Sobre Humboldt y sus muchos mundos
Yo había oído el nombre de Humboldt y hasta conocía algunas de sus celebres páginas cuando leí por vez primera El general en su laberinto (1989) de Gabriel García Márquez. Ahí aparece su nombre y ahí se le rinde un pequeño homenaje típico del maestro colombiano, homenaje paradójico pero, para mí, muy revelador. Vuelvo por ello a esta gran novela, específicamente a un episodio menor en la misma: sus soldados le cuentan a Bolívar del encuentro con un náufrago alemán que se hace pasar por botánico y astrónomo y quien dice haber visto hombres con patas de gallos. Su intención era “…capturar uno para exhibirlo por Europa en una jaula” (Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, Madrid, Mondadori, 1989, 103), intención que ya revela que es un farsante, un charlatán. El relato sigue: “el tudesco empezó a contar chistes indecentes sobre la pederastia vergonzante del barón Alexander von Humboldt” (103). Bolívar defiende a su amigo ante sus soldados: “Ya quisiera ese coño de su madre ser una hebra del cabello de Humboldt” (104). De inmediato, la voz narrativa nos relata detalles de los orígenes de la relación entre el Libertador y el gran científico:
Lo había conocido en sus años de París, cuando Humboldt regresaba de su viaje por los países equinocciales, y tanto como su inteligencia y su sabiduría lo sorprendió el esplendor de su belleza, como no había visto otra igual en una mujer. En cambio, lo que menos lo convenció de él fue su certidumbre de que las colonias españolas de América estaban maduras para la independencia. Lo había dicho así, sin un temblor en la voz, cuando a él no se le había ocurrido ni siquiera como una fantasía dominical. (104)
Este pasaje me impresionó fuertemente. Ya conocía el dato que afirmaba la voz narrativa: Humboldt había sembrado en Bolívar la idea de la independencia de América Latina. Los documentos bolivarianos así lo confirman. Pero lo que me inquietó fue la táctica que emplea García Márquez para introducir el tema de la homosexualidad de Humboldt. El náufrago se burla del sabio; Bolívar ataca al charlatán sin negar, al hacerlo, las preferencias sexuales de Humboldt, quien fue homosexual pero no pederasta. (Los términos se confundían en el XIX y, por desgracia, algunos insisten en confundirlos aún hoy). Pero el Libertador mismo recuerda y alaba la belleza del sabio alemán, que dice, supera la de cualquier mujer. El pasaje, que no deja de estar marcado por una visión prejuiciada de la homosexualidad, es complejo, paradójico y en él muchas cosas quedan sin resolver, por la brevedad del mismo, entre otras razones. Por todo ello me chocó.
También el pasaje me hizo pensar en el impacto que pudo haber tenido Humboldt en el mismo García Márquez. Hay pasajes de Cien años de soledad que rememoran las descripciones de la naturaleza que hace Humboldt en su recuento de sus viajes por los llanos venezolanos y por la Amazonía. Al leer al científico alemán no podía dejar de pensar en el novelista colombiano. Obviamente se puede decir que las coincidencias no son un caso de intertextualidad premeditada sino de coincidencia en la descripción de la misma maravillosa naturaleza. Pero otro pequeño y revelador incidente, la incorporación de Rebeca a la familia Buendía y la descripción de su hábito de comer tierra, me parecía sacado de unas páginas de Humboldt donde describe la misma costumbre en indígenas que conoce en su viaje. Estos, como Rebeca, cargaban con los huesos de sus antepasados a cuesta en talegas. ¿Mera coincidencia u otro homenaje de García Márquez a Humboldt?
