Sodomitas en el Palacio de Santa Catalina (2)
El complicado terreno de las sexualidades alternativas: Sodomitas en el Palacio de Santa Catalina, 1670-16781
Segunda Parte
En la primera parte de este artículo relataba un incidente acaecido en 1670, en el cual tres soldados peninsulares destacados en La Fortaleza –Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria- son acusados de practicar habitualmente el acto de sodomía. La investigación criminal que se despliega en torno a un incidente en particular presenciado por la cocinera del Gobernador –la esclava Ana- teje una compleja red homo erótica que involucra de forma directa e indirecta a varios de los soldados españoles destacados en La Fortaleza. Más aún, tal pesquisa pone de relieve que los juegos homo eróticos entre soldados eran de dominio público y que hasta el Gobernador estaba enterado.
Los sucesos que toman lugar en el Palacio de Santa Catalina desvelan unas prácticas que son difíciles de explicar a partir de los discursos religiosos y jurídicos de la época. Como ha sido ampliamente documentado, las elites religiosas y políticas españolas promovían la construcción de identidades sexuales claramente vinculadas al matrimonio heterosexual y a la procreación de hijos legítimos. ¿Cómo explicar este desfase entre los discursos religiosos y jurídicos y las prácticas cotidianas de los soldados que cuidaban la casa del gobernador? Por otra parte, ¿cómo explicar la complicidad generalizada ante estas prácticas, la cual involucraban hasta los representantes principales del orden jurídico y religioso español en la Isla? ¿Cuál es el detonante que hace que lo que todo el mundo sabía privadamente saliera a la luz pública?
El entre juego de la sodomía y el patriarcado
Interesantemente, es el propio Pedro González quien reclama la atención de las autoridades cuando interpone una denuncia formal ante el gobernador en contra de la esclava Ana por difamación. Al descubrir que Ana había difundido su alegado acto de sodomía con Cristóbal a varios soldados y que ambos estaban en boca de todo el mundo, Pedro hace un despliegue de su privilegio como español y militar, y reta a la esclava Ana a que sostenga bajo juramento lo que había estado murmurando privadamente. Resulta evidente que la movida de Pedro de salvaguardar su honor y de tratar de imponer su autoridad como hombre, español y militar no rinde el fruto esperado. Al final de todo este complejo proceso, tanto Pedro González, como sus coacusados -Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria- fueron condenados por haber cometido el pecado nefando. Pedro es quien a la postre recibe la más dura de las penas; ocho años en las galeras de España a “remo forzado”, lo que equivalía a una sentencia de muerte dada las precarias circunstancias que prevalecían “las entrañas” de los navíos. Cristóbal de Fontanilla es condenado a tres años en las galeras y Francisco de Vitoria no llega a ser condenado porque se escapa de la cárcel de San Juan y no se vuelve a mencionar su nombre en el caso. Luego de años de apelaciones en los que en determinado momento mudan a los reos a la cárcel de la Casa de Contratación en Sevilla, en 1678 se absuelve a Cristóbal de Fontanilla y se le impone a Pedro una pena de 10 años en uno de los presidios de África, además de los ocho años que ya llevaba encarcelado.
El marcado contraste entre la seriedad de los cargos criminales así como la severidad de las penas impuestas -sobre todo en el caso de Pedro González- de una parte, y el silencio oficial de todos los que estaban enterados de la trama de intercambios homo eróticos, de otra, sugiere un grado de tolerancia y aceptación de estas dinámicas que resultan difíciles de explicar recurriendo a los discursos religiosos y legales dominantes de la época. En efecto, la autoridad militar superior encargada de impartir justicia en el caso en cuestión era el gobernador. Sin embargo, aunque estaba enterado de las alegaciones e inclusive había castigado privadamente a Pedro González, en ningún momento comienza una investigación formal hasta que es obligado públicamente a ello. Debido a que estaba implicado en el asunto, se ve precisado a inhibirse de conducir las averiguaciones y remite la causa al capitán Francisco Menéndez de Valdés, alcalde ordinario de la ciudad de San Juan. Igualmente, aunque la telaraña homo erótica era materia de discusión y murmuraciones en la esfera privada, nadie se siente obligado a denunciarla públicamente, como dictaba la ley. Quizás uno de los ejemplos más reveladores respecto a las actitudes de complicidad y silencio que rodeaban la susodicha red homo erótica es el que descubre el soldado Domingo Montenegro, quien es el único que se presenta a declarar por iniciativa propia una vez se abre la causa criminal y arrestan a los tres implicados.
