Agricultura sostenible y frutos menores
Es sábado, tengo hambre y acabamos de terminar de documentar una actividad de siembra de árboles y monitoreo de calidad de agua en Piñones. Hay que descargar el material y prepararlo para enviarlo a la prensa televisada. La pregunta surge: ¿dónde comemos? Pasan rápidamente algunas opciones por mi mente, quiero algo rico, con productos frescos preferiblemente locales, liviano, que no esté basado en harinas pues mi sinusitis está encendía y que tengan al menos dos alternativas vegetarianas en el menú. Es el siglo XXI en Puerto Rico, todavía hay pocas opciones, pero hay más que antes. Escogemos el Departamento de la Comida ubicado en Trastalleres, entre murales, gomeras, talleres de mecánica, residencias y huertos urbanos.
Pido una orden de macabeos, con ratatouille de berenjena, chayote y ensalada, lo acompaño con un jugo de toronja y un shot verde. Mientras espero compro algunos alimentos: tomates, flores de nostrum, una bolsa de hojas mixtas para ensalada, huevos orgánicos (de la finca de Teo) y plátanos, todos productos agroecológicos puertorriqueños. En lo que me cobran miro un estante con semillas a ver qué puedo añadir a mi huerto de balcón, me sorprende un paquete de semillas: “Arroz secano”. A mi mente vienen tres pensamientos corridos: el fracaso de la siembra de arroz en los años 80, una conversación con la etnobotánica por vocación María Benedetti y un titular de periódico, en el que la USDA prohíbe al Departamento de Agricultura Estatal traer semilla de arroz de la República Dominicana a Puerto Rico. Las compro sin pensarlo dos veces.
Como hija de la agricultura industrial y el supermercado, siempre me he preguntado cómo un cereal que en su empaque dice que puede provenir de la India, Pakistán, Indonesia, China, Tailandia, República Dominicana o Estados Unidos y que no se puede sembrar en Puerto Rico, llegó a ser tan nuestro, llegó a ser el grano principal del plato típico puertorriqueño. Y así, cándidamente, hablando un día con María Benedetti en el Mercado Orgánico del Viejo San Juan, le pregunto: ¿cómo pasó que este grano de importación sustituyó a la yuca (casabe) nativa de los taínos? Ella destruye mi ignorancia y siembra una nueva interrogante en mi cabeza: “aquí se sembró arroz hasta los años 70, todavía hay quien lo siembra en los montes”, me dice. Le pregunto: ¿Y por qué el Departamento de Agricultura tiene que ir a comprar la semilla a República Dominica o a RiceTec (Texas) cuando existe una semilla ya adaptada para el suelo boricua? Ella me responde con las palabras de Don Pellín, un jíbaro de Lajas: “Si yo voy allá a decirles cómo es que se hace (la siembra de arroz), no me escuchan, pues yo aprendí sobre la tierra, y ellos aprendieron en la escuela.”
Llegan mis macabeos de plátano; estas alcapurrias ciegas (originales del pueblo de Trujillo Alto), con berenjena y chayote en salsa roja, están espectaculares. Y ni hablar de la ensalada de hojas mixtas aderezada con vinagreta de guayaba y espolvoreada con platanutres frescos picaditos; la vida misma. Me saboreo el plato, pensando que me saboreo la tierra donde crecieron estos alimentos, cosechados aquí a partir de un sistema de agricultura sostenible. Entonces pienso en la gran decepción que fue leer la ponencia de la secretaria de Agricultura, Mirna Comas, con relación a la iniciativa del Bosque Modelo. La agrónoma, que despertó muchas expectativas entre los agricultores orgánicos, recomienda tajantemente “eliminar del texto” de la ley “los términos sustentable y sostenible” (Ponencia de Agricultura ante la Cámara de Representantes con relación al P. de la C. 1635). Según entienden los científicos de la agricultura, incentivar la agricultura agroecológica o sostenible, como propone el Proyecto del Bosque Modelo, a través de un corredor agroforestal que conecta 400,000 cuerdas de terreno de norte a sur atravesando el centro de Puerto Rico con prácticas de protección de suelos y agua, sería un desastre para la agricultura, la ganadería y la economía de la zona.
