Afroboricua
Cuando a principios del siglo XXI Tego Calderón dice, en su “Loíza” (El abayarde 2002), “todos con Vieques y ¿mi pueblo negro no padece? ¿o es que tú crees que se lo merece?” acentúa la crítica hacia el discrimen racial en Puerto Rico al colocar las reivindicaciones raciales al margen de las principales luchas políticas en el país. Para que quede claro anticipa la anterior pregunta con la siguiente frase: “Nunca he oído a Rubén Berríos abogar por los míos, por eso en ninguno confío”. Calderón, por un lado, reconoce al líder independentista como una figura política y social importante, por otro la usa para ejemplificar que ni siquiera los políticos que más claman por justicia social han atendido los reclamos de la comunidad negra y mulata en Puerto Rico. Al menos así lo siente el intérprete de hip-hop y reaggaetón más identificado racialmente por sus letras y por su imagen artística. Este “abayarde” saltó en el mundo disquero con una grabación cuya combinación sonora y rítmica acentuaba la conexión africana del hip-hop y el reggaetón y luciendo un afro, típico de los años sesenta y setenta.
El rapero, quien entonces alegaba haber esperado diez años por la salida de éste, su primer disco, apunta a la existencia de un diferencia social determinada por el origen racial de los individuos. Su reclamo replantea los asuntos raciales en una sociedad que aparentemente insiste en negarlos. Pocos años antes, al reinstalarse la identificación racial en el censo, menos del 15 por ciento de la población se identificaba como negra o mulata, mientras que la totalidad de los analistas y comentaristas al respecto desmienten que esa sea la proporción racial en la isla. Independientemente de la multiplicidad de argumentos que intenten explicar a qué se debe tal fenómeno (refiérase a los escritos de Jorge Duany, entre otros ), lo que queda claro es que prevalece una doble vara en el país: se ven más negros de los que admiten serlo o se (les) identifican como tales según los datos censales. Se pudiera concluir que prevalece el pensamiento ya apuntado en el siglo dieciocho por Íñigo Abbad y Lasierra de que “no hay cosa más afrentosa en esta isla que el ser negro o descendiente de ellos” (Historia geográfica, civil y natural de San Juan Bautista de Puerto Rico, Doce Calles, 495).
“Loíza” es un genuino documento sobre cómo el discrimen aún opera en la educación, el sistema de justicia, pero sobre todo en la falsedad de la prédica cultural dominante de la trilogía social. Ante la permanencia del discrimen, Calderón termina afirmando el orgullo por su diferencia: “Yo soy Niche, orgulloso de mis raíces, de tener bemba y grandes narices”. Diferencia que paradójicamente asocia con viejos estereotipos de goce: “Ni sufriendo dejamos de ser felices, por eso es que Papa Dios nos bendice”. Este reclamo de un goce particular, diferente, exclusivo, funciona como herramienta de contraataque y de fortaleza para su orgullo racial: es su manera de resistir el discrimen. Su discurso no reclama borrar la diferencia sino establecer la justicia social.
Tan reciente como la actual huelga estudiantil en el Recinto de Río Piedras la historia de esta diferencia tuvo otro encuentro, a modo de lucha libre, cuando la agencia de seguridad Capitol Security reclutó a jóvenes de Villa Cañona en Loíza para enfrentarlos a los estudiantes huelguistas. Era como si alguna conciencia cínica quisiera enfrentar esos niches, cuyas experiencias de discrimen denuncia Tego, con los luchadores identificables con la tradición del dirigente pipiolo. Más allá del conocido desenlace, dramatizado con el abrazo de uno de los dirigentes estudiantiles —Giovanni Roberto— y algunos de los empleados por Capitol, el mero suceso provoca la reflexión sobre “Loíza” y los discursos raciales en Puerto Rico.
Es en este contexto que deseo hablar de The Afro-Latin@ Reader. History and Culture in the United States (Duke University Press 2010), editado por Miriam Jiménez Román y Juan Flores.