Cuenta este joven soldado en su declaración que tres años antes mientras se hallaba de guardia en la casa del gobernador como a eso de la media noche se presentó Pedro González y se sentó a charlar con él como por espacio de hora y media. Luego de eso, lo invitó a cenar a su habitación. Una vez terminaron de ingerir los alimentos le manifiesta que por qué habría de irse a dormir abajo cuando podía quedarse en su habitación con él. Mientras le hacía esta proposición le introdujo una mano en la bragueta y con la otra le tocó la cara. Montenegro, asustado, sale corriendo de la habitación sin levantar ninguna conmoción. Como estaba sumamente escandalizado por lo que había sucedido acudió a confesarse. Interesantemente, el sacerdote que oye su confesión lo absuelve con la condición de que mantuviera silencio sobre lo acaecido.2 Es decir, que no sólo los soldados y vecinos estaban al tanto de lo que estaba ocurriendo, sino también los representantes políticos, militares y religiosos locales del orden colonial español, los cuales eran los responsables de hacer cumplir las leyes y la doctrina religiosa. No empece a esto, se unen a las redes de complicidad y silencio. ¿Cómo explicar esta marcada divergencia entre los discursos y las prácticas?
Cristian Berco, en su trabajo sobre la sodomía en España en la modernidad temprana señala la importancia de estudiar la sexualidad, no solo en términos de la construcción de identidades y subjetividades -lo que sin duda representa una dimensión importantísima de este asunto-, sino también en términos de la interacción entre la sexualidad y el orden social, y cómo ésta juega un papel primordial en la construcción de jerarquías en contextos materiales y culturales específicos.3 Según este autor, las complejas jerarquías de la sociedad española en esa época descansaban sobre un orden patriarcal. Éste era un contexto en el que desde su cúpula hasta sus niveles inferiores existían unas figuras masculinas que regían, y ante las cuales los “otros” conferían. En este sentido, el patriarcado del que habla Berco abarcaba más allá de la dominación de las mujeres por parte de los hombres; incluía, además, una organización social y política en la cual hombres con cierto grado de poder dominaban a los “otros”; es decir, a hombres en posiciones inferiores, y por supuesto, a mujeres y niños/as.4
Más allá aún, este autor sugiere un entrecruce importante entre la sodomía y el patriarcado, en el cual en lugar de ser fuerzas oposicionales, son campos que se refuerzan el uno al otro. Esto sucede así porque el patriarcado estaba predicado, de forma similar a como ocurre en el presente, en la devaluación de lo femenino como signo de lo débil y pasivo. Se trata de una performatividad de la virilidad, que de una parte, idealiza la penetración como señal de dominio masculino, mientras que de la otra, manifiesta un fuerte recelo ante la posibilidad de ser feminizada. Así, la parte activa en el acto de la sodomía se convierte en el que impone su voluntad masculina frente al feminizado objeto de su deseo. En este contexto, la penetración de un hombre a otro hombre se convierte en el máximo símbolo de virilidad; es decir, que la sodomía y el homo erotismo se transforman en herramientas para forjar jerarquías entre hombres.5
La telaraña homo erótica que se teje en el Palacio de Santa Catalina sugiere que el contexto material y cultural influencia de manera importante las formas en que se desplegaba la sexualidad de los involucrados. Para comenzar, las interacciones homo eróticas entre los soldados se dan en un entorno homo social y jerárquico como lo es la milicia. Se trata, en su mayoría, de soldados sin graduación. Por ejemplo, Pedro González era un hombre de más de cuarenta años que solo había alcanzado el rango de soldado raso. Dentro del escalafón formal de la institución se encontraba en los peldaños inferiores. Además, carecía de bienes de fortuna. Cuando se le confiscan sus propiedades al momento de ser arrestado como dictaba la ley, sus posesiones se limitaban a un número reducido de prendas de vestir, algunas de ellas bastante gastadas.6 No obstante, eso no quiere decir que no utilizara los recursos materiales y simbólicos a su disposición para labrarse una posición de dominio entre sus pares. La estrategia predilecta que despliega es la feminización del otro mediante el galanteo y el cortejo. Su objetivo principal era imponer su “masculinidad penetrativa”7 como signo de dominio sobre los otros soldados y empleados de la Fortaleza. Así, lo vemos dispensando golosinas y otros comestibles a otros soldados que su posición como despensero le garantizaba. Estos aceptan aceptaban sus obsequios sin reparos y entran en el juego homo erótico de buena gana.