Pido un café al barista, término medio, con leche de coco. El café que sirven aquí se llama Don Manolo y el grano es orgánico, se siembra en la Hacienda Milagritos en San Germán, a media sombra. Mientras tomo mi café, me pregunto ¿por qué será que la Sra. Comas y la Asociación de Agricultores, entre otros, se oponen tan contundentemente a la agricultura ecológica y a la sostenibilidad? ¿Qué es la sostenibilidad y cómo atenta contra un modelo de agricultura que no ha podido garantizar la soberanía alimentaria de Puerto Rico en los últimos 50 años?
Los conceptos de desarrollo sostenible o perdurable se acuñaron en el 1987, en un documento que se llamó Nuestro futuro común o el Informe de Brundtland, y que fue el resultado de los trabajos de la Comisión Mundial del Medioambiente y Desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esta comisión, creada en 1983, fue presidida por la ministra noruega, Gro Harlem Brundtland. Ya en los años 70 se empezaba a mirar críticamente el llamado «progreso» económico, por sus repercusiones en la degradación del medioambiente, y la propagación de condiciones de vida miserables en los países en desarrollo. Este informe presentó los riesgos que representa para el futuro el actual modelo de crecimiento económico de los países industrializados, al ser este sistema de continua expansión, explotación y consumo de recursos naturales, incompatible con la capacidad de autorregeneración de la naturaleza. El informe establece como solución el desarrollo sostenible, definido como aquel que «satisface las necesidades de las generaciones presentes sin por ello comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades». ((UMET: Sobre Desarrollo Sustentable))
Según definida en la propuesta ley del Bosque Modelo, la agricultura sostenible o ecológica es:
…aquel sistema que evita o excluye el uso de insumos externos como fertilizantes sintéticos y pesticidas y de organismos genéticamente modificados. Hasta donde es posible, los sistemas de agricultura ecológicos se basan en la rotación de cultivos, subproductos agrícolas, estiércol, leguminosas para fijar nitrógeno, abonos siderales, desechos orgánicos, rocas minerales y aspectos de control biológico de plagas, y todo ello para mantener la productividad del suelo y del cultivo, para proporcionar a las plantas nutrientes y para controlar los insectos, las malas hierbas y las enfermedades.1
Quienes se oponen a la sostenibilidad son precisamente los que viven de este modelo de crecimiento económico, que ante el colapso de los ecosistemas y las economías globales, se afanan desesperadamente en monopolizar todo aquello que nadie puede dejar de consumir, lo que es indispensable, el agua, la energía, la producción de comida, la agricultura, las semillas y la esencia misma de la vida, la genética. No creo que la Secretaria de Agricultura sea parte de esto conscientemente; pienso que, como muchos funcionarios de países en desarrollo, es una ingenua creyente en este sistema que fue el dominante durante el pasado siglo XX y que ya está en decadencia.
Intuyo que son los poderes económicos los que secuestraron la enseñanza de la agricultura en las universidades y las políticas agrícolas en las esferas de poder, a fuerza de billetes o sanciones económicas, quienes impulsan la hegemonía de la agricultura convencional o tóxica, contra la voluntad de los consumidores que exigen productos saludables, social y ambientalmente responsables. Me intriga conocer cuáles son las compañías que subvencionan las investigaciones de biotecnología en el Colegio de Mayagüez. Deben ser las mismas que le venden los insumos agroquímicos al Departamento de Agricultura para que los regale como incentivo a los agricultores. O para que los municipios rocíen herbicidas en los campos sin consultarle a nadie, pensando que están haciendo un servicio público al matar los ecosistemas y envenenar nuestras aguas.
