Back to Basics
Der Spiegel, Le Magazine Littéraire, Foreign Policy, tres revistas (de información general, de comentario sobre literatura, de política exterior, respectivamente) de países distintos (Alemania, Francia, Estados Unidos) dedican portadas al mismo personaje: Carlos Marx. El dossier de la segunda se titula: «Les raisons d’une renaissance». La de Foreign Policy pregunta y promete: «Marx, really? Why he matters now». Ese «now» al que la portada se refiere es, por supuesto, el momento de la crisis del capitalismo.
Con cada boom de la economía capitalista, se repite el mismo ritual del entierro de Marx: se le declara muerto y caduco, esta vez sin remedio. Pero cuando explota la burbuja, cuando se llega al pánico, al crack, al crash, al viernes, al martes y a los demás días «negros», cuando se vienen abajo las bolsas, cuando bancos o empresas industriales se tambalean, entonces se procede al desentierro. Se reconoce que nadie ha explorado las contradicciones del capitalismo más brillantemente que aquel barbudo.
Así describía Engels, su más cercano colaborador, las crisis del capitalismo en 1878: “El comercio queda bloqueado, los mercados se saturan,… el dinero líquido se hace invisible, desaparece el crédito, se paran las fábricas,… una bancarrota sigue a la otra, y lo mismo ocurre con las ejecuciones forzosas en los bienes… Todo eso lo hemos vivido desde 1825 cinco veces…”. La descripción parece sacada de la prensa actual, sólo que en 2009 tendríamos que cambiar las cinco por al menos 24 veces.
Agobiados por lo inmediato, por la situación concreta en que cada uno se encuentra (la crisis en la UPR, por ejemplo, sobre lo cual volveremos), se nos hace difícil percibir los mecanismos fundamentales de la crisis, que, por supuesto, se manifiestan de muy variadas formas concretas. Por eso, aunque sea por unos minutos, vale la pena abordar el tema desde un punto de vista general: no la crisis de Puerto Rico, Grecia o Francia, sino las razones más profundas de las crisis globales y recurrentes del capitalismo. Esa explicación general habrá que concretizarla. Pero es importante repasar ese marco general. Lo que sigue es un aporte en esa dirección.
El escándalo
La crisis conlleva una reducción de la producción con todas las consecuencias que esto supone; para empezar, un aumento considerable en los niveles de desempleo. ¿Por qué se desata esa calamidad?
Podemos constatar que la reducción no ocurre porque se hayan satisfecho las necesidades de la población. Al contrario, hay amplias necesidades (de educación, vivienda, salud, transporte público y muchas otras, según el país) sin satisfacer.
La paralización parcial o la reducción de la producción tampoco se debe a un quebranto o escasez de los elementos materiales necesarios para la producción. Al contrario, los talleres, las fábricas, la tecnología, el conocimiento científico están presentes en abundancia: ningún terremoto o desastre ha destruido las instalaciones productivas en Estados Unidos, por ejemplo, a finales de 2008.
La reducción de la producción tampoco se debe a la falta de productores, es decir, de trabajadores y trabajadoras. Al contrario, sabemos que hay cientos de miles de personas en un país como Estados Unidos –cientos de millones a escala mundial—que buscan y no encuentran empleo.
Se entendería que la producción se limitara si ya se han satisfecho las necesidades fundamentales de todos o si un desastre hubiese destruido fábricas y talleres, o si una plaga hubiese diezmado la fuerza laboral. Pero no ha ocurrido nada parecido. La crisis capitalista tiene, entonces, una dimensión irracional, desde el punto de vista de la satisfacción de las necesidades humanas: la producción se paraliza parcialmente, aumentan la precariedad y las necesidades que no se satisfacen, a pesar de que la sociedad cuenta con los medios materiales y humanos para satisfacerlas. Ese es el escándalo de la crisis capitalista que nos debe indignar, y que debemos tratar de entender.