Mucho se puede decir sobre las diferencias en torno al discrimen racial en Estados Unidos y Puerto Rico, y habrá quien piense que entonces esta reunión de ensayos no necesariamente contribuya a comprender la contradicción en la que quiero situarlo. Sería así sólo si se insiste en ajustar mecánicamente unas experiencias a otras, los parámetros que generan unos discursos sin considerar las diferencias históricas del discrimen racial, que bien reconocen los ensayistas aquí reunidos. En este sentido resulta muy revelador el testimonio del sociólogo Eduardo Bonilla-Silva, en uno de los ensayos de esta antología, el impacto de su experiencia como estudiante y profesional en Estados Unidos le ha sido vital para comprender su propia experiencia familiar en la isla. Según sus palabras: “it was the ‘shock therapy’ of navigating the in-your-face racial order of the United States that led me to wake up and accept my Blackness” (450) … y dejar de ser “un negrito acomplejao”, como le dijera su padre cuando Bonilla-Silva comenzara sus escritos de temática racial. Como él mismo concluye, su ensayo y esta colección deben contribuir al desarrollo de la conciencia afrolatina para pasar del nivel “raza en sí” (“race in itself”) a “raza para sí” (“race for itself”).
En mi intento por participar en dicho desarrollo quisiera comenzar con unas palabras sobre el gentilicio afro para nombrar la diferencia racial. Solo muy recientemente se ha comenzado a usar este prefijo para nombrar a los afrodescendientes en Puerto Rico. Debo destacar el libro de Ángel Ortiz García, Afropuertorriqueño(a) (Edil 2006) muy poco conocido y discutido en el país. El término, es muy rara vez articulado por estudiosos del tema racial en Puerto Rico, quizá un poco siguiendo a Luis Palés Matos, quien insistió en nombrar su poesía como caribeña, rehuyendo las estrictas asociaciones con el prefijo afro. De hecho, el término afroamericano en Estados Unidos no fue generalizado hasta entrada la década de los ochentas, si mal no recuerdo. Este prefijo se usa precisamente para nombrar una diferencia dentro de una colectividad o identidad —la americana— como otros ya asumidos asiático-americano, nativo-americano.
No obstante, la denominación como “latino” para toda la comunidad de migrantes procedente de América Latina ha sido objeto de críticas y reacciones de todo tipo. Como suele suceder en asuntos de las identidades étnicas, muchas veces la nominación proviene no de la propia comunidad sino de otras comunidades. Por ejemplo, fueron los franceses quienes generalizaron el nombre de América Latina para diferenciar los países y territorios americanos al sur del Río Bravo. Igualmente, la identificación como “latino” ha sido una generalización para agrupar los migrantes de estos territorios sin considerar el origen étnico o racial de los mismos: latinos son nombrados los argentinos y uruguayos descendientes de inmigrantes italianos y judíos así como los guatemaltecos y demás centroamericanos descendientes mestizos de colonizadores españoles y de mayas, aztecas y demás culturas “autóctonas”. En el fondo, al nombrarlos a todos latinos se homogeniza las diferencias raciales y étnicas del continente y se crea la ilusión de que la experiencia migratoria ha sido igual para todos.
Este es el principal valor de The Afro-Latin@ Reader pues mediante una amplísima colección de escritos y algunas fotografías ilustra y documenta la diferencia de la experiencia y de la migración afrodescendiente de los “latinos” en los Estados Unidos. Además, interconecta las identidades y experiencias de estos migrantes o “negros hispanos” con la de los afroamericanos: identidades “generalmente pensadas como distintas la una de la otra y mutuamente excluyentes: o se es negro o latino”, según presenta la Introducción.
Y para trazar esta experiencia, The Afro-Latin@ Reader reúne ensayos que documentan la historia de los afrodescendientes traídos por la colonización española y francesa desde sus primeros pasos en el siglo XVI. De hecho fueron los españoles los primeros en traer esclavos africanos a lo que es hoy territorio estadounidense. El primero y más notorio Esteban o Estebanico, quien fuera uno de los cuatro sobrevivientes, junto a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, de la expedición a la Florida capitaneada por Pánfilo de Narváez en 1527. Esta abarcadora documentación incluye escritos de y sobre las diferentes épocas y ángulos de la experiencia afrolatina en el territorio estadounidense, incluyendo un ensayo sobre Lucecita Benítez, por Yeidy Rivero. Asimismo, incluye textos publicados por primera vez como una rica recopilación de ensayos y capítulos publicados con anterioridad, lo que le da al libro una riqueza analítica y documental incomparable. De este modo, no sólo es un excelente manual para la enseñanza en currículos de estudios latinos y latinoamericanos sino un texto imprescindible para la comprensión de la experiencia de la diferencia afro en la cultura latina en general y estadounidense en particular.