Curiosamente, en el proceso de cortejo se da una tensión interesante. Mientras se desarrolla la conquista, el objeto del deseo mantiene cierto poder sobre su seductor que solo es rendido si el pretendiente logra su cometido. De ahí, que aunque la reputación de Pedro González fuese conocida por todos, en repetidas ocasiones varios soldados aceptaran sus regalos y accedieran a sus invitaciones a encontrarse a solas con él. Francisco Pérez, por ejemplo, disfrutó del galanteo y los favores de González por más de una semana.
Este pulseo podía desembocar en la rendición, como en el caso de Cristóbal de Fontanilla y Francisco de Vitoria, o en el estallido de la violencia, como en el caso de Diego de Arredondo Francisco de la Cruz. También existía la posibilidad de que el objeto del deseo huyera asustado, como le ocurrió al joven soldado Domingo de Montenegro. Esto, no obstante, equivalía a una victoria del seductor quien lograba que el otro se replegara derrotado.
Francisco de Vitoria y Cristóbal de Fontanilla eran soldados rasos y peninsulares como lo era Pedro González. La gran diferencia entre éstos y su seductor era su edad; ambos eran menores. Vitoria tenía 21 años y Fontanilla tenía 23.8 En efecto, la mayoría de los soldados perseguidos por González eran jóvenes menores de edad. Aunque dejarse penetrar por otro hombre equivalía dejarse vencer, eso no quiere decir que la posición de subyugado no conllevara ciertas ventajas, como por ejemplo, recibir la protección del vencedor.
Francisco de Vitoria, por ejemplo almorzaba y cenaba con González muy seguido. En una ocasión mientras se encontraba de guardia, le pidió permiso a su superior para ir a merendar. Como se tomó más tiempo del convenido, a su regreso su superior lo castigó golpeándolo con su daga. Tal parece que Pedro González estaba observando desde lo alto de la casa del gobernador porque inmediatamente bajó y le advirtió al superior que Vitoria gozaba de la confianza de su amo, refiriéndose al gobernador, y que aunque se tardase podía excusarle el castigo.9
De otra parte, existían otros de los implicados, como lo eran Diego de Arredondo y Francisco de la Cruz, que aunque jugaban el juego homo erótico se negaban a dejarse penetrar. Por el contrario, parecían estar en una competencia constante por imponerse a su seductor para que fuese este último el que terminara penetrado, aunque solo fuese simbólicamente. Como se mencionó anteriormente, Francisco de la Cruz acostumbraba a insultar a Pedro González públicamente llamándole puto y acusándolo de quererlo cabalgar.
