respuesta fue: hacer posible lo primero haciendo imposible lo segundo. Y los políticos del momento supieron hacerlo. Así ganaron un respeto ciudadano por encima de las preferencias partidistas. Ese es el respeto que Santiago Carrillo se merece camino de la tumba.
En brutal contraste, los ciudadanos opinan hoy que los políticos son uno de los principales problemas del país. ¿Qué ha ocurrido? Hay quien dice que los tiempos difíciles ya pasaron y que la política es ahora una actividad de gente normal y corriente. Y, en efecto, en los escaños y en otros decorados institucionales, ha ido ganando terreno el político efímero. Ya saben, efímero como los arcos triunfales que construían en Roma Bernini y Borromini para recibir a papas y altos dignatarios. Bellos artilugios de usar y tirar. Ahora bien, eso no explica todo porque la gente normal y corriente suele ser honrada mientras que la proporción de políticos envueltos en delitos económicos es hoy escandalosa.
Carrillo empezó a hacer política en la II República y no paró de hacerla hasta ayer mismo. Sin haber ascendido más alto que a su escaño de diputado, muere con un digno espacio en la historia de España. Pese a pasar tantos años en política, se va a la tumba con una honradez acrisolada. Nada de esto está al alcance de un político efímero.
En cuanto a decir que los tiempos difíciles ya pasaron, hoy suena a chiste de mal gusto. Otra cosa es que la generación de políticos posterior a la transición se encontró un mundo más cómodo y creyó que la política era asunto de dinero y publicidad. En realidad en esos tiempos en Europa y Estados Unidos se iba levantando una tormenta conservadora que desregulaba el mundo financiero. Mientras, en España, los nuevos políticos se dedicaban a buscar señas de identidad para legitimarse al margen de sus predecesores. Cuando aquí empezó a asomar la burbuja inmobiliaria, todos ellos solo vieron dinero y dinero. Hasta que empezaron a caer rayos y centellas. Entonces descubrimos que no teníamos refugio.
En los últimos veinte años en España se han hecho muchas cosas pero nada capaz de soportar la tormenta que tenemos encima, que es lo que hubiera que haber hecho. Hoy el horizonte está cubierto. ¿A dónde mirar? Si se trata de encontrar la salida, hay que mirar atrás. A los fundadores de nuestra democracia; a los Suárez, González, Carrillo, Pujol, Ardanza y muchos otros. Y no porque no cometieran errores, que todos lo hicieron, sino porque tuvieron un acierto, subordinar todo a dar al país lo que el país necesitaba.
En cuanto a aciertos y errores el balance de Carrillo es increíble. Reformó mil veces el pensamiento comunista, promoviendo la reconciliación nacional, impulsando las comisiones obreras, defendiendo el ingreso de España en el Mercado Común, rechazando la violencia de ETA, respaldando los movimientos estudiantiles, denunciando la intervención soviética en Checoslovaquia, insistiendo en la unidad de las fuerzas democráticas, e hizo todo eso desde la clandestinidad, mientras Franco todavía fusilaba. Muerto el dictador pero siendo todavía ilegal, volvió a España con una peluca jugándose la vida para dolor de cabeza de Martin Villa y para dejar claro que no se podría prescindir del PCE. Ya en la legalidad, supo hacer lo que pocos hicieron, respaldar al Rey y a Adolfo Suárez intuyendo con acierto que un día tendrían que bloquear una reacción violenta de los militares franquistas. Cuando el intento de golpe llegó, manteniéndose sentado en su escaño del Congreso, Carrillo salvó el honor de muchos, incluido el mío. En todo esto creo que acertó.
Al mismo tiempo en lo referente a “su” partido fue un contrarreformista. Se equivocó expulsando a Fernando Claudín, Jorge Semprún y Javier Pradera. Cuando años después Manuel Azcárate, Pilar Bravo, Julio Segura, Jaime Sartorius y quien esto escribe, le planteamos la necesidad de introducir ciertos cambios en el partido, creyó que queríamos desplazarlo y también nos expulsó. Así se abrió una hemorragia y creó tal confusión en el PCE, que el propio Carrillo terminó siendo expulsado. En todo eso se equivocó. Le había costado tanto crear aquel partido, que creyó que si no estaba en sus manos estaba en peligro. Y eso lo mató.
En lo que se refiere al PCE, Carrillo quiso ser Lutero y el Papa al mismo tiempo. No funcionó. El PCE de Santiago se deshizo, como los Beatles. ¡Qué pena! No ha vuelto a haber una banda mejor. Pero hay que reconocer que Santiago Carrillo compuso la mejor melodía política que se ha interpretado en este país desde hace siglos.
El autor es embajador de España, fue miembro de la dirección del PCE hasta 1981. Publicado en El País.
Santiago Carrillo. La muerte y la memoria.
por Alberto Arregui
Debo reconocer que sólo una vez en mi vida he celebrado la muerte de una persona; la del dictador. En general los individuos desempeñan un papel limitado en la historia y uno de los méritos del materialismo histórico es comprender que, salvo excepciones, son los procesos históricos quienes crean a los personajes y no al revés. Personalizar conduce a errores, sin embargo muchos personajes históricos son el símbolo de una época, o de una política.
