¿Una democracia normal?
Why would things happen as they do and history read as it does if inherent to existence was something called normalcy?
-Philip Roth. The Human Stain
Todos nos creemos tan normales. Nos levantamos en la mañana, desayunamos, quienes tenemos el privilegio de tener un empleo asalariado pasamos la mayor parte del día en el trabajo, viendo la tele o jugando en la Red los que no, almorzamos, cenamos, en la noche dormimos y al otro día, repetimos lo mismo. Muy normalitos todos. Los profesores investigando, leyendo, pedagogizando en nuestras muy normales disciplinas, definidas desde años luz, los estudiantes en lo mismo y pedagogizándose, los albañiles, pegando cemento, los médicos viedo a todos los pacientes que humanamente pueden y cobrándole a los seguros, los abogados acusando o defendiendo, los ingenieros de la limpieza, antes conocidos como conserjes o basureros, haciendo esfuerzos por recuperarnos un poco de espacio sanitario y los narcos vendiendo mucho y dando muchos viajes a depositar sus ganancias en los bancos, los banqueros gozando, los gobernantes gobernando fraudulenta y corruptamente. Todo muy normal. El único problema es que no es cierto, no todos hacemos lo mismo. Yo leo a Roth y escucho a Brendel tocar el maravilloso Impromptu en sol bemol mayor, cuando no doy clases o estudio, me encantan los aguacates y los comparto junto con los chismes diarios de los medios con mis colegas al almuerzo –ya no sabemos ni qué haremos cuando a Jorge se le acaben los aguacates. Otros, tan buenos profesores como los demás, jamás comerían un aguacate ni comparten en la cocina de COPU. Algunas personas ven la novela diaria en la tele, otros los noticieros, la mayoría se “entretienen” con La Comay, otros van al gimnasio, otros se mueren de una sobredosis o de 15 balazos en el medio del expreso. Unos somos heterosexuales, otros homosexuales, unos religiosos de alguna de las múltiples ofertas: crisitanas, islámicas, judías, o New Age, otros somos ateos. A unos nos fascina la política, otros la detestan. Unos estamos seguros de que tenemos la verdad agarrada por el rabo, como decía mi abuela y otros andamos muy complacidos y orgullosos, complicándonos la vida con las dudas eternas. De todos, ¿quiénes somos los normales?Mi DRAE me define normal, del latín normalis como: 1. un adjetivo, Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural. 2. Que sirve de norma o regla. 3. Dicho de una cosa: Que por su naturaleza, forma o magnitud se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano y otras definiciones, alguna pertinente a la geometría, por ejemplo. ¿Fácil, verdad? Pues ni tanto, pues aunque si sólo nos atenemos a los ejemplos de lo normal-puertorriqueño anotadas arriba y que en ningún sentido supongo exhaustivas, y tratáramos de aplicarle a todos este rasero del DRAE, pues veríamos qué tremendo lío se nos forma.
Dejo la discusión sobre lo que es normal o no, pero sí digo que si lo que vemos a diario en Puerto Rico es normal en un país que se supone, según su norma constitucional, que sea un país democrático, pues creo que se confirma la frase de Roth del epígrafe. Veamos.
Dice nuestra Constitución en su Preámbulo que: “Nosotros, el pueblo de Puerto Rico, a fin de organizarnos políticamente sobre una base plenamente democrática, promover el bienestar general y asegurar para nosotros y nuestra posteridad el goce cabal de los derechos humanos . . . . establecemos esta Constitución para el Estado Libre Asociado”. Más adelante insiste el Preámbulo en declarar “Que el sistema democrático es fundamental para la vida de la comunidad puertorriqueña” y que se entiende por sistema democrático “aquél donde la voluntad del pueblo es fuente del poder público, donde el orden político está subordinado a los derechos del hombre y donde se asegura la libre participación del ciudadano en las decisiones colectivas”. A través del documento pasan a establecer las normas que deben sostener esta “base plenamente democrática” de nuestra convivencia. No está demás darle una revisadita al documento de cuando en cuando, dado lo normalita que es nuestra convivencia. ¿Será de veras democrática? ¿Vivimos de veras, conforme a las normas que dicta nuestra Constitución que deberán ser normales en PR? ¿En un país donde recientemente la legislatura aprobó una ley con pena de cárcel que le impide a los ciudadanos la expresión participativa? Ciertamente, el concepto de democracia es polivante, histórico, cambiante. Desde los tiempos de Pericles a los de la Magna Carta, la Revolución Francesa, las independencias americanas, hasta digamos en el caso nuestro, a los de Betances, Muñoz Marín, Concepción de Gracia o Luis Ferré, por no acercanos al presente tan precario, ha habido muchas continuidades y muchas rupturas. Pero no hay duda de que si las rupturas son demasiadas, también hay ruptura del concepto.