Es domingo en la noche, estoy en casa, no dejo de pensar en el arroz y su cultivo en la isla. Estoy leyendo Puerto Rico en el siglo americano: su historia desde 1898, de César Ayala y Rafael Bernabe. Según dicen, en el contexto de la llegada de los gringos, el cultivo principal de la isla era el café, situación que cambió a favor de la caña de azúcar y el tabaco, por los intereses de los nuevos colonos.2 “En 1898, la zona rural puertorriqueña se caracterizaba por la presencia considerable de propiedades extensas e infrautilizadas, como los antiguos cañaverales, que se habían convertido en pastizales.” (PRSA, p.77) ¿Pastizales, serían estos sembradíos de arroz? La historia oficial se hilvana alrededor de los vaivenes económicos y políticos de los hacendados y la siembra de los “frutos mayores”, la caña de azúcar, el café y el tabaco, cultivos con fines de exportación. Pero los únicos beneficiados de esta agricultura fueron los terratenientes que se lucraron en un principio del sudor de los esclavos (taínos y africanos), luego de los jornaleros y más adelante de los trabajadores o el proletariado. Para estas personas sin rostro en la historia, no eran los vales o el dinero ganado por el trabajo realizado lo que garantizaba la subsistencia de sus familias, era la agricultura tradicional, a pequeña escala con prácticas milenarias de rotación de cultivos, y asociaciones de plantas, así como el uso de estiércol como abono, lo que les dio de comer por casi 5 siglos y les dio la fuerza para resistir la explotación de los terratenientes. Estas prácticas tradicionales, pasadas de generación en generación, han tomado de la ciencia y la tecnología lo más valioso, y son hoy el fundamento y el principio de lo que ha evolucionado a llamarse, de forma general, agricultura sostenible.
“En el 1899, el Comisionado Carrol describe la situación” de Puerto Rico “de la siguiente manera: ‘Aquí hay tres clases de propietarios: los que tienen grandes propiedades, los que tienen pequeñas propiedades y los que viven en un pedazo de tierra prestado… Esta última clase es la más numerosa’.” (PRSA, p.76) En las primeras tres décadas de la ocupación americana, la pobreza en Puerto Rico alcanzó niveles de miseria, que no fueron conocidos antes bajo la dominación española –y no porque estos fueran mejores. “Se debe recordar que, si bien la mayor parte de la población rural carecía de propiedades en 1898, muchos, en calidad de ocupantes ilegales, arrendatarios o agregados, tenían acceso a tierras incluidas en propiedades mucho más extensas pero infrautilizadas, infracapitalizadas o inactivas. Esta situación cambió sobre todo en la región costera, donde se cultivaba el azúcar. Los antiguos terrenos de subsistencia de los agregados fueron transferidos” a las nuevas centrales azucareras norteamericanas “y los alimentos que antes se cultivaban ahí se convirtieron en mercancía que tenían que comprar con sus salarios miserables.” (PPSA, p.78) Esto combinado con el terremoto y el subsiguiente maremoto de Aguadilla (1918), y los huracanes San Felipe (1928) y San Cipriano (1932), además de la profunda desforestación que sufría la isla, contribuyó a que las décadas de los 20 y los 30 fueran las más pobres de nuestra historia y se dieran en ellas las primeras grandes migraciones del siglo pasado.