Con gran justeza incluye una sección dedicada a Arturo Alfonso Schomburg, pionero en los estudios sobre la cultura y la historia afroamericana, pero cuyos escritos no son tan ampliamente divulgados. Asimismo, para mi goce y el de los gozosos de la música popular, tiene secciones dedicada a las “raíces de la salsa” y al “hip-hop zone”; además de artículos sobre músicos y artistas afrolatinos en casi todas las secciones del libro. Lleno de “vivencias de afrolatinidades” y de ensayos comprensivos y analíticos, en este libro se puede conocer sobre la experiencia afro-latina en las formaciones de las primeras comunidades latinas en el este de Estados Unidos, su presencia en el medio y el oeste y sobre todo su interacción con la cultura y las comunidades afroamericanas. El ensayo de Jairo Moreno sobre la importancia de Mario Bauzá y Chano Pozo para el be-bop de Dizzie Gillespie no sólo refiere magistralmente la integración musical que dio vida al jazz sino también de las diferencias que dichos músicos lograron superar para crear su música. Cab Calloway, por ejemplo, llamaba a Bauzá indio, porque no reconocía en él la misma etnicidad ni la misma experiencia de discrimen; sin embargo, fue gracias a su contacto con Bauzá que Gillespie reconoció que “siempre había tenido el ‘latin feeling’” que distinguió su música.
Pero tanto o más que por los argumentos que plantea, los diferentes puntos de vista que presenta, la vastedad de campos de estudios que reúne —incluye ensayos sobre Alfonso Schomburg, las primeras migraciones del siglo XX, las raíces musicales, la experiencia “negra”, mujeres afrolatinas y las tensiones del presente y del futuro—, su inclusión de textos poéticos y de narrativa así como de diferentes épocas, a mí me gusta The Afro-Latin@ Reader, porque me incita a pensar en el más allá. En lo que no dice pero que merodea las experiencias y discusiones aquí relatadas. Por ejemplo, en un excelente artículo de David García sobre Arsenio Rodríguez y el “mambo” se incluye una foto del tresero cubano con el Combo de Rafael Cortijo.
La foto no se comenta, pero la misma traza las líneas entre las innovaciones y revoluciones de estos músicos que apenas se cruzaron físicamente en pocas ocasiones. La revolución musical de Arsenio, que bien resume García en este artículo parte de lo que detalla en su monumental libro (Arsenio Rodríguez and the Transnational Flows of Latin Popular Music 2006) tiene enormes similitudes con la de Cortijo que este musicólogo no menciona. Claro, no quiero decir que este detalle empobrece el artículo sino todo lo contrario: lo engrandece al abrir caminos no necesariamente agotados por el autor.
Sin necesariamente conocer en detalles las presentaciones de Arsenio en La Habana, Cortijo destacó la presencia de la percusión en el escenario al poner los tamboreros al frente y al centro de la agrupación musical, al igual que lo hizo el tresero cubano una década antes. Con sus experimentaciones y combinaciones musicales, Arsenio y Cortijo funcionan como el contrapunto esencial y necesario sobre el que se formó la combinación musical de la explosión salsera, de cuyos alcances económicos ninguno participó a plenitud.
En más de quinientas páginas es muchísimo lo que ilustra, documenta y debate; sin embargo, este libro no lo dice todo. Más bien abre puertas, indica caminos, señala pistas por las cuales pueden proseguir los estudios sobre las minorías y las migraciones a los Estados Unidos, principalmente las latinas Asimismo es un manual esencial para los estudios latinos en los Estados Unidos y contiene ensayos valiosísimos para el estudio de las experiencias raciales en todo el continente. Si algo uno aprende en este oficio de tratar de escribir libros es que un libro no lo tiene que decir todo. Es más, como lo hicieron esas dos grandes figuras de la literatura hispanoamericana, el Inca Garcilaso y Jorge Luis Borges, uno puede pretender que todo está escrito. Y como todo está escrito, uno simplemente escribe un comentario. Claro, uno escribió un comentario de unas novecientas páginas y el otro, varios de cinco, diez o veinte páginas. Como un buen “reader” (manual de lecturas), The Afro-Latin@ Reader es más jugoso cuando se lee en contrapunto con otros libros y otros ensayos sobre el tema, con los que sus ensayos armoniosamente contrapuntea y seriamente debate. Como casi diría Tito Allen en la grabación de “Indestructible” con la orquesta de Ray Barretto: “métanle mano y ya verán”.