Tampoco comparto la extendida costumbre de celebrar las supuestas virtudes de los recién fallecidos, por el mero hecho de que acaban de morir. Este parece ser el caso de Santiago Carrillo, hoy cubierto de alabanzas mientras busca a Caronte, con un cigarro en la boca en lugar del óbolo. No es difícil adivinar que tras esos panegíricos, lo que se está ensalzando es la política de Carrillo, de la dirección del PCE, y la del PSOE por tanto, en los años 70.
No participo del coro, más bien voy a desafinar: yo vinculo a Carrillo con el lado más oscuro y más nefasto de la historia de la izquierda en el Estado español. Es cierto que no todo es mérito suyo, sería un error garrafal utilizarlo de pim-pam-pum arrogándole la responsabilidad de lo que fueron decisiones compartidas por la mayoría aplastante de la dirección del Partido Comunista de España en la llamada Transición Democrática.
Don Santiago colaboró, con otros muchos, a descafeinar en todo lo posible las huellas del marxismo en el movimiento comunista. Su libro “Eurocomunismo y Estado” (*) es un compendio de la conversión del viejo partido vinculado al mal llamado “socialismo real” en partido socialdemócrata. Deudor de Bernstein, sustituye la lucha de clases por el adoctrinamiento, y el concepto marxista del Estado por el demócrata burgués. “El camino, dentro aún de esta sociedad, antes incluso de llegar al gobierno las fuerzas socialistas, es una acción enérgica e inteligente por la democratización del aparato del Estado. El punto de partida para ésta, reside precisamente en lograr que la ideología burguesa pierda la hegemonía sobre los aparatos ideológicos” (Eurocomunismo y Estado, pg. 67).
Su triunfo fue que, aunque abandonó el PCE, dejó sus ideas detrás y hoy las doctrinas socialdemócratas, acerca del Estado y rechazando el marxismo, expuestas en aquella obra (al tiempo que el PCE, bajo su dirección, la de Pasionaria y otros muchos, renunciaba formalmente al “leninismo”) son las que empapan la política de los dirigentes del PCE. Tanto es así que, incluso hoy, cuando su militancia joven comprende lo nefastos que fueron los pactos secretos con el gobierno franquista de la monarquía que desembocaron en la Constitución de 1978, el PCE, oficialmente, sigue alabando aquella dejación de las posiciones de la izquierda.
Sí, dejación era aplaudir a los grises cuando cargaban en las manifestaciones, aceptar la bandera “nacional”, la monarquía, la renuncia al derecho de autodeterminación de los pueblos…la conciliación de clases, el olvido de la memoria histórica en aras a una “reconciliación” unilateral, dejando hasta hoy los cadáveres en las cunetas, ninguna depuración de los cuerpos represivos y del ejército de la dictadura (pensemos en la UMD), los derechos intactos de la iglesia… Y, por supuesto, no sólo no se tocó el poder económico que había respaldado a Franco sino que se corrió en su ayuda con los Pactos de la Moncloa.
¡Qué poca memoria! Pero no era sólo el secretario general, fue la mayoría del Comité Central del PCE quien respaldó su pacto con Suárez en la Pascua de 1977 que supuso el abandono de ideas esenciales de la izquierda antifranquista. “En estos días, no en estos días, en estas horas puede decidirse si se va hacia la democracia o si se entra en una involución gravísima” (Don Santiago dixit). Ni un solo voto en contra en el Comité Central, sólo 11 abstenciones. Parapetados tras la bandera de los vencedores, se hicieron la foto de los vencidos, abandonaron cualquier lucha por un proceso constituyente como el que hoy piden, sin ir más lejos, los propios militantes del PCE e IU.
El mismo Carrillo diría después: “Suárez -y al fondo el Rey-, de un lado, y el PCE de otro, hemos sido artífices principales de la estabilidad del régimen democrático”. (Memorias de la Transición, pg. 56).
El PCE era un gran partido, y en la Transición, después de una lucha heroica de su militancia en la dictadura, quebró la espina dorsal de sus bases, obligando a una renuncia que se aceptó por disciplina, pero que redujo las bases del partido a cenizas. Que hoy el partido comunista sea sólo un pálido reflejo de lo que era en la transición, lo debe, en gran medida a la política de la dirección encabezada por Carrillo pero que, no olvidemos, estaba compuesta por otras gentes que apoyaron lo que él representaba.
En estos momentos, una generación de jóvenes se encuadra en el PCE y busca transformar la sociedad. Quienes nos consideramos comunistas sin partido, vemos en ese esfuerzo una esperanza. Pero me permito decirles una cosa: no será volviendo la cara e ignorando la política de abandono del marxismo, de pactos con la burguesía y con la monarquía llevadas a cabo por los dirigentes del partido que encabezaba Carrillo, como encontrarán el camino. La historia, se repetiría, entonces como tragedia, ahora sólo sería una patética farsa, que comienza elevando a los altares a los responsables de una sombra de claudicación que nos cubre todavía.
(*) En el libro “La izquierda y el Estado”, se hace un análisis detallado de las principales ideas de esta obra que, con las posturas de Marchais y Berlinguer, teorizó el giro de los partidos comunistas del sur de Europa, hacia la socialdemocracia.
El autor es miembro de la Presidencia Ejecutiva Federal de Izquierda Unida. Publicado en Rebelion.
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