Primera aproximación
Una primera aproximación al enigma de la crisis sería reconocer que el capitalismo no es una mera producción de objetos útiles (de valores de uso, en la terminilogía de Marx), sino una forma de producción de mercancías. En el capitalismo se produce para vender: los productores, las empresas, son productos privados, que intercambian sus productos en el mercado. Pero, entre los productores privados, rige la competencia. Ninguno puede conocer de antemano las condiciones del mercado. Por tanto, la producción de mercancías está sujeta a la posibilidad de desequilibrios y desajustes. Es posible, por ejemplo, que se produzcan más unidades de cierto tipo de automóvil que las requeridas por el mercado. Esto conllevará una ganancia menor de la esperada, reducciones en la producción, despidos, hasta el cierre parcial de algunas instalaciones, con la consiguiente reducción de la demanda de otros productos, lo cual puede provocar otros desajustes.
Sin embargo, no es difícil ver que estas perturbaciones provocarán reajustes que las compensarán: encogimiento de unos sectores y crecimiento de otros, movimiento de capital y trabajadores de unos a otros, etc. Es decir, si bien la naturaleza de la producción de mercancías conlleva ciertas perturbaciones, no parece que estas puedan ser la causa de crisis prolongadas, persistentes y generalizadas, como la depresión de 1873 a 1896, o la Gran Depresión de la década del treinta del siglo XX, o el periodo de crecimiento lento a partir de la década de 1970, o lo que parece será una muy larga recesión a partir de 2008.
En fin: las fluctuaciones inherentes a la producción de mercancías, a una economía que se regula por la competencia entre productores privados, puede que sean parte de la explicación de las crisis, pero no bastan para explicarlas.
Segunda aproximación
Una segunda aproximación sería reconocer que el capitalismo no es solo una forma de producción de mercancías, sino cierto tipo específico de producción de mercancías, es decir, que se trata de producción para la ganancia. El empresario no se contenta con hacer producir una mercancía, lanzarla al mercado y venderla para recibir un equivalente de su inversión: espera obtener un valor adicional a lo invertido, es decir, una ganancia. La ganancia es la gasolina de la economía capitalista. Un aumento en masa y la tasa de ganancia (la ganancia obtenida comparada con la inversión realizada) es la marca de una economía capitalista en crecimiento. Una caída de la tasa de ganancia, al contrario, tiene el mismo efecto que la falta de gasolina en el motor: el aparato tiende a reducir sus revoluciones. La crisis se caracteriza precisamente por una caída en las tasas de ganancia de una parte importante de las empresas. Pero, ¿a qué puede deberse esa caída?
Ya vimos que, ante desajustes entre oferta y demanda, por ejemplo, puede caer la ganancia en determinados sectores, pero vimos que estos desajustes serán probablemente compensados sin graves complicaciones. Así que no podemos explicar una caída duradera de la tasa de ganancia por ese medio. Tampoco podemos explicarla si nos atenemos a la teoría más en boga sobre la economía capitalista, una teoría (o una familia de teorías) que rechazan la teoría de Marx como obsoleta y caduca. Estas teorías pueden resumirse de manera sencilla como sigue: el capitalismo es un sistema dinámico, que tiende a una creciente mecanización. Estamos en la época de la información, de la tecnología, de lo virtual, etc. Por tanto, el valor de los productos y la ganancia que genera su producción depende cada vez menos del trabajo y cada vez más de la tecnología, de la ciencia, de la «información» y del conocimiento acumulados.
De acuerdo con estas teorías, el desarrollo tecnológico no debiera constituir contradicción alguna para el capitalismo. Con el desarrollo de la tecnología, podrá aumentar la producción y, con ella, el valor y las ganancias que se generan, indistintamente, tanto del empleo de trabajo como de las tecnologías, la ciencia y la «información». Capitalismo y tecnología debieran avanzar armónicamente hacia niveles cada vez más altos de producción: aumenta la tecnología, aumentan el valor producido y la ganancia, que a su vez permiten aumentar y desarrollar la tecnología, y así sucesivamente en una espiral de constante expansión. A esa constante expansión, le podríamos formular un reparo ecologista, pero ciertamente no se trata de un mecanismo que conduzca al sistema a una crisis, una depresión o una parálisis parcial.