Según Pete Sigal, el puto era un tipo de personaje queer concebido en el contexto hispánico de la modernidad temprana. Era un hombre que se percibía como afeminado y que se pensaba jugaba el papel pasivo en la penetración. Era justamente su afeminamiento público el que lo definía como puto, de suerte que se trataba mas bien de una identidad de género que de una identidad basada en una orientación sexual. Si bien es cierto que la noción de puto articulaba un tipo de identidad sexual, es importante recalcar que se trata de una diferente a la del homosexual moderno. La sexualidad del puto no era definida por el hecho de que tenía sexo con otros hombres, sino por la posición pasiva que ocupaba en la relación sexual.10
En ningún momento queda registrado en la documentación que Pedro González haya deseado dejarse penetrar. Por el contrario, consistentemente feminizaba a sus contrincantes tocándole la cara para intentar besarlos. De hecho, en un momento dado hay un soldado que le reclama el modo que tenía de tomarles las barbas a los hombres para forzarles el beso.11 Aunque que en las culturas mediterráneas la barba era un signo de masculinidad,12 el asirle las mismas para robarles un beso era una forma de socavar ese signo de virilidad. No obstante, al tildarlo de puto repetidamente, Francisco de la Cruz invierte los significados y coloca a Pedro en el lugar del penetrado. Obviamente, esta era una identidad que González no aceptaba y de ahí que se fueran a los golpes y pasaran a dirimir sus desacuerdos de forma violenta.
Otro tanto ocurría con Diego de Arredondo, cuyo episodio violento con González en la despensa de la Fortaleza constituye un ejemplo claro de cómo, aunque estaba dispuesto a jugar el juego homo erótico, no lo estaba a dejarse vencer. La escaramuza violenta en la que se ven involucrados en la repostería de la casa del gobernador puede leerse de varias maneras. Una posible explicación es la que efectivamente articula Arredondo quien testifica que González lo había atacado y él se había defendido aunque con dificultad por la debilidad que le había ocasionado una enfermedad reciente. Otro acercamiento, en este caso queer, podría leer el incidente que se registra entre ambos como un forcejeo producto de una competencia para ver quién era capaz de penetrar primero al otro. Según la evidencia disponible, tal medición de fuerzas no se completa por haber sido interrumpida por las cocineras de la Fortaleza y por el propio gobernador. A diferencia de Francisco de Vitoria y Cristóbal de Fontanilla, Diego de Arredondo era mayor de edad –contaba con unos 31 años- y gozaba de cierta distinción social. En su caso era mucho lo que tenía que perder de haberse dejado dominar por alguien que no lo igualaba socialmente.
Conclusión
La sodomía dentro de la estructura patriarcal en la que se desplegaban las relaciones masculinas en el entorno hispánico en la modernidad temprana no movilizaba los mismos significados que activaba cuando se utilizaba para marcar la diferencia del otro racial. En el caso de estos últimos, era aquello que evidenciaba una distancia infranqueable con lo español; el signo de una naturaleza degradada y de un salvajismo rampante. En contraste, cuando se trataba del entorno español, los juegos homo eróticos y la “masculinidad penetrativa” servían para afirmar el dominio de unos hombres sobre otros; se concebía como una estrategia para construir jerarquías masculinas. En tal contexto, la sodomía y el homo erotismo constituían una serie de prácticas toleradas y hasta cierto punto ignoradas, cuyo matiz particular provenía de las condiciones materiales y simbólicas en las cuales se desenvolvían los actores sociales. De ahí que personajes poderosos como lo eran el gobernador o los representantes de la Iglesia en la Isla se hicieran de la vista larga y no actuaran en torno a ellas hasta que fueron públicamente forzados a ello. Pudiese ser que lo consideraran como un mal hábito o una torpeza pero no como una falta que mereciera un castigo ejemplar.
Asimismo, los juegos homo eróticos del Palacio de Santa Catalina ponen en entredicho la dicotomía orden/ desorden con la que se identifican los espacios formales e institucionales coloniales en oposición a los espacios ambiguos y transgresivos en los que se desplazaban los racialmente ambiguos y los socialmente peligrosos. El orden y el desorden se hallaban diseminados a través de toda la fibra social colonial y era esta tensión lo que sostenía y a la misma vez socavaba el dominio colonial.
Irónicamente, es el propio Pedro González, en su ímpetu por imprimir su dominio sobre los “otros” que poblaban su entorno, el que abre la caja de pandora homo erótica. A pesar del ahínco con el que luchó para forjarse una posición de autoridad entre sus pares, termina vencido. Su destierro a un presidio en África lo transforma en un sujeto vil semejante a los esclavos provenientes de ese continente. Su lucha por dominar su entorno social particular lo lanza a las tierras de los “otros salvajes”, al ámbito de la degeneración y la atrocidad.