No es momento ni tengo espacio para enumerar todas las formas en que se me hace que violamos estas normas día a día. Ya los medios, si bien sin mucho análisis salvo muy honrosas excepciones, se encargan de hacernos conocer día tras día de las masacres, las prostituciones de toda índole, las epidemias que se silencian, de los Zalduondos, los más de $20.2 millones a Dennis Medina que desgraciadamente no es el único beneficiario del PNP, los contratos a legisladores y sus familiares para supervisar obras como ingenieros cuando no tienen la licencia necesaria para ello, o para asesorar en quién sabe qué asuntos, todos merecedores de fabulosos salarios. Este asunto de los contratos ha llegado al nivel en que la excontralora Ileana Colón Carlo, ha dicho que “Los contratos en este gobierno se han prostituído. El servicio público está desmoralizado”. (Primera Hora, 9/10/12, p. 4) Y mientras el gobierno llena de millones las cuentas de banco de sus compinches, los servicios básicos a la población como educación, salud, vivienda, infraestructura adecuada, están descalabrados. Del fraude con el famoso por ciento fijo a la UPR no quiero ni hablar. El fraude electoral prima al nivel de que, como de costumbre, hasta los muertos votan y ahora los enfermos mentales y pacientes de Alzheimer también. Hay 17,000 papeletas electorales en la calle sin supervisión ni control, lo cual Benjamín Torres Gotay llama con sobrada razón un “Cuento de horror para el mes de las brujas”. (El Nuevo Día, 7/10/12, p. 18) Según una encuesta hecha por El Nuevo Día, el 72% de los encuestados teme al gobierno compartido, prefiere un solo partido en el poder. (9/10/12, p. 8) No deberían preocuparse, pues nuestra ley electoral desde hace décadas asegura que el poder se distribuirá entre los dos partidos de mayorías, que las minorías no tengan representación legislativa y si acaso que sea mínima. ¿Cuándo tendremos un sistema con representación proporcional? Mientras los ciudadanos no entiendan que la fiscalización y la crítica son necesarias, que el debate de diferendos es importante, nunca.
Comentaba con mis estudiantes el otro día una frase de un político que escuché en la tele quien decía que la educación transforma las sociedades. Pienso que eso tan así, tan directito, no es cierto. Si no creyésemos que las personas pueden transformarse a través de la educación pues no sé por qué algunos normales puertorriqueños nos dedicamos a la pedagogía. Pero subrayo lo del “pueden”, pues no siempre resulta así, ni mucho menos que se transformen como los profesores soñamos. Depende de quién le enseña, qué cosas se les enseña, cuáles aprenden, cuáles no y muchos otras dependeduras. Lo que sí es que a las sociedades las transforma la acción política. De ahí las luchas por el poder. Transformadoras son esas luchas y transformadoras las acciones de los que alcanzan algún poder, sean educados o no. Entre muchas otras normas que se deben guardar para que el gobierno pueda ser de alguna forma democrático, dos fundamentales son la honradez y limpieza del proceso electoral y la expresión libre y acceso al poder de las múltiples posturas, ideas, conciencias, ideologías que sean cónsonas con el proyecto democrático. Libre participación, multiplicidad de posturas, inclusividad, respeto a las diferencias. Desde allí es que se construye la democracia. Desgraciadamente en nuestro país tan normalito ninguna de las dos se cumplen. Corrupto y fraudulento el proceso electoral y un autoritarismo y chavacanería rampantes que conduce a la mayoría de una población encuestada a preferir lo homogéneo a lo diverso. Muchos creen que es más fácil dejar que otros hagan y no quejarse ni criticar pues dicen que al fin y al cabo todos son iguales. Pues no, no es así. Desde hace tiempo sabemos que unos son más iguales que otros, que prevalecen los discrímenes, que no somos inclusivos, que fiscalizar da mucho trabajo.
Deberíamos no solo enseñar los principios constitucionales nacionales desde los grados primarios, sino también cuáles son las normas indispensables para que esos principios se puedan convertir en estilo de vida. Fundamentalmente el respeto a los derechos humanos, a la diversidad, a la participación crítica e ideológicamente heterogénea, participación día a día. Sí, la educación es importante, pero para que sirva de basamento a la acción política, a la participación, al respeto a las alianzas, los consensos, entre la multiplicidad de posturas que nos caracterizan. La participación electoral es importante, pero para que tenga sentido democrático tiene que ser basada no en la imagen bonita televisada, no en la frase pegajosa y retórica, sino en el conocimiento, en las otras formas de participación necesarias que le deben anteceder.
¿Será posible lograr que la democracia se pueda vivir algún día en Puerto Rico o será que nuestra mancha humana, el human stain de Roth, es insuperable?