La relación de los textos de Humboldt con los de García Márquez es tema que alguien tendrá que estudiar detenidamente, si no es que ya se ha hecho. Pero en el momento lo que importa es que esa lectura de El general en su laberinto me llevó a investigar algo más sobre la sexualidad de Humboldt. Efectivamente, los documentos de la época hablan de una secuela de jóvenes guapos, distinguidos, inteligentes y aficionados o dedicados a las ciencias quienes en el momento mantuvieron una relación íntima con él, relación que, con intenciones negativas, sirvió de base para burlas y ataques. Pero en sus cartas a esos mismos jóvenes hallamos evidencia sobre fuertes lazos afectivos. Es que, sin emplear un lenguaje directamente sexual, en esas cartas Humboldt les declara un amor que podríamos llamar platónico, amor que no deja de evidenciar, si se me permite el juego de palabras, rasgos “aristotélicos”.
En su nueva biografía del sabio alemán, The Invention of Nature: Alexander von Humboldt’s New World (New York, Alfred A. Knopf, 2015), Andrea Wulf, de manera precisa y objetiva, trata el tema cuando es pertinente. Aquí no hay chisme morboso sino información documentada sobre la vida del gran científico. Por ello, cuando Wulf describe el viaje de Humboldt por Sur América, específicamente por la región que más tarde se convertiría en Colombia y Ecuador, presenta en detalle datos de la relación entre este y Carlos de Montúfar (1780-1816), guapo criollo quiteño que más tarde será conocido como “El Caudillo”, quien será uno de los creadores de Ecuador y quien fue fusilado durante la guerra de independencia por los españoles. Montúfar viajó con Humboldt –Ecuador, Perú, México, Estados Unidos, Cuba, Francia– y su íntima amistad con él sirvió de base para ataques de parte de otros líderes independentistas, especialmente de parte del científico y revolucionario neogranadino Francisco José de Caldas (1768-1816).
«El aire de Quito está envenenado (…) se puede creer que el templo de Venus se ha mudado de Chipre a Quito». Así describe Caldas en una carta al gran botánico José Celestino Mutis (1732-1908), amigo y colaborador de Humboldt (Cartas de Caldas, Bogotá, Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1978, 169-170) el ambiente que se crea alrededor de Humboldt en esa ciudad. El ataque a Montúfar, a quien llama el Adonis de Humboldt, es violento y en él se empleaban términos ofensivos; Caldas llega a hablar de “jóvenes obscenos, disolutos” (170) que ciegan a Humboldt y se ensañan contra de Caldas. Quizás detrás de estas burlas y estos ataques se escondan resentimientos y celos por no haber sido preferido por el gran científico alemán para acompañarlo en sus viajes. Si los retratos de la época son fidedignos, parece ser que Humboldt prefirió que lo acompañara un guapo galán y no “El Sabio”, como se conocía a Caldas quien también fue fusilado por los españoles en la guerra de independencia. Jason Wilson, en la introducción a una selección del recuento de los viajes de Humboldt por América (Personal Narrative of a Journey to the Equinoctial Regions of the New Continent, Londres, Penguin Books, 1995) cita a Charles Minguet (No he tenido acceso a su texto, por eso cito a través de Wilson) quien dice que Humboldt destruyó parte del manuscrito de estos relatos de su viaje americano, un libro completo, para evitarse el escándalo sobre su relación con el adonis quiteño. Pero lo que nos importa ahora es que en el momento la relación de Humboldt con Montúfar sirvió de base para comentarios y ataques que hoy nos sirven para entender mejor la vida de estos dos hombres: el mundialmente respetado científico y el joven padre de la patria ecuatoriana.
Sin intenciones de escandalizar y con la objetividad que una historiadora de nuestros días debe emplear para tratar el tema, Wulf explora la relación de Humboldt con Montúfar y con otros jóvenes, especialmente con quienes compartían con él, entre otros gustos y preferencias, su amor por las ciencias. Su relación con el químico Joseph Louis Gay-Lussac (1778-1850) y con el científico y político François Arago (1786-1853), ambos franceses, son las mejores documentadas, pero no las únicas comentadas en el momento. (Dato revelador: Wilhelm, su hermano y famoso lingüista, le negó a Humboldt alojo en su casa en Londres cuando este fue a visitarlo con Arago.) Aclaro: Andrea Wulf no escribe una biografía gay de Humboldt sino que toca el tema cuando es necesario y lo hace con rigor, seriedad y objetividad. Son pocas las páginas, de las muchas que componen el libro, dedicadas al tema. Pero su tratamiento del mismo es muy distinto al de otros biógrafos de Humboldt que no lo tocan o definitivamente lo niegan. Por ejemplo, la primera biografía suya que leí, de Adolf Meyer-Abich y Cedric Hentschel, Alexander von Humboldt, 1769/1859 (Bonn, Inter Nationes, 1969), sencillamente ignoraba el tema de su sexualidad, tema que como demuestra Wulf, no es ni chisme ni dato descartable en la vida del gran científico.