- Tomo prestado parte del título de Martin Nesvig, “The Complicated Terrain of Latin American Homosexuality”, Hispanic American Historical Review 81:3-4 (2001): 689-729. Agradezco a mi asistente de investigación Yamaira Muñiz, quien me ayudó con la transcripción del documento. De igual forma, agradezco al doctor José Cruz Arrigoita y al profesor Josué Caamaño por generosamente compartir con nosotras sus conocimientos paleográficos. [↩]
- Archivo General de Indias, Escribanía, 119C, Pleitos de Puerto Rico, 1675, El fiscal con Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria, soldados del Presidio de Puerto Rico sobre haber cometido pecado nefando. Fenecido en 1678. 1 pieza, folios 11, 11v. [↩]
- Cristian Berco, “Producing Patriarchy: Male Sodomy and Gender in Early Modern Spain”, The Journal of the History of Sexuality 17:3 (September 2008): 351-376. [↩]
- Berco, “Producing Patriarchy…”, p. 356. [↩]
- Berco, “Producing Patriarchy…”, p. 358. Autores como Martin Nesvig y Zeb Tortorici argumentan que mucha de la literatura sobre las sexualidades en América Latina ha sido impactada por el paradigma del hombre activo y la mujer pasiva, el cual ha sido importado al análisis de las relaciones homo eróticas, obscureciendo -a su juicio- las complejas dinámicas involucradas en las relaciones sexuales entre hombres. En el caso de la red homo erótica que estudia Tortorici en Morelia a principios del siglo 17, por ejemplo, los indígenas arrestados por cometer el pecado nefando explican sus relaciones en un lenguaje que evocaba la dicotomía pasivo/activo. No obstante, al analizar los distintos encuentros sexuales quedan registrados en los documentos, resulta evidente que una misma persona podía participar como pasivo en determinado momento y como activo en otro. En mi opinión, esta aguda observación no invalida el esquema propuesto por Berco dado a que en los procesos de forjar jerarquías masculinas un determinado individuo podría encontrarse en una posición de dominio/activo en un contexto en particular y en una posición de dominado/pasivo en otro. Véase, Martin Nesvig, “The Complicated Terrain of Latin American Homosexuality”, Hispanic American Historical Review 81:3-4 (2001) 689-729 y Zeb Tortorice, “Heran todos Putos’’: Sodomitical Subcultures and Disordered Desire in Early Colonial Mexico”, Ethnohistory, 54:1 (2007): 52-55. [↩]
- Archivo General de Indias, Escribanía, 119C, Pleitos de Puerto Rico, 1675, El fiscal con Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria, soldados del Presidio de Puerto Rico sobre haber cometido pecado nefando. Fenecido en 1678. 1 pieza, folio 10. [↩]
- Véase Berco, “Producing Patriarchy…”, p. 358. [↩]
- La mayoría de edad se alcazaba en el caso de los varones a los 25 años. [↩]
- Archivo General de Indias, Escribanía, 119C, Pleitos de Puerto Rico, 1675, El fiscal con Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria, soldados del Presidio de Puerto Rico sobre haber cometido pecado nefando. Fenecido en 1678. 1 pieza, folio 35. [↩]
- Peter Sigal, “(Homo)Sexual Desire and Masculine Power in Colonial Latin America: Notes Towards an Integrated Analysis,” en Pete Sigal (ed.). Infamous Desire: Male Homosexuality in Colonial Latin America. Chicago: University of Chicago Press, 2003. [↩]
- Archivo General de Indias, Escribanía, 119C, Pleitos de Puerto Rico, 1675, El fiscal con Pedro González, Cristóbal Fontanilla y Francisco de Vitoria, soldados del Presidio de Puerto Rico sobre haber cometido pecado nefando. Fenecido en 1678. 1 pieza, folio 7. [↩]
- Michael J. Horswell, “Barbudos, Afeminados and Sodomitas: Performing Masculinity in Premodern Spain,” en Michael J. Horswell, Decolonizing the Sodomite. Queer Tropes of Sexuality in Colonial Andean Culture. Austin, University of Texas Press, 2005, p. 41. [↩]