Presumo, que aunque nada se menciona de la siembra de arroz, este debía ser uno de los frutos menores que se sembraban en la mayoría de los terrenos de los arrima’os. Dejo de leer, a este punto estoy obsesionada con la falta de referencias al cultivo del arroz. Voy a la nevera en busca de algo para “monchar”. Encuentro un pedazo de tarta de fresas silvestres que nos preparó Susana, una querida amiga que vive en la colindancia entre Guaynabo y Aguas Buenas. Las fresas silvestres crecen salvajes en los montes, en arbustos caóticos y espinosos, parecen frambuesas pequeñas pero de un rojo más intenso. Ella se llevó uno de estos arbustos salvajes del bosque y lo sembró en su huerto, allí crece desbordándose en frutos. La tarta está exquisita. Llamo a María Benedetti, mientras me la saboreo. Le recuerdo aquella conversación que tuvimos y hago un par de preguntas sobre el arroz. Me habla de varios libros y me cuenta:
–El arroz se sembraba aquí desde el 1512. Durante los siglos XVIII y XIX este cultivo figuró entre los principales productos agrícolas de Puerto Rico. Según el cronista fray Íñigo Abbad y Lasierra, durante el siglo XIX, el arroz representaba la cosecha alimenticia más voluminosa del país: “Su cultivo no era costoso, la preparación del terreno era fácil…”
Cultivarlo era fácil. Interesante. Nos encontramos en la semana para almorzar en Macaroni Grill, pido unas berenjenas a la parmeggiana con espaguetis capelli en salsa roja –soy medio italiana. Le compro el libro Sustentabilidad jíbara y me pasa unas citas sobre el arroz que sacó del libro Puerto Rico en la olla ¿Somos aún lo que comimos? de Cruz Miguel Ortiz Cuadra en lo que puedo comprármelo, pues este es más caro. Las próximas noches las dedico a leer.
Según reseña Ortiz Cuadra “a los africanos se les debe la diseminación de un cereal que el 1644 se encontraba en casi todas las mesas” (p.37). “…viajeros comentaban sobre su cultivo a lo largo de la ribera del río Níger y en varias zonas costeras del occidente africano, entre el siglo VIII d.C. y el siglo XVI” (p.37). “Su alta capacidad de conservación y poca ejecución culinaria permitió a los tratantes de esclavos emplear estos mismos alimentos como raciones alimenticias de los cautivos en los viajes ultramarinos. De hecho, fue el arroz un alimento esencial y casi único en los ranchos de las navegaciones esclavistas” (p.38). Debe ser por esta razón que está virtualmente ausente de la historia oficial. “La relación de los africanos con el cultivo del arroz en sus tierras de origen, así como el vínculo que ellos tendrán con el trabajo agrícola durante la etapa inicial de la industria azucarera, debieron dar paso a los primeros experimentos con el cultivo de arroz en las tierras destinadas a las cosechas de subsistencia en las haciendas azucareras y en sus lugares de cimarronería, en la periferia de los núcleos poblacionales incipientes… Los africanos arribaron a una zona agro-ecológica que conocían, y sabían cómo hacerla apta para el cultivo del alimento que por siglos había sido central en sus dietas. Cierto es que en la agricultura y la dieta española, el arroz se había venido cultivando y comiendo desde hacía siglos, pero era un alimento de carácter secundario” (p.39).
Cruz Miguel Ortiz Cuadra cuenta que para el siglo XVIII los arrozales de Puerto Rico producían dos millones de libras, una media anual de 26 libras de arroz por persona. Y que para el año 1831en Borinquen se producían 8,049,800 millones de libras de arroz. Sin embargo, en 1859 llegaron a nuestras costas 5,345,984 millones de libras de arroz importado.3 De momento un grano esencial para la vida en Puerto Rico, cultivado sin fertilizantes sintéticos y herbicidas, una cosecha totalmente trivial desde el punto de vista histórico y económico, un día de la nada se empieza importar. ¿De momento pasa de ser agricultura de subsistencia a una agricultura de mercado? ¿De un fruto menor a un fruto mayor? Desde otro lugar del mundo, un día otros terratenientes poderosos, que producen monocultivos para la exportación, tienen un excedente y necesitan compradores. Alguien, que nos conocía, vio en nuestra isla consumidores, y un mercado cautivo. Es difícil entender los momentos en el tiempo pasado en que las cosas cambian y dejan de ser como eran. Según Ortiz Cuadra: “la adopción de cultivos extensivos en antiguas zonas arroceras, (como la caña de azúcar desde principios del siglo XIX) redujo las siembras del arroz en áreas bajas y húmedas de la costa, provocando que los campesinos desplazaran el arroz a zonas altas para producir un ‘arroz de secano’” (p.60-61).