Wulf nos ofrece un cuadro amplio de la vida, la labor y la repercusión científica y política de Humboldt. El libro está estructurado a partir de una seria y abarcadora investigación, aunque hay aspectos y momentos de la vida del sabio que se presentan de manera muy rápida y esquemática. Por ejemplo, el año que Humboldt pasó en México se reduce a menos de media página, a un breve párrafo, y su más corta visita a Cuba (tres meses primero, seis semanas más tarde), de tanta importancia para esta isla, se limita a algunas referencias a su Ensayo político de la isla de Cuba (1826), libro que apareció originalmente en francés, idioma en el que Humboldt escribió gran parte de su obra. Este libro marcó profundamente el movimiento abolicionista cubano y apuntó a las posibilidades de la independencia de la isla.
Esta falla es notable y curiosa ya que Wulf maneja el español y en la biografía de su libro aparecen diversos textos en nuestra lengua. Sin hacer una pesquisa bibliográfica detallada, sencillamente sacando libros de las estanterías de mi biblioteca, hallo algunos que podrían haber servido a Wulf para desarrollar el tema de Humboldt y México (José Luis Lara Valdés (coordinador), Bicentenario de Humboldt en Guanajuato (1803-2003), Guanajuato, Ediciones La Rana, 2003) y Humboldt y Cuba (Manuel Méndez Guerrero, Ruta cultural de Humboldt en Cuba, Madrid, Asociación Exterior XXI, 2009). También sorprende la falta de explicación precisa de los medios de los que se valió Humboldt para conseguir permiso de la corte española para su expedición científica de cinco años por los territorios americanos. Recordemos que entonces España no le abría las puertas de sus reinos de ultramar a extranjeros. Tampoco se explican los mecanismos que le sirvieron al científico para crear su primera fama internacional, aún antes de haber publicado sus libros. Estas ausencias, para mí, son fallas del libro de Wulf, pero a pesar de ello, creo que este no deja de ser de importancia y, por ello, no dejo de recomendar su lectura.
Uno de los rasgos más interesantes de esta biografía de Humboldt es la atención que la autora presta a la relación y el impacto que el científico tuvo en otros pensadores y políticos. A veces hasta detiene el curso de la narración de la vida de este para introducir capítulos donde se expone su relación política y científica con Bolívar, Thoreau o Darwin, por ejemplo. Por ello el libro termina con sendos capítulos donde se presenta el impacto de Humboldt en George Perkins Marsh, Ernst Haeckel y John Muir, activistas e investigadores posteriores a él que basaron sus ideas y luchas en su visión de la naturaleza. Estos avanzaron el proceso de concienciación sobre el desastre ecológico que la desforestación y el desarrollo industrial implican para el futuro de la humanidad. El impacto de Humboldt sobre estos activistas y sobre todos los interesados en la ecología ha sido inmenso. Vivimos hoy un momento cuando sus ideas son centrales e indispensables aunque no nos damos cuenta de ello. Wulf lo dice clara y concisamente:
Unlike Christopher Columbus or Isaac Newton, Humboldt did not discover a continent or a new law of physics. Humboldt was not known for a single fact or discovery but for his worldview. His vision of nature has passed into our consciousness as if by osmosis. It is almost as though his ideas have become so manifest that the man behind them has disappeared. (335)
Hoy Humboldt parece desaparecer y convertirse en un mero nombre, pero sus ideas están vivas y más vigentes que en su momento. Hay que recordar y recalcar que creó un acercamiento interdisciplinario para estudiar la naturaleza y, más que nada, que presentó una visión del cosmos que no dependía de deidad alguna. Sus posiciones fueron radicales y repercutieron en pensadores en muchos campos, no solo la ciencia. Humboldt, Darwin, Marx: he aquí una cadena imprescindible para entender nuestro mundo.