Sin embargo, y a diferencia de lo que habría que esperar de estas teorías, el capitalismo sin duda exhibe esos largos y dolorosos periodos de parálisis. Según las teorías «armonicistas» dominantes, esas crisis tendrían que ser el resultado de factores externos al sistema, que desarticulan su funcionamiento normal. Sin embargo, cuando recordamos que el capitalismo atraviesa regularmente por momentos críticos, algunos de los cuales se convierten en prolongadas depresiones, se hace difícil pensar que ese fenómeno regular y repetido se deba a una serie de causas externas sin conexión entre sí. En todo caso, un hecho particular (un aumento en los precios del petróleo, por ejemplo) puede ser el detonante de la crisis, pero no el mecanismo que la provoca.
Tercera aproximación
Consideremos entonces la teoría de Marx, aunque tengamos que reducir una compleja elaboración a dos o tres ideas. Marx nos propone otra aproximación: el capital no es sólo producción de mercancías, no es sólo producción de y para la ganancia, es, también, al igual que otras sociedades de clase, un sistema de explotación del trabajo. El capitalismo es producción de mercancías. En el intercambio, las mercancías se reducen a cantidades de trabajo: el valor y el precio de las mercancías son las formas en que el trabajo se nos presenta en la superficie de la economía capitalista. La ganancia es parte de ese valor, es decir, del trabajo realizado por los productores que pasa a manos del capital. Los críticos de Marx consideran que el capitalismo tiende a un incremento constante del papel de la tecnología en la producción y que la ganancia proviene indistintamente del empleo de tecnología o de trabajo humano. Marx coincide con lo primero, pero no con lo segundo: el capitalismo tiende, ciertamente, a un desplazamiento del trabajo por la máquina, pero la ganancia no proviene indistintamente de máquinas o del trabajo, proviene exclusivamente del valor nuevo creado por el trabajo. Y aquí está la contradicción, según Marx: el capital se nutre, su ganancia proviene, del trabajo vivo, pero el capital tiende a reducir la función del trabajo en la producción. Es como si el motor, al moverse, fuese reduciendo el ancho del conducto por el cual le llega la gasolina.
En fin, Marx no niega el creciente papel de la tecnología en la producción capitalista. Al contrario, considera que esa creciente importancia de la tecnología es un aspecto central del capitalismo. Lo único que añade es que, como la ganancia del capital no proviene de la tecnología, sino del trabajo, la relación del capital con el desarrollo tecnológico no será armónica, sino tensa y contradictoria: la segunda tenderá a ataponar el movimiento de la ganancia. Pero, si la tendencia a la mecanización tiene ese efecto contradictorio, ¿por qué insisten los capitales en tal comportamiento? Insisten porque la competencia de unos capitales con otros obliga a todos a reducir sus costos a través de la creciente mecanización: la mecanización, comportamiento racional para cada capital tomado individualmente, tiene un efecto irracional sobre el capital como conjunto.
¿Qué podemos esperar de esta tesis de Marx? Podemos esperar que todo periodo de expansión capitalista se caracterice por ganancias abundantes, competencia acelerada, reinversión de ganancias, innovación tecnológica y creciente mecanización. Pero podemos esperar, igualmente, que ese periodo de expansión desemboque en una caída de la tasa de ganancia y, con ello, el inicio de una contracción económica. La forma en que esa caída de la ganancia se presentará será la imposibilidad de vender las mercancías producidas o, más bien, la imposibilidad de venderlas a la ganancia esperada. Así podemos esperar: mercancías que no encuentran el comprador esperado, fábricas y máquinas paralizadas, millones de personas desempleadas, a pesar de que hay grandes necesidades humanas sin satisfacer. Podemos esperar el absurdo de que los desempleados no puedan comprar lo que necesitan porque están desempleados y de que están desempleados porque las ventas han caído. Y podemos esperar que esto ocurra periódica y regularmente. La crisis no es una desviación de la normalidad del capitalismo: la crisis es tan parte de la normalidad del capitalismo como los periodos de auge. Marx predice, en fin, que periódicamente el capitalismo será incapaz de poner en movimiento las fábricas, la tecnología y la capacidad productiva que el mismo capitalismo ha creado.