Me desayuno un revoltillo hecho con huevos de gallinas libres, tomates de casa de mi hermana, una rajita de aguacate de República Dominicana, queso rayado Cabachuelas, de la marca Vaca Negra hecho con la leche de las vaquerías de Hatillo, todo en una tortilla de yuca, con fécula de papa, que confeccionan en Canóvanas y venden en Freshmart. Lo aderezo con un pique que hice con ajís caballeros de mi huerto, y ajo, -todo el ajo parece venir de la China-. Disfruto mi comida contemplando en mi mano las semillas de “arroz secano”, se las voy a regalar a mi hermana para que las siembre en casa de Mami a ver qué tal. Según el agricultor José Rivera Rojas, en el libro Sustentabilidad jíbara, para que el arroz no falte en la mesa hay que sembrarlo tres veces al año en abril, agosto y diciembre. Él recuerda que el grano mediano se daba bien en terrenos altos, bajos, inclinados y llanos, y hasta en los terrenos secos.4 Don Pellín, un jíbaro nacido en el 1910, que trabajó en la caña, y que aprendió a sembrar a los 4 años en la tala de su familia, cuenta en el libro Sembrando y sanando en Puerto Rico, que “había talas de arroz que se dejaban perder porque los dueños se cansaban de coger arroz”. Según Don Pellín: “el arroz requiere agua, pero no hay que taparlo de agua. De hecho, en mis tiempos, bastaba con la lluvia que caía; ¡sí, aquí en la Parguera llovía todos los días! Crecía tanto y tanto que no salía ni pasto. No había que desyerbarlo. Se estaba el año entero cortando arroz. Sacaba carros de arroz de cualquier cantito.”5 Trato de entender cuándo fue que dejamos de sembrar arroz y nos convencimos de que éramos incapaces de cultivarlo.
Toda esta búsqueda y el encuentro de una historia tan nuestra y tan lejana como el arroz, me deja pensando. ¿Cómo es que todos lo comen sin preguntarse de qué manera llegó a ser nuestro alimento preferido? Pienso en la sostenibilidad y la agricultura a pequeña escala, a la que tanta aversión le tiene la Dra. Comas y los agricultores convencionales. Evidentemente, ellos no saben cultivar si no es con químicos tóxicos que contaminan el agua, la tierra y su sangre. Por alguna razón no imaginan que se pueda sembrar y crecer otra semilla que no sea de las producidas por Monsanto, Dupont o Syngenta, o que el conocimiento empírico puede ser tan valioso como la verdadera ciencia, la ciencia sensible y justa, no la secuestrada por los intereses económicos. Tato Rodríguez Núñez, un agricultor convencional que se cambió a orgánico cuenta: “Nuestras prácticas agrícolas son diseñadas por las compañías que venden los químicos. Ahora mismo (1996) el incentivo para el caficultor es el abono químico y el riego de venenos en la finca. Viene una brigada a la finca y lo tira. El gobierno te facilita todo lo que tiene que ver con los químicos. Y todo es monocultivo. Te imposibilita otra clase de siembra.” (S y S, p.104)
Hasta que no entendamos que para estas multinacionales de hoy, al igual que para las haciendas o las centrales de ayer, el fin es y siempre será enriquecerse. Cualquier otra manera de hacer las cosas será trivializada como “frutos menores” sin valor. Hasta el día en que representa una competencia contra sus deseos monopolísticos de controlar el mundo. Como lo es ahora el creciente movimiento mundial hacia la agroecología o agricultura sostenible, un sistema justo con las personas y el medioambiente, y saludable en todas direcciones. Ninguna de estas empresas tiene un compromiso real con alimentar a nadie. Viven del hambre, la dependencia y la deuda, descubrieron que ese es un negocio redondo, una nueva forma de esclavitud. Y por eso quieren controlar también a los agricultores, los agricultores que guardan su semilla, no dependen del round up y sus abonos sintéticos no representan un buen negocio para ellos, pues no hay nada que venderles.