Las ideas de Humboldt también repercutieron en la poesía; sin él no se pueden entender plenamente a Walt Whitman, quien tenía siempre sobre su escritorio una copia de Cosmos, ni a Pablo Neruda, cuyo Canto general le debe mucho a su visión del esplendor de la naturaleza americana. Tampoco se puede entender sin él la pintura del siglo XIX con sus grandes paisajes en los que domina la visión de la naturaleza como manifestación de lo sublime, visión que tiene sus raíces en la prosa de Humboldt, especialmente en su descripción de los Andes. Por ejemplo, hay toda una escuela de pintura estadounidense que se inspira directamente en sus textos, como lo ha probado Katherine Emma Manthorne en su importante libro, Tropical Renaissance: North American Artists Exploring Latin America, 1839-1879 (Washington, Smithsonian Institution Press, 1989). Curiosamente Wulf no toca el tema del impacto de Humboldt en las artes visuales.
Botánica, geología, geografía, ecología, política, poesía, pintura, religión: todos esos campos, entre otros, fueron marcados por Humboldt. Por todo ello es que me importa tanto que estas grandes contribuciones a la culturas europea y americana las hiciera el “pederasta” de quien se burla el personaje pasajero de la novela de García Márquez y a quien el Bolívar de la misma defiende. Me importa mucho porque demuestra que Humboldt también marcó el campo de la liberación homosexual, aunque lo haya hecho indirectamente y sin tener intención ni conciencia de así hacerlo. Humboldt también es, a pesar de sí mismo y sin quererlo, un antecedente de la cultura gay, un proto gay, si se me permite el neologismo. No fue que postulara ideas ni conceptos que sirvieran para crear esa conciencia de un sexualidad minoritaria pero natural, sino que con su vida, libre y decidida, apuntó a esas ideas y a ese estilo de vida que un siglo tras su muerte cobraría forma. Cuando pienso en Humboldt me lo imagino como el Whitman de la ciencia.
Es que el mero hecho de que este gran científico fuera homosexual y que en su momento se supieran o se sospechara que así fuera, y se comentaran sus preferencias sexuales y que, a pesar de todo ello, se le respetara y se le admirara es un aporte a ese otro movimiento que también marca el siglo XX, como lo marca la defensa de la naturaleza en que tanto ha influido. Pensemos, en contraste, con la vida y la muerte de Alan Turing (1912-1954), científico homosexual de pleno siglo XX quien nos abrió el mundo de las computadoras y la inteligencia artificial y quien, con sus trabajos criptográficos, salvó indirectamente millones de vidas durante le Segunda Guerra Mundial. Como apunta uno de sus biógrafos: “…these colossal numbers of lives do convey a sense of the magnitude of Turing’s contribution” (Jack Copeland, Turing: Pioneer of the Information Age, Oxford, University of Oxford Press, 2012, 38). A pesar de sus contribuciones Turing fue asesinado o conducido al suicidio; su muerte es aún un misterio. Pero la misma, a pesar de ello, sirvepara hacer más evidente el gran logro de Humboldt: este vivió su vida como quiso a pesar de las burlas y los ataques de algunos, hizo sus grandes contribuciones, fue respetado por muchos, murió a los noventa años como un héroe de la ciencia. Es que, contrario a lo que muchos creen y como negación de las caricaturas que todavía circulan y se aceptan, un homosexual puede ser un científico, un gran científico, si tiene el talento necesario, y hasta puede llegar a verse como un ser que merece enaltecimiento y admiración por su trabajo, si este es de valor. Por ello Humboldt tiene todo nuestro respeto, toda nuestra admiración y todo nuestro agradecimiento.
¡Gracias por todo, don Alejandro! Usted, sin saberlo, nos justifica y nos valida.