#UniversidadSensible
En esta ocasión, tampoco mi columna se trata del análisis sobre filmes profundos, ni de historias surrealistas: es momento de reflexionar sobre el aprendizaje arraigado al proceso intenso que estamos viviendo, en tiempo real. Precisamente, desde la perspectiva del aprendizaje y desde el prisma universitario, hoy quisiera presentarles algunos puntos importantes que quizás pudieran aportar a aquellos que, como este servidor, se encuentran ofreciendo sus cursos desde otro escenario. Sabemos que ha sido complejo, no lo neguemos: mis respetos para todos. Como si la función no debiese continuar.
En primer lugar, a los académicos nos resultaría muy bien comenzar a utilizar “la mente dirigida a la síntesis” propuesta por Howard Gardner. Es hora de comenzar a priorizar. ¿Qué me parece pertinente y fundamental para mis cursos? ¿De qué manera puedo hacer que mis estudiantes puedan obtener el conocimiento preciso, ante esta nueva realidad? ¿Qué recursos -audiovisuales, digitalizados, fotografiados- pueden servir para aportar, más allá de una discusión formal del curso o de un ensayo?, son algunas de las preguntas que pueden formar parte de nuestro plan de trabajo.
Segundo, creo conveniente que nos inspiremos en el “sfumato” de da Vinci, propuesto por Michael J. Gelb. El proceso de “abrazar la ambigüedad, la paradoja y la incertidumbre”, como propone el autor, nos permitirá entender los vaivenes de la vida y, a su vez, contemplaremos este nuevo proceso desde la novedad y la apertura, día a día: apertura con nuestros estudiantes, pero también con nosotros. Si ahora nos toma más tiempo preparar una clase ante nuevos estresores, debemos aceptarlo con naturalidad y desde la compasión. Vivir la vida en segmentos diarios, trabajar las clases por semana, puede resultar muy útil.
Debemos auscultar el término “electracy”, de Gregory Ulmer, y entender que algunos parten de la alfabetización, mientras otros, están más vinculados al nuevo conectar del espacio digital. Queremos aplicar el término “inteligencias múltiples” y ser muy comprensivos con el estudiantado desde esta perspectiva –incluso a nivel de los directivos del contexto universitario, en sus diversas estructuras jerárquicas–, pero se nos olvida que cada profesor tiene también su relación particular con la tecnología y que cada cerebro es distinto en la forma de aprender – o enseñar–, con sus particularidades. Si el cambio en cualquier ámbito, a nivel cerebral, toma más de 21 días, no pretendamos cambiar todo un sistema de aprendizaje en unas semanas: los profesores también somos el binomio Maestro-Aprendiz.
De otra parte, sería idóneo evitar correos excesivos al profesorado, al igual que al estudiantado. Tratemos de evitar los correos titulados como “urgente”, cuando la única urgencia en este momento es detener lo que ya todos sabemos y preservar la vida. Menos, promovamos visiones fatalistas, en la medida que podamos, y esto incluye a las plataformas de las Universidades: incluso lo continuamos haciendo, con algo tan simple, pero tan importante en el mundo de las comunicaciones, como lo es un título de un escrito o de una actividad. Desde transformar un título negativo en positivo o evitar ciertos temas que resulten controversiales para el momento en que vivimos, todo puede aportar.
Otorguémosle el espacio a los académicos del país para que puedan ir encaminando sus cursos, sin dejar de estar presentes; sin cargarlos demasiado. Y si algún día regresamos a ese lugar tan preciado llamado aula o salón de clases, valoremos a ese ser que se encuentra compartiendo su conocimiento: hablamos de un profesional que se ha preparado por años. Se trata de un recurso que ha trabajado incansablemente en la creación de publicaciones y se ha mantenido activo a través de formaciones continuas. Todo ello, desde ese color particular que solo conocemos aquellos que amamos la enseñanza.
Si algún día regresamos al salón universitario, que dicho espacio tenga los recursos que cada estudiante y profesor merecen: ventilación suficiente, pizarras con marcadores, espacio considerable y carente de ruidos, más allá de visiones futuristas que, aunque tienen relevancia para la actualización del conocimiento, están muy distantes de la Pirámide de Maslow actual. Que se promueva un ambiente óptimo para el aprendizaje y con las condiciones físicas propicias para efectuarlo, es vital.
A los estudiantes que aún no han valorado el proceso o al recurso que se prepara para llevarles un conocimiento vigente, desde la sensibilidad, recuerden este momento que nos permite apreciar lo que es sagrado: el don del conocimiento, ese que proviene de lo Alto y se cristaliza en verdades, desde el calor humano.
Por todo lo antes expuesto, propongo el hashtag #UniversidadSensible. No sé cuántos presidentes o directivos quieran inspirarse en este humilde hashtag que propongo en el título de esta columna, como lo hicieron maravillosamente la prensa o los artistas locales al unirse con su propio numeral. Con mi # y mi conciencia, ya es suficiente: invitados, todos aquellos que me quieran acompañar.
Hoy no somos ni #Globales, ni #Interesantes. Ni tintoreras, ni búhos, ni gallos. Somos una sola fuente que mantiene vivo al intelecto. La invitación es sencilla: seamos sensibles con el estudiantado.
De igual manera, seamos sensibles con quienes confeccionan ese binomio arte/ciencia que ninguna camarita o plataforma de aprendizaje podrá superar.