Mientras escribo estas líneas me llega un correo electrónico con un link a un artículo del New York Times del 8 de marzo, que lleva por título: “Farm Bill Reflects Shifting American Menu and a Senator’s Persistent Tilling”. El nuevo Farm Bill aprobado en el Congreso de Estados Unidos, aumenta las ayudas económicas para los agricultores que quieren hacer la transición de métodos convencionales a orgánicos de $22 millones a $57 millones de dólares. Buenas noticias para todos esos agricultores asustados con la idea de incentivar la agricultura sostenible o ecológica en el Bosque Modelo. El New York Times comenta: “While still in the shadows of traditional farming, organics are the fastest-growing sector of the food business. Support for that movement has traditionally come from Democrats in Congress, but the organic farming provisions in the bill had broad support from both parties.” Y son elocuentes los comentarios de algunos legisladores, como los de la representante republicana de Wisconsin Reid Ribble: “I think we should let consumers make their own decisions about what kinds of foods they purchase. And if there’s a market for organic products, we should support it.” Mientras el representante republicano Bill Huizenaga, que representa un distrito con una vasta siembra de cerezas, lo dijo de manera más simple: “There is nothing hotter than farm to table”.
Cuando la delegación puertorriqueña fue a República Dominicana a buscar semillas de arroz para sembrar acá, tenían claro que esas semillas estarían mejor adaptadas a nuestras condiciones de clima y suelo, el único problema fue subestimar el tamaño de los tentáculos de las grandes semilleras que controlan la USDA. Una pena que no se les haya ocurrido buscar a nuestros jíbaros y a los agricultores orgánicos para rescatar, conservar y propagar nuestras semillas. Esta será una lucha larga, pues no solo tenemos que lograr nuestra seguridad alimentaria como se ha propuesto este gobierno, como denuncia el movimiento de la Vía Campesina tenemos que lograr la soberanía alimentaria. Y eso no se consigue produciendo solamente nuestro alimento, también hay que proteger nuestras tierras, el agua, el aire, asegurar tierra y pago justo a los agricultores, y garantizar que dejamos nuestros recursos naturales mejor de lo que los encontramos para que así nuestros hijos y sus hijos también los puedan disfrutar. Esta anécdota de Tato Núñez ilustra el problema que la agricultura convencional representa para la vida: “Yo tenía un gallinero suelto en la finca. Pasaban de cientos de gallinas… Se echó (el químico) Dysisdón en la finca y de repente me quedaron dos gallinas que estaban echás. Me dijeron que era una epidemia, y yo enterrando gallinas y quemando gallinas. Entonces, comencé de nuevo con nuevas gallinitas. Tenía un montón. ¡Y lo mismo me volvió a pasar! Entonces fue que me di cuenta. Me dije: ‘Espérate, si esto no es una epidemia na’; ¡si esto es el veneno!’ Dejamos de regar y no ha vuelto la epidemia.”(S y S, p.107)
Tendremos que seguir luchando para cambiar los paradigmas de producción y consumo del siglo XX que ya están en decadencia y nos han legado un planeta contaminado, cientos de especies al borde de la extinción, una economía en crisis y cambios radicales en el clima. El paradigma que debemos sembrar de cara al siglo XXI es reinsertarnos como especie en el ecosistema terrestre, evolucionar nuestras maneras hacia el desarrollo sostenible y promover relaciones de equidad entre todos los seres vivos que compartimos este hermoso planeta azul.
Son las 12. Tengo hambre. A ver qué me preparo de almuerzo. Algo rápido. Arroz monta’o a caballo, hecho con arroz basmati de no sé de donde y huevo frito de gallinas felices de Puerto Rico.
- Proyecto de Ley del Bosque Modelo [↩]
- César Ayala y Rafael Bernabe, Puerto Rico en el siglo americano: su historia desde 1898. [↩]
- Cruz Miguel Ortiz Cuadra, Puerto Rico en la olla ¿Somos aún lo que comimos? [↩]
- José Rivera, Apuntes para una sustentabilidad jíbara [↩]
- María Benedetti, Sembrando y sanando en Puerto Rico [↩]