Esto es precisamente lo que observamos cuando contemplamos la historia del capitalismo. Esto es lo que observamos hoy cuando abrimos el periódico: el escándalo de la reducción de la producción, a pesar de que hay necesidades humanas que satisfacer y de que están presentes todos los medios para satisfacerlas. Se trata, en fin, no de una crisis de la producción, sino de una crisis del capitalismo como sistema de explotación del trabajo.
Salidas a la crisis
¿Cómo sale el capitalismo de la crisis? Para salir de la crisis tiene que lograr un aumento considerable y duradero de las tasas de ganancia. Tiene que incrementar la explotación del trabajo. De ahí todas las medidas que estamos sufriendo: congelación o reducción de salarios, reducción de aportaciones patronales a planes médicos y de pensiones, etc., reducción de derechos a licencias o vacaciones pagadas, reducción de pagos al Estado para financiar servicios a la población (educación, salud, subsidios al consumo), reducción, por lo mismo, del presupuesto del Estado y del empleo público, eliminación de legislación protectora del trabajo, eliminación o flexibilización de legislación ambiental. Mientras, el desempleo incrementado ejerce presión sobre los que retienen sus empleos para que se resignen a condiciones de salario y empleo cada vez más deterioradas. La competencia de todos contra todos fomenta resentimientos que culpan, no al capital, sino a la mujer, al inmigrante, al que recibe welfare por la crisis. Es el precio que el sistema impone para salir de su crisis: el precio es nuestro empobrecimiento, no porque falten medios para mantener nuestros niveles de vida, sino porque el capitalismo, como sistema de explotación del trabajo, necesita empobrecernos para salir de su crisis.
En la Universidad de Puerto Rico no estamos exentos de todo esto. Nuestra crisis de presupuesto se relaciona con los recortes de fondos públicos para la UPR. Los recortes de fondos públicos se relacionan con la crisis fiscal del gobierno. La crisis fiscal se relaciona con la caída de recaudos de impuestos de individuos y de grandes empresas, que es, a la vez, resultado de la caída de sus ingresos y ganancias, resultado de la crisis. También es resultado de la decisión de no tocar las ganancias de las empresas, sobre todo en momento de crisis.
Cada crisis capitalista nos coloca ante el dilema de seguir pagando el precio que este sistema exige para funcionar (pagando una cuota de estabilización, por ejemplo) o atrevernos a cuestionar las reglas de este sistema económico. Lo segundo empieza por exigir que el costo de la crisis no lo paguen los que menos tienen. Es necesario aumentar las contribuciones al gran capital, no a los desposeídos. Es necesario ampliar, no reducir, los servicios públicos (educación, salud, agua, electricidad, transporte público, etc.). Se afirma que tales medidas reducirán la rentabilidad del capital y que ahondarán la crisis. De ser así, ¿qué mejor prueba de que el capitalismo ya es incompatible con el bienestar social, de que las empresas deben convertirse en propiedad pública, a ser administrada democráticamente?
Tómese el bailout millonario que el gobierno federal ha organizado de toda una serie de grandes empresas y bancos. No pretendemos que grandes empresas vayan a la bancarrota, arrastrando consigo a miles de familias. Pero, si se va a rescatar estas empresas con fondos públicos, entonces hay que exigir que los beneficios de la futura recuperación también sean públicos. Si se socializan las pérdidas, que se socialicen las ganancias. El rescate público debe ser un paso hacia el control público de buena parte de la economía. Estas medidas apuntan en la dirección de crear una economía planificada de acuerdo con prioridades determinadas participativa y democráticamente.
Pero esa no es la salida que el capital y sus representantes políticos nos proponen: la que proponen es la que está encarnada en Puerto Rico en la Ley 7, la propuesta contrarreforma laboral y la llamada cuota de estabilización en la UPR. El capital pretende resolver su crisis a costa nuestra. Y lo hará… a menos que nos organicemos para detenerlo.
Nota: Entre los autores contemporáneos que tratan este tema cabe destacar la obra de Anwar Shaikh. Muchos de sus escritos pueden